José María y Corina lo habían conversado en alguna de sus tardes de té y facturas: toda muerte engendra ausencias y cada ausencia es un pedazo de muerte que se adhiere para siempre a nuestra piel de solos.
(De El perpetuo exiliado, 2016).

domingo, marzo 01, 2020

Más allá de la emoción del Oscar, algunos bemoles de Parásitos

           

           “Una obra maestra”. Parásitos gusta al público y a la crítica. Ganadora de Cannes, cuatro óscares y decenas de premios más. Si bien el Óscar está sobrevalorado —después de todo, se trata de la Academia de Hollywood premiando su propia industria—, Parásitos es protagonista de un hecho inédito: un filme en lengua no inglesa ha ganado en la categoría de la mejor película frente a excelentes candidatas.
            Parásitos, del surcoreano Boon Joon-ho, es una película que atrapa. Yo no cuestiono un Óscar que, a todas luces, es merecido. En esta edición, las candidatas eran tan buenas que cualquiera que hubiese ganado habría generado la idea de que era otra la que se lo merecía. Me atrevo a afirmar que, dado que le ganó a la excelente Dolor y gloria, de Almodóvar, los fanáticos de Parásitos se habrían conformado con el Óscar a la mejor película internacional. Pero ya que la Academia decidió apostar por una apertura políticamente correcta que la exonerara de premiar una película tan perturbadora para el mercado norteamericano como Joker, y de paso castigar a Netflix ignorando un filme extraordinario como El irlandés, de Martin Scorsese, vale la pena, aunque solo sea para romper la unanimidad de adjetivos, hablar de algunos bemoles de Parásitos.
            Parásitos es una comedia negra que juega emocionalmente con el espectador llevando a situaciones extremas la verosimilitud, no solo de ciertos hechos, sino de las conductas morales de sus personajes. Una familia que vive en un sótano y que a duras penas completa para la comida del día, de pronto se convierte en una pandilla de mafiosos. El filme hace gala de un guion rocambolesco que resuelve, con muchas argucias y giros inverosímiles durante la película, y, al final, de manera sangrienta y criminal, los enredos generados por el guionista en el afán de mantener en suspenso al espectador. El filme, ciertamente, es una descarnada crítica de las desigualdades sociales que son intrínsecas al capitalismo, pero también es un cruel retrato de ese subproletariado que vive en condiciones de pobreza, alienado y con la aspiración de ser igual que esos ricos que lo explota y a quienes envidia.
            Lo rocambolesco del guion me genera algunas preguntas: 1) ¿La gente compra una casa sin revisar los planos? 2) ¿Dos familias son dueñas de la casa —los Park y los alemanes del final— y ninguna de ellas se entera de la existencia de un sótano? 3) ¿No hay policía que investigue la escena del crimen ni siquiera para entender de dónde salió el asesino de Jessica? ¿Acaso no interrogaron a la señora Kim? 4) Cuando los Kim se emborrachan rompen vasos y botellas y llegan de súbito los Park, ¿nadie se da cuenta del desastre de vidrios rotos y el olor a bebidas alcohólicas de la sala? 5) ¿Ni siguiera notan los esposos Park, cuando se acuestan en el sofa, que tres miembros de la familia Kim están escondidos debajo de la mesa de centro? 6) La agresión al joven Kim por parte de Geun-sae es tan brutal que imaginamos que aquel ha muerto luego de ese plano de la cabeza rodeada de un lago de sangre. Es evidente el giro truquero del guion: el director no juega limpio con el espectador. 7) Al final, ¿cómo puede el padre Kim salir todos días a la cocina sin que lo descubran, en algún momento, si no tiene referencia desde adentro del sótano de por dónde anda la empleada? 
            La película es alabada, en ciertos círculos, por una supuesta crítica al capitalismo; no obstante, la representación de la familia Kim resulta, más bien, una sanción moral a la condición de pobreza: ellos son falsificadores, mentirosos, crueles con sus semejantes, violentos y, finalmente, asesinos. No es solamente el “olor de la pobreza”; es, sobre todo, una suerte de amoralidad producto de la pobreza. Lo que podría ser visto como una imagen típica de nuestra picaresca rápidamente se transforma en una visión esperpéntica y criminal de los pobres. La crítica social del filme estriba en que, desde la perspectiva del director, esos pobres nunca saldrán de su condición de pobreza. Siempre serán “cuchara de barro”.
            Y, aunque no lo piense así el director puesto que ha dicho que los pobres de su película «son gente con talento y dignidad» la narrativa del filme parecería decir lo contrario, es decir, que la pobreza, por sí misma, es la que genera este tipo de personas. Esos pobres son criminales porque son pobres. No se trata de romanizar la pobreza, pero tampoco de satanizarla como una condena que solo genera “parásitos”. La familia Kim causa tanto daño que, al final, queda la sensación de que los ricos Park son las víctimas de un irracional odio de clase sustentado en la pura condición criminal de los pobres. Un asunto que contribuye a esta percepeción es que los Kim no tienen un asomo de solidaridad ni siquiera con la antigua ama de llaves, Moon-gwang, y su marido, Geun-sae: ellos les ruegan su ayuda pero, para los Kim, ese par, que pertenece a su misma clase social, también es un enemigo al que hay que destruir. Aquellos esposos son un peligro para la condición de servidumbre que han conquistado.
            La rica familia Park, a quien también se puede ver como otro de tipo de “parásitos”, por su parte, es una caricatura de la “cuchara de oro”: la riqueza los ha entontencido. No obstante lo dicho, la condición de “parásitos” de los Park no está para nada desarrollada en un guion lleno de giros extraños: el señor Park es presentado como un exitoso profesional concentrado en su trabajo y de valores conservadores en lo que respecta a la familia y a la moral. Por el contrario, al ser una caricatura de una familia rica, los Park parecerían inocentes de su condición social. En el libreto, como señalé antes, terminan vistos como víctimas del abuso de los Kim debido a su poca perspicacia y a todos sus prejuicios.
            La confrontación de las familias es un tipo de lucha de clases —cuestión política que tiene un tratamiento radical en Joker— pero también es una muestra de que los Kim son solo unos oportunistas: la escena de los Kim disfrutando de la riqueza de los Park y la pelea contra la antigua ama de llaves y su marido son ejemplos de la amoralidad de los Kim y su condición criminal: están dispuestos a matar por defender el precario bienestar que han conseguido sin ningún escrúpulo.
            No dudo de que Parásitos sea una buena película. Dudo que lo sea por su crítica social. El mismo hecho de que su narrativa se mueva en el marco de una banalización de la violencia, el crimen y la muerte reduciéndola a situaciones tragicómicas, la convierte en una caricatura de sí misma. La violencia tarantinesca del final puede resumirse como un ajuste de cuentas entre pobres. El asesinato del señor Park a manos del señor Kim es el clímax de un resentimiento social, no de un cuestionamiento de clase. Se me puede decir que se trata de la ira de los pobres humillados por los ricos: sin embargo, ese mismo señor Kim, días antes, estaba dispuesto a hacer cualquier cosa por estar en el lugar de Park.
            No me parece que sea una película transgresora, ni mucho menos, como, por ejemplo, lo es Joker. Siento que la visión social que desarrolla Parásitos es, más bien, una visión conservadora porque establece la situación de desigualdad social como una condición inamovible y a quienes viven en situación de pobreza como seres inescrupulosos. Y, como dije, la caricatura que hace de los Park los vuelve inocentes. Otros son los méritos que convierten a Parásitos en una película interesante, que vale la pena ver, pero de eso ya se ha escrito bastante y con adjetivación hiperbólica.

viernes, febrero 14, 2020

Tareas para la promoción del libro y la lectura más allá de las ferias

            

            Las ferias de libros, por lo general, son el reflejo de lo que es el mercado editorial y de la relación del público con la lectura. En un país en donde no existe una promoción constante del libro ni un público lector ávido de novedades, no se puede exigir que en las ferias existan novedades interesantes, ventas extraordinarias o actividades con sala llena, salvo las excepciones de rigor. Justamente por esto es que las tareas para la promoción del libro y la lectura —que, según el artículo 120 de la Ley Orgánica de Cultura, son responsabilidad del Instituto de Fomento a las Artes, Innovación y Creatividad—, deben ir más allá de la organización de una feria.
Estas tareas tendrían, como objetivo fundamental, la creación de un público que se relacione afectiva y efectivamente con el libro y la lectura, y esto se logrará a través del fortalecimiento de la red de bibliotecas, del apoyo y fomento al sector editorial, y de la actualización de docentes de Lengua y Literatura, tanto en nuevos contenidos como en metodología de la enseñanza.

Bibliotecas

            La democratización del acceso al libro tiene relación directa con el fortalecimiento de la red de bibliotecas, entendiendo la naturaleza de cada una: las bibliotecas públicas comunitarias, las escolares, las universitarias, las especializadas, las que pertenecen a instituciones privadas, etc., todas ellas coordinadas por la Biblioteca Nacional, según lo señala el artículo 40 de la Ley Orgánica de Cultura. La política pública respectiva incluye el debido presupuesto y un modelo de adquisiciones que sea ágil, continuado y permanente; implica la contratación de bibliotecarios profesionales y la formación de animadores de lectura que relacionen a la comunidad con la biblioteca; así como el desarrollo de un sistema de préstamos entre bibliotecas, de tal forma que la red sea la gran biblioteca de alcance nacional; y, por supuesto, organizar formas diferenciadas de afiliaciones de la ciudadanía a las bibliotecas locales que permitan la circulación de los libros.
El fortalecimiento de las bibliotecas públicas es la mejor manera de combatir la piratería y proteger a la industria editorial. Los artículos 105 y 106, literal c, de la Ley de Cultura, hablan del fomento a la industria editorial y, entre otras, el establecimiento de un fondo de compra anual de libros para las bibliotecas, basado en la experiencia del antiguo SINAB, sería una manera efectiva de hacerlo.

Exenciones tributarias y otros incentivos

La circulación de los libros tiene un gran inconveniente con las tarifas de correo: tarifas preferenciales para la circulación de libros e impresos permitiría que las librerías multipliquen su clientela mediante un catálogo en línea y una distribución con costos bajos a nivel nacional e internacional. Conseguir, como ha sucedido con otras industrias, que existan exenciones tributarias y otro tipo de estímulos en este campo para editoriales y librerías, por un tiempo determinado, sería otra manera de fomentar la industria del libro.

Ferias de libros y formación docente

En este contexto, la multiplicación de ferias de libros en todas las provincias del país, en alianza con los GAD y la Casa de la Cultura, por ejemplo, promovería tanto a editores y libreros como a escritoras y escritores.  
Finalmente, los ministerios de Educación y de Cultura tienen una tarea fundamental, que es la actualización de contenidos y de metodología de la enseñanza de Lengua y Literatura del profesorado del país. Esto tendrá como consecuencia la formulación y ejecución de los planes de lectura de las unidades educativas en todos sus niveles. Además, el artículo 126 de la Ley de Cultura señala que el Ministerio de Educación tiene la competencia de fomentar la lectura a través de la organización de concursos de libro leído, entre otros mecanismos, por lo que las lecturas de los planes institucionales bien pueden entretejerse con este tipo de eventos. Lo importante es que la actividad lectora en la escuela se transforme en una actividad de tanta relevancia como, por ejemplo, la deportiva.
Solamente al modificar las condiciones para la formación de público lector tendremos a ese mismo público, tanto en las ferias como en las librerías, adquiriendo nuevos libros y buscando conocer de cerca a escritoras y escritores.

Publicado en Cartón Piedra, revista cultural de El Telégrafo, 07.02.20. Esta es mi última colaboración. Agradezco a Fernando Larenas, José Miguel Cabrera, y Jessica Zambrano por haber acogido mis artículos en la revista desde marzo de 2018. A partir de la próxima entrega, mis textos aparecerán únicamente en mi blog.

domingo, enero 12, 2020

Espíritus de la escritura en memoriosas casas de escritores


Recreación de alcoba de mujeres y niños en la casa natal de Cervantes.

1
            No tenía título universitario, pero ejercía de zurujano, por lo tanto, no era cirujano de academia, sino cirujano de cuota. Rodrigo de Cervantes se estableció en Alcalá de Henares, donde, en 1547, nacería su hijo Miguel. La competencia entre los cirujanos de todo tipo era inclemente y, en general, la mayoría de estos padecía pobrezas. En 1614, en El coloquio de los perros, Berganza le cuenta a Cipión que un estudiante de Alcalá de Henares había dicho: «Que de cinco mil estudiantes que cursaban aquel año en la Universidad, los dos mil oían Medicina», de lo que se infería: «o que estos dos mil médicos han de tener enfermos que curar (que sería harta plaga y mala ventura), o ellos se han de morir de hambre».

           
Botica de Rodrígo de Cervantes.
La casa natal de Miguel de Cervantes, en Alcalá de Henares, donde vivió hasta 1552, cuando la familia se trasladó a Valladolid, fue abierta al público como casa-museo en 1956. La casa-museo consigue la ilusión, propia de la literatura, de convertir en verdad lo que es una mentira: los objetos son los de una familia acomodada de los siglos XVI y XVII, pero nosotros imaginamos que, en la Botica, están los instrumentos de trabajo del zurujano Rodrigo, y que, en medio de aquellos especieros, alambiques y la silla de barbero, el niño Miguel daba sus primeros pasos.
En las afueras de la casa, don Quijote y Sancho sentados en un poyo de cemento, invitan a los turistas a tomarse la fotografía que subirán a su Instagram. ¿Cuántos habrán leído El Quijote? Los dos personajes protagónicos de El Quijote son tan conocidos que los turistas hacen de cuenta que, con solo nombrarlos y recordar unos molinos de viento, la lectura de la obra queda exonerada y lo que importa es la foto.

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El patio del limonero y la fuente de la casa natal de Antonio Machado, en Sevilla.
             De 1919 a 1931, Antonio Machado vivió en Segovia. Llegó de cuarenta y cuatro años, viudo, algo derrotado y enfermo, para desempeñarse como profesor de francés. Apenas se instaló en la ciudad participó en la fundación de la Universidad Popular Segoviana, actual Real Academia de Historia y Arte de San Quirce. La casa donde se alojó era una muy modesta pensión regentada por doña María Luisa Torrego y conserva el mobiliario original que usó poeta, incluida la estufa que le regaló su hermano Manuel. La guía cuenta que Machado solía dormir con la ventana abierta y que, alguna mañana, doña María Luisa le preguntó por qué lo hacía: «Para que salga el frío, señora», le respondió el poeta.
Habitación de Machado, en la pensión de Segovia.
           Muy conocidos son los versos de Machado: «Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla / y un huerto claro donde madura el limonero». Ese patio y ese huerto están situados en el Palacio de las Dueñas, en Sevilla, que hoy pertenece a la Casa de Alba. En 1875, el padre del poeta, el folclorista Antonio Machado y Álvarez, se mudó al palacio en calidad de administrador. Ese año, el 26 de julio, nació el poeta. Machado nos lo recuerda en “Esta luz de Sevilla”: Esta luz de Sevilla... Es el palacio / donde nací, con su rumor de fuente. / Mi padre, en su despacho. —La alta frente, / la breve mosca, y el bigote lacio—». Uno pasea por el patio, escucha el rumor de fuente, la fragancia de azahares, limoneros y naranjos, todo lo inunda. Y la niñez del poeta emerge de entre toda aquella memoria de azulejos y flores.

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Estatua de Platero con niños, en Moguer, frente a la iglesia de Nuestra Serñora de la Granada.
            «Cuando yo era el niñodiós / era Moguer, este pueblo, / una blanca maravilla, / la luz con el tiempo dentro», escribió Juan Ramón Jiménez en un poema de 1953. Y cuando uno visita Moguer se siente abrumado de tanta luminosidad y blancura. Juan Ramón y Zenobia Camprubí viven en todo Moguer. De hecho, la calle donde queda la casa natal de Juan Ramón lleva el nombre de Zenobia y la calle de la casa donde vivió la pareja recibe el nombre del poeta. Y sendas estatuas de Zenobia y Juan Ramón están en dos plazas principales de este pueblo engalanado de blanco luminoso.
Platero transita frente a la iglesia de Nuestra Señora de la Granada; un niño camina junto a él, y una niña abre los brazos libres sobre su lomo. Aquella iglesia y su torre fueron perennizadas en “Retorno”, el capítulo XXII de Platero y yo: «Ya en la cuesta, la torre del pueblo, coronada de refulgentes azulejos, cobraba, en el levantamiento de la hora pura, un aspecto monumental. Parecía, de cerca, como una Giralda vista de lejos, y mi nostalgia de ciudades, aguarda como la primavera, encontrar en ella un consuelo melancólico».
En la casa-museo están reproducidos el estudio de Juan Ramón en Madrid y el propio de esta casa. Los objetos son testimonio de la vida de aquel que dedicara su obra A la inmensa minoría. Ahí están libros, revistas, cartas, apuntes, borradores de poemas, y el alma impregnada en cada pieza exhibida. Un silencio memorioso habita la casa y es como si el espíritu del poeta se aferrase a las cosas para permanecer en la forma de tales cosas; ser único, yo transparente, en la eternidad de la palabra poética.

El estudio madrileño de Juan Ramón Jiménez reproducido en la casa museo de Moguer.


Todas las fotos fueron tomadas por Raúl Vallejo en noviembre de 2019.
Publicado en Cartón Piedra, revista cultural de El Telégrafo, 03.01.2020

sábado, diciembre 14, 2019

Antiguas novedades de la novela contemporánea


Fachada de la casa natal de Miguel de Cervantes en Alcalá de Henares. En las afueras, sobre un poyo de cemento, las estatuas de bronce de Sancho y Don Quijote, listas para las fotos de turistas. (Fotografía de Raúl Vallejo, noviembre 2019)
Como si fuera una novedad de la literatura de esta modernidad, hoy se habla de “metaficción”, “metaliteratura”, “autorreferencialidad”, etc. Para quienes desconocen los clásicos, es como si la literatura naciera con las novedades que promociona el mercado de la novela contemporánea. Es cierto que el lenguaje es diferente porque diferente es el mundo en el que se escribe; es cierto también que la voz narrativa es cada día más introspectiva y confesional; pero no es menos cierto que las novedades de la novela contemporánea, por lo menos, en castellano, tienen una antigüedad que se remonta al Quijote.
            Mucho se ha comentado la audacia cervantina cuando afirma: «Yo soy el primero que ha novelado en lengua castellana…». No se refiere, claro está, al Quijote sino al tipo de narración de sus Novelas ejemplares. Pero, en realidad, es el Quijote el texto que nos sirve de paradigma para hablar de la antigüedad inaugural de lo moderno del género novelesco.
            Aquello que entendemos por “metaliteratura” lo encontramos en el capítulo VI de la primera parte cuando se narra el escrutinio de la biblioteca de don Quijote que llevan a cabo el cura y el barbero. Ellos pasan revista a los libros de caballería señalando los que son canónicos y los que son una saga sin valor estético. Así, salvan de la hoguera a Los cuatro de Amadís de Gaula porque, según el criterio del barbero, «es el mejor que de todos los libros de este género se han compuesto; y así, como a único en su arte, se debe perdonar». Asimismo, aquellos personajes juzgan La Galatea, del propio Cervantes: «Su libro tiene algo de buena invención; propone algo y no concluye nada: es menester esperar la segunda parte que promete; quizá con la enmienda alcanza del todo la misericordia que ahora se le niega…». Solo que, hasta donde se sabe, Cervantes nunca escribió aquella segunda parte tan prometida.
            Cervantes también da cuenta de sí mismo, no solo como autor literario, sino como un soldado que tiene una destacada participación en la batalla de Lepanto. La narración está a cargo del cautivo Ruy Pérez de Viedma, quien cuenta que durante su cautiverio bajo el cruel Azán Agá, «solo libró bien con él un soldado español llamado tal de Saavedra, el cual, con haber hecho cosas que quedarán en la memoria de aquellas gentes por muchos años y todas por alcanzar libertad, jamás le dio palo ni se lo mandó dar, ni le dijo mala palabra».
            Y, si abrimos el hilo de la “metaficción”, en la segunda parte, desde el capítulo II, tenemos a don Quijote y a Sancho que se saben a sí mismos como personajes de un libro que está siendo leído por todos. Es Sancho el que va con la noticia donde su amo, diciéndole que ha llegado Sansón Carrasco hecho bachiller y le ha contado que «andaba en libros la historia de vuestra merced, con nombre de El Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha; y dice que me mientan a mí con mi mesmo nombre de Sancho Panza, y a la señora Dulcinea del Toboso…».
Es el propio Carrasco quien da cuenta de lo que hoy llamaríamos la recepción que ha tenido el libro, cuando aclara, ante las dudas de don Quijote acerca de la escritura de su historia: «los niños la manosean, los mozos la leen, los hombres la entiendes y los viejos la celebran, y, finalmente, es tan trillada y tan leída y tan sabida de todo género de gentes, que, apenas han visto algún rocín flaco, cuando dicen “Allí va Rocinante”».
            En el capítulo LXII, Cervantes se apropia de don Álvaro Tarfe, personaje del Quijote de Alonso Fernández de Avellaneda. Cervantes hará que don Quijote convenza a Tarfe de que él es el verdadero don Quijote y que no lo es el falso inventado por Avellaneda. Así, don Quijote hace firmar a don Álvaro Tarfe, personaje de Avellaneda, ante un escribano, que él, don Quijote, «no era aquel que andaba impreso en una historia intitulada: Segunda parte de don Quijote de la Mancha, compuesta por un tal de Avellaneda, natural de Tordesillas». Tremendo juego literario es un antecedente indispensable para novelas tan radicalmente experimentales como, por ejemplo, Rayuela, de Julio Cortázar.
           
Estatua de Miguel de Cervantes en el parque central de Alcalá de Henares (Fotografía de Raúl Vallejo, noviembre 2919).
            
El recientemente fallecido Harold Bloom sostuvo que el centro del canon de la literatura Occidental era Shakespeare, y creo que habría tenido razón si se hubiera referido a la literatura anglosajona. En lengua castellana, no sería aventurado sostener que el centro de nuestro canon, aun sospechando de la categoría de centralidad, es el Quijote de Cervantes. Es decir que, en la efervescencia de la novedad literaria, nunca debemos olvidar la presencia de la tradición; entre otros motivos porque en la escritura somos herederos de una lengua literaria que nos ha formado y, al mismo tiempo, somos protagonistas de una ruptura. Enfrentados a esta aporía, escribimos nuestra novedad siempre marcada por lo antiguo de la propia tradición.

Publicado en Cartón Piedra, revista cultural de El Telégrafo, 07.12.19. Una versión más corta de este texto fue mi discurso de recepción del Premio RAE 2018 que recibí por El perpetuo exiliado en Sevilla, el 6 de noviembre de 2019, durante el XVI Congreso de Asociación de Academias de la Lengua, ASALE.