Retrato de Jorgenrique Adoum, pintado por Oswaldo Guayasamín |
«o sea que las
cosas no han sido todavía sino que van a ser, no pasaron así sino que van a
suceder ahora, en estas páginas», como sucedieron en las páginas de Entre Marx y una mujer desnuda (1976), ese
texto con personajes en el que Adoum (29 de junio de 1926 – 3 de julio de 2009)
expone el proceso de escritura, introduce la reflexión literaria dentro de la
literatura, convierte la experiencia privada de la escritura en la escritura de
la experiencia de lo público, es decir, de lo político; y disecciona, con implacable mirada, el
fracaso de una utopía enarbolada por una izquierda incapaz de leer la realidad
que quiso transformar. Y con la humanidad de la poesía, dice de Joaquín
Gallegos Lara: «Lo conocí cuando estaba descuartizado entre su disciplina de militantes
y su vocación por la verdad».
«El polvo, el tiempo, áspera / y difícil soledad,
desolado / mantel seco: aquí no hubo / nunca el caserío, la planta, / los dedos
de la lluvia: / tierra rota / hasta la harina, paisaje ciego / que el viento
cambia de lugar». Son los versos iniciales de “Lamento y madrigal sobre
Palmira”, antológico poema de Ecuador
amargo (1949). En su poemario inaugural, encontramos el país que nace desde
el desierto andino; ese páramo que es en sí mismo una metáfora de la nada y, al
mismo tiempo, el origen del paisito, de su existencia cotidiana. La voz poética
que, deslumbrada por una naturaleza y la historia, se apropia de ambas para
convertirlas en texto profético: «La patria es una fiesta larga que interrumpen
/ el azar, la diaria cacería, la ceniza: de pronto / cómo no amar a tus muertos
y su vestido verde».
Los cuadernos de la tierra (1952 – 1962), es una obra monumental de
nuestra lírica en línea similar a la del Canto
general, (1950) de Pablo Neruda; una poesía que recuerda los tonos de
contraste melancólico del Guayasamín de Huacayñán.
En Dios trajo la sombra, (1960), uno
de los cuadernos, premio Casa de las
Américas en su primera convocatoria, la historia es poesía, desgarramiento y
permanencia de los vencidos: «En las nocturnas acomodaciones del dolor / qué
lámparas buscarás, qué estrella / puedes encender soplando, / qué rescoldo?».
En el hermoso Las
ocupaciones nocturnas (1962), la voz poética recupera en “El alba”, la
presencia de Espejo en el nacimiento de la patria: «Yo te saludo, lechuza /
bolchevique, propagandista de una luz / exótica. Como si toda la claridad / no
fuera compatriota, como si la sombra / no hubiese sido la traída extranjera /
madrastra duradera». Y continúa su decir, hermanándose con Vallejo, y siendo
una voz propia, nutrida de una tradición en la que, arracimados, cantan también
Whitman y Eliot, como en “El ahogado”: “El cuerpo que entregó el mar a la playa
/ me era moralmente conocido. / Ha venido cadáver hace tiempo, / quiero decir
viviendo, desde otro / apellido / […] (La campana, cuando anuncia su llegada, /
golpea con un pez triste de óxido)».
Y, claro, «madrúgame mañana para reamarnos / y
rehacernos emparejado el cuerpo / antes de que el día nos desdoble», llegaron
en los Prepoemas en posespañol (1979)
las palabras despedazadas y vueltas a armar en un lenguaje nuevo, un lenguaje
en donde el asombro se hace verbo y la sola sustancia es ya una acción en sí
misma: «te número te teléfono aburrido / te direcciono (callo caso y escalero)
/ y habitacionada ya te lámparo te suelo / […] / nos rehacemos te desformo me
conformo / miltuplicada tú yo mildividido».
Jorgenrique Adoum hizo de la escritura su militancia y
en ella trabajó una palabra impregnada de esa amalgama que funde ética y
estética en el signo precioso del arte. «Ustedes presabían (como todo)
camaradas / que iba a ser un espécimen de intelectual podrido / por que escribo
en lugar de componer-el-mundo entre dos tintos.»
o sea, que después de diez
años de tu muerte, jorgenrique, yo continúo recordando nuestras pláticas vespertinas,
el vodka tonic cebado con la
sapiencial sencillez de tu palabra iluminada, y tú continúas viviendo en
aquello que has sido: las páginas que, en su momento, se fueron sucediendo para
convertirse en el lenguaje de tu literatura: conciencia crítica de un paisito
acostumbrado al olvido, combate permanente con el lenguaje, mirada poética y
crítica desde el asombro por la vida y el mundo.
Publicado en Cartón Piedra, revista cultural de El Telégrafo, 05.07.19