José María y Corina lo habían conversado en alguna de sus tardes de té y facturas: toda muerte engendra ausencias y cada ausencia es un pedazo de muerte que se adhiere para siempre a nuestra piel de solos.
(De El perpetuo exiliado, 2016).
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lunes, noviembre 21, 2022

«Labor de duelo» y la estética del dolor

María Paulina Briones (Guayaquil, 1974)

Desde una profunda mirada al alma del yo-lírico, voz poética autoral que se encuentra inmersa en el apocalíptico Guayaquil del tiempo de la pandemia y transita el recorrido de sus pérdidas desde la escritura, Labor de duelo, de María Paulina Briones (Guayaquil, 1974), es un poemario impregnado de una estética del dolor que hurga en los intersticios del yo y la memoria de la autora. Ese yo que desafía convenciones y los límites de la realidad, que se adentra en las tinieblas de la muerte para proclamar la vida, que encuentra en lo onírico la revelación de los ritos purificadores.

Versos tremendos son aquellos que abren el texto y presentan la imagen de un abuelo cuyo suicidio, ese acontecimiento definitivo que marca el fin de una existencia, descubre secretos y nostalgias de la familia: «Un viento ligero anida la melancolía / es Agosto y tu abuelo se ha volado los sesos […] recorro las estanterías con títulos en francés / cincuenta y dos años / el río crecido suena / y llueve / aunque el agua nunca cae en este mes / En mi familia escondemos a los suicidad»[1]. Versos estremecedores son los que hablan de la pérdida del hijo que no pudo ser, con ese tono confesional de quien lleva un dolor inenarrable que, finalmente, como un grito emerge en el verso: «Pero casi tuvimos un hijo si no fuera porque yo lo ahogué en su propia sangre casi fuimos padres sí […] la tierra te cubre y te pierde / volverás a nacer quién sabe en qué estrella / pero nunca sabrás que casi tuvimos un hijo un túnel unos metales helados»[2].

Versos que, desde la reminiscencia de lo sublime, reclaman los derechos de la naturaleza; que confrontan a una ciudad que engulle a esa naturaleza para su propia perdición; un Guayaquil que se destruye a sí mismo en la medida en que arremete contra lo natural en función de un progreso que atenta contra la comunión del ser humano con los cerros, los árboles y el manglar: «No son azar los cerros mutilados / o este brazo de mar como inquietante vitral de la noche estrangulada / es la señal de la muerte que torna las aguas oscuras / y detiene su dialéctica misión de ser siempre distinta […] La melancolía se extiende en el asfalto»[3]. Versos que evocan el terror desde ese gótico tropical enhebrado en el gótico de los románticos y que, como en una película de Alfred Hitchcock, nos hablan de una ciudad que, de pronto, en medio de la pandemia, es invadida por los pájaros de la muerte y que, en tiempo apocalíptico, se olvida de los ritos fúnebres y ha olvidado cómo enterrar a sus muertos: «El guaraguao se desplaza por los cielos azules y observa / no es el único en esta danza de la carroña […] una ciudad puede morir tantas muertes / hay cadáveres que iluminan el fuego del hogar / y nos aferramos a ellos»[4].

Versos que dialogan con el García Lorca de la estancia en Nueva en York, «Federico insomne deambula por las orillas del Hudson», y a quien el yo de la poeta invoca para andar libre en su tránsito por el mundo, confrontando al olvido, exponiéndose al riesgo de ser atravesada por los cuchillos de la existencia lanzados por un artista de circo y evocando a las mujeres que la precedieron en la desobediencia que se concentra en los saberes que no le sirven a este mundo: «Acompáñame Federico García y dame tu mano de paloma / no vaya a ser que resbale de la azotea y mi cuerpo estalle por accidente / herida permíteme volar a tu lado y recorrer la noche»[5]. Siempre al filo de un abismo desde donde se contempla a la muerte, este poemario es escritura que lleva el duelo en sí misma cayendo en un sueño hacia la nada y procurando ritos funerarios de los que la cuarentena despojó a los habitantes de una urbe cercada por la peste: «Ya les dije que a mí me quemen como a vikinga […] no necesito una bolsa plástica tampoco un féretro de cartón prensado / mi dignidad jamás ha tenido precio / en esta cuarentena despótica / un cuerpo no puede nada»[6].

El yo de la poeta aprende labores inútiles que desafían al tiempo; lleva, con incertidumbre, sus muertos atados a las piernas cansadas que piden tregua; revive a los abuelos que, fuera de sus sepulcros, se sienten extraviados en este mundo. El yo de la poeta se desplaza entre el horror de la muerte y la soledad del duelo perpetuada en la escritura. Labor de duelo, de María Paulina Briones, es un poemario de verso deslumbrante que, alimentado de lo onírico y la terrorífica cotidianidad de la muerte, medita sobre la vida atravesada por el duelo; que recupera el sentido del dolor para continuar la vida con la sabiduría del ser que ha purgado la pérdida; de verso que ha transgredido el terreno sonámbulo de la muerte.



[1] María Paulina Briones Layana, «Guayaquil (1929)», en Labor de duelo (Buenos Aires: Himalaya Editora, 2022), 11.

[2] Briones Layana, «Ceremonia» …, 13.

[3] Briones Layana, «Premonición» …, 16-17.

[4] Briones Layana, «Los pájaros» …, 32.

[5] Briones Layana, «Gacela de una fantasía» …, 18.

[6] Briones Layana, «Entierro prematuro» …, 35.