José María y Corina lo habían conversado en alguna de sus tardes de té y facturas: toda muerte engendra ausencias y cada ausencia es un pedazo de muerte que se adhiere para siempre a nuestra piel de solos.
(De El perpetuo exiliado, 2016).

lunes, septiembre 29, 2025

Un fanzine con las crónicas de la Costa, de Jorge Martillo Monserrate

La portada del fanzine sobre el detalle de un cuadro de Vicente Donoso Román inspirado en el perfil costero de Salinas, s/f (Foto: R. Vallejo, 2025)

            ¿Qué es la crónica de viaje sino un ejercicio de escritura del viajante que combina la mirada y la imaginación poética sobre un territorio cuyo descubrimiento quiere mostrar a sus lectores? El cronista nos comparte su vivencia personal, por lo tanto, un lugar siempre será el lugar que el cronista ha vivido: esa es su riqueza, esa es también su limitación. Jorge Martillo Monserrate es un poeta y es cronista, y, a lo largo de su ejercicio periodístico, nos ha entregado una crónica cargada de poesía.[1] Canutero Editorial acaba de publicar Al filo del mar: crónicas de la Costa,[2] una selección de textos tomada del libro Viajando por pueblos costeños (1991), en formato de fanzine, que es una contribución a la bibliografía de Martillo en busca de nuevas lecturas.

En estas crónicas, Martillo nos conduce por una travesía que empieza en la provincia de Esmeraldas, en La Tola, continúa en Muisne. Después, llegamos a Olón, Valdivia y otros pueblos costeros de la actual provincia de Santa Elena, hasta llegar a Guayaquil y su río. Martillo ha retratado al Guayaquil de finales del siglo veinte en sus crónicas La bohemia de Guayaquil & otras historias crónicas (1999), Guayaquil de mis desvaríos. Crónicas urbanas (2010) y en El carnaval de la vida de Julio Jaramillo (2019), y, en una tradición que se remonta a Pedro Cieza de León, sus crónicas también dan cuenta de los pueblos costeños, su gente y su cultura diversa.

            Como cronista de oficio, Martillo describe la geografía que visita, plantea los problemas sociales de las comunidades que visita, entrevista a su gente, muestra en términos positivos sus expresiones culturales. Así, en «Memorias del marimbero Escobar», el marimbero habla sobre el arte y la necesidad de conservarlo: «para decir que uno sabe de marimba es primordial haberla vivido, bailado, tocado. Los que más o menos sabían han ido muriendo». Y esa permanencia del arte de la marimba es la que testimonia el cronista: «Remberto Escobar, además de bailas y tocar todos los instrumentos de la marimba, tiene en su casa un taller donde construye estos instrumentos. Recuerda que la primera marimba reglamentaria —o sea, una de veinticuatro tablas— la vendió a 700 sucres y que actualmente una cuesta 40 mil sucres. Y que el total de los instrumentos de la marimba (el cununo, el bombo, la guasa) en estos días tienen un valor de 70 mil sucres»[3] (18).

            La mirada de Martillo, además, está cargada de imaginación poética y eso hace de sus crónicas una lectura conmovedora. Así, «En la playita Miami Beach del Guasmo» leemos: «El fuego del sol incendiaba el equinoccio del cielo. Algodones de nubes huían; huían como potros salvajes. El asfalto vomitaba humo que se pegaba a los cuerpos como vaho del averno» (51). O, en el párrafo final de la crónica sobre el marimbero Escobar: «El sol achicharra los caminos, el mar lejano es un oasis. Al bajar la loma, me parece ver, en una cantina, a unos negros tocando la marimba y a las parejas bailando, pero son los fantasmas del sol o prófugos de las memorias del marimbero Escobar» (19). Esa escritura es lo que convierte las crónicas de Martillo en literatura. Asimismo, a la hora de invocar a la poesía, Martillo nos comparte sus lecturas, como en la crónica sobre La Tola cuando cita los versos del gran poeta esmeraldeño: «A lo lejos, alguien toca una marimba. Al hombre le pareció escuchar los versos de Antonio Preciado: “¡Atabé!/ ¡Atabé! / ¡Ururé! / ¡Matábara! / Tengo una hoguera de estrellas, / de las estrellas más altas, / y un lugar en plena luna para que arda”. La marimba y los tambores no cesan de latir» (15).

            Aunque no se trata de una edición crítica, extraño en este fanzine que reedita las crónicas costeras de Martillo, de 1991, algunas notas al pie que las ubicarían de mejor manera a quienes las leen hoy día. Por ejemplo, cuando se refiere a Olón, el cronista dice que es un «lejanísimo pueblo de la provincia del Guayas», aunque, desde el 7 de noviembre de 2007, es una comuna de la provincia de Santa Elena, que se creó en esa fecha; así, también, hay elementos mínimos que el editor deberían anotar como en la crónica final sobre el American Park, que no tiene una sola referencia temporal y quien la lee no sabe de qué época de Guayaquil el cronista está hablando; o la cotización del dólar en sucres, anotado en esta reseña, que es un dato que nos permite comprender de mejor manera la condición económica y social del marimbero.

            Pero, por sobre las exigencias periodísticas propias de la crónica, que las cumple, Martillo es un ejemplo del transeúnte de su país, de aquel que lo recorre para convertirlo en escritura; un ejemplo de quien observa la vida de su pueblo con la mirada del poeta. En «Remembranzas de San Pablo», la contemplación del atardecer marino envuelve el final de la crónica: «El sol no está sobre nuestras cabezas, ahora se hunde, envuelto en llamas, en una línea de mar. El paisaje es digno de ser plasmado en un cuadro a lápiz y pastel. Cantan las olas himnos al falleciiento del sol. San Pablo se cubre de sombras […] El camino se abre como manojo de naipes. La luna sobre nuestra cabezas» (42). Esa forma expresión poética para rematar un texto la encontramos a lo largo de todas sus crónicas.

            Al filo del mar: crónicas de la Costa, de Jorge Martillo Monserrate, en formato de fanzine, editado por Canutero Editorial,[4] es un trabajo hecho con el afecto y el espíritu de resistencia de la artesanía editorial, que entrega y mantiene viva la palabra de un poeta y cronista que ha retratado con amoroso vitalismo al Guayaquil y la costa ecuatoriana del último cuarto del siglo veinte.



[1] En 2024, Jorge Martillo Monserrate (Guayaquil, 1957) recibió el Premio Eugenio Espejo 2024, que es la máxima distinción que otorga el Estado ecuatoriano a una persona por el conjunto de su obra literaria. Sobre su poesía acaba de salir mi artículo «La poesía de Jorge Martillo Monserrate: del infierno amoroso, ebrio y vital, y la confrontación con la muerte», en Pie de página. Revista de creación y crítica, No. 14, (primer semestre 2025): 135-148.

[2] Jorge Martillo Monserrate, Al filo del mar: crónicas de la Costa (Guayaquil: Fanzine de Canutero Editorial, 2025). Canutero Editorial también ha publicado del mismo autor Crónicas del manglar.

[3] La cotización del dólar en el mercado libre, en enero de 1991 fue de, aproximadamente, 1.100 sucres por dólar. Al cierre del año, en diciembre, era de 1.287 sucres por dólar. Fuente: Cotización histórica del sucre.

[4] Congratulaciones por el trabajo de edición general de Joaquín Tamayo; de diseño y diagramación de Alison Yanchaguano; y de corrección ortotipográfica de María Daniela Astudillo; estudiantes de la Facultad de Artes de la Universidad Casa Grande, de Guayaquil.

lunes, septiembre 22, 2025

«No tanto como todos los poemas»: dispersos e inéditos de Jorge Velasco Mackenzie

Jorge Velasco Mackenzie (1948-2021) (Foto: Durán, 2020)
           En 1981, Jorge Velasco Mackenzie (1948-2021) publicó Algunos tambores que suenen así, un poemario autoeditado, sin pie de imprenta, con ilustración de Pilar Bustos, que él distribuyó entre algunos de sus amigos y que, finalmente, quemó en la terraza del edificio de la Casa de la Cultura, en Guayaquil. No tanto como todos los poemas, de Jorge Velasco Mackenzie, recupera y ordena su obra poética dispersa, incorpora un texto inédito, y reúne sus reflexiones sobre la poesía. Este libro se presentó en la FIL de Guayaquil, y está publicado bajo el sello de Báez Editores y la Academia Ecuatoriana de la Lengua.[1]

            Marcelo Báez Meza que, además de ser un escritor de indispensable lectura es un aplicado y generoso editor, llevó adelante el minucioso y amoroso trabajo de compilación y estudio de la poesía de Velasco Mackenzie. En su texto introductorio —que es una versión ampliada de su discurso de incorporación como miembro Correspondiente de la Academia Ecuatoriana de la Lengua— señala, entre otras conclusiones:

 

Los poemas de Jorge Velasco Mackenzie son manifestaciones de una misma búsqueda artística y personal, dos modos de explorar las mismas profundidades existenciales. Su obra es un buen ejemplo del profundo diálogo entre la poesía y la narrativa […]  El legado de JVM como poeta es el testimonio de un escritor que quizás dejó de escribir poesía, pero que jamás dejó de inyectar lírica en su narrativa. (43 y 44)

            

           Aparte de la reproducción íntegra del poemario incinerado acompañado de una reseña de Sonia Manzano, No tanto como todos los poemas incluye el conjunto «Manual de acción imaginaria» (1978), con el que JVM obtuvo el Segundo Premio del Concurso de Poesía Festival de las Artes Fundación de Guayaquil de dicho año y que apareció en el suplemento Tricolor de diario El Telégrafo, el domingo 6 de agosto de 1978. Asimismo, encontramos en el libro «Confesiones del ebrio inmortal», uno de los poemas más conmovedores y deslumbrantes de la poesía sobre el alcoholismo, que Velasco padeció. El poema fue publicado en la revista Uso de la palabra, en 1984, y años más tarde, Velasco lo incluyó en su novela Tatuaje de náufragos (2009). Hay también algunos poemas que son parte de La casa del fabulante, novela en la que ficcionaliza su experiencia en un centro de rehabilitación para alcohólicos. El libro también entrega «Manual de vidas tatuadas» un poema inédito, de más de 800 versos de arte menor, de tema amatorio. Finalmente, este libro incluye dos reflexiones de JVM sobre poesía: la una es su prólogo para la antología Colectivo (1980), en la que JVM reunió una muestra de veinte años de poesía ecuatoriana (1960-1980) y, la otra, un estudio en tres partes sobre la poesía de Hugo Mayo.

            Mi contribución es el posfacio «Tambores para una poesía perdida», en el que a partir del relato de la búsqueda de un poema perdido de JVM, comparto mi lectura sobre su poesía. El poema extraviado es aquel con el que Velasco Mackenzie ganó el primer premio del Concurso Nacional de Poema Mural, organizado por el Patronato de Bellas Artes, del Municipio de Guayaquil, en 1975. El poema y el cuadro del pintor Jorge Arteaga González (1950) eran de tema erótico, pero tampoco el pintor tiene una foto del cuadro con el texto. La obra debió ser parte de la reserva del Museo Municipal, pero, lamentablemente, al igual que la casi totalidad de los cuadros premiados de dicho concurso que tuvo al menos veinte convocatorias, ha desparecido.

 

            

           Hacer una hoguera con los ejemplares de su poemario es un gesto similar al de Medardo Ángel Silva que incineró la edición de El Árbol del Bien y del Mal al comprobar que no se había vendido un solo ejemplar. Las razones de Velasco para destruir los ¿300? ¿600? ejemplares de Algunos tambores que suenen así no están claras, pero lo cierto es que, hoy día, los ejemplares de este libro son inencontrables. Por ello, No tanto como todos los poemas, de Jorge Velasco Mackenzie, es una joya literaria que, al reunir su poemario incinerado y sus poemas dispersos, complementa la bibliografía de un autor que hizo de la literatura una militancia vital en el arte de la escritura.


[1] Jorge Velasco Mackenzie, No tanto como todos los poemas, introducción, compilación y notas de Marcelo Báez Meza y posfacio de Raúl Vallejo Corral (Quito: Báez Editores / Academia Ecuatoriana de la Lengua, 2025). La presentación, el viernes 19 de septiembre, estuvo a cargo de Cecilia Ansaldo Briones, Marcelo y yo.

 

lunes, septiembre 15, 2025

Iván Oñate ya lo sabía en «Cuando morí»

           

Iván Oñate (1948-2025)
«He fracasado / me he vuelto loco, / tal vez morí el 14 de agosto / del año 2007. // A la una en punto / de la tarde. / Esto es lo que traigo. / El proceso / que ha llevado mi alma».[1] Raúl Serrano, que fue su amigo cercano, me contó que aquel martes el poeta se había subido en una pequeña embarcación, que iba sobrecargada, para un paseo frente a la playa de Atacames. De nada valieron las advertencias que Iván le hizo al operador de la lancha, que negaba el peligro con las risas del temerario que se burla de los temores de los capitalinos frente al mar. Ya habían perdido de vista la costa cuando naufragaron. Los pasajeros, que no tenían chalecos salvavidas, flotaron agarrados al filo de la barca virada hasta que, de casualidad, unos pescadores alcanzaron a verlos y dieron la señal de alarma para el rescate. De esa experiencia cercana a la muerte nació el poemario Cuando morí (2012), de Iván Oñate (Ambato, 17 de marzo de 1948 – Quito, 10 de septiembre de 2025), que es una meditación sobre la finitud y la precariedad de la existencia que descubre, en el instante de una epifanía, aquel que regresa del límite con la muerte, pero sabe que volverá ahí para atravesar de manera definitiva aquella frontera.

            El poemario se abre con una interpelación al Eterno desde la condición de finitud del poeta, en «Al buen Dios»: «¿La muerte? / ¿Qué sabes tú de la muerte?». Parecería que únicamente el ser humano es capaz de conocer el estado de muerte y, aunque Dios todo lo sepa y esté en todas partes, no sabe lo que es dicho estado, ni nunca estará en esa esfera de lo eterno porque Él es inmortal. El ser humano, en cambio, es consciente de la precariedad de su existencia, pero, si al momento de morir todo se acaba, solo conocerá el fin de la vida, pero no la estancia en la muerte. El poeta, sin embargo, la convierte en escritura: «Allá / al final, // verás el cielo / que dejó de estar arriba / y como un dios borracho / descubrirás la profundidad del universo / que se abisma abajo, / siempre abajo. // Es el fin, / allí acaba todo» (123). Y aquel Dios, o su idea, existe siempre para ser interpelado, porque alguien debe ser culpable de la desnudez y el vacío del ser: «Porque Dios / que era el todo / y debía estar / en todas partes. Por un instante, / por un raptus de conmiseración / nos hizo espacio / y nos legó / este terreno baldío, // un asentamiento en la nada»[2].

           


            La sección que lleva el mismo nombre del poemario se abre con el fantaseo de morir por mano propia. Para ello, no es necesario un revólver o una pistola; basta el gesto del dedo índice apuntando a la sien: «Fue un suicidio / íntimo, discreto. // Silencioso» (51). Esa representación gestual del deseo de morir es también una manera de espantarlo y, a la vez, darlo por hecho en el instante silencioso de lo imaginado. En otro texto, el poeta se contempla a sí mismo: cuando nos miramos al espejo vemos nuestro rostro y el de nuestro enemigo, que somos nosotros mismos: «El enemigo que toma cuerpo / con mi miedo. // El enemigo que adquiere rostro, / por fin, / mojado con mi sangre» (62 y 63). En medio de la cercanía con la muerte que le provocó la experiencia del naufragio, el poeta sabe que la muerte no es lo opuesto a la vida sino su complemento fatal y volver de ese lugar es regresar a la nada sagrada, que es el amor, porque «Quien ama más de una vez / También / morirá muchas veces»[3].

Hay un viaje inesperado a lo eterno durante el instante del volcamiento de la nave, en ese momento en el que no se distingue la diferencia entre el mar y el cielo: «Eso que los pilotos llaman / el efecto del muerto. // Quizá yo estaba muerto, bien muerto / y no me daba cuenta» (52). La condición de mortal en la que vivimos está desnuda en la palabra del poeta hasta que despertamos del sueño que somos en vida, lo que implica que hemos topado, por un instante, el territorio eterno de la muerte. Tras la experiencia del naufragio, dice la voz poética: «lo único que atiné a pensar / fue que al fin / conocería / el argumento de ese sueño» (58). Pero estamos solos; somos solitarios de la muerte y solitarios también de la vida, y el poeta, en todo momento, increpando, interpelando, necesitado de Dios, que en su poesía es una ausencia eterna, como el condenado a la horca necesitado de que alguien, en el instante definitivo, corte de un tajo la cuerda: «Hermanos / Parece ser que a Dios / Le cortaron el agua / La luz y el teléfono // Estamos abandonados a nuestra suerte»[4]. Es la orfandad sin consuelo, la soledad más sola del solitario.

Al final resulta que el ansia de la muerte en la poesía es un clamor por la existencia, en la medida en que la escritura da cuenta de que estamos vivos, aunque carezca de optimismo y se sumerja, como en un naufragio, en la angustia de ser que se parece a la profundidad del océano: «La vida se desploma / infamante y solitaria / en su propia nada, / en su callado y devorante / precipicio» (124). Iván Oñate sobrevivió al naufragio aquel mediodía en Atacames, pero ahora, en este instante de duelo y lágrima para los que quedamos en la tierra, nos ha dejado para siempre. Este poema, de aquella experiencia de muerte, es la oración que rezamos en su memoria junto a mi tocayo Raúl Serrano: «Cuando llegue la fecha y su hora // Señor / Te pido // Por un descanso / Sin dolor // Por un dormir / Sin pesadillas // Por un sueño / Con el olvido / garantizado» (42). Que el viaje en el sendero de lo eterno te sea leve.[5]



[1] Iván Oñate, Cuando morí, 2da.ed. (Quito: Mayor Books, 2013), 11. La primera edición de este poemario fue publicada en México por Ediciones Sin Nombre, en 2012.

[2] Iván Oñate, Anatomía del vacío (Quito: Editorial El Conejo, 1988), 11.

[3] Iván Oñate, La nada sagrada (Quito: Corporación Cultura Eskeletra, 1998), 79.

[4] Iván Oñate, El país de las tinieblas (Zacatecas: Ediciones de Medianoche, 2008), 13.

 

[5] Rumbbb… Trrraprrr… rrach… chaz… over, antología poética publicada por El Ángel Editor, en 2022. Ejerció como profesor de Semiótica y Literatura Hispanoamericana en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Central del Ecuador. Era director de la revista Anales, de la Universidad Central del Ecuador. Fue condecorado como Huésped distinguido de la Ciudad de Salamanca, por el Ayuntamiento de Salamanca, en 2019. En 2022, fue el poeta homenajeado por el Encuentro Internacional Poesía en Paralelo Cero, en Ecuador. Publicó, entre otros, los poemarios: En Casa del Ahorcado (1977); Anatomía del Vacío (1988); El fulgor de los desollados (1992); La nada sagrada (1998, 2010); El país de las tinieblas (México, 2008; Perú, 2016); Cuando morí (México, 2012; Ecuador, 2013); Epistemología de la nada (New York 2017). El Festival Internacional Primavera Poética de Lima publicó una antología poética de su obra en 2020. En mayo de 2025 apareció su obra reunida bajo el título Fatiga de materiales, publicado por Editorial Efímera, de Honduras.