José María y Corina lo habían conversado en alguna de sus tardes de té y facturas: toda muerte engendra ausencias y cada ausencia es un pedazo de muerte que se adhiere para siempre a nuestra piel de solos.
(De El perpetuo exiliado, 2016).

miércoles, julio 26, 2017

La novela collage




Oswaldo Viteri, "Ojo de luz", ensamblaje sobre madera, 160 x 160 cm, 1987
           Las muñecas de trapo de las cajoneras de la plaza Santo Domingo irrumpieron en la plástica ecuatoriana con la serie de ensamblajes de Oswaldo Viteri, iniciada a finales de los 60. La técnica del collage fue utilizada por Viteri y consiguió transformar una pieza de artesanía en componente de una obra de arte. De esa manera, un elemento de nuestra tradición popular creado con una función lúdica se convirtió en un elemento narrativo de una obra plástica más bien abstracta a consecuencia del trabajo artístico al que fue sometido. El ingreso de los cuadros de Viteri en los museos fue la canonización de un elemento artesanal que adquirió una función estética en la obra artística.

            Max Ernst (1891 – 1976) publicó, entre 1929 y 1934, tres novelas collage (La mujer 100 cabezas, Sueño de una niña que quiso entrar en el Carmelo, y Una semana de bondad), pero en su caso fueron obras de arte trabajadas con imágenes, en el marco onírico del surrealismo. Ernst reelabora grabados del siglo diecinueve y los vuelve un relato gráfico. En estas obras, el collage es la técnica que le permite narrar una historia a partir del dibujo resignificado.
            Por mi parte, en El perpetuo exiliado, he convertido al texto narrativo en un laboratorio de experimentación narrativa al que he denominado novela collage. Me dirán que, hoy día, toda novela es un collage puesto que admite e incorpora una variopinta gama de discursos. En realidad, si estiramos el concepto, El Quijote sería una novela collage. No obstante, existen por lo menos tres elementos diferenciadores para lo que he propuesto.

Casa de la Cultura de Sevilla, Colombia, 28 de octubre de 2016, previa la presentación de El perpetuo exiliado.

            El primer elemento tiene que ver con la consciencia autoral de la construcción del texto como un collage utilizando retazos de textos no literarios en sí mismos. Este elemento no es menor por cuanto, como señala Marx, al comienzo del capítulo V, del libro primero, de El Capital, al hablar del proceso de trabajo y del proceso de valorización: “Una araña ejecuta operaciones que se asemejan a las del tejedor; y una abeja avergonzaría, por la construcción de las celdillas de su panal, a más de un arquitecto. Pero lo que desde el principio distingue al peor arquitecto de la mejor abeja es que el primero ha modelado la celdilla en su cabeza antes de construirla en la cera”. Al final de la novela, paso revista a las decenas de materiales que utilicé para su escritura.
El segundo, es la transformación de los textos no literarios, dotándolos de nuevas funciones a nivel semántico y a nivel estético y lograr que, como sucede con las muñecas utilizadas por Viteri, se mimeticen en el texto literario total que es la novela. Por ejemplo, el diario del agente de la CIA: en su escritura es indispensable la construcción de un lenguaje que afirme, por un lado, la condición de texto que habrá de formar parte del collage con la identidad propia de su naturaleza; y, por otro, que el tono, aún con disonancias, y la tesitura del elemento estén integrados al lenguaje de la novela.
            Y, finalmente, estamos ante el proceso de elaboración del texto que se escoge para que sea parte del discurso novelístico. Se trata de un trabajo de escritura de imitación de una escritura no literaria, similar al del artista hiperrealista: las cartas, por ejemplo, son escritas como parte de la ficción para que asuman una función de elemento real añadido al discurso novelístico y reafirme su verosimilitud. Pero, además, en su construcción, las he dotado de una historia particular y a ellas les he intercalado retazos de textos que fueron realmente escritos por quienes aparecen como autores de aquellas cartas aunque no necesariamente en un objeto carta sino en textos de otra naturaleza y en situaciones diversas.
En síntesis, se trata de la escritura de una novela utilizando todo tipo de materiales textuales de tal manera que adquieran una nueva función en el texto novelístico: cartas, diarios, informes, ensayos académicos, noticias, autobiografías, entrevistas, etc. La novela collage en sí misma es un artificio —eso sí, como toda novela— pues los materiales utilizados para el collage también son textos que pertenecen al estatuto de la ficción, es decir, son escritura del mismo autor.


jueves, julio 20, 2017

Las voces que caben en la poesía


Con Hussein Habasch, Zoë Skoulding, Laura Valente y Daniel Quintero, en la Universidad Politécnica Salesiana.

           “No conoció amor hecho para tan frío invierno. // Ella pinta una habitación y en ella se refugia. / Escucha la música extendiendo dolor / como telas de araña por sus piernas”, comienza el poema traducido del chino de Ming Di, que leyó en su lengua materna durante la inauguración del X Festival de Poesía de Guayaquil “Ileana Espinel Cedeño”, cuyo director es el poeta Augusto Rodríguez. Ming Di, nom de plume de Mindy Zhang, que iba desenredando cinta de seda, abriendo abanicos, dejando caer sus versos como lluvia de papel de arroz, concluye: “Me veo a mí misma en esa habitación, luchando. Le pido / que pinte una ventana, una ventana que conduzca al cielo. / Que pinte el firmamento.”
            Declarado Festival Emblemático del Ecuador por el Ministerio de Cultura y Patrimonio, el “Ileana Espinel Cedeño” reunió a cerca de 70 poetas de diversas partes del mundo: China, Japón, Kurdistán, Gales, Francia, España, Estados Unidos, México, Cuba, Colombia, Venezuela, Chile, Argentina y Ecuador; y tuvo lugar del 10 al 14 de julio de 2017.
            Fui invitado al Festival y participé durante toda la semana en las lecturas de poemas que tuvieron lugar en diversos escenarios; en la inauguración, en el teatro “Pipo Martínez Queirolo”; en la Alianza Francesa, en el Centro Ecuatoriano Norteamericano, en el Aula Magna y el Salón Azul de la Universidad Politécnica Salesiana, y, finalmente, durante la clausura, en el Centro Cultural “Simón Bolívar”, MAAC.
María Auxiliadora Álvarez
            El Festival fue una muestra de la diversidad de voces que caben en la poesía. El verso maduro de Fernando Cazón Vera (Quito, 1935): “Hemos caído en la trampa, / como niños caímos en la trama, / […] no tuvimos alguna escapatoria, / la suerte estaba echada de antemano, / acaso lo sabíamos // ah, pero nos hicimos ilusiones.” La poesía desnuda que interroga y se pregunta siempre, susurrante, íntima, de María Auxiliadora Álvarez (Caracas, 1956): “Quizá en el silencio haya luz / un resquicio de iluminación necesaria / una aquiescencia […] uno / el eterno aprendiz / el dedo contable / enhebrando hilos invisibles / para trenzar el desconocimiento.” O la voz alegórica, cargada de peces y joven contemplación de la vida hacia adentro, de Fadir Delgado (Barranquilla, 1982): “¿Y quién eres? / El último gesto del pez / Una sílaba que nadie usa / Las sobras de un abrazo […] Un pez que llegó a morir lejos del mar / ¿Y tú quién eres? / El mar que vino a ver cómo mueren sus peces.”
Marta Sanz (Foto El Telégrafo)
            Mujeres de todas partes y lenguas. Marta Sanz (Madrid, 1967) y la fuerza feminista de su verso que evoca múltiples sentidos en su juego de voces: “Y yo le dije a la voz de doblaje de Joan Fontaine / que era una perra, una perra mentirosa. Entonces, como todos los que sueñan, me sentí de repente / dotada de una fuerza sobrenatural… / La voz, tan cursi y comprensiva, del doblaje de Joan Fontaine / soñaba sueños extraños. / Aquel pobre hilillo blanco que un día fue nuestro camino / avanzaba más y más… // Y yo le dije a la voz de doblaje de Joan Fontaine / que era una perra, una perra mentirosa.”
Lucila Lema
Ada Mondès
Lucila Lema (Peguche, 1974) y la voz que ora desde la tradición ancestral: “Madre luna / Madre agua / Madre tierra / Madre humana; / que como mariposa blanca / has venido / haz que suceda el aliento / y el camino / para refugiarnos en el sitio sagrado, / donde guardamos la canción / a la lluvia.” Sáyaka Osaki (Kanagawa, 1982) y la delicadeza de su mirada sobre el mundo: “Es una habitación tranquila. / No tiene puertas y hay una ventana. / Todos entran por ella. / Todos salen por ella. […] La habitación todavía no está desesperada. / Un día podrá marcharse / pues tiene una ventana apropiada. // Es una ventana grande. / Es una ventana tranquila.” Ada Mondès (Hyères, 1990) y la radicalidad de sus planteamientos: “Por la calle, a menudo, caminan con el pecho inflado o con la pelvis relativamente prominente – una zancada por delante, solo para tener el placer masculino de arrastrar tras de sí a su mujercita a la que le aprietan los tacones recién comprados / el cuero a costa de la sonrisa.”
            Una poesía urgente que expone esos espectros de la realidad que envuelven al poeta y cuya palabra transciende la coyuntura en la que escribe, de Daniel Quintero (Buenos Aires, 1959): “Yo no habito tu medio país, / mi medio país es otro, / aunque las dos mitades / sean todo este país / y mi mitad y la tuya / ocupen el mismo espacio / simultáneamente / como venciendo / una ley física / como si fuera una cuarta dimensión / próxima / palpable / pero ineludiblemente irreconciliable […] Mi medio país / se mide con memoria / es el olor de la sangre / que arrastra el viento / tiñe el cielo / hace bandera / dedos en V […] mi medio país es un triunfo de la historia / al país de mierda que armaste / y nosotros tenemos que sobrevivir.”
Una poesía que mira las cosas y la cotidianidad desde la nostalgia, de Daniel Calabrese (Dolores, 1962): “Ella sabe de barcos, / a mí me ahoga el rumor de la lluvia. // Ella encuentra misterios, llaves / de bronce, palabras, silencio, / porque las húmedas ciudades son baúles / y ella sabe de barcos. // Yo siempre he buscado tesoros / atento al mensaje, al olor de madera / que traen los vientos. / No sé por qué mi cuerpo lleno / de sangre es una copa / o un timón que gira. // Ella sabe de barcos, / a mí me ahoga el rumor de la lluvia.” Una poesía que invoca a la tierra y los seres que la habitan, de Carlos J. Aldazábal (Salta, 1974): “Parición en el monte. // Abre las piernas a la sombra del árbol / y la cría resbala de la vida a la vida. // Pegoteada, pringosa. // La boca de la madre en la placenta / y los ojos lavados. // Así se llega al mundo. // Para correr. // Para que el tigre juegue.”
Ketty Blanco y Yirama Castaño.
            Yirama Castaño (Socorro, 1964) nos enseña la limpidez del verso y sus resonancias: “A lo lejos, / un pájaro canta / en honor del dios de los árboles. / Nadie, entre aquellos que conversan, / se ha dado cuenta de la mudez.” Siomara España (Paján, 1976) convoca a los poetas a soñar en la infinitas posibilidades de la realidad: “Cuando sufras el poema / cuando cada línea te sangre a borbotones su tinta de rabia / de dolor o esquizofrenia / cuando sufras línea a línea / verso a verso / será la hora del poeta.”
Karo Castro.
Karo Castro (Santiago de Chile, 1982) convierte en poesía un hórrido episodio, su palabra perturba y libera, la mujer gallina nos estremece: “Me dicen desde que llegué a este gallinero sin plumas / El silencio deshace las palabras de cantos / Mis labios imitan naturaleza de pájaro […] En mi cabeza está el canto del chercán / Canto / lo que los pájaros me anuncian / Canto / lo que no se dice / Canto / a mi cuerpo de gallina en llamas.” Ketty Blanco (Camagüey, 1984) teje su filigrana con palabras exactas y convierte lo sórdido en belleza: “Cuando la geisha camina por el bulevar, / el tenue parpadeo eleva de sus ojos gotas de vapor. / Los hombres le brindan cerveza, le imploran / deliciosamente abrirse. / Al andar ella tuerce un pie hacia adentro.”
            Pintores, músicos, gente de la calle de todos los días, viajeros, poetas: todos caben en los poemas en prosa de Pablo Montoya (Barrancabermeja, 1963) igual que cabe Dante: “Sospechar que en la armonía de los astros no está ella, y que en su luz se despedaza el resplandor del Paraíso. Y pensar esto es el origen de una condena porque, de súbito, me hallo en la primera página de otro viaje que mi mano escribe. Veo la loba, el león, la pantera, y en la encrucijada de sus acechos leo la inscripción que me lanza a la bruma. En el momento indicado digo: ¡Maestro!  Pero Virgilio no está.  Levanto la cabeza y lo veo, ajeno a mí, bordeando los abismos. Lo llamo y  no oye. Corro pero cada paso que doy es uno dado por él. La distancia es atroz y permanente.  Entonces, un nuevo Infierno, el verdadero, empieza para mí. Sin guía y con la certeza de que no hay nadie a quien seguir. Beatriz, grito, y a mi eco se une el coro de los condenados.”
Con Farid Delgado y Pablo Montoya.
 Desde Reino Unido, vino Zoë Skoulding (Bradford, 1967) nos trajo una mirada íntima sobre la tensión entre la naturaleza y la urbe que emerge en ella: “Entre los edificios / los árboles se extienden hacia abajo / los lenguajes / de la tierra y las lombrices, / las hojas glosan la jerga del cristal y el acero; / los bosques yacen sobre los pisos / para rebotar / cada palabra, cada palabras / que dices / con el largo / eco de tus pasos que descienden en el lodo […] Mira, / ahora puedes ver en las ruinas cómo / los edificios se agarraron y se te subieron / por los huesos, los escombros, las paredes de tierra, / este enredo de tubos inútiles.”
Y, nacido en Shaij al- Hadid, una aldea al norte de Siria, Hussein Habash (1970) escribe en Kurdo, su lengua natal, y en árabe, “Pongo la cabeza sobre la roca del olvido / repitiendo, cual una estrofa de canción triste, lo siguiente: / Qué importa si muero pobre o más pobre de todos los pobres del mundo / mis niños comen manzana y mastican granos de granada. / Y esto es lo que importa. […] Qué importa si muera mientras voy diciendo barbaridades o remando hacia la locura / O quizás como Cioran, mi amigo, voy tocando las noches y dejando mi destino en manos del frío y la majadería. / Mis niños sonríen en la cama, y sueñan en aves y mariposas. / Y esto es lo que importa. // Qué importa si muera o no. / Es igual / Mientras la muerte es la iluminación del alma. / Y yo lo perdí hace tiempo en los bosques del olvido. / Qué importa entonces. / Qué importa.”
            Por razones de espacio debo parar aquí. Consideración aparte merecerían las voces jóvenes del país que participaron durante los recitales. Voces talentosas, prometedoras, ávidas de mundo y poesía. El Festival “Ileana Espinel Cedeño”, en lo personal, ha sido una experiencia poética que, en medio del ruido de la urbe, convirtió por unos días a Guayaquil en un espacio urbano para escuchar voces diversas, que me permitió mirarme para adentro, interrogarme siempre, interrogar al mundo, y sentir en cada verso cómo se restituía el valor de la palabra en nuestras vidas.