José María y Corina lo habían conversado en alguna de sus tardes de té y facturas: toda muerte engendra ausencias y cada ausencia es un pedazo de muerte que se adhiere para siempre a nuestra piel de solos.
(De El perpetuo exiliado, 2016).

domingo, marzo 08, 2020

Zenobia Camprubí en motocicleta

Estatua de Zenobia Camprubí en la Plaza del Marqués, en Moguer. (Foto del autor, noviembre de 2019).

Cabalgo motorizada
sobre mi Velocette LE 1952,
sin veleidades literarias;
pero mi cáncer se desvanece
y renace feroz,
y los rayos X no me alcanzan
para destruirlo,
mas, me hieren;
y Juan Ramón cae
mientras arranca
una rosa sin tocarla
y me arrastra consigo
hacia la sima irredenta
de su animal de fondo.

No tiene términos medios,
o está bien o está muy mal.
Y yo, carcomida
por un animal
deforme, implacable,
en el fondo de mi matriz,
mantengo la casa,
las cuentas en orden
y quiero una habitación
con ventana al mar
para que la luz
de mi noche quieta
me bañe con su vaivén
de sal y espuma.

Juan Ramón se consume
en su propio fuego,
y soy, tan solo,
una brasa que acude a él
con el bálsamo del refugio
para las llagas
de su deseante dios,
único y suyo.
El cáncer nos matará a los dos;
pero primero a mis huesos
y lo que duela de mi carne; a él,
su imposibilidad de ser en el mundo
sin su Zenobia:
yo, motorista, única y mía.

Este poema pertenece a la sección "Baladas para Aldonza", de mi poemario inédito Autorretrato, modelo 1959. Apareció en el número 295, de la revista Casa, de la Casa de las Américas, Cuba.

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