José María y Corina lo habían conversado en alguna de sus tardes de té y facturas: toda muerte engendra ausencias y cada ausencia es un pedazo de muerte que se adhiere para siempre a nuestra piel de solos.
(De El perpetuo exiliado, 2016).

lunes, enero 08, 2024

La consulta popular tiene una apuesta de última hora

(Tomado de Freepik)

Cuando existe un íntimo maridaje entre poder económico y el poder político suceden intervenciones con dineros públicos como la sucretización de Oswaldo Hurtado o el salvataje bancario de Jamil Mahuad que, a costa del bolsillo de los ecuatorianos, rescató los malos negocios de una burguesía de espíritu rentista que suele socializar sus pérdidas. Cuando el poder político, sin la intermediación de los partidos, es ejercido directamente por el poder económico las políticas públicas se diluyen entre el mercadeo de ideas que favorecen los negocios propios y los de sus socios, y una búsqueda de legitimación del ejercicio gubernamental de una clase social. La consulta popular del presidente Daniel Noboa, más allá de que representa un gasto millonario en tiempo de crisis y plantea diez preguntas que pueden resolverse en la Asamblea mediante leyes, quiere, en la pregunta once, el retorno de los casinos y juegos de azar sin considerar que los problemas de lavado de dinero y de salud pública que estos conllevan son mayores que los supuestos beneficios económicos.

            Los análisis jurídicos de especialistas concuerdan en que las preguntas sobre seguridad ciudadana carecen de efecto jurídico inmediato, algunas preguntan cosas que ya están en la ley, y en general, lo que buscan es un respaldo ciudadano para el envío de proyectos de ley a la Asamblea. Según anota Primicias, en una reflexión periodística sobre el sentido jurídico y político de cada pregunta, ya la Corte Constitucional señaló que, sin efecto jurídico cierto, convocar a una consulta popular es «una irresponsable movilización de los ciudadanos consultados, promoviendo expectativas no realizables, además del gasto del recurso público que significaría la realización de la consulta».[1] Así, la consulta popular que fue anunciada como una forma de solucionar los problemas de seguridad y reformular el papel de las Fuerzas Armadas parece más bien el fruto de una lluvia de ideas de un tanque de pensamiento antes que una propuesta articulada a una visión sobre el Estado y las políticas públicas de seguridad.

A ese grupo de preguntas sobre seguridad, se suma lo que lo que aparece como una apuesta escondida de grupos económicos que velan por sus propios negocios. La pregunta once plantea que los casinos y juegos de azar sean nuevamente legales en Ecuador. El asunto es espinoso desde el comienzo pues, al parecer, el grupo económico familiar del presidente tiene interés en invertir en el negocio de los casinos hoteleros. Y si bien se argumenta que el negocio de los casinos genera empleo e impuestos, no solo que las cifras de empleabilidad y recaudación están sobredimensionadas, sino que se sabe que el número de puestos de trabajo no justifica los problemas sociales a los que contribuye el negocio de los casinos y salas de juegos de azar. Se dice en los anexos, de manera inflada, que los casinos generaban, antes de su prohibición, 250.000 puestos, mientras que un estudio académico señala que, en 2008, los casinos generaron 2 millones de dólares en impuestos y 2.000 empleos directos y 5.000 indirectos (Uquillas, 2011).[2]

La intención de establecer nuevamente los casinos atenta a la lógica de la propia consulta, pues, por un lado, al argumentar la pregunta cuatro se dice que las actividades del crimen organizado se involucran, entre otras, en los juegos de azar (parágrafo 100 de los anexos) y, por otro, se pretende que se establezcan nuevamente los casinos que, en un país dolarizado como el nuestro, facilita aún más el lavado de dinero. Un reporte de la Unidad de Inteligencia Financiera, de Perú, señala que el 35% de los juegos de azar en dicho país representa un riesgo entre alto y muy alto de lavado de dinero (El Comercio, 23/07/22). Los casinos y juegos de azar, además, atraen prostitución, tráfico de drogas y alcoholismo. Mención aparte es el desarrollo de la ludopatía que, en la población joven, ya es un problema que preocupa a educadores y es, asimismo, un problema de salud pública en un mundo marcado por la proliferación de los juegos de azar en línea y las apuestas deportivas. Al respecto, según el Ministerio de Sanidad de España, dos de cada diez adolescentes jugaron con dinero en 2022.

Bien sabía Dostoievski que en Roulettenburg solo gana la casa. La pregunta once de la consulta popular asemeja una apuesta de última hora: dejar para el final la carta de que vuelvan los casinos —cuya prohibición es resultado de la consulta popular de 2011— para ganar esa mano de intereses corporativos aprovechando el impulso populista que juega con el miedo y la inseguridad de la ciudadanía. La pregunta once de la consulta popular es una partida que tiene los dados cargados.



[1] «Consulta: las razones por las que 10 de las 11 preguntas no requieren ir a las urnas», Primicias, 5 de enero de 2023, https://www.primicias.ec/noticias/politica/consulta-preguntas-daniel-noboa-reformas/?utm_source=twitter&utm_medium=social

[2] Carlos Alfredo Uquillas, «Diagnóstico e impacto de los casino en Ecuador» (2011), https://scholar.google.com/citations?view_op=view_citation&hl=en&user=ldpKNtcAAAAJ&citation_for_view=ldpKNtcAAAAJ:UeHWp8X0CEIC


lunes, enero 01, 2024

«Barro tal vez», de Raúl Pérez Torres: amores, desencanto y sabiduría

(Foto: R. Vallejo, 2024)

Él es un maestro del cuento que tiene narraciones memorables como «Cuando me gustaba el fútbol», «Ana, la pelota humana», «Era martes, digo, acaso que me olvido» (de En la noche y en la niebla, premio Casa de las Américas, 1980) «Solo cenizas hallarás» (Premio Juan Rulfo 1995), o «Micaela». Ahora nos entrega cinco relatos que condensan las virtudes de su cuentística y su capacidad para conmovernos con la intimidad de su voz narrativa y la precisión del bisturí con el que disecciona el alma de sus personajes y el mundo de sus andanzas. Barro tal vez, de Raúl Pérez Torres (Quito, 1941) es un cuentario que nos confronta con la triste constatación sobre la brevedad del amor, que nos envuelve en la atmósfera de la nostalgia y el desencanto tanto en lo vital como en lo político, y que, con la sutileza de la poesía, va desgranando la plácida sabiduría de la vejez en unas historias cuya narrativa se abre continuamente al diálogo intertextual.

«Peguche» es el primer cuento: en él se conjugan las constantes del amor, entendido como un instante placentero de la piel y el alma y, al mismo tiempo, como una nostalgia que prolonga su brevedad; el proceso creativo que se alimenta del amor y de la juventud a quienes devora para su sobrevivencia; y una visión idílica, new age, de la relación del espíritu, la naturaleza y los ritos ancestrales de los pueblos originarios. «Tenía la sensación de que no era ella la que me acompañaba entre los árboles, sino el fantasma de mi conciencia artística»[1], dice el escritor que camina junto a su joven pareja para una limpia en la cascada de Peguche.

«Tengo una necesidad casi fisiológica de imaginar algo bello» (28), dice la voz narrativa de «El caballero y la noche» que contempla a su joven amante dormida y siente que la vida se acaba y se vuelve evocación permanente. La nostalgia es como una oración atravesada por la muerte en «Cordero de Cristo», cuento en el que el deseo como ilusión es evocado como si fuera una fotografía que va borrándose con el tiempo. Esa nostalgia se concentra en «Funky blues», cuento en el que Julia, un inolvidable personaje, se enfrenta al mundo como una imposibilidad para un alma joven, desolada y depresiva, que «a sus veinte años venía de vuelta del paraíso y del infierno» (39) y que funde la experiencia erótica y la experiencia mística.

«Barro tal vez», que da nombre al libro, es una novelina, en tono de un diario íntimo, en la que un escritor en su vejez, durante el encierro por la pandemia, hace un recuento de su vida, no tanto como acontecimiento cuanto como estado del espíritu. Sus relaciones amorosas, marcadas por la asimetría de las edades, se sintetizan en la idealización de sus parejas y su búsqueda de una intensidad literaria y vital, imposible en la cotidianidad: «Una es la mujer que amamos y otra es la que es […] La mujer que se va a su casa y la mujer que se queda en mi imaginación, la mujer real y la mujer de la literatura» (156). En la novelina, el personaje, que es un escritor en su otoño vital, da cuenta de su desencanto político tanto por su propia práctica como por la realidad de una izquierda burocrática y corrupta, incapaz de encontrar nuevas formas de hacer política para las nuevas realidades que incluyen a los pueblos originarios y la naturaleza. Ese desencanto lleva a que el personaje narrador se encierre en sí mismo, en un pequeño jardín como espacio que permite evadir el mundo real: «Ese jardín siempre fue un espacio de poesía, no para la poesía. La poesía es la respiración de las cosas, lo he dicho siempre, y allí, las cosas, las flores, la hierba, el agua, el viento, la lluvia, la tierra, respiran poesía. La belleza habitando por sí sola» (146). La novelina es un monólogo con reflexiones estéticas, éticas, políticas, vitales, hechas por el narrador protagonista en el tiempo de la pandemia. El narrador personaje está marcado por una tristeza otoñal que encierra las alegrías momentáneas, la intensidad de vida que ya no experimenta, y el olvido que empieza a instalarse en el lugar de la memoria: «Poco a poco, pero inexorablemente, ha ido desapareciendo lo bello. Tengo la sensación de que de un momento a otro voy a desintegrarme» (166).

Barro tal vez, de Raúl Pérez Torres, es un cuentario sobre la persistencia de la literatura, sobre el diálogo de los libros que nos hablan de la condición humana, sobre la vida que permanece porque se transforma en literatura con la sabiduría de la existencia: «Me acosa la muerte y el fuego. Quizá mi cuerpo piense que la muerte es una fogata prendida a sus pies. Y esa fogata me lleva a otras hogueras encendidas en el tiempo» (124).



[1] Raúl Pérez Torres, Barro tal vez (Quito: El Ángel Editor, 2023), 17. El número junto a la cita indica la página en esta edición.


lunes, diciembre 25, 2023

Noticia de un secuestro a través de X-Tuiter

           

Colin Armstrong y su pareja Katherine Paola Santos fueron secuestrados la madrugada del 16 de diciembre de 2023. (Captura de pantalla de la cuenta de Tik Tok @kathpaosant)

El 16 de diciembre, a las dos y cuarenta y cinco de la madrugada, Colin Armstrong fue secuestrado junto a su pareja sentimental Katherine Paola Santos mientras ambos pernoctaban en la hacienda Rodeo Grande del empresario, ubicada en el cantón Baba, en la provincia de Los Ríos. Según informaciones de prensa, los secuestrados fueron embarcados en el BMW negro de Armstrong, de 78 años, que es socio fundador de Agripac, una de las más grandes empresas de suministros agrícolas del país, y que fue cónsul honorario del Reino Unido. Como era de esperarse, la noticia del secuestro se volvió tendencia en X-Tuiter y, al comienzo, los comentarios de los usuarios expresaron su solidaridad con el secuestrado y su familia, culpando de lo sucedido a la violencia del crimen organizado que se vive en el país y a la poca eficacia de la acción gubernamental contra esta.

            En la tarde del ese día, Katherine Santos llegó a la casa del hijo del empresario, en la urbanización Castelago, en el cantón Samborondón, en la provincia del Guayas, con un cinturón de explosivos que, luego de la intervención de la policía, se determinó que era falso. Ese mismo día, empezó a circular la información de que Katherine Santos era una mujer trans de origen colombiano. Un usuario, identificado solo con alias, posteó una foto de la pareja en pantalón de baño y escribió con pésima redacción: «Dicen que la novia de Colin Armstrong la tienes grande que él [sic], alguien puede confirmar si viene con palanca al piso ...???». En general, la cascada de comentarios transfóbicos y homofóbicos se desbordó. Un medio digital, sensacionalista y populachero, decidió masculinizar a Katherine Santos con su nombre de antes de su transición y señalar que «Alberto» —con quien Armstrong compartía desde meses atrás «la vida loca», según el mismo medio— era «investigado» bajo la sospecha de ser cómplice del secuestro.

            La noticia del secuestro se transformó en una pesquisa insana sobre la vida sexual del secuestrado. Por supuesto, hay una regla matemática entre anonimato y radicalidad del comentario: de las cuentas anónimas salieron los comentarios más vulgares, crueles y homofóbicos sobre el secuestrado y su pareja. De pronto, Colin Armstrong ya no era una víctima de secuestro sino un viejo pervertido que tenía bien merecido lo que le estaba pasando. Otro usuario, también identificado con alias, como sucede con las cuentas que distribuyen mensajes de odio, escribió lo que resume la tendencia en este sentido: «¡Qué vaina! Tener tanta plata para gastarla con una mujer con antena es una estupidez. Tenía pena con Colin Armstrong, pero con esta noticia, ya no me importa como lo encuentren».

            Línea por línea, el comentario es revelador de los prejuicios machistas y el odio transfóbico. En primer lugar, hay un alto componente de machismo en la formulación inicial pues el mensaje tácito es que la plata se ha hecho para «gastar en mujeres». En segundo, a partir de una cosificación de una mujer trans, a la que se le dice «mujer con antena», se concluye que una relación de pareja entre un hombre heterosexual y una mujer trans «es una estupidez». Una vez que la pareja ha sido cosificada y que el odio transfóbico ha catalogado la relación de pareja como algo estúpido, entonces, la conclusión es que ya no importa la vida de la víctima del secuestro, por lo tanto, el usuario concluye: «ya no me importa como lo encuentren». Vivo, muerto o malherido: ya no importa qué le suceda pues se trata de un tipo con plata que comete una estupidez al andar con una mujer trans. Un tuit antológico de la transfobia social.

            Además, no faltaron los comentarios que auguraban una invasión del Reino Unido para rescatar a su diplomático secuestrado ni tampoco el manido «la culpa es del correísmo». Obviamente, hubo comentarios solidarios de personas, esas sí, plenamente identificadas en la red, que recordaban, en todo momento, la calidad humana del secuestrado. Pero, la lectura de los comentarios transfóbicos, me recuerda que Umberto Eco se quedó corto al señalar que las redes sociales le han dado voz al idiota del barrio. Un medio como X-Tuiter, que permite el anonimato del emisor del mensaje, es decir, su irresponsabilidad ética y legal, ha posibilitado el posicionamiento de los discursos de odio, la normalización del lenguaje violento y, en términos políticos, ha permitido el ascenso de fascismo ideológico en nombre de la libertad.

            Gracias al trabajo de la Unidad anti-secuestro y extorsión, UNASE, de la Policía Nacional, Colin Armstrong fue rescatado en la vía a Rocafuerte, en la provincia de Manabí, el pasado 20 de diciembre. La policía capturó a nueve miembros de la banda de secuestradores y, hasta el momento, no se sabe si Katherine Paola Santos, la pareja de Armstrong es cómplice o víctima del secuestro. Aún falta por verse la sanción social que caerá en el círculo familiar y de amistad del secuestrado. Por lo pronto, los mensajes transfóbicos en X-Tuiter quedan como un testimonio más de lo peor que anida en el alma del ser humano.