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Primera edición, 2014
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El grupo de los Tzántzicos, en el
Ecuador de los años 60, fue un movimiento literario insurgente que hizo del
parricidio una actitud intelectual y se definió a sí mismo como una alternativa
estética, ética y política frente a la cultura oficial. En su «Primer
manifiesto», bajo la consigna de transformar el mundo, expusieron parte de su
ideario: «Hemos sentido la necesidad de reducir muchas cabezas, (la única
manera de quitar la podredumbre). Cabezas y cabezas caerán y con ellas himnos a
la virgen, panfletos y gritos fascistas, sonetos a la amada que se fue, cuadros
pintados con escuadra y vacíos de contenido, twists USA, etc., etc.».
Como la casi totalidad de los
cenáculos intelectuales de aquella época, en el grupo de los Tzánticos no hubo
mujeres. Apenas cuatro poemas y un cuento escritos por mujeres aparecieron en
las páginas de Pucuna, la revista del grupo.
De esta falencia, que es estructural a la sociedad en la que se produce la
irrupción del tzantzismo, se vale Mónica Ojeda (Guayaquil, 1988), en La desfiguración Silva,
para presentarnos un personaje, llamado Gianella Silva, que habría integrado
dicho grupo como cineasta de cortometrajes, y a quien, según la novela, los
tzántzicos deben su nombre:
Se sabe también que,
durante una de esas reuniones de crítica cultural, en casa de dos pintores
amigos de Ulises, surgió el Movimiento Tzántzico; que la idea fue de Gianella,
quien propuso el nombre a partir del ritual indígena de los Shuar. También se
sabe que dijo algo parecido a esto: «Hay que reducir las cabezas de los
intelectualoides quiteños y encogerlas hasta que adquieran el tamaño real de
sus ideas».
Se dice que todos la aplaudieron.
La desfiguración Silva, de
Mónica Ojeda, es una deslumbrante novela cuya estrategia narrativa, como en un collage,
transforma una variada gama de géneros discursivos en un lenguaje literario que
se alimenta de la diversidad textual y se deconstruye a sí mismo. En una
cascada lúdica, a través de un trío de personajes, la autora inventa el
personaje de una artista, supuestamente desconocida hasta hoy, que habría
integrado el movimiento Tzántzico de los sesenta en Ecuador. Y, con la
invención de Gianella Silva, desde la crítica feminista, la autora llama la
atención acerca de la ausencia de la mujer en el panorama de nuestras letras,
en similar actitud crítica que la utilizada por Sonia Manzano en la novela ya
comentada.
La vida de Gianella Silva (1940-1988)
está narrada desde un inteligente juego de la metaficción: estamos ante un
personaje creado en la misma historia novelesca por otros personajes de la
propia novela: los hermanos Irene, Emilio y Cecilia Terán, construidos en la
tradición de los brillantes y singulares hermanos Glass, de J. D. Salinger.
Pero el juego es más profundo aún: en la novela existe otro personaje llamado
Gianella Silva, que es una fotógrafa de veinte años, amiga de los hermanos
Terán. Ambos personajes se disputan su existencia en la realidad de la ficción novelesca:
Gianella Silva, la fotógrafa, siente que debe defender su condición de persona
real, antes de que se descubriera la superchería de los hermanos Terán, frente
a la existencia del personaje de la cineasta tzántzica Gianella Silva que ya
está muerta, pero que le ha arrebatado su nombre. «La verdad, la única en este
desierto de repeticiones, es que mi nombre no es Gianella Silva: es Gianella
Silva».
La Gianella Silva, fotógrafa, se reconoce en su nombre, pero no en el nombre de
la cineasta tzántzica.
En su «Cuaderno de rodaje», el personaje de la novela de Ojeda, enfrentado al
personaje del guion de los hermanos Terán, se percibe como un ente que pierde
su configuración y que se diluye en la invención de la otra; y a partir del
juego de la transmutación de lo real en ficticio y viceversa, arribamos, desde
la diégesis, al título de la novela:
A Gianella Silva (la otra
Gianella Silva), la percibo como un parásito (quizás eso es lo único que
tenemos en común); se alimenta de mí a través de los Terán y, en el
proceso, se convierte en un ser real y yo en un personaje. Poco a poco (lo sé;
lo siento) me voy transformando en su desfiguración, en la representación
imperfecta y fragmentada de su imagen.
Los Terán juegan a hacerme desaparecer detrás de una
ficción.
Título: «La desfiguración Silva».
Los personajes de la novela viven en
el mundo del arte: estudian y enseñan teatro, cine y literatura. Esta situación
le permite a la autora desarrollar una serie de debates sobre el arte
conceptual y su validez, la relación entre la escritura cinematográfica y la
literatura, la moralidad del arte y los mecanismos de la violencia sobre los
cuerpos, el funcionamiento del mecanismo de las influencias, etc., con las
consiguientes referencias y juegos intertextuales de los que está poblada la
novela. Al mismo tiempo, esta variedad temática se expresa en una variedad de
géneros discursivos: entrevistas (retocadas y no), testimonios, cuaderno de
apuntes, el guion de un cortometraje titulado Amazona jadeando en la gran
garganta oscura, —que es un verso del poema «Formas», de Alejandra
Pizarnik—,
fotografías, poemas, un ensayo académico publicado en una revista cultural cuyo
nombre es un guiño a Guaraguao, revista de cultura latinoamericana.
La invención de Gianella Silva, la
cineasta tzántzica, se presenta como el elemento lúdico central de esta novela.
El capítulo «Papeles encontrados. Breve biografía de Gianella Silva (1940-1988)»
es un texto de ficción dentro de la ficción. Los hermanos Terán, Irene, Emilio
y María Cecilia, que se mueven como un trío indisoluble de estetas amorales,
que siempre anda tramando algo y utilizando a los demás para sus propios fines,
son los creadores de Gianella Silva. El trío la dota de una biografía, personal
y artística, a la que le falta la riqueza política del momento histórico en que
surgió el tzantzismo, de tal manera que los hermanos nos entregan una historia
novelesca, destinada a engañar al mundo ficticio, dentro de la ficción
novelesca de la que ellos también son personajes.
Al mismo tiempo, los cinéfilos
hermanos Terán se convierten en autores de la filmografía de Gianella Silva y
de su recepción crítica: inventan las sinopsis de los supuestos cortometrajes
de Silva al tiempo que inventan los comentarios que los tzántzicos escriben
acerca de la obra de aquella. De esta forma, los personajes de la novela
fabrican algunos elementos paratextuales y metatextuales de la novela. Luego,
convencerán a Michel Duboc para que escriba un artículo académico sobre esta
cineasta cuya obra se ha perdido. Y, no obstante que los hermanos Terán se
presentan como los autores del cortometraje Amazona jadeando en la gran
garganta oscura, dedicado a la memoria de Silva, lo incluyen en la
filmografía de esta última. Gianella Silva, la fotógrafa, comentará lo que le
dice Cecilia Terán, en términos de lo que para ella significa la disolución de
su propia identidad en el juego de espejos que representan Gianella fotógrafa /
Gianella cineasta tzántzica: «“De Amazona jadeando en la gran garganta
oscura se podría decir: este es el corto de Gianella Silva, el personaje
que lo ha escrito en los autores”, me dijo y, aunque parezca imposible, yo no
supe si hablaba de mí o de la otra».
Daniel, el profesor al que los
hermanos Terán tienden una trampa con el hallazgo de un guion, supuestamente
escrito por Gianella Silva, condena la falsificación de los ejemplares de Pucuna,
que llevan a cabo los hermanos. En cambio, el brasileño Duboc, amigo de Daniel,
que también es utilizado por los Terán e inducido por estos a escribir el ya
mencionado artículo académico sobre Gianella Silva, justifica a los hermanos
pues considera que lo hecho por ellos es un trabajo de arte conceptual digno de
admiración. Los Terán parecen sentirse como huérfanos que necesitan matar a su
padre muerto.
—La historia empieza con
la escritura —me dijo Duboc por teléfono—. Tienes que entenderlo o estás
jodido: lo que ellos querían era cambiar una parte de la historia, agregar una
mujer a los tzántzicos, una cineasta brillante en donde no hubo cineastas
brillantes; una mujer en donde solo hubo hombres y también inventar a la mejor
creadora que haya existido jamás en ese país de mierda. Son jóvenes que se
avergüenzan de no tener tradición, de no tener padres ni un pasado, o sí: de
ser hijos de una tradición que los caga en su puta madre.
La
cuestión en disputa tiene que ver con el tema recurrente de la verdad y la
mentira en la obra de arte, y, además, con la construcción de una tradición en
el marco de una historiografía artística y literaria que, para las demandas de
las generaciones presentes, carece de elementos significativos. Volvemos al
planteamiento parricida de los tzántzicos que estaban dispuestos a reducir la
cabeza de todos sus antecesores para destruir un pasado colonial. Sin embargo,
para los hermanos Terán, en distanciamiento ideológico de los planteamientos de
los tzántzicos, la invención de una tradición es solo un juego esteticista sin
historia, es decir, vaciado de la acción y militancia políticas que cohesionaba
al tzantzismo.
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Cadáver Exquisito Ediciones, 2017
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Un tipo de novela contemporánea es similar
a una colcha de retazos que se arma con fragmentos de diversa procedencia. La
novela de Mónica Ojeda está armada de aquella manera. Al interior de la novela,
«El cuaderno de rodaje, por Gianella Silva»
aparece como un capítulo, armado también como una colcha de retazos, que
incursiona en los debates contemporáneos sobre el lenguaje del cine y la
literatura y, al mismo tiempo, sobre la escritura como artificio
representacional del mundo, tal como lo plantearan Shklovski y Jakobson:
«Escribir no es natural. Escribir es ir contra la naturaleza inane de la
lengua».
Gianella Silva se ejercita en el mecanismo borgeano de crear una bibliografía,
es decir títulos sin obra como en el caso de Pierre Mernard, y, además,
reinterpreta a su modo al emblemático escritor del siglo veinte del Quijote,
cargándolo de una lectura contemporánea signada por la novedad:
Pierre Menard no es un
escritor, es un artista conceptual. Lo imagino en un museo de arte
contemporáneo exponiendo una página arrancada de Don Quijote de la Mancha
y firmándola con su nombre. Imagino a varios curadores discutiendo el genial
concepto de la literatura como un organismo pluricelular en el que sus células
(obras) interactúan necesariamente con otras, y por lo tanto, ninguna lectura
o escritura existe de forma independiente.
Pero Pierre Menard no es
un escritor, es un artista conceptual. Y eso hay que recordarlo.
La diversidad textual e invención de
la cineasta tzántzica Gianella Silva se conjugan con una multiplicidad de
referencias artísticas, literarias y cinematográficas que hacen de la novela un
desafiante juego intelectual. En este sentido, Marcelo Báez, que también ha escrito
la bioficción de un personaje inventado, señaló que la novela de Ojeda «es un
texto que no solo contiene teoría, sino que también genera teoría. En ese
sentido, la obra funciona como una teoría de la novela o una teoría de la
representación El texto en sí mismo contiene todas las coartadas teóricas sobre
cualquier tema que se le quiera cuestionar».
La desfiguración Silva, de Mónica Ojeda, es una novela de escritura
impecable e implacable que convierte al texto en un espacio que involucra a sus
lectores en un deslumbrante juego textual.
PS: Este texto es parte de mi discurso de incorporación como Miembro de Número de la Academia Ecuatoriana de la Lengua, el 25 de marzo de 2021. El discurso completo aquí: La novela como juego hipertextual
Ojeda, La desfiguración…, 64.