José María y Corina lo habían conversado en alguna de sus tardes de té y facturas: toda muerte engendra ausencias y cada ausencia es un pedazo de muerte que se adhiere para siempre a nuestra piel de solos.
(De El perpetuo exiliado, 2016).

sábado, febrero 08, 2014

"Lo erótico es la sexualidad conflictuada, la pregunta sobre la intimidad del ser humano"





Por Santiago Aguilar Morán / @literatango
Entrevista realizada en Bogotá, el jueves 23 de enero de 2014

Candidato a doctor de la Universidad Pablo de Olavide, de Sevilla, embajador de Ecuador en Colombia, Raúl Vallejo ha trashumado en la narrativa ecuatoriana jugando siempre con el erotismo. Según sus propias palabras, Vallejo se compromete “con la estética y la ética de un tiempo en que el arte lucha por no convertirse en mercancía y la ética por sobrevivir al cinismo, asesino de utopías desde la pragmática del mercado”.
Raúl Vallejo deja de lado el traje, la corbata, abre las puertas de su casa, acaricia el lomo de sus perros diametralmente opuestos en su tamaño —un Gran Danés Boston y un Shih Tzu—, le da un beso a su esposa, se sienta en su estudio y responde…

¿Qué estás leyendo, Raúl?

Ahora estoy trabajando en el siglo XIX, por lo tanto mis lecturas principales se sitúan en textos de aquella época. Estoy haciendo una investigación que va de comienzo del siglo hasta finales para desarrollar una idea: el XIX es un siglo básicamente romántico en el que la idea del héroe como patriota y como amante está presente no solamente en los personajes de la literatura sino también en los personajes que han sido parte de la historia. He hecho, para el primer capítulo de mi tesis, una investigación sobre las cartas de Manuela Sáenz y Bolívar y cómo esa relación afectiva está atravesada por la lucha patriótica, por la política.
Recientemente, acabo de leer El progreso del amor, de Alice Monroe —pero todo el mundo parece que está leyendo sus cuentos desde que ganó el Premio Nobel—; también terminé la Trilogía de Nueva York, de Paul Auster.

¿Cómo es ese momento en que Raúl Vallejo se enfrenta al papel en blanco?

La escritura es un proceso sui géneris y me imagino que cada escritor tiene sus ritos, sus maneras de vencer el miedo… hay un temor que tiene que ver con la posibilidad de encontrar la forma expresiva de lo que uno quiere decir: me parece que cuando se tiene una idea de qué es lo que se quiere escribir el temor más grande es si el tono en el que uno lo está diciendo, es el tono adecuado, si es el tono que posibilitará la comunicación con el lector. Creo que el problema, en mi caso en particular, no es tanto la historia que uno quiere contar. Primero, uno se pregunta si esta historia le interesará a alguien. Segundo, si quiero que le interese a alguien cómo la tengo que contar, cómo la tengo que decir. Y, luego, hacer que ese “cómo” se plasme en la escritura. Creo que esa es toda la historia de los miedos y el temor. Obviamente, el trabajo de la escritura es muy silencioso, muy privado. Yo tengo mis ritos: oigo música, dependiendo de lo que esté escribiendo la música difiere. Al mismo tiempo, requiero de un espacio en el que esté rodeado de libros, silencioso, íntimo y, sobretodo, necesito estar exento de los ruidos de las llamadas redes sociales. Me parece un contrasentido —aunque para otros puede ser una forma de liberarse de ese miedo— pero andar tuiteando lo que uno escribe me parece que es parte de una cultura del espectáculo a la que no pertenezco y a la que no quiero pertenecer tampoco.

Eres un escritor que ha vivido entre dos siglos, ¿qué queda del Raúl Vallejo de Ópera prima en el de Pubis equinoccial?

Bueno, en realidad no son dos siglos, son milenios (risas). Obviamente, sí hay cosas que cambian culturalmente, incluso culturalmente en la manera de escribir. Yo me acuerdo que escribía a mano, luego se pasaba a máquina de escribir; de esa máquina de escribir se corregía y luego se volvía a pasar a máquina. Hoy en día, en particular escribo a mano básicamente apuntes es decir, uno escribe directamente en el computador por una razón, porque en la computadora uno escribe un párrafo y le da diez vueltas y termina corrigiendo y eso vuelve al proceso de escritura algo totalmente distinto. La tecnología instrumental ha modificado sustancialmente la actitud hacia la escritura. Creo que todos finalmente tenemos nuestra libreta de apuntes. Esta libreta de apuntes puede ser, efectivamente, una libreta de apuntes o puede ser la función de notas del celular. Yo veo que los instrumentos van modificando lo formal pero tal vez lo que queda de manera permanente es la actitud atenta que normalmente tiene un escritor o una escritora.

Breves respuestas para cuestiones cotidianas

¿Una ciudad?
Yo escogería una ciudad del mar… Manta, porque es de mar, es la ciudad donde nací, es una ciudad donde yo quisiera regresar.

¿Cómo enfrentas el tema de la muerte?
La verdad es que no pienso en ella. Tal vez no tengo la edad para pensar en ella y eso hace que sea algo distante más allá de que uno la sufre cuando los seres queridos fallecen. La muerte no es una preocupación, creo que más es una preocupación para mí la vida antes que la muerte como tal.

¿Un libro?
El Quijote

¿Un escritor?
Heinrich Böll

¿Una película?
Casablanca

¿Una canción?
“Hoy mi deber”, de Silvio Rodríguez

¿A qué le temes, Raúl?
Le temo a no ser consciente de los errores, de la soberbia, a la incapacidad de ser autocrítico con uno mismo

¿Una mujer?
La verdad es que no hay una mujer, no creo en eso, no creo que hay la mujer. Creo que hay distintas mujeres que se ubican en la vida de uno, de diferente modo y son mujeres en particular.

¿Cuál es tu mejor texto?
Espero que sea el que está por venir.

Conversatorio sobre "Literatura y erotismo", a propósito de Pubis equinoccial, con Andrés Grillo, crítico literario de la revista Soho, en  la librería del Fondo de Cultura Económica, en Bogotá, el 22 de agosto de 2013.

El erotismo atraviesa toda su narrativa. Recuerda como anécdota que mi primer libro, un libro de colegial que se llamó Cuento a cuento cuento que fue acusado de ser pornográfico, y fue un libro escrito a los 16 años. Para él, el tema del eros, del amor erótico ha estado siempre presente en su narrativa.

¿Cuál es la línea de frontera entre lo erótico y lo pornográfico en Pubis equinoccial?


Lo que pretende Pubis Equinoccial es mostrar múltiples perspectivas sobre lo erótico en un libro. Es un libro en el que todos los cuentos están atravesados por el sentido de lo erótico, en general del eros y en donde el lenguaje es una provocación llevada al extremo, ese extremo en el que se funde lo erótico, lo obsceno, lo pornográfico y eso determina un severo cuestionamiento a la interioridad del ser humano. Yo creo que Bogotá no ha influido en eso para nada. Digamos que las ciudades de mar, las ciudades calientes tienen fama de ser más eróticas que las ciudades frías, digo, es fama. El eros pertenece al ser humano y puede darse en un iglú, puede darse en la selva Amazónica, no creo en la condición geográfica.
Hay algo muy claro: lo erótico siempre es la sexualidad conflictuada, siempre implica necesariamente que hay una pregunta sobre esa esfera íntima del ser humano. Lo pornográfico es la genitalidad obvia. Entonces, en lo pornográfico no importa el conflicto lo que importa es mostrar la genitalidad en la gimnasia sexual. En lo erótico no. En lo erótico lo principal es de qué manera esta esfera del ser humano influye o es parte de su espíritu, influye en sus relaciones y de qué manera lo conflictúa frente al otro. Creo que aquí hay una línea muy clara de división de lo uno y lo otro.

Publicado originalmente en el portal electrónico de la Agencia de Noticias Andes. http://www.andes.info.ec/es/noticias/raul-vallejo-erotico-es-sexualidad-conflictuada-pregunta-sobre-intimidad-ser-humano.html

miércoles, febrero 05, 2014

Los límites éticos del humor


Caricatura de Quino: humor crítico acerca del poder de la prensa

            ¿Tiene algún límite el humor? Desde el liberalismo ideológico de la posmodernidad se pretende la canonización del humor como un espacio de la irreverencia sin límites. Y, sin embargo, el arte, en general, tiene el límite ético de lidiar con la verdad del artista y la verdad de la obra así como con las repercusiones sociales de sus planos significativos. En ese marco, el humor, ya no entendido como una manifestación carnavalesca de lo popular, sino como una elaboración ideológica y política tiene, paradójicamente, serias responsabilidades y límites éticos. 

Caricatura homofóbica: La Prensa, Nicaragua, 10.04.12
El humor facilón basado en los prejuicios sociales ha sido sancionado socialmente no solo por los grupos agredidos sino por la solidaridad con la Otredad. Me refiero a ese tipo de humor que, basado en los prejuicios sexuales de todo tipo, suele representar las diferentes opciones sexuales de forma denigrante. Ejemplo de lo dicho es la caricatura de la homosexualidad masculina con la representación escénica de “la loca”, o de las personas trans con imágenes de travestismo grotesco. No hay que olvidar la discriminación de tipo sexista en que la mujer es mostrada como un ser voluptuoso para recreación del hombre, tal como aparecía en los programas del gordo Porcel. Existe también el estereotipo regional: pastusos, gallegos o polacos son pueblos objeto de diversos niveles de agresión mediante chistes que los caracterizan como tontos. Distinto es cuando la burla humorística proviene de alguien perteneciente al grupo social objeto de ella y se convierte en una forma de autocrítica basada en el humor sobre uno mismo.

Típica caricatura antisemita
También es conocida, desde los estudios sicológicos, la carga de agresividad que contiene el chiste y esa agresividad esconde, en muchas ocasiones, no solo rencores profundos contra el blanco del chiste sino, ya en el plano social, prejuicios de toda laya en contra de un grupo social determinado. En el plano cotidiano, las bromas sobre las personas ‘que nos caen mal’ suelen develar niveles reprimidos de odio y se ejecutan como formas taimadas de venganza. En el plano político, la caricatura de los judíos, por ejemplo, dibujados como seres codiciosos, faltos de compasión y de aspecto repugnante ha sido utilizada de manera recurrente como elemento propagandístico de las campañas antisemitas. ¿En cuánto rebasa el límite de la ética de la aceptación al Otro, el humor antisemita del francés Dieudonné, sancionado legalmente por sus chistes racistas?

Caricatura racista: Panamá América 03.04.05
            Y está el humor político que puede expresar, entre múltiples opciones, una afirmación de principios o una crítica coyuntural. En todos los casos, sin embargo, es necesaria la fidelidad histórica frente a los hechos porque de lo contrario, la crítica humorística se convierte en una difamación, tan grave como los casos ya señalados. Habría que puntualizar que el humor político no se refiere únicamente a un gobierno sino también a los poderes fácticos. Los caricaturistas de los diarios, por lo menos en Latinoamérica, suelen concentrarse en la coyuntura y, mientras caricaturicen al político de turno del que, por lo general, el dueño del diario es opositor, todo marcha bien. Ese tipo de humor, en la práctica, es incapaz de criticar a los poderes fácticos: el mismo poder del que hacen gala los medios de comunicación; o el de los grupos empresariales que pretenden imponer posiciones monopólicas; o el de la Iglesia institucional.
            No es cierto, por lo tanto, que el humorista carece de responsabilidades éticas, políticas, sociales o legales; tampoco es cierto que, a cuenta del humor, cualquier cosa debe ser aceptada como verdad; y, finalmente, el límite ético del humor político —al igual que para el análisis académico—, está trazado por la veracidad de los hechos que utiliza para construir un mensaje político. Y nada de esto es chiste.

domingo, enero 12, 2014

Un éxodo sin tierra prometida


     Al comienzo parece el rescate de una comunidad de desplazados. Enseguida, nos damos cuenta de que se trata del horror sin fin de una guerra absurda. 430 personas son conducidas, a través de la selva, por unos hombres armados que ejercen sobre ellas todo tipo de violencia mediante conductas arbitrarias. Los pobladores no saben si son prisioneros o rescatados, ni hacia donde los llevan. Durante la marcha, se van dando cuenta de que son prisioneros de una guerra absurda y que solo pueden ser conducidos hacia la muerte. En medio este desplazamiento forzoso, Óscar Collazos (Bahía Solano, Chocó, 1942) construye, en su novela Tierra quemada (Mondadori, 2013) historias personales que humanizan esta narración de violencia asfixiante.
     Elena, el personaje principal de la novela, es una joven maestra que camina con Julieta, su hija de once meses, y su prima Elvira, una adolescente de 14 años “que ha enmudecido de pánico”. En ella se concentran las desventuras del éxodo y también la esperanza de la lucha por la vida; Elena no desarrolla su heroísmo como si fuera un personaje extraordinario: ella es una heroína de la cotidianidad que resiste, al borde de lo que humanamente es posible, la sevicia a la que los desplazados son sometidos. Elena, aún en la más dura de las humillaciones, mantiene la dignidad espiritual necesaria para tener el valor de continuar. El abuso sexual al que la somete el comandante Anselmo le enseña a utilizar su cuerpo para seguir con vida: “Con lo pendejos que son los hombres, son capaces de creer las declaraciones de amor de la mujer que están violando.” (p. 126). Es como si, durante la guerra, el cuerpo de la mujer fuera convertido en tierra quemada por la sevicia de los hombres.
       El ambiente que envuelve a los protagonistas de Tierra quemada es apocalíptico. Una selva devastada por la guerra; unos seres humanos deshumanizados por la violencia; unos combatientes que parecen zombis en tarea de exterminio a la humanidad. El Estado carece de presencia institucional y Dios es apenas un lejano recuerdo de cuando se podía creer. “Las ciudades habían sido blindadas en cada uno de sus flancos, impidiendo el acceso de refugiados del campo. […] El campo era a duras penas habitado por quienes sobrevivían en medio de la resaca de las guerras.” (p. 351). La maldad atraviesa la esencia de todos los bandos: las fuerzas regulares del Estado, la Empresa y los insurgentes, también llamados bandidos. A su paso, todo ser humano es considerado sospechoso de colaborar con el enemigo; la tierra y los seres vivos que la habitan son arrasados si así lo determina el miedo disfrazado de fuerza de los combatientes, sin que importe a qué bando pertenecen.
       Estamos ante una guerra carente de ideales que, por el carácter alegórico de la novela, podría ocurrir en cualquier parte pero que tiene una clara semejanza con el conflicto colombiano. En la novela de Collazos, el narrador va entretejiendo una red de alianzas y rivalidades entre los diferentes bandos que hace de la guerra un fin en sí mismo: en el momento en que aparecen los personajes de esta historia de crueldades, ya no se sabe por qué se combate, o contra quién, o hasta cuándo. Hay quienes creen que son vencedores y que la guerra está próxima a su fin por lo que sus ataques deben multiplicarse: “Pasaba al final de toda las guerras; los derrotados no aceptan la derrota, dijo uno de los vigilantes. Por eso, hay que derrotarlos muchas veces. Pisarlos como cucarachas, quemarlos vivos, si es que siguen vivos.” (p. 16)
       Tierra quemada está escrita con un estilo descarnado, sin asomo de complicidad con lectores acostumbrados a la moda de textos hedónicos con fachada de malditos. Aquí la radicalidad del texto reside en la desmitificación de la violencia histórica con una prosa limpia y con la construcción deslumbrante, por profunda y dolorosa, de personajes de todo tipo que humanizan la atmósfera apocalíptica de ese éxodo sin tierra prometida en el que se desarrolla la intriga de la novela. Al final, los pocos sobrevivientes, tienen consciencia de que son una imagen que deben “recomponer en cada una de sus partes” (p. 370) para seguir andando en la vida.
       Tierra quemada, de Óscar Collazos, es un sobrio retrato novelesco sobre una guerra sin fin —que puede estar ubicada en cualquier parte—, su violencia e irracionalidad, a partir de la historia del éxodo hacia ninguna parte de un grupo de desafortunados que son conducidos, como si fuesen prisioneros de zombis, por una columna de irregulares armados. La novela ofrece un destello de esperanza, que ilumina la resistencia de los personajes que sobreviven al horror, y permite respirar a los lectores que han sido conducidos, con una narración maestra, hasta el fondo de la deshumanización más abyecta y, al borde la asfixia, son expuestos al aire de la redención posible gracias a “una historia de amor silenciosa y profunda” (p. 369). Tierra quemada es una novela de lenguaje sustantivo escrita para lectores de literatura dura, no como moda sino como sello de autenticidad creadora.

Óscar Collazos, en la librería Ábaco, en Cartagena de Indias. (Foto de Marcela Sánchez)