Ese espíritu que se rebela frente a
las ataduras y los prejuicios, ese que se libera de los miedos religiosos y la
amenaza apocalíptica que se halla agazapada entre el dolor y la muerte de toda
peste o catástrofe; el jolgorio de la fiesta de la vida que utiliza la
imaginación para resistir a la peste y derrotarla en lo que tiene que ver con
su afán por la consunción del espíritu del ser humano; la liberación que se
logra a través del hecho de contar las mentiras verdaderas que habitan,
intrínsecas, en toda narración literaria.
La puesta en escena del Estudio Paulsen de Los cuentos de la peste, de Mario Vargas
Llosa, bajo la dirección de Lucho Mueckay y la producción de Marlon Pantaleón,
es un espectáculo teatral de logrado espíritu carnavalesco que reafirma, con
actuaciones convincentes y deslumbrantes, el simbólico triunfo de la vida sobre
la muerte a través de la imaginación del ser humano y su capacidad para
convertir la palabra en instrumento de resistencia del espíritu libre por sobre
la carne prisionera de la peste.
La concepción de la puesta en escena, la reducción del
texto teatral a hora y media, y el trabajo de dirección de actores han sido
trabajados con mano maestra. La obra, que no se ancla en la reproducción
realista de época, nos convence, a partir de la utilización de elementos
expresionistas tales como un vestuario sugerente o el esbozo de un palacete
medieval, de que estamos en 1348, el año de la peste, en Villa Palmieri,
Florencia. Por ello, la opción de musicalizar la obra con una versión de las
Estaciones, de Vivaldi, “recompuesta” por Max Richter, me parece un ruido para
la construcción de época: ¿música barroca del siglo XVIII, con tintes
posmodernos, en un ambiente del siglo XIV? Los anacronismos son, a veces,
ejemplo de osadía, pero la osadía no siempre funciona.
Sin embargo, es
en este escenario y por la fuerza actoral que el amor y el deseo, el humor, que
todo lo desacraliza, y el poder de la imaginación se vuelven representación de
una historia al servicio del ser humano que se enfrenta a la represión de la
institucionalidad del Estado y la Iglesia.
«No hablemos más de la muerte, en todo caso, podemos
intentar la vida», dice el duque Ugolino, representado de manera impecable por
Jaime Tamariz. Tamariz nos ofrece un duque Ugolino atormentado y, al mismo
tiempo, liberado de las miserias del tiempo de la peste, debido a la mujer que
se ha inventado para sobrellevar la soledad y sus desventuras. «Un ser humano
no puede vivir sin ilusiones, Aminta», se justifica ante aquella, su condesa de
la Santa Croce.
Aminta también tiene su propia
historia en su peregrinar: «Conocí la brutalidad de los hombres, y el placer;
ambas cosas me mostraron». Joselyn Gallardo carga con un personaje que
pertenece más al estatuto de la fantasía que el mundo real de quienes se han
refugiado en Villa Palmieri. A ratos, se excede en la distancia que pone con el
resto de los personajes y sus parlamentos se escuchan un tanto recitados. No
obstante, cierra la obra de manera brillante.
«Retirarnos a un lugar donde podamos olvidarnos de la
peste y donde ella se olvide de nosotros», dice Giovanni Boccaccio,
maravillosamente interpretado por Andrés Olmedo. Es el personaje que conduce la
fiesta de la palabra y la imaginación. Vargas Llosa lo introdujo en su obra no
solo para mostrar la transformación de un escritor académico, al beber de la
fuente de lo popular, en el autor de El Decamerón,
sino también para reafirmar el poder de la ficción.
Pánfilo (Raúl Sánchez McMillam) y Filomena (María José
Avilés) son dos personajes cuyos actores nos convencen de que el ser humano, a
través de la ficción, evidencia el deseo de ser distinto de lo que es, de
imaginarse viviendo una vida diferente, de resistir, en momento de crisis, la
arremetida de todo tipo de peste: «Quiero vivir, y sé que viviré”, dice
Pánfilo. Avilés, Sánchez y Olmedo son el trío de actores que impregnan la obra
del necesario espíritu carnavalesco que conlleva la sobrevivencia del ser humano
en medio de la peste.
Lucho Mueckay, director de Los cuentos de la peste, ha construido una puesta en escena cuyo
drama nos envuelve con la fuerza espiritual de las palabras de Boccaccio: «En
mí, al amor a la vida es más fuerte que el miedo a la muerte».
Publicado en Cartón Piedra, revista cultural de El Telégrafo, el 02.08.19