En la mañana del
viernes 24 de noviembre de 2000, llegué al mítico departamento de la calle
Bulnes 2009 y Santa Fe. Desde la boca del metro contemplé el edificio esquinero
de siete pisos y arquitectura afrancesada a lo Haussman y, luego de respirar
profundamente para calmar mi ansiedad, crucé la calle, llegué a la entrada y
toqué el timbre. Fue el momento en que empecé a imaginar vida y amores signados
por la política de cuarenta años del país. Con El perpetuo exiliado, he escrito una novela sumergida en la
historia, tras un proceso de investigación, de tal forma que la consciencia del
personaje y el espíritu de su época se sostienen en el sentido de lo histórico
que está imbricado en la literatura.
La primera tarea a la que uno se enfrenta al
abordar una novela con personajes históricos tiene que ver con el proceso de
investigación. Es curioso, pero en la academia se valoran los artículos en
revistas indexadas que exponen los resultados de una investigación. Hasta
ahora, no se ha posicionado la idea de que la investigación en artes desemboca en
un producto artístico. Y, sin embargo, la investigación de quien escribe debe
ser tan rigurosa como la de un historiador. Para el novelista, además de
documentar los hechos de la vida de su personaje, es fundamental recolectar
información acerca de la vida cotidiana de la época en la que su novela
transcurre.
En la medida en que la literatura construye
personajes en conflicto, la novela habitada por personajes históricos debe
proponer puntos de vista diferentes a los que abordaría, por ejemplo, un texto
de ciencias sociales. En mi caso, al trabajar la figura de Velasco Ibarra,
decidí que me enfocaría en la historia de amor entre aquél y Corina, su mujer,
y en novelar los momentos de derrota que lo llevaron a vivir más años en el
exilio que en su país, durante el transcurso de su vida política. Hay que hurgar
en el adentro del personaje: sentir sus anhelos, triunfos, derrotas, y también
sus miedos.
Asimismo, una novela cargada de historia implica
también una visión histórica y política sobre el personaje y el período
novelado. En Ecuador, las novelas escritas sobre Velasco Ibarra son, por lo
general, antivelasquistas. La tarea
que me autoimpuse fue la de escribir una novela que mostrara el sentido humano,
es decir, el lado privado, de un personaje público, y que se ubicara desde un
punto de vista testimonial evitando juicios políticos personales. Me parece que
quien escribe debe querer a su
personaje —lo que no implica estar de acuerdo con él—, y quererlo significa,
entre otras cosas, mostrarlo con piedad desde su intimidad y consciencia.
Somos frágiles cuando
nos llega el amor, de ahí que, la historia de un romance permite abordar las
luces y sombras del alma de un personaje. Por eso resulta tan estremecedora la
frase de Velasco Ibarra, cuando regresa a Quito, junto al cadáver de doña
Corina: «yo solo he venido a meditar y a morir». Esa frase fue la iluminación
que yo necesitaba para cerrar mi novela.
Publicado en Cartón
Piedra, suplemento cultural de El
Telégrafo, el 12.10.18
Las fotos del edificio donde vivía Velasco Ibarra las tomé en noviembre de 2000.
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