Julio Cortázar visitó a Salvador Allende; apoyó a la revolución cubana y a la sandinista; y no creía en la prensa liberal |
Existe un viejo
poema siempre joven de Gabriel Celaya (1911 – 1991) que habla del compromiso
del escritor y su palabra con las causas populares. La voz poética de “La
poesía es un arma cargada de futuro” (de Cantos íberos, 1955), cargada
de indignación, exclama en una de sus estrofas: “Maldigo la poesía concebida
como un lujo / cultural por los neutrales / que, lavándose las manos, se
desentienden y evaden. / Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta
mancharse.” La indignación no es un estado existencial en abstracto del ser
ante el mundo; la indignación es la rebelión del espíritu ante la aberrante
iniquidad del capitalismo.
En nuestra
América, la larga noche neoliberal que desmanteló y privatizó al Estado, que
privilegió el bienestar del capital financiero por sobre las necesidades
básicas del ser humano, que hizo de las cartas de intención del FMI y de los
ajustes contra los más pobres la única política posible para salir de la crisis
causada por el capital especulativo, también tuvo su efecto devastador sobre algunos
intelectuales y artistas. Muchos de ellos, marxistas militantes de los sesentas
y setentas, se declararon desencantados de los proyectos socialistas y, con la
caída del Muro de Berlín y la desintegración de la URSS, pretendieron construir
una suerte de limbo ideológico, mezclando liberalismo y relecturas academicistas
de Marx, reduciendo lo político a un listado de exigencia de libertades
abstractas.
Esos intelectuales, incapacitados
no solo para luchar por el poder político sino para el ejercicio mismo del
poder encontraron en una lectura reaccionaria de las tesis de Foucault, el
asidero para creer, como si fuera un nuevo dogma, que los intelectuales tenían
que estar por definición en contra del poder, como sostiene Mario Vargas Llosa.
Esa postura ideológica, muy de corte individualista y liberal, considera al
poder como una instancia sin historia por lo que lo mismo sería el poder ejercido
por César que por Luis XIV, por Allende, o por Mandela. Esos intelectuales, por
tanto, han renunciado de plano al compromiso ciudadano con una ética de la liberación
que implica la participación responsable en un gobierno que cumple con un
programa político popular.
Esa visión reaccionaria sobre los
intelectuales y el poder olvida que el poder es un instrumento para transformar
la realidad social, económica y política de un país y que no se ejerce en
abstracto. Una cosa es el poder ejercido directamente por un banquero, o por el
millonario más grande de un país, o sus representantes políticos y otra cosa es
el poder ejercido por ciudadanos —que no están ligados a los centros del poder
fáctico—, que llevan adelante un programa de gobierno popular, para decirlo en
términos generales. Y, sin embargo, esos mismos intelectuales, en la práctica,
le hacen el coro a los poderosos defendiendo unas libertades, supuestamente en
riesgo, en las que no creen ni los mismos poderosos —como tampoco creen en la
poesía aunque a veces les financien sus revistas literarias—. Esos intelectuales
hoy, en Ecuador, hablan por los poderosos, son la voz de esos poderosos difundida
en los medios que son parte de los poderes fácticos aliados en contra de un
gobierno popular.
El gobierno de la Revolución
Ciudadana le paró el carro al FMI: se acabaron las humillantes Cartas de
Intención. Demostró que es posible crecimiento económico con justicia social: en
2011, con 7.8%, Ecuador fue la tercera economía latinoamericana con mayor
crecimiento del PIB y, al mismo tiempo, estrechó la brecha entre costo de la
canasta familiar e ingreso familiar al 7% cuando en el 2005 era del 33%. Renegoció
los contratos petroleros en beneficio del país. Ha realizado la mayor inversión
en educación, salud y vialidad de la historia de Ecuador, con altísima
participación de los sectores populares. De hecho, en 2011, la inversión social
(4.978 millones de dólares) fue largamente superior al pago de la deuda pública
(2.880 millones de dólares). Por primera vez, se ha dado una atención solidaria
a las personas con discapacidades y el presupuesto para ello subió de 2 a 100
millones de dólares anuales. Del 2006 al 2011, el coeficiente de Gini, en la
zona urbana, pasó del 0,51 al 0,44, y, en la zona rural, del 0,50 al 0,46. ¿Que
falta mucho por hacer todavía? Ni qué dudarlo. Pero, por primera vez en
términos de las políticas públicas, estamos en el camino correcto.
Es por este gobierno de la
Revolución Ciudadana que intelectuales y artistas junto a ciudadanas y
ciudadanos, todos convencidos de la justicia social y la libertad, de la
soberanía de la patria, hemos tomado partido “hasta mancharnos”. Ejerciendo
nuestras funciones públicas con honestidad y convicción ideológica. Contribuyendo
a transformar la realidad social de nuestra patria con el trabajo comprometido hacia
los más pobres. Haciendo del gobierno una práctica política atravesada por la
ética de servicio. ¿Que hemos cometido errores y cometeremos otros en este
ejercicio? De seguro que sí. Pero existe en todos nosotros la convicción ética
de que el ejercicio del poder, desde un programa pensado en los intereses
populares, contribuye a derrotar las inequidades de un sistema económico
clasista por su propia naturaleza.
En lo personal, mi toma de
partido obedece a la convicción de que, más allá de ciertas formas, errores e
incluso desaciertos que, luego de cinco años, pudiese tener el gobierno de la Revolución
Ciudadana, el programa político, económico y social para la transformación del
país basado en una economía que privilegia al ser humano por sobre el capital no
solo es correcto sino que éticamente es liberador. A eso le añado una política
exterior soberana basada en los principios antes que en las coyunturas de la diplomacia.
Y también porque creo que las palabras de los intelectuales tienen algún valor
cuando no solo piensan la realidad de la patria sino que, con su toma de
partido, aquellos contribuyen a transformarla; como dice el poema de Celaya, en
su último verso: “Son gritos en el cielo, y en la tierra, son actos.”
Paco Ibáñez interpreta "La poesía es un arma cargada de futuro", de Gabriel Celaya