No se requiere ser especialista en fútbol para entender que un equipo recién armado, con técnico nuevo, con jugadores que empiezan a conocerse, no puede igualar de la noche a la mañana a otro que viene jugando como conjunto cuatro años atrás. Rubén Darío Insúa, como técnico, llevó a Barcelona al vice campeonato de la Libertadores de 1998 e hizo al Deportivo Quito, con problemas institucionales enormes, bicampeón nacional.
En el fútbol de hoy no existen soluciones mágicas: viene un nuevo técnico y necesitará tiempo para que el equipo juegue como él piensa que debe jugar; los jugadores deben conocerse para construir un conjunto y no individualidades con más o menos historia personal. Los hinchas esperamos que a Alex Aguinaga no le pidan el milagro de encontrar los huesitos enterrados por Makanaki desde el primer partido.
Trabajo con las divisiones de menores para crear la cantera de jugadores necesaria para los recambios, profesionalismo gerencial en la toma de decisiones sobre jugadores y cuerpo técnico, convocatoria a la hinchada para que aporte económicamente al club de manera regular, planificación al mediano y largo plazo, etc. Por supuesto que no estoy descubriendo el agua tibia: son los asuntos básicos que hoy día desarrollan los clubes que se mantienen en los primeros sitiales. En nuestro país, LDU de Quito es ejemplo impecable de un equipo conducido profesionalmente y los resultados están a la vista. Pero mientras Barcelona sea gobernado por un grupo de entusiastas —y nadie niega que sean hinchas de corazón igual que los de la Sur Oscura— que actúan como animadores de barras bravas y no como gerentes profesionales la crisis continuará.
La maldición de Makanaki no está en supuestos huesitos enterrados en el Monumental ni tiene la contra en la contratación de la Virgen de la Dolorosa como, para vergüenza ajena, anunció a comienzos de año el presidente del club. La maldición de Makanaki perdurará mientras Barcelona sea un equipo manejado por dirigentes que lo primero que piensan es en hacer carrera política usufructuando de la hinchada, que creen que una institución se dirige con el hígado y no con una planificación trabajada racionalmente, que carecen de la visión profesional que exige el fútbol de hoy y que pretenden armar un equipo en base a corazonadas o caprichos que responden a un malentendido ejercicio de la autoridad.
Si existe, la maldición de Makanaki está en el tipo de dirigentes que hoy conducen a nuestro Barcelona. Para consuelo de los que somos hinchas del Ídolo del Astillero, nuestra “sucursal en ultramar” cosecha todos los títulos posibles en el planeta tierra con el fútbol más alegre que se pueda ver en estos tiempos.