José María y Corina lo habían conversado en alguna de sus tardes de té y facturas: toda muerte engendra ausencias y cada ausencia es un pedazo de muerte que se adhiere para siempre a nuestra piel de solos.
(De El perpetuo exiliado, 2016).
Mostrando entradas con la etiqueta Fernando Nieto Cadena. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Fernando Nieto Cadena. Mostrar todas las entradas

domingo, marzo 12, 2017

Sicoseo elegíaco para un poeta vivo después de su muerte






In memoriam Fernando Nieto Cadena,
(Guayaquil, 1947 – Villahermosa, 2017)

Todo tiene su final, nada dura para siempre
Tenemos que recordar que no existe eternidad.

Willie Colón, “Todo tiene su final”,
del álbum Lo mato, 1973,
canta Héctor Lavoe,
coros de Johnny Pacheco y Justo Betancourt.








nos dijiste que pretendías que tu escritura fuese poesía y no puramente vida,
tú, que hiciste de la vida un poema salsero, timbales y güiro, rumba de soledades,
—güisa de susanboy, el de los ensalmos y su rítmica lata de manteca, tumbakuyún
y le diste a la poesía un verso cargado del ritmo y la metafísica de la calle de todos los días
deambulando no más sobre este puerto / esta ciudad tuya sin apellido sin tránsfuga
tú, que descubriste la imagen diáfana en la penumbra de los burdeles
—centros culturales encendidos de baile, yerbita más ron con coca cola—
y perturbaste el placentero dolor de los amores clandestinos en los hotelillos de paso,
tú nos enseñaste que no hay que sicosearse con la muerte ni con el olvido;
que con esta absurda torpe y loca poesía hay que ser duro, muy duro,
hasta que nunca más se ponga entre mayúsculas, duramente; que para escribir
hay que ser consecuente con la vida, y escuchar a Willie Colón & Héctor Lavoe:
aguanilé... aguanilé... santo Dios... santo fuerte... santo inmortal....
(coros de Justo Betancourt y Johnny Pacheco)
aguanile, aguanile may may, aguanile, aguanile may may…
oye tú, gordo Nieto Cadena, Fernando que ya no eras gordo por la diabetes
y la soledad sin nombre, la que después de los presagios, ya no te pesa… no te pesa ya,
dejaste el tiempo congelado cuando volaste para México y huérfana a Sicoseo, revista
de número único, porque nació contigo y murió con tu exilio voluntario en 1978;
oye tú, ahora que ya ni siquiera puedes hacerte el de las cascaritas, el loquito del parque,
sigues porfiando en tus poemas, entre Ray Barreto y Mesié Lacán, me sicosea el mate,
que era la manera tuya de entender esta poesía de la puta vida y la salsomanía metafísica.

nos dijiste que tus poemas seguían siendo vida aunque parecían poesía,
buena y nuestra / empecinada y ebria / torturante y brava / un decir de los decires,
tú, que llegabas con Ladera este bajo el brazo a la mesa abierta del Montreal, vuelvo a leer
y quedo “blanco” en su poema; / le agradezco que usted sea como un dios deshabitado,
también hablabas de la cheveridad de Cheo Feliciano y hoy contigo escucho de nuevo
Anacaona india de raza cautiva, Anacaona de la región primitiva y el más famoso solo
de piano de la salsa dura, ese de Larry Harlow, el judío maravilloso, a quien oí tocar
en Barranquilla, en el Carnaval de las Artes de 2014, a donde llegó recién casado.
tú, que decías tener una clandestina militancia marxista-lennonnista, inventariaste
el diván de una tierra sin niñez, el azote de las calles guayaquileñas, los burdeles
de una ciudad que solo existe en las nostalgias, los secretos de los coitos fracasados,
porque todo orgasmo clandestino es una celebración de la solitud compartida,
los descreimientos en esa revolución de los bacanes y en el amor de los pequeños
burgueses, esos enfermos de carencias que somos todos nosotros y tú también.
nos legaste una poesía sandunguera, para componer un son, se necesita un motivo,
y un tema constructivo y también inspiración, entre Marilyn Monroe y Celia Cruz,
poblada de tus lecturas sesudas y tus noches alcohólicas de salsotecas, poesía caminante
del maestro Cardenal a Fayad Jamis, que transita por el canto XLII de Ezra Pound;
y qué más da si el que se fue se va llevando algo de nosotros; pero no nos pongamos
melancólicos aunque Benny Moré cante quieres regresar y vienes llorando pidiendo perdón,
porque más doloroso es perderse en el mundo que utilizarlo como motivo poético,
nos enseñaste que el verso se extiende desde William Blake hasta la Sonora Matancera.

nos dijiste, con el recuerdo de aquello que quién sabe si fue o quiso ser un sicoseo,
somos asunto de muchísimas personas, y que es peligroso dejarse llevar por la añoranza,
porque el verso puede degenerar en lo cursi, ustedes lo saben, en esa lagrimita del adiós,
en la saudade de esos levantes vespertinos que no fueron memorables: oiga señor, yo soy
una muchacha decente, estudio en speedwriting, y vacilo con ejecutivos, no con poetas;
y si Lavoe pudo decir, yo soy el cantante que hoy han venido a escuchar, tú pudiste cantar:
yo soy el poeta que hoy están leyendo, el de los amores fracasados pero verdaderos,
el que tropieza en las calles del barrio, el de los versos que escandalizan a las señoras
que han hecho de la literatura un pasatiempo, mientras ganas de vivir nunca le faltan,
el que no es parricida sino raticida porque exterminó a las ratas del parnaso, soy
el iconoclasta que no se toma en serio ni a sí mismo ni a la literatura, esa emputecía mía,
la que nos hace padecer de tanto buscarla, de encontrarla y perderla y de tanto otra vez,
yo soy el poeta que no quiso volver, aquel cuya biblioteca fue saqueada por los buitres
bibliómanos, amigos hideputas, que les aproveche pero conmigo ya no cuenten; no volveré
a invitar las mejores chuletas del mundo en el Sindicato de Trabajadores del Guayas
—un poeta quiteño, con aires de exquisito, me aseguró que las había comido mejor
            en Atenas—.
yo soy aquel que ayer no más decía que nada te salía bien de buenas a primeras,
ese que escondió su condición de extraviado lejos de la ciudad y su río, que convirtió
la nostalgia de los boleros de Agustín Lara en la poesía desinhibida de la palabra rumbera,
que hizo del olvido una forma de burlarse de su corazoncito guayaco, pero sin ganas
de encontrarse con el pasado ni de ser encontrado por los dolientes de su muerte: ¡idos
todos, sicoseadores de velorios y otros lutos, a la vida, a la vida, a la mismísima vida!