Bolívar llegó a
Jamaica, derrotado y empobrecido, con el ánimo de conseguir la ayuda de Inglaterra
para la causa de la Independencia. Estaba empeñado en convencer a los ingleses de
que la dominación española atentaba contra sus propios intereses al restringir
el desarrollo económico de las colonias y prohibir el comercio con aquellos: “La
Europa misma, por miras de sana política, debería haber preparado y ejecutado
el proyecto de la independencia americana; no solo porque el equilibrio del
mundo así lo exige; sino porque este es el medio legítimo y seguro de adquirirse
establecimientos ultramarinos de comercio”.[2]
A pesar de su
pertenencia a la aristocracia criolla de Caracas, Bolívar desarrolló un
profundo sentimiento antiespañol que se explica en la medida en que el destino
del héroe era la liberación de nuestra América. En la Carta de Jamaica,
Bolívar da cuenta de una situación espiritual de un sector de la
intelectualidad criolla que evidencia, ya en el ámbito de lo personal, el
carácter que lo empujaría hacia la gloria, que puede ser entendida como el
rechazo de un sector consciente de una clase para con el dominio de su propia
clase.
El suceso coronará
nuestros esfuerzos porque el destino de la América se ha fijado
irrevocablemente; el lazo que unía a la España está cortado; […] más grande
es el odio que nos ha inspirado la Península, que el mar que nos separa de ella;
menos difícil es unir los dos continentes que reconciliar los espíritus de
ambos países.[3]
Estamos, como en
1805, ante un paisaje magnificente. Bolívar hizo su famoso juramento desde una de las
colinas que rodean a Roma: contemplando la ciudad desde lo alto, con la mirada
atenta que lo abarcaba todo, con el pensamiento crítico sobre la historia que
aquella ciudad arrastra por siglos, con la idea encendida de un destino heroico
que estuvo dispuesto a asumir con la fuerza de su carácter. Similar al
personaje que aparece en “El
caminante ante un mar de nubes”, el famoso cuadro de
Caspar David Friedrich (1774 – 1840), que se extasía ante lo sublime de la naturaleza;
igual que toda alma romántica, Bolívar, sobre uno de las colinas que rodean a
Roma, contempla no solo la naturaleza sino también la historia.
En la Carta de
Jamaica, la montaña ha cedido su lugar al mar como expresión simbólica de
la lucha inmensurable que habrá de emprender, como imagen de la tarea
libertaria que el héroe se ha autoimpuesto. El odio, aquí, es un
sentimiento político que enmarca la situación subjetiva de la lucha
independentista en el ánimo de los criollos que la han emprendido. La Naturaleza,
en la imagen del mar, se muestra grandilocuente para representar el estado del
espíritu de los patriotas. Bolívar remarca con el símil de un imposible natural
la situación irreversible de la lucha contra España. La expresión de odio
revela la imposibilidad de la reconciliación con quien se ha definido como el
opresor del espíritu libre de los americanos y ya se había expresado en el
Decreto de Guerra a Muerte a los españoles y canarios, firmado por Bolívar el
13 de junio de 1813, durante la Campaña Admirable.[4]
Desde el monte romano al mar de Jamaica, la naturaleza se funde con el espíritu
de Bolívar, tormenta y pasión,[5]
el héroe que lucha por la independencia de América como la realización plena de
su destino y gloria.
Bolívar expone en
la Carta de Jamaica la consciencia del instante en que está viviendo
reconociendo la relación conflictiva entre la tradición política heredada de
Europa y lo nuevo que ya emerge de la propia realidad americana: “Nosotros
somos un pequeño género humano; poseemos un mundo aparte, cercado por dilatados
mares, nuevo en casi todas las artes y ciencias aunque en cierto modo viejo en
los usos de la sociedad civil”.[6]
¿De qué se trata
ese pequeño género humano? Bolívar es consciente de su condición étnica
y de clase; sabe, por lo tanto, que no representa a los indígenas y que, al
mismo tiempo, ha roto todo vínculo con España. El pequeño género humano
es, en cierta forma, un ser humano nuevo como producto del mestizaje del Nuevo
Mundo. El voluntarismo del romántico otra vez se sobrepone, desde la escritura,
a las contradicciones y percibe el nacimiento de lo original y novedoso en
medio de los males ancestrales. Pero el voluntarismo de Bolívar está, de todas
maneras, anclado a un análisis político de la realidad que lo lleva a definir
la situación de su ser social con todos sus límites: “…no somos indios ni
europeos, sino una especie media entre los legítimos propietarios del país y
los usurpadores españoles: en suma, siendo nosotros americanos por nacimiento y
nuestros derechos los de Europa, tenemos que disputar estos a los del país y
mantenernos en él contra la invasión de los invasores”.[7]
Y, más allá de las
vicisitudes que describe y vislumbra en la Carta de Jamaica, Bolívar
tiene claridad acerca de su sueño político, cuya realización, sin la ayuda de
los ingleses y el trabajo unitario de los patriotas, no considera posible en el
momento, en que escribe aunque sabe que su coronación sería gloriosa. Esta
manera de trabajar las dificultades desde la reflexión teórica, formada en la
herencia racionalista, marcada por los ideales que parecen imposibles, bañada
de espíritu romántico, que se van ajustando a los resultados de la acción
política, convierten a Bolívar en el héroe que supera constantemente las
dificultades en pos del destino que se ha marcado desde cuando realizó el Juramento
de Roma.
La
Carta de Jamaica es respuesta a una misiva del 29 de agosto que no
conocemos hasta hoy, remitida por un habitante jamaiquino llamado Henry Cullen quien,
por las citas que hace el mismo Bolívar en la suya, le pide al Libertador que
le comente acerca de la conducta de los españoles para con los pueblos
indígenas y le requiere, además, que le haga una descripción de la situación
política. De ahí que el nombre original del documento sea “Contestación de un americano
meridional a un caballero de esta isla”.
La carta fue
dictada por Bolívar a su secretario Pedro Briceño Méndez y en ella, el
Libertador vio la oportunidad de dirigirse a un público más amplio pues, con el
pretexto de responder las inquietudes de Cullen, Bolívar aprovechó para exponer
ante cierto sector influyente de la isla sus ideas respecto de la independencia
de los pueblos de América del Sur y, sobre todo, reclamar el apoyo de Europa a
la causa. No obstante lo dicho, vale precisar que la importancia histórica de
la Carta es una construcción posterior al momento de la lucha independentista:
fue publicada por primera vez, en inglés, en 1818, y en español, fue parte de
una recopilación de documento del Libertador, realizada en 1833.[8]
La Carta
comienza señalando la crueldad de la dominación española ejercida contra los
pueblos originarios y reivindicado la figura de fray Bartolomé de Las Casas,
“el filantrópico obispo de Chiapas”, a quien asume como fuente confiable del
testimonio de aquellos sucesos: “Barbaridades que la presente edad ha rechazado
como fabulosas, porque parecen superiores a las perversidades humanas; y jamás
serán creídas por los críticos modernos si constantes y repetidos documentos no
testificasen estas infaustas verdades”.[9]
Más adelante,
citando una parte de la carta de Cullen, Bolívar aprovecha para resaltar el
trato inhumano que los conquistadores dieron a los gobernantes de los pueblos
indígenas. Él hace una comparación del trato recibido por Carlos IV y Fernando
VII, luego de que Bonaparte los hubo capturado: “Existe tal diferencia entre la
suerte de los reyes españoles y de los reyes americanos, que no admite
comparación; los primeros son tratados con dignidad, conservados, y al fin
recobran su libertad y trono; mientras que los último sufren tormentos
inauditos y los vilipendios más vergonzosos”.[10]
Bolívar plantea
asimismo que la dominación española ha mantenido a los ciudadanos de las
colonias en una especie de infancia permanente: “Los americanos, en el sistema
español que está en vigor, y quizá con mayor fuerza que nunca, no ocupar otro
lugar en la sociedad que el de siervos propios para el trabajo, y cuando más,
el de simples consumidores”.[11]
Es decir que los americanos no habían sido educados por los españoles ni en la
administración ni en el gobierno del Estado, ni en el comercio con otras
naciones. En este sentido, Bolívar reclama la necesidad de la independencia
para salir de esa situación y erigirse con madurez cívica en medio de las
naciones del mundo.
Justamente por esa
situación de ciudadanía pueril es que Bolívar se opone a la construcción de la
democracia federal para los pueblos de nuestra América y prefiere la
constitución de 15 o 17 países. El Libertador conoce las limitaciones del
espíritu cívico de los habitantes de nuestra América: “No convengo en el
sistema federal entre los populares y representativos, por ser demasiado
perfecto y exigir virtudes y talentos políticos muy superiores a los nuestros;
por igual razón rehúso la monarquía mixta de aristocracia y democracia, que
tanta fortuna y esplendor ha procurado a la Inglaterra”.[12]
A la Carta de
Jamaica se la conoce también con el nombre de profética por cuanto
en ella Bolívar vislumbra lo que habrá de ser el destino de las naciones una
vez independizadas. Así, si bien señala que “La Nueva Granada se unirá con
Venezuela” y “esta nación se llamaría Colombia como un tributo de justicia y
gratitud al creador de nuestro hemisferio” también intuye que “es muy posible
que la Nueva Granada no convenga en el reconocimiento de un gobierno central,
porque es en extremo adicta a la federación; y entonces formará, por sí sola,
un estado que, si subsiste, podrá ser muy dichoso por sus grandes recursos de
todo género”.[13]
Bolívar es
consciente de las limitaciones de la realidad política pero, al mismo tiempo,
está convencido de lo que anhela conseguir; no obstante, en la Carta de
Jamaica, la racionalidad del análisis político supera el voluntarismo
romántico y si bien es capaz de exponer su utopía integracionista a Henry
Cullen, también señala con claridad las dificultades de llevarla a cabo:
Es una idea
grandiosa pretender formar de todo el Mundo Nuevo una sola nación con un solo
vínculo que ligue sus partes entre sí y con el todo. Ya que tiene un origen,
una lengua, unas costumbres y una religión, debería por consiguiente tener un
solo Gobierno que confederase los diferentes Estados que hayan de formarse; mas
no es posible porque climas remotos, situaciones diversas, intereses opuestos,
caracteres desemejantes, dividen a la América.[14]
Ya
al final de la carta, Bolívar apela a la unión como aquello que le falta
a los pueblos de América para lograr su independencia total, en medio de las
disputas entre conservadores y reformadores. Hay que recordar que,
en Jamaica, Bolívar está derrotado luego de haber vencido en la Campaña
Admirable, sin recursos luego de pertenecer a una familia de ricos criollos,
y a la espera de un permiso para viajar a Inglaterra en pos de apoyo para la
causa de la independencia. Y, sin embargo, el destino heroico está por cumplirse
guiado por el carácter del patriota: “Yo diré a Vd. Lo que puede ponernos en
actitud de expulsar a los españoles y de fundar un gobierno libre: es la
unión, ciertamente; mas esta unión no nos vendrá por prodigios divinos sino
por efectos sensibles y esfuerzos bien dirigidos”.[15]
Tanto el Juramento
de Roma como la Carta de Jamaica, tienen la importancia que la
historia de las ideas les ha asignado por cuanto la tarea liberadora que se impuso
el héroe, fue realizada como destino. Pero no se trata del destino con sentido
místico que se desprende de la tragedia sino del destino como ideal del genio.
Bolívar no es el personaje trágico cuya voluntad no cuenta para los dioses que
le han impuesto un destino, Bolívar es el individuo que ha señalado para sí un
destino que habrá de procurarle la gloria y que sabe, en su fuero íntimo, que
para alcanzarlo requiere andar un sendero poblado de dificultades. El destino,
en esta acepción, es la realización plena del ideal conseguido con base en la
perseverancia, como consecuencia de un carácter superior.[16] La Carta de Jamaica es un testimonio más de que para Bolívar la tarea
libertaria autoimpuesta desde la cima de uno de los montes que rodea Roma, en
su juramento del 15 de agosto de 1805 ante su maestro Simón Rodríguez, fue un
destino por cuyo logro trabajó, desde la perseverancia de su carácter heroico.
[1] Simón Bolívar,
“Carta de Jamaica”, en Doctrina del Libertador [1976], Caracas,
Biblioteca Ayacucho, 2009.
[2] Bolívar, ob. cit., p. 71 [énfasis añadido].
[3] Bolívar, ob. cit., p. 67 [énfasis añadido].
[4] Las líneas finales del
Decreto, firmado en el Cuartel General de Trujillo (Venezuela), decían: “Españoles y canarios, contad con la muerte, aun siendo indiferentes, si
no obráis activamente en obsequio de la libertad de la América. Americanos,
contad con la vida, aun cuando seáis culpables”.
[5] El famoso Sturm und Drang,
de los románticos alemanes, con Goethe como cabeza visible del movimiento en el
mundo (s. XVIII y XIX).
[6] Ibídem, p. 73.
[7] Ibídem, pp. 73 – 74.
[8] La carta fue traducida al inglés el 20 de septiembre de 1815 y está
fechada en Falmouth, donde residía Cullen. En 1945, el investigador colombiano
Guillermo Hernández de Alba encontró este manuscrito en el Archivo Nacional de Colombia
y es conocido como el Manuscrito de Bogotá. El historiador ecuatoriano
Amílcar Varela descubrió en 1996 un ejemplar de la Carta en español, en el
archivo histórico del Banco Central, en el Fondo Jijón, cuya autenticidad fue
determinada en 2014. El Parlamento Andino y la Embajada de Ecuador en Colombia,
de manera conjunta, organizaron el pasado viernes 4 de septiembre una seminario
con la presencia de Jorge Núñez Sánchez e Inés Quintero, presidentes de las
academias de Historia de Ecuador y Venezuela, respectivamente; así como con la
participación de Juan Camilo Rodríguez, presidente de la Colombia, quien,
aunque no pudo estar, envió su texto. Asimismo, participamos el historiador
Amílcar Varela y yo, que soy el editor de la edición facsimilar y bilingüe de
la Carta de Jamaica, del Parlamento y de la Embajada, cuya portada reproducimos en la ilustración de esta
entrada del blog, que es un resumen de la presentación que hago de la Carta para esta edición. Agradezco al senador Luis Fernando Duque, presidente del Parlamento, y a Eduardo Chiliquinga, secretario general, por el entusiasmo y apoyo para la realización del seminario y el libro.
[9] Bolívar, ob. cit., p. 67.
[10] Ibídem, p. 72.
[11] Bolívar, ob. cit., p. 75.
[12] Ibídem, p. 79.
[13] Ibídem, pp. 82 y 83.
[14] Ibídem, p. 84 [énfasis añadido].
[15] Ibídem, p. 86.
[16] En su conocido artículo “Destino y carácter”, Walter Benjamin
puntualiza: “Como en Nietzsche cuando dice: ‘Quien tiene carácter tiene también
una experiencia que siempre vuelve.’ Ello significa: si uno tiene carácter, su
destino es esencialmente constante. Lo cual a su vez significa —y esta consecuencia
ha sido tomada de los estoicos— que no tiene destino” (Ensayos escogidos, Buenos Aires, Editorial Sur, 1967,
p. 132).