En octubre del año pasado, conocí la edición de Un hombre muerto a puntapiés / Débora, de Pablo Palacio, con introducción de Alicia Ortega, y la de Catálogo de ilusiones, el cuentario de Raúl Serrano, ambos libros publicados por la editorial argentina Final Abierto. A instancias de mi tocayo, en noviembre envié un ejemplar de Acoso textual —en ese momento tenía a mano la edición cubana— para que dicha editorial la leyera y resolviera publicarla o no en su fondo. Afortunadamente, la novela les gustó a los lectores de Final Abierto y ahora está en circulación la edición argentina de Acoso textual. Reproduzco la contratapa escrita por José Henrique, director de la editorial.
Por José Henrique
Buenos Aires, marzo de 2011
Cuando parecía que el teléfono y la televisión devoraban al texto… (Ese mismo, cargado de profundidad, que se empeñaba en tirar ancla, para que a las palabras no se las lleve el viento. El que fue objeto filoso para legar ideas antiguas, para volver a desenterrarlas, cuestionarlas y vociferarlas a multitudes, transformándose en guillotina de mucha edad media. El que se vistió de sepulturero, con su traje rojo, para asentar, una a una, las palabras de los obreros en las páginas de la Historia. Es ese viejo zorro dialéctico que también trata de justificar las atrocidades más despreciables de una parte de la humanidad. Esa arma de doble filo que aterró a la Iglesia, enjaulándola para sí, como bestia hambrienta, en oscuros monasterios. En fin, el portador infatigable de los grandes relatos que el posmodernismo, en sintonía clerical, quiso confinar.) …resurgió de las cenizas de la mano de los jóvenes, inagotable fuerza de reserva humana, que con brutalidad, se encargaron de mandar millones de mails, formateando sus reglas, para acosar a los cuidadores de la gramática.
Acoso textual, la novela del ecuatoriano Raúl Vallejo, que desde Final Abierto, presentamos por primera vez en la Argentina, tiene el mérito no sólo de percibir el fenómeno (la novela es del año 1999) sino que organiza su obra a partir de mails. Es increíble como esta falta de respeto literaria que comete el autor, funciona, y al pasar las páginas, deja de hacer ruidos extraños para, constituyéndola, fundirse en un todo novela.
Acoso… acosa al sacralizado Dios texto, para ponerlo en el potente lugar de la herramienta más sofisticada para transmitir lo más complejo, inclusive lo que no se llega a entender del todo, las sensaciones. Hay, en la hiperrealidad que le otorga este recurso, una relegitimación del valor de “verdad” al registro ficcional para representar la realidad. Como dice Philip Roth La verdad es que nunca me planteo su veracidad. Más bien las inscribo en el tipo de relato que suministra al narrador una mentira mediante la cual puede expresar su indecible verdad.
El personaje en crisis, que gracias a la web puede ser muchos él/ella, inventándose cuerpos, trabajos, angustias, deseos…, logra generar tanta materialidad en él y en otros, que inclusive llega a descubrir su necesidad de frotarse activamente con el mundo, silenciando, al desconectarse, las voces de sus propios fantasmas.