A Stephen: el problema de la integridad sacerdotal de Jesús circunciso
(1 de enero, fiesta de guardar, oír misa y abstenerse de trabajo servil
innecesario) y el problema de si el divino prepucio, el carnal anillo nupcial
de la santa iglesia católica apostólica romana, conservado en Calcata, sería
merecedor de simple hiperdulia o del cuarto grado de latría acordado a la
abscisión de tales excrecencias divinas como el cabello y las uñas de los pies.
El
jueves 11, el Pop Up Teatro Café, donde se exhibía la obra de microteatro El Santo Prepucio, protagonizada por
Belén Idrobo y Prisca Bustamante, fue clausurado por el Comisario Segundo de
Samborondón, Víctor Hugo Solano. Mientras este colocaba los sellos de clausura,
un pequeño grupo de feligreses católicos, al grito de “A Cristo no se ofende”,
clamaba por la suspensión de la obra. Según diario El Comercio[1], el arzobispo de
Guayaquil, Luis Cabrera Herrera, agradeció la movilización de los fieles: “Con
seguridad, las reacciones de protesta por la clausura no se harán esperar. Sin
embargo hay que mantener una posición clara y firme en defensa de los valores
éticos y espirituales”.
En el centro, el collage "Catalino", de la exposición Difícil de leer, entre mi luto y mi fantasma, de Marco Alvarado. Foto de William Orellana, El Telégrafo. |
En agosto del año pasado, en Quito,
la obra “Milagroso altar blasfemo” fue, literamente, borrada de la exhibición colectiva La intimidad es política [Ver en este
blog: Arte,
blasfemia y censura], por presión de la Curia y acción del Municipio del
Distrito Metropolitano. A mediados de noviembre, también del año pasado, en el
Museo de las Conceptas, en Cuenca, un joven agredió el collage “Catalino”,
parte de la muestra Difícil de leer,
entre mi luto y mi fantasma, de Marco Alvarado, y, por presiones de las autoridades
eclesial y municipal, el museo procedió a desmontar la exposición. La autoridad
municipal no sancionó al agresor. Como en tiempos de la Inquisición, el poder
eclesial y su brazo ejecutor, el poder civil, han actuado de forma sincronizada
en estos tres casos de censura al arte, cobijados bajo leguleyadas municipales.
La Ley Orgánica de Cultura, al definir
los derechos culturales en su artículo cinco, literal “e”, define la “Libertad
de creación” así: “Las personas, comunidades, comunas, pueblos y nacionalidades,
colectivos y organizaciones artísticas y culturales tienen derecho a gozar de
independencia y autonomía para ejercer los derechos culturales, crear, poner en
circulación sus creaciones artísticas y manifestaciones culturales.” Asimismo, en
su artículo cuatro, señala como uno de los principios rectores de la Ley, el de
Pro-cultura: “En caso de duda en la aplicación de la presente Ley, se deberá
interpretar en el sentido que más favorezca el ejercicio pleno de los derechos
culturales y la libertad creativa de actores, gestores, pueblos y nacionalidades;
y de la ciudadanía en general.”
No se debería argumentar desde las particulares creencias religiosas lo
que está permitido o no en materia artística y literaria. Y menos utilizar, a
través de la presión del poder institucional de la Iglesia, a la autoridad
civil para que se convierta en el brazo ejecutor de la censura. El que sienta
que una obra es ofensiva para sus creencias religiosas que no vaya a verla o
que no la lea. Los colectivos religiosos, por supuesto, tienen la absoluta
libertad para criticar, pública o privadamente, la obra artística y recomendar,
llegado el caso, que los feligreses de su culto no la vean o no la lean. Lo que
no pueden, porque va en contra la Ley y de los principios constitucionales, es
impedir la libre circulación de las creaciones del arte y la literatura, aunque
aquellas estén alejadas de sus gustos y, doctrinalmente, en contra de sus creencias
religiosas.
El quinto tratado, “Como Lázaro se asentó con un buldero, y de las cosas
que con él pasó”, de El lazarillo de
Tormes, comienza con una definición clarividente frente a las estafas que
llevan a cabo los mercaderes de bendiciones, reliquias y otras imaginerías
religiosas que, abusando de las creencias religiosas de las personas,
convierten la fe en un negocio de fetiches:
En el quinto por mi ventura di, que
fue un buldero [clérigo que predicaba las bulas de la Cruzada y recaudaba su producto], el más
desenvuelto y desvergonzado y el mayor echador de ellas que jamás yo vi ni ver
espero, ni pienso que nadie vio, porque tenía y buscaba modos y maneras y muy
sutiles invenciones.
El Lazarillo de Tormes también engrosó el Index (1564), de la Inquisición española, pero, afortunadamente,
hoy se lee en el bachillerato como parte de nuestra tradición literaria. Al continuar
aupando, desde los pronunciamientos de la autoridad eclesiástica, la mentalidad
inquisitorial del siglo XVI, es como si el aggiornamento
de la Iglesia Católica, promovido desde Vaticano II, que determinó la
eliminación del Index por parte de
Paulo VI, en 1966, no hubiese existido. La cuestión de la moral, la ética y la
estética en arte y literatura ha sido y es un asunto de permanente debate, y no
se resuelve a través de la censura promovida por beatos con mentalidad de
inquisidores.
[1]
“Arquidiócesis de Guayaquil agradeció movilización que provocó clausura de Pop
Up Teatro Café”, El Comercio, edición
digital, 12 de enero de 2018, 15h25.