José María y Corina lo habían conversado en alguna de sus tardes de té y facturas: toda muerte engendra ausencias y cada ausencia es un pedazo de muerte que se adhiere para siempre a nuestra piel de solos.
(De El perpetuo exiliado, 2016).
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lunes, septiembre 08, 2025

El discurso deshumanizante simplifica las realidades complejas del mundo

Una menor de 16 años, víctima de reclutamiento forzoso por bandas criminales, fue asesinada en Manta, frente a su colegio, el 3 de spetiembre de 2025. (Foto de redes sociales)   
             

             El humorista argentino Lucas Upstein plantea en su monólogo Ya no se puede decir todo: «Es más fácil ser facho […] porque el progre siempre siente culpa. Siempre busca una explicación de más a las cosas que pasan. Hace poco no podía dormir porque leí una noticia en Twitter que un chico robó una manzana y la gente lo quería linchar […] Y yo estaba en mi cama, angustiado, pensando: si robó una manzana es porque tiene hambre; él no es el victimario, es la víctima. El victimario es un sistema que lleva a un niño a robar esa manzana […] ¡Dos horas hasta que me dormí de la culpa que sentía! Si sos facho te ahorrás un montón de tiempo. ¿Robó? Bala. Listo. Ya está. ¿Mató? Bala. Bala y al rio y este no jode más. El facho duerme mucho más rápido. Apoya la cabeza en la almohada y dice: ¡Ah, mis militares!». A contracorriente del relato que intenta simplificar las inequidades del mundo mediante la deshumanización del rostro del Otro, las realidades sociales y políticas son complejas y su análisis requiere de una visión holística centrada en el ser humano.

            El 3 de septiembre una menor de 16 años fue asesinada en Manta, pero el primer informe de la policía no fue sobre los victimarios, sino sobre la víctima: inmediatamente, la víctima fue presentada como “colaboradora de Los Choneros” y la prensa hegemónica compró el discurso policial y lo reprodujo sin contextualizar ni comentar la información, como si fuera relacionista público de la policía. Hay que entender que, con esta frase, se justifica socialmente el crimen (“algo habrá hecho la angelita”) y también se justifica el desentenderse de la investigación, total, “se están matando entre ellos”. Lo que se olvida en esta compleja realidad es que los menores siempre son víctimas del reclutamiento de las bandas criminales y todo reclutamiento, como en los casos de abuso sexual, es forzoso.

El reclutamiento de menores tiene que ver, principalmente, con la ausencia del Estado, cuestión que se expresa en la ausencia de servicios básicos y la precariedad laboral de los padres, es decir, con la inequidad social que es consecuencia de las políticas económicas neoliberales que vivimos. Justificar el crimen porque la menor asesinada, víctima de reclutamiento forzoso, colaboraba con la banda que la explotaba, es deshumanizar a la menor, normalizar el asunto en términos simples y reducirlo a un problema que, supuestamente, se solucionaría con mayor represión policial y el endurecimiento de las penas. Como sociedad, debería conmovernos las condiciones sociales de iniquidad que facilitan el reclutamiento forzoso de menores por parte de las bandas criminales e indignarnos con los reclutadores y el sistema económico que permite el blanqueo de sus negocios criminales, y no criminalizar, sin entender la complejidad de aquel problema, a quienes son las víctimas de dicho reclutamiento.

            En el plano internacional, la invención de un enemigo es la estrategia de la simplificación para justificar la atrocidad de la guerra imperial. Ya lo hizo el gobierno de Bush para justificar la invasión a Irak el 20 de marzo de 2003 con la mentira que ocasionó los más de 280.000 muertos entre civiles y militares iraquíes y la muerte de 4.400 soldados norteamericanos: “Irak tiene armas de destrucción masiva”. Destrucción y muertes para Irak, pero multimillonarias ganancias para Halliburton, la empresa de la que Dick Cheney, el vicepresidente de Bush, había sido su CEO entre 1995 y 2000, y que se encargó de la “reconstrucción” de Irak y de la posterior explotación de los campos petroleros. Ahora, el enemigo es el narcotráfico asociado con el gobierno de Venezuela, y con esto cualquier violación al derecho internacional pretende ser justificada.


Marco Rubio, el secretario de Estado de Trump, ha dicho que no le importa lo que diga la ONU. Bueno, si no les importa la ONU, entonces cualquier acción militar se justifica solo porque se tiene la fuerza. Lanzarle un misil a una lancha en medio del mar Caribe y luego decir que eran once terroristas que transportaban drogas sin presentar prueba alguna —ni sobre los supuestos narcotraficantes ni sobre la droga que llevaban— es simplificar los motivos para justificar cualquier guerra o acto de piratería como este por el que Trump se siente orgulloso. La guerra parece ser el estado permanente del capitalismo imperial en esta etapa, a tal punto que Trump le ha cambiado el nombre al Departamento de Defensa por el de Departamento de Guerra.

La ONU se hizo para preservar la paz, pero, al parecer, la industria militar necesita hacernos creer que la guerra es una necesidad permanente en la lucha de los buenos —Trump y su grupete global de aduladores— contra los malos —el resto del mundo, empezando por los políticos y autoridades del Partido Demócrata de los EE. UU.; las ciudades que son invadidas por la Guardia Nacional; los académicos norteamericanos críticos del autoritarismo trumpista, a cuyas universidades se les corta el financiamiento; y, por supuesto, los inmigrantes ¡en un país de inmigrantes!, a quienes se ha criminalizado y culpado de todos los males que aquejan a la sociedad norteamericana—.

            Y, finalmente, no: condenar la guerra de exterminio del pueblo palestino de Gaza que lidera Benjamín Netanyahu, el primer ministro israelí, no es ser antisemita; es, básicamente, estar en contra de la guerra como solución de los conflictos. El asalto criminal del 7 de octubre de 2023 perpetrado por Hamas que dejó 1.189 israelíes muertos, 7.500 heridos y 251 secuestrados, por supuesto que es execrable y merece castigo. No obstante, es un crimen tan execrable como el de Hamas el estar castigando diariamente, desde entonces, a toda la población palestina, deshumanizándola y acusando a los habitantes de Gaza de terroristas y cómplices para justificar una guerra de exterminio que ya lleva más de 70.000 palestinos muertos, civiles en su casi totalidad, según un estudio del Royal Holloway College, de la Universidad de Londres, incluidos aproximadamente 17.000 niños, según Unicef. Con el pretexto de los ataques de Hamas, Netanyahu ha destruido la posibilidad de dos Estados en un territorio y el anhelo de convivencia en paz entre israelíes y palestinos al condenar a la población de Gaza a la hambruna y el desplazamiento forzoso, y pone a la región al borde de convertirse en la chispa que encienda la Tercera Guerra Mundial.

 

Ruinas en la franja de Gaza. (Imagen: Jack Guez/AFP/Getty Image, de la página web de la Deutsche Welle)

Hoy, la política bélica de Netanyahu está en las antípodas de la ética del filósofo Emmanuel Levinas que, desde su lectura de las fuentes tradicionales del judaísmo —la Torá, el Talmud y otros textos—, propuso como imperativo ético la bondad hacia el prójimo y la búsqueda de un mundo justo para todos, judíos y no judíos. Sostiene Levinas que el prójimo es el Otro y una persona moral cuida del Otro, tiene responsabilidad infinita por el Otro, incluso cuando comete crímenes, sin esperar reciprocidad. El rostro del Otro genera compromiso, de ahí que la deshumanización de los palestinos que lleva a cabo la propaganda de Netanyahu y el complejo industrial militar para aniquilar al pueblo de Gaza sin remordimiento alguno, no solo es inmoral, en el sentido ético de Levinas, sino que, en términos de la Corte Penal Internacional, es un crimen de lesa humanidad, por lo que Netanyahu tiene una orden de arresto.

            La lectura del mundo es un acto complejo que no cabe ni en el discurso de odio que se inyecta por goteo a través del trolerío en X-Twitter, ni en la simplona justificación de la violencia y la guerra mediante la inoculación del miedo en la gente común y la descalificación de todo pensamiento complejo sobre la realidad social bajo el etiquetado facilón de woke y progre. En sus conversaciones con Philippe Nemo, difundidas por Radio Francia Cultura, entre febrero y marzo de 1981, y recogidas en español, en 2000, con el título Ética e infinito, Emmanuel Levinas sostuvo el fundamento de su ética radical en función del reconocimiento del rostro del Otro: «Conoce usted esta frase de Dostoievski: “Todos nosotros somos culpables de todo y de todos ante todos, y yo más que los otros”. No a causa de esta o de aquella culpabilidad efectivamente mía [...] sino porque soy responsable de/con una responsabilidad total, que responde de todos los otros y de todo en los otros, incluida su responsabilidad. El yo tiene siempre una responsabilidad de más que los otros»[1]. En este marco filosófico, la reflexión ética es un imperativo radical, muy difícil y complejo en tiempos de la vocinglería represiva y belicista, pero, por lo mismo, indispensable.



[1] Emmanuel Levinas, Ética e infinito (Madrid: Machado Libros, 2000), 82-83. Consultado también en Analía Giménez Giubbani, «Emmanuel Levinas: humanismo del rostro». Acceso 7 de septiembre de 2025.

 

La foto del post de Donald Trump en su red social: "Me encanta el olor de las deportaciones por la mañana". "Chicago está a punto de descubrir por qué se llama Departamento de Guerra".