José María y Corina lo habían conversado en alguna de sus tardes de té y facturas: toda muerte engendra ausencias y cada ausencia es un pedazo de muerte que se adhiere para siempre a nuestra piel de solos.
(De El perpetuo exiliado, 2016).

lunes, diciembre 22, 2025

Rodrigo Borja Cevallos (1935-2025): el legado de su escritura

Rodrigo Borja Cevallos (Quito, 19 de junio de 1935 - 18 de diciembre de 2025). 
            Al referirse a la monumental Enciclopedia de la política (1997)[1], el escritor Jorgenrique Adoum dijo que aquella «… debía entrar en el Guinness Book of Records por ser el caso único de una enciclopedia escrita por una sola persona».[2] Leer la obra académica de Rodrigo Borja Cevallos (1935-2025) es un deleite intelectual por su escritura clara, pedagógica y profunda. Además, sus libros son un testimonio de la continua reflexión que Borja llevó a cabo sobre la teoría y praxis de la política, en el marco ideológico del socialismo democrático.

            En el prólogo de la Enciclopedia, Borja advierte que «escribir sobre temas e instituciones políticas es, inevitablemente, una tarea política, y no es posible hacerlo fuera de las convicciones ideológicas del autor. No obstante, he tratado de ser lo más objetivo posible en mis juicios. No sé si lo he logrado plenamente» (7). Borja describe académicamente los diferentes temas que aborda, enfrenta posiciones teóricas contradictorias, y cuando es necesario, él toma partido y así lo indica. Por ejemplo, cuando contradice las tesis de Francis Fukuyama sobre el fin de la historia y, por ende, el fin de las ideologías, Borja afirma: «Me temo que la propia afirmación de que las “ideologías han muerto” es, en sí misma, un acto ideológico muy claro. Es una aseveración que viene de la derecha […] Me parece que ocurre con ella lo mismo que con esa otra afirmación de que no hay izquierda ni derecha […] su sola aseveración es un síntoma de la posición derechista de su autor, interesado en descalificar la clasificación misma de las personas en función de su actitud frente al progreso social de los pueblos» (Tomo H-Z, 756).

Las entradas sobre la justicia social, la justicia social internacional —en la que comenta la innovadora pero fallida propuesta de la tasa Tobin—, o la izquierda nos dan una perspectiva amplia sobre su pensamiento y acción política que se conjugan en la consigna del partido que fundó: justicia social con libertad. Al analizar el tema de la democracia y electoralismo, Borja señala que «si no hay participación popular en la distribución de los bienes y servicios económicos no hay democracia o hay una democracia incompleta o restringida» (Tomo A-G, 316) y, al analizar históricamente el Estado de bienestar —frente al embate que sufre por parte de la derecha neoliberal y las izquierdas extremas— Borja concluye: «… durante la segunda mitad del siglo XX [el Estado de bienestar] cumplió una importantísima tarea económica y social en el ordenamiento de las colectividades más desarrolladas. Vertebró la convivencia social, impulsó el progreso económico y fomentó la equidad. Fue el instrumento de ejecución de los derechos económicos y sociales de la población, que de otra manera hubiera sido letra muerta» (Tomo A-G, 553).

Asimismo, ubica al socialismo democrático en el espectro de la nueva izquierda, de la que dice que persigue «eliminar o atenuar la marginación, las exclusiones sociales, la concentración del ingreso, los privilegios y las desigualdades, la aplicación de los prodigios de la ciencia en beneficio de minorías, el dogmatismo, el racismo, la xenofobia, la violencia y la injusticia social internacional» (Tomo H-Z, 823). Más adelante, encontramos las entradas socialdemocracia, socialismo y socialismo democrático que exponen, en términos académicos, su pensamiento político e ideológico, exposición que, en Borja, tiene el valor adicional de la acción política y el ejercicio del poder (Tomo H-Z, 1292-1299), que podríamos sintetizar en el siguiente enunciado: «El gran esfuerzo del socialismo democrático es conciliar —y en algunos lugares reconciliar— la libertad política con la seguridad económica y, en las sociedades rezagadas, la libertad política con el cambio social» (Tomo H-Z, 1296). La Enciclopedia de la política —disponible en línea en el enlace precedente—, es también un legado académico para profundizar el debate sobre el deber ser del socialismo democrático.

 

            Su libro Derecho político y constitucional (1971) es un texto de grandes virtudes pedagógicas que fue reeditado, en 1991, por el Fondo de Cultura Económica, de México.[3] En él, Borja expone la evolución histórica de la sociedad y analiza los diferentes conceptos sobre el Estado, su estructura, sus fines, características, los tipos de gobierno, la participación popular, etc. Mención aparte merece el capítulo XIII dedicado a las ideologías políticas por su claridad expositiva sobre los elementos propios y diferenciadores del liberalismo, el socialismo, el anarquismo y el fascismo. El título III sobre el Derecho que incluye una Teoría de la Constitución es un instrumento académico básico que debió ser consultado por tantos “opinólogos” que desbarraron durante el debate político a propósito de la Consulta del 16 de noviembre pasado. Pero lo que me interesa señalar es que, ya en este texto de comienzos de los años setenta, Borja planteaba lo que fue su marco ideológico político: «No planteamos la sustitución de los derechos sociales en lugar de los civiles y políticos, sino la suma de los derechos sociales a los políticos y civiles de las personas, de la misma manera que no creemos que la democracia socialista sea la sustitución de la democracia burguesa sino su superación […] Sustentar la libertad en la seguridad económica. De lo contrario, todo resulta ilusorio. Es, para muchos, la libertad de morirse de hambre» (346-347).

Rodrigo Borja también sabía contar historias. Las anécdotas autobiográficas de Recovecos de la historia (2003) tienen el ingrediente de lo interesante, pues asistimos al testimonio de un protagonista de nuestra historia que expone sus criterios de forma elegante y desenfadada, sin recurrir a un ghostwriter como tantos políticos y personajes famosos (Enciclopedia, Tomo A-G, 654-656). Resultan reveladores los episodios sobre el mural de Guayasamín en el Congreso y la llegada de Pinochet a Quito, el 18 de marzo de 1992. Un día antes de la posesión de Borja como presidente del Ecuador, el secretario de Estado, George Schultz, le pidió que interviniera para que Guayasamín modifique su mural. Borja le respondió que no podía hacer nada al respecto y Schultz le dijo que, entonces, no asistiría a la ceremonia, a lo que Borja ripostó: «¡Piénselo dos veces, señor Schultz, porque su ausencia hará famoso el mural en el mundo entero!» (320).

            Sobre la llegada de Pinochet, Borja cuenta que ni siquiera el entonces presidente de Chile, Patricio Aylwin, sabía del viaje del exdictador que, a la sazón, era comandante de las Fuerzas Armadas de Chile, pues Pinochet le había pedido vacaciones para viajar a Buenos Aires. Borja le dijo a Aylwin que no permitiría que el avión de Pinochet aterrizara en Ecuador, pero, Aylwin le pidió que no lo hiciera porque aquello pondría en peligro el naciente régimen democrático chileno. Cuenta Borja: «Fueron tan dramáticas sus invocaciones, que francamente me ablandaron. En ningún caso yo podría poner en riesgo la democracia de Chile, que tanta sangre y sufrimiento había costado recuperar a los demócratas chilenos […] Llamé a la prensa y declaré que este hombre “no era bienvenido” a nuestra tierra de libertad. Al fin y al cabo, también el Ecuador había visto desaparecer a siete de sus jóvenes en la sangrienta vorágine de la dictadura» (331).

En Recovecos, Borja cuenta que su primer libro, escrito hacia 1963, se llamó La isla ensangrentada y en él, con una amplia documentación y entrevistas que recopiló durante una estancia en la isla, analizaba la era de Trujillo, el megalómano dictador de República Dominicana. Borja llevaba los borradores para su transcripción en un maletín de cuero repujado que su padre le había regalado y los dejó en la camioneta que conducía ya que, antes de llegar a la oficina del mecanógrafo, decidió visitar a una muchacha a la que, en esos años, enamoraba. Al regresar, encontró rota la ventolera de la camioneta: «Por robarse el portafolio de cuero, los ladrones se llevaron mis papeles. ¡Dónde los habrían botado! Me senté en la acera. Se me fueron las lágrimas. No pude rehacer el libro porque no tenía copias de seguridad y las notas y recortes de periódicos que traje de la Dominicana, a medida que los iba utilizando, los echaba a la basura» (195).

Y, pese a su parco sentido del humor en público, en la entrada “graffiti” de su Enciclopedia, Borja cuenta lo siguiente: «Recuerdo que cuando se acercaba el fin de mi mandato presidencial en el Ecuador, en agosto de 1992, aparecieron las paredes de Quito pintadas con la siguiente leyenda: “Por cambio de oficio vendo uniforme de aviador, submarinista, tanquista, tractorista y tenista. Informes: Palacio de Gobierno». Era evidente una irónica alusión a las actividades que, como presidente de la República, realicé con frecuencia a bordo de naves supersónicas, submarinos o tanques, para conocer por dentro la vida militar y sus riesgos» (Tomo A-G, 681).

Entre un libro perdido a los veintiocho años y una obra monumental luego de su presidencia, la escritura de Rodrigo Borja, que fue miembro de número de la Academia Ecuatoriana de la Lengua, es un legado no solo de su cosmovisión política e ideológica, en la que se combinan su formación académica y su práctica política, sino también un testimonio en primera persona sobre su servicio al país.  



[1] Rodrigo Borja, Enciclopedia de la política, [1997], 2 tomos, A-G y H-Z, 3ra. ed. (México D.F.: Fondo de Cultura Económica, 2002).

[2] Rodrigo Borja, Recovecos de la historia [2003], 5ta ed. (Quito: Dinediciones, 2016), 536-537.

[3] Rodrigo Borja, Derecho político y constitucional [1971], 2da. ed. (México, D.F.: Fondo de Cultura Económica, 1991).

 

lunes, diciembre 15, 2025

Notas de lectura III

Como lo indiqué en mi entrada del 9 de diciembre de 2025 y en la del 13 de enero de 2025, bajo el título de Notas de lectura compartiré mis reflexiones en formato de reseñas breves.

 

La correspondencia de Benjamín Carrión

 

            El Centro Cultural Benjamín Carrión publicó, en el 2023, cuatro volúmenes de la correspondencia de Benjamín Carrión con personajes del mundo cultural ecuatoriano entre 1945 y 1959. El esfuerzo que supone la selección, digitalización y organización de la abundante correspondencia de Carrión es de por sí un trabajo loable que fue llevado a cabo por el infatigable Luis Rivadeneira A.

            La correspondencia está organizada por el nombre de los personajes que la generaron, aunque la mayoría de las veces no incluye, por razones obvias, la respuesta de Carrión. Los temas que tocan son de lo más variado: cuestiones literarias y culturales, pedidos específicos de publicaciones y otros favores, comentarios sobre publicaciones y hasta cuestiones domésticas de amigos comunes.

            La introducción al volumen I, «Benjamín Carrión, en otro tramo de su correspondencia» se refiere, sobre todo, al proceso cultural que desembocó en la fundación de la Casa de Cultura Ecuatoriana y otros quehaceres diplomáticos y políticos de Carrión. Rescato la carta de Carrión a Pedro Jorge Vera, del 7 de febrero de 1945, en la que reconoce el papel protagónico que tuvo Alfredo Vera Vera, que fuera ministro de Educación de La Gloriosa, en el nacimiento de la Casa y que cito inextenso:

 

Es verdad. Con Alfredo Vera, alto y robusto espíritu de la nueva cultura nacional, concebimos y elaboramos el proyecto de fundación de la Casa de la Cultura Ecuatoriana. Porque él y yo pensamos que, para rehabilitar —para resucitar debiera decir— esta patria nuestra, que nos la asesinaron en cuerpo y en espíritu, llevándola a la derrota sin batalla y a la vergüenza sin acción, ningún medio mejor que facilitar, dar vitalidad al esfuerzo de cultura que, sin apoyo o, lo que es peor, escarnecido y fustigado, tendía a morir o a enfangarse en la inmoralidad, en la venalidad, en el proclive palaciego y áulico. Porque Vera y yo pensamos que un país empequeñecido territorialmente por la cobardía debía tratar de engrandecerse, más que por un esfuerzo bélico, en el que podemos ser fácilmente superados, o por medio de una diplomacia desgarbada y sin respaldo, mediante el civismo, la moralidad y la cultura. Por eso, entre los fines de la Institución, además de sus labores específicas tiene, de acuerdo con el Decreto que la fundara, «la exaltación del sentimiento nacional y de la conciencia del valor de las fuerzas espirituales de la Patria». O sea, convalecer aquello que está agonizante y que, al morir, arrastrará consigo a la nacionalidad misma. Vera y yo pensamos que ningún servicio mejor podíamos prestar a la patria que este.[1]

 

En síntesis, este archivo de las cartas de Carrión con personajes ecuatorianos, en cuatro tomos, está a disposición del gran público. Asimismo, está a la espera de quienes se dedican a la investigación para que las lean y a organicen temáticamente o según los intereses académicos respectivos, y que rastreen en ellas el devenir cultural y literario del país alrededor de mediados del siglo veinte en torno a la figura emblemática de Benjamín Carrión.

  

 «Dos cuentos», dos expresiones artísticas 

 

En pequeño formato, dos expresiones del arte: padre e hijo, escritor y artista plástico. El libro Dos cuentos, de Francisco Proaño Arandi, es una pequeña joya: el arte gráfico de Ernesto Proaño Vinueza ilustra dos textos de su padre que, a su vez, dialogan intertextualmente con Kafka y Borges, y con Melville.[2]

«Borges y Kafka» especula sobre un encuentro entre los dos escritores, en algún lugar de la ciudad: «A K le será difícil, si no imposible, atravesar la masa compacta de cortesanos que asisten, testigos privilegiados, a la muerte del emperador […] Borges se extraviará, volverá una y otra vez sobre sus propios pasos, rastreador del secreto que esconde la alucinante ciudad». El cuento es una síntesis de las preocupaciones estéticas y existenciales de los dos escritores que lo protagonizan, de tal forma que el diálogo intertextual es diáfano y sugerente. Los retratos icónicos de Kafka y Borges realizados por el artista, siluetados en blanco, negro y tonos de grises sobre planos urbanos difusos, asfixiantes como los laberintos de la burocracia y la existencia, imprimen un ambiente que potencia en la gráfica el texto del cuentista.

Igual sucede con «Ahab en la ciudad», un cuento sobre el extravío del capitán y la ballena y la presencia fantasmal de Bartleby, el escribiente, y una urbe de edificios destartalados, «como lo soñó Melville: inmóvil, hierático, eternamente incólume y erguido…». Un cuento que es una meditación sobre la crueldad de la urbe y su afán de dinero: el centro financiero es una ruina y sobre ella, la ballena y Ahab se encuentran tras perder esa parte de uno mismo que todos andamos buscando. En las ilustraciones, la ballena, el barco, los marineros y Ahab, con su pata de palo: todos parecen danzar en sombras blancas sobre el mar negro de la página hasta permanecer «triunfante en su perpetua inmovilidad vertical».

Dos cuentos, de Francisco y Ernesto Proaño, conjuga dos expresiones del arte: la escritura y la ilustración gráfica. Un pequeño libro-objeto en el que el artista envuelve las palabras del escritor y estas, a su vez, irrumpen en la ilustración; así, el objeto artístico, hecho de palabras y gráfica, crea una atmósfera onírica que nos sumerge en dos cuentos poblados de fantasmas literarios que se vuelven verdad de la ficción en los textos que estamos leyendo y cuyas ilustraciones los iluminan. 


«Paulina: Impresiones y recuerdos»:

recuperación de un relato del siglo XIX

           

Paulina: impresiones y recuerdos, de Cornelia Martínez Holguín, fue publicado, por primera vez, en el sexto número de La Revista Ecuatoriana, el 30 de junio de 1889. Este relato fue reeditado el año pasado por la Editorial de la Universidad Nacional de Educación, UNAE, y El Fakir, en una edición crítica, cuidada con rigor académico y mucho esmero editorial, a cargo de Álvaro Alemán, miembro de número de la Academia Ecuatoriana de la Lengua.[3]

            La edición de Alemán, que optó, acertadamente, por modernizar la ortografía, incluye notas que comparan el texto de 1889 y el de su segunda publicación, en 1948, en Los mejores cuentos ecuatorianos, antología elaborada por Inés y Eulalia Barrera, así como observaciones contextuales que contribuyen a una mejor comprensión del relato. Al final del libro, los editores nos entregan un regalo bibliográfico que es la publicación original del relato en La Revista Ecuatoriana, a la que se puede acceder mediante un código QR.

            Tengo dos observaciones a la edición de Álvaro Alemán. La primera es sobre el título del relato ya que este, en La Revista Ecuatoriana, es «Paulina. (Impresiones y recuerdos)». Hay una ostensible diferencia entre el tipo y tamaño de letra de Paulina, que está en negrita, y la información añadida entre paréntesis: (Impresiones y recuerdos). ¿Por qué eliminar el paréntesis e integrar la información añadida como si fuera parte del título mediante el uso de los dos puntos? En este libro no hay explicación del editor sobre la decisión de modificar el título.

La segunda tiene que ver la definición de este texto como novela. Paulina: impresiones y recuerdos es un relato que ocupa nueve páginas y media (229-239) en el número ya citado de La Revista Ecuatoriana, así que resulta forzado llamarla novela. De hecho, Inés y Eulalia Barrera incluyeron a Paulina en una antología de cuentos. Alemán acepta que el siglo XIX posiciona a la novela como género literario, sobre todo en Europa, aunque señala que en América Latina y Ecuador los primeros ejercicios novelescos son escasos y tentativos. Sin embargo, para 1889, la novela en el continente ya tenía abundantes títulos: desde El Periquillo Sarniento, de José Joaquín Fernández de Lizardi, (1816), pasando por Sab, de Gertrudis Gómez de Avellaneda, (1841), Amalia, de José Mármol, (1851-1855), María, de Jorge Isaacs, (1867), la misma Cumandá, de Juan León Mera, (1879), hasta Aves sin nido, de Clorinda Matto de Turner, (1889), publicada el mismo año en que apareció «Paulina», de Cornelia Martínez, entre los más conocidos. La forma del género novela ya estaba definida por lo que resulta forzado llamar novela a un texto que, en una carta a Cornelia Martínez, citada por el mismo Alemán, su primo Juan León Mera llama, en el mejor de los tonos, «hermosa y delicada historieta» (74)

Por lo demás, esta edición de Paulina: impresiones y recuerdos, a cargo de Álvaro Alemán, es un trabajo de investigación meticuloso y admirable que le permite a su editor reflexionar no solo sobre el sentido cultural de un relato que da cuenta de una escritura de características románticas y modernistas, sino también sobre el lugar de la mujer escritora a finales del siglo diecinueve en el Ecuador. Asimismo, esta edición a cargo de Álvaro Alemán, a disposición del público en el portal de la editorial de la UNAE, es un ejemplo de la importancia de recuperar estos textos poco conocidos para, con más información y acuciosidad, ampliar la mirada y el debate críticos sobre nuestra historia literaria.



[1] Benjamín Carrión, «A Pedro Jorge Vera, 7 de febrero de 1945», en Correspondencia V, Cartas ecuatorianas 2, Tomo IV (Quito: Centro Cultural Benjamín Carrión, 2023), 245.

[2] Francisco Proaño Arandi, Dos cuentos, colaboración gráfica y editorial con Ernesto Proaño Vinueza (Quito: Sacatrapos, 2025). Los dos cuentos aparecieron originalmente en Historias del país fingido (Quito: Eskeletra, 2003), con el que Proaño ganó el Premio Joaquín Gallegos Lara 2003.

[3] Cornelia Martínez, Paulina: impresiones y recuerdos, edición crítica, estudio y notas de Álvaro Alemán (Azogues: Editorial UNAE / El Fakir, 2024).

 

lunes, diciembre 08, 2025

Las incómodas Drag Queens del Museo de la Ciudad

El colectivo Up-Zurdas presentó «AristócRatas: crónica de una Marica incómoda» en el Museo de la Ciudad, de Quito. (Foto del Museo de la Ciudad)

«No soy Pasolini pidiendo explicaciones / No soy Ginsberg expulsado de Cuba / No soy un marica disfrazado de poeta / No necesito disfraz / Aquí está mi cara / Hablo por mi diferencia / Defiendo lo que soy / y no soy tan raro».[1] Así comienza el «Manifiesto (Hablo por mi diferencia)» del escritor y activista chileno Pedro Lemebel. El espíritu lemebeliano estuvo presente en el espectáculo «AristócRatas: crónica de una Marica incómoda», del colectivo Up-Zurdas, en el Museo de la Ciudad, de Quito. El espectáculo también celebraba un aniversario más de la despenalización de la homosexualidad en Ecuador que ocurrió el 25 de noviembre de 1997, «cuando el Tribunal Constitucional emitió una sentencia en el Caso 111-97-TC en que declaró inconstitucional el primer inciso del artículo 516 del Código Penal, que tipificaba las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo como un delito con una pena de cuatro a ocho años de reclusión». La puesta en escena se dio en una de las salas del museo que es la antigua capilla del Hospital San Juan de Dios, lo que ha causado una reacción escandalosa de sectores conservadores que consideran una ofensa a la religión católica la presentación de una obra teatral de Drag Queens en dicho espacio. Según comentó Mota Fajardo fundadora de la colectiva Pacha Queer, que existe desde 2013, en el programa Kike Shou del 4 de diciembre pasado, la obra pone en discusión las violencias estructurales que la población sexo-génerica diversa ha tenido que vivir históricamente tales como la falta de acceso a la familia, al trabajo, a la educación, etc. Como resultado de esa violencia estructural, según un informe de WOLA, el promedio de vida de una persona trans en América Latina es de treinta y cinco años. Entonces, ¿qué es lo que incomoda de la representación de «AristócRatas: crónica de una Marica incómoda»? Ciertos voceros de la derecha, que se dan golpes de pecho como beatos de mentalidad colonial, dicen que la obra se realizó en un recinto sagrado. La verdad no puede convertirse en un detalle menor: en realidad, la capilla del Museo de la Ciudad es una pieza de museo que está desacralizada desde 1998. Es cierto que su valor simbólico permanece en el imaginario social, pero, en términos teológicos, no estamos ante un acto sacrílego ni blasfemo porque, en realidad, no se ha profanado ningún lugar sagrado. ¿Se pudo montar la obra en otro espacio del museo? Seguramente, y eso hubiese evitado que se utilice la religión con fines políticos y partidistas, y que se alboroten los voceros del discurso homofóbico que, cuando llega a la calle, alienta los crímenes de odio. Enseguida, surgen otras preguntas: ¿Se pueden ejecutar en esta sala conciertos de música profana como el Carmina Burana o La consagración de la primavera? ¿Estaría bien realizar una sesión fotográfica con una modelo para una revista? ¿Y recitar poemas de Baudelaire en esmoquin? ¿Se debe permitir una exhibición de la obra de León Ferrari que incluya la icónica instalación «La Civilización Occidental y Cristiana» (1965) que es una obra que muestra a Cristo crucificado en la parte inferior de un bombardero estadounidense utilizado en la guerra de Vietnam? El problema es complejo porque las respuestas a estas preguntas implicarían una lista de permisos y prohibiciones, cuestión que desdice de la libertad artística que debe imperar en un museo. Sin embargo, hay que anotar que una curaduría artística sí debe tomar en cuenta cuál es el valor simbólico de un espacio; más aún en este caso, pues se trata de una capilla católica y existe una feligresía que cree en sus símbolos religiosos. La raíz del conflicto tal vez esté en el uso de un espacio que es simbólicamente religioso como si fuera un espacio cultural secular. No obstante, la agenda anti-derechos, impulsada por el trumpismo a nivel continental, no tiene límites: lo que les incomoda, en realidad, es la existencia misma de cuerpos y sexualidades diversas, no importa en dónde se presenten: ya sea en un desfile callejero el día del Orgullo, ya sea en la atención de una ventanilla de banco, ya sea en el ejercicio de la docencia, ya sea en la fiesta de Navidad de la familia, ya sea en una sala de teatro, y así, en cualquier parte. Y si bien las disculpas que ofreció el alcalde de Quito, a quienes se sintieron ofendidos, apaciguó el alboroto, por el momento, su postura política deja, en cierta medida, en la indefensión a la comunidad LGBTI+, pues, al final del día, esta termina siendo culpable de existir. Pensemos que hace solo veintiocho años, ser homosexual era un delito que se castigaba con una pena de prisión mayor que la que entonces tenía un conductor que matase a alguien manejando borracho. El espíritu colonial de los curuchupas sigue vivo a pesar de las proclamas de modernidad y las consignas libertarias. Este episodio me recuerda lo que Agustín Cueva, en 1967, al final de su texto clásico Entre la ira y la esperanza, escribió «Desde su edad de piedra, la Colonia nos persigue. Mata todo afán creador, innovador, nos esteriliza. Hay por lo tanto que destruirla».[2] Pero no es solo un problema cultural: el discurso homofóbico y anti-derechos pretende instalarse como voz dominante y no cejará en su cruzada de odio. Frente a ello, es necesario que el arte y la literatura continúen incomodando. Y entender, por supuesto, que la lucha de la comunidad LGBTI+ por la aceptación de la diversidad sexual es una lucha por la vida.   



[1] Pedro Lemebel, Loco Afán. Crónicas de sidario (Santiago: Lom Ediciones, 1997), 83-90. Lemebel leyó su «Manifiesto» en un acto político de la izquierda en septiembre de 1986, en Santiago de Chile.

[2] Agustín Cueva, Entre la ira y la esperanza [1967] (Quito: Editorial Planeta, 1987), 153.