La inclusión del
relato de Nay y Sinar también es esencial en la composición de la novela. Si la
historia personal de María empieza en Jamaica, en el seno de una familia judía,
la novela María empieza en África, con el relato heroico de la vida de
Feliciana, cuando ella era una princesa africana y se llamaba Nay. Así, la
inclusión de la historia de Nay y Sinar (capítulos XL a XLIII) constituye una
desconstrucción del carácter inhumano de la esclavitud y, sobre todo, teniendo
en cuenta la fe religiosa de los personajes de la novela, esta historia es
también la puesta en evidencia del carácter anticristiano de la esclavitud y el
remordimiento profundo —en el sentido judeo-cristiano de la culpa— que
genera en la familia de Efraín su condición de esclavista, aun cuando el trato
que den a los esclavos sea paternal.
La narración de Nay
y Sinar, testimonio doloroso sobre las luchas tribales en África y la trata de
esclavos durante el siglo XIX, es pertinente a la estructura de la novela porque
nos retrata el pasado de un personaje y no solo devela el proceso horrendo de
la captura de esclavos sino que en esta singularidad queda visibilizada la
historia de todos los esclavos del Valle. El viaje de Nay en un barco
esclavista, desde África, coincide en Panamá con el regreso del padre de Efraín
junto a María, desde Jamaica. El padre de Efraín paga por Nay, que acababa de
alumbrar el hijo que tuvo con Sinar. Horas después le encarga a María, de tres
años, que se había encariñado con Nay, que le entregue la carta de libertad. El
norteamericano a quien le había pagado por Nay no comprende el proceder del
padre de Efraín, quien le responde: “…yo no necesito una esclava sino una aya
que quiera mucho a esta niña.”
Así es como Nay,
que luego se llamará Feliciana, y su hijo Juan Ángel se relacionan con la
familia de Efraín. Isaacs, por boca del narrador, nuevamente relativiza el
bienestar de quien no es enteramente libre y ha sido arrebatado con violencia
de su patria: “A los tres meses, Feliciana, hermosa otra vez y conforme en su
infortunio cuanto era posible, vivía con nosotros amada de mi madre, quien la
distinguió siempre con especial afecto y consideración.” (p. 231). La idea de esa conformidad de
Feliciana en cuanto era posible es siempre remarcada. Cuando Efraín es
todavía un niño, Feliciana le pide que le prometa que él los llevará a ella y a
Juan Ángel al África. En el momento de la muerte de Feliciana, Efraín se acerca
a la moribunda y le pronuncia a su oído su nombre verdadero: Nay.
En términos
estéticos, la historia de Nay se enlaza en paralelo con la historia de Ester:
ambas pertenecen a otro país, a otra cultura y son conversas al catolicismo.
Tanto Nay, bautizada como Feliciana, y Ester, convertida en María, mantienen el
orgullo de pertenencia a otra raza y ambas sufren un amor contrariado, aunque
en el caso de Nay, la pérdida de su amado se debe a la crueldad de la caza de
esclavos, y en el de María, a la presencia de una enfermedad incurable que
vuelve imposible la consumación de su relación con Efraín. Así, el relato
introducido aparentemente de manera arbitraria, se vuelve, a efectos de la
composición, pertinente para ampliar los niveles semánticos de estas dos
historias de amores tristes.
En términos
políticos, la inclusión del relato de Nay y Sinar quiebra la armonía ideológica
del particular sistema feudal, que aún tiene presencia esclavista, en el que
viven los protagonistas de la novela y que es el mismo que vive Colombia
durante la primera mitad del siglo diecinueve. Representa un instrumento
crítico forjado en el seno del propio cuerpo novelístico que, desde el discurso
del relato, cuestiona la realidad social no por disquisiciones filosóficas del
narrador sino por la fuerza simbólica de lo narrado. En este sentido, el relato
de Nay y Sinar permite una lectura de María como una novela nacional que
no intenta el ocultamiento de las contradicciones de la nación en ciernes sino
que las pone en evidencia y las vive como problemas inherentes al proceso de
construcción del Estado colombiano.
Doris Sommer, en un
texto ya canónico sobre las novelas fundacionales del siglo XIX en América
Latina, sostiene que el judaísmo de María y Efraín, “funciona como un estigma
proteico que condena a los protagonistas de un modo u otro, como ‘aristocracia’
de hacendados debilitada por la redundancia incestuosa de la misma sangre, y
también como disturbio racial entre los blancos” (Sommer, p. 226). A lo
largo de su ensayo sostiene —si bien a veces sobre interpreta aquello que el
texto novelesco dice—, que “la novela no es fundacional sino disfuncional al
demoler cimientos y cancelar proyectos en una crisis indisoluble…” (p. 233),
para concluir que “María o bien muere porque su judaísmo era una mancha, o bien
porque su conversión fue un pecado.” (p. 243)
En estricto
sentido, dado que el judaísmo es matrilineal, solo María es judía por cuando su
madre lo es; no así Efraín cuya madre es una vallecaucana católica, muy a pesar
del nombre hebraico y de la condición judía de su padre. Isaacs, además,
siempre estuvo orgullo de su ascendencia judía y confrontó con entereza a sus
enemigos políticos cuando éstos le enrostraron su judaísmo. En su poema “La
patria de Shakespeare”, fechado en junio de 1892, Isaacs refuerza con orgullo
su ascendencia hebraica: “¡Patria de mis mayores! Nobel madre, / De Israel
desvalido, protectora, / Llevo en el alma numen de tus bardos, / Mi corazón es
templo de tus glorias.” (Poesía, t.
II, p. 182). Atribuir la muerte de
María a su condición de judía conversa es una lectura que sobrepasa los niveles
significativos que se desprenden del discurso novelesco; estamos ante una lectura
teorética que busca que “el mal de María” calce como una anomalía en el marco
de los romances nacionales en el siglo diecinueve.
Justamente por la
ausencia de un discurso ideológico y político obvio es que María sigue
cautivando a sus lectores aún hoy. En disonancia con otras novelas románticas
que explicitan en sus texto narrativo determinadas tesis políticas, como Sab
y su discurso antiesclavista, Aves sin nido y su alegato contra el
celibato y la reivindicación indigenista, o Cumandá y el llamado a la
integración de los pueblos indígenas a la nación mestiza; la novela de Isaac se
centra en el desarrollo del drama amoroso de los personajes y, en lugar de
optar por la ascendencia cronológica, Isaacs optó por el desarrollo de lo que
ya estaba dicho desde un comienzo con el envío inicial de un narrador–compilador:
“A los hermanos de Efraín”.
Dado que la
historia amorosa se centra en la vida de los personajes y no en las
contradicciones sociales, la novela ha terminado por ser considerada como un
texto escapista, interpretando con ello que Isaacs pretendió escamotear
la realidad de su época. Esto último no se sostiene pues María fue
escrita por un intelectual completamente involucrado en las luchas políticas de
su patria. La inclusión del relato de Nay y Sinar -que constituiría, metafóricamente, un alegato contra la esclavitud- parecería poner en tela de juicio esa visión de una novela María ajena a la problemática social de su época. Ademas, no fue Isaacs, precisamente, un hombre que escamoteara la
confrontación ideológica y prueba de ello es el conjunto tanto de su obra como
de su praxis.