Afiche de la obra de Aarón Navia sobre el cuento de Pablo Palacio |
El
personaje del cuento es un extranjero que llega a Quito y se siente desesperado
por cuanto no puede satisfacer su deseo sexual. El hombre «había tenido desde
pequeño una desviación de sus instintos, que lo depravaron en lo sucesivo […]».
Una explicación, con pretensiones sicológicas, que define a la homosexualidad
como una enfermedad. En la medida en que su urgencia sexual aumenta, el
personaje deambula por la ciudad, «fijando anhelosamente sus ojos brillantes
sobre las espaldas de los hombres que encontraba», hasta el punto que: «Le
daban deseos de arrojarse sobre el primer hombre que pasara».
El
antológico cuento de Pablo Palacio, «Un hombre muerto a puntapiés», parte de una
noticia del periódico, acentuado el hecho de que la literatura se nutre de la
vida, para contar no solo una historia, sino también, el proceso de cómo se
construye un relato de ficción. Así, luego de transcribir la noticia de crónica
roja, el narrador expone la idea obsesiva de su acto creativo: «Me perseguía
por todas partes la frase hilarante: ¡un hombre muerto a puntapiés!».
El
narrador de Palacio, con un tono irónico, va exponiendo las manías del
escritor: «Con todo, entre miedoso y desalentado encendí mi pipa. —Esto es
esencial, muy esencial»; el método utilizado para la creación: «Cuando se sabe
poco, hay que inducir. Induzca, joven»; y, como sucede en el proceso creativo,
de manera arbitraria, intuye que el personaje era… «No, no lo digo para no
enemistar su memoria con las señoras…». Palacio consigue que su narrador arme
los elementos de la realidad —tomados de la noticia del diario— para la ficción
y, así, construye a su personaje, a quien nomina Octavio Ramírez. Palacio, al
mismo tiempo que está contando una historia, está contando cómo se construye
esa misma historia: De qué manera el escritor bebe de la realidad, la
reelabora, y la inventa en el texto literario. Ese proceso y ese resultado lo
consigue, sin necesidad de recurrir a reflexiones metaliterarias obvias, sino
desde el discurso narrativo mismo.
Pero el narrador de
Palacio arma un cuento cargado de prejuicios. Cuando Octavio Ramírez ya no
encuentra un hombre, decide abusar de un niño de doce años; entonces, el padre
del niño lo sorprende y lo golpea hasta matarlo a puntapiés. La caracterización
está llena de tópicos homofóbicos, pero el más fuerte tiene que ver con la
consideración de que la homosexualidad es una “desviación” y que los
homosexuales son seres que no pueden contener su deseo y recurren a al acoso y
la violencia sexual, como pasa con Ramírez. Esta caricaturización del
homosexual en este cuento de Palacio no se entiende ni siquiera por la ironía
palaciana, sino que parecería, por el contrario, reafirmar la homofobia social
de su momento.
¿Cómo juzgar un
cuento que, al mismo tiempo, es genial por su construcción literaria y
homofóbico por los prejuicios que encierra? Tal vez, analizando su propuesta
literaria, el tiempo histórico de su escritura, y los límites en su comprensión
de lo humano.
Un meme que hice meses atrás |
La compilación, estudio introductorio, cronología y bibliografía de la edición de Ayacucho son de mi autoría.
El comic es una adaptación del artista Jorge Cevallos Hernández.
Publicado en Cartón Piedra,
revista cultural de El Telégrafo, el
06.07.18