José María y Corina lo habían conversado en alguna de sus tardes de té y facturas: toda muerte engendra ausencias y cada ausencia es un pedazo de muerte que se adhiere para siempre a nuestra piel de solos.
(De El perpetuo exiliado, 2016).

lunes, febrero 12, 2024

Despenalizar la eutanasia evita la inútil prolongación del sufrimiento de una persona

Captura de pantalla de la cuenta de X-Tuiter de Paola Roldán Espinosa.

Una influencer desubicada dijo, en su cuenta de X-Tuiter, que no entendía cómo la chica [sic] que había pedido la eutanasia —una vez que fuera despenalizada por la Corte Constitucional—, declarase a través de su padre, que seguiría luchando por su vida. La influencer concluía, aparentemente confundida, ¿qué mismo? El caso de Paola Roldán Espinosa, de 42 años, diagnosticada con Esclerosis Lateral Amiotrófica, ELA, ha despertado la admiración y solidaridad de quienes creemos que, frente a una enfermedad terminal y dolorosa y pese a los prejuicios religiosos doctrinarios, debe existir la alternativa de elegir una muerte con dignidad respaldada por la ley y respetada por una ética del cuidado humano.

         El catolicismo mantiene una posición doctrinal inamovible frente a la eutanasia, a la que considera un crimen. El padre Eduardo Hayen Cuarón, de México, en su cuenta de X-Tuiter habló del «valor del sufrimiento de Cristo», de que, de aquí en adelante, cualquier persona acudiría al suicidio asistido por motivos menos dramáticos y señaló que el tema generaba una «falsa compasión». La crueldad de esta exposición doctrinaria salta a la vista pues hasta Cristo, ante su inminente sufrimiento, pidió a su Padre: «aparta de mí este cáliz»; claro que Él era hijo de Dios y tenía una misión redentora que no podía evadir. La argumentación del equipo jurídico de Roldán señala al respecto: «Las creencias religiosas aun cuando siendo mayoritarias, no son suficientes en un Estado laico para impedir el ejercicio del derecho a la muerte digna, pues deben considerarse como injerencias indebidas al libre desarrollo de la personalidad». En casos como el de Paola Roldán, la iglesia debería repensar el sentido de la compasión, el cuidado y el amor al prójimo. La piedad cristiana debería hacernos entender y aceptar que el prójimo, ante su dolor incurable y creciente, solicite que alguien aparte ese cáliz y le procure una muerte con dignidad.

         Gracias a la lucha emprendida por Paola Roldán, la Corte Constitucional despenalizó la eutanasia el 5 de febrero de 2024 mediante la sentencia 67-23-IN/24. En su acápite 77, la Corte Constitucional señala en referencia a la situación médica de la señora Roldán: «Esta Corte considera que resulta irrazonable imponer a personas en tales situaciones la obligación de mantenerse con vida, sin considerar su angustia y sufrimiento intenso, cuando existen opciones más compasivas a las que podrían acceder para poner fin a su dolor. En estos casos, no es aceptable que terceros obliguen a quienes enfrentan una enfermedad grave e incurable o lesión corporal de esta índole a prolongar su agonía». Más adelante recomienda que el Ministerio de Salud, en un plazo de dos meses, elabore un reglamento para el procedimiento para la aplicación de la eutanasia, que la Defensoría del Pueblo, en un plazo de seis, presente un proyecto de Ley para los procedimiento de aplicación de la eutanasia con los más altos estándares y que la Asamblea Nacional resuelve la Ley, en un plazo de doce. Esperemos que la presión política de los grupos de fanáticos del sufrimiento del prójimo no amedrenten a los asambleístas.

         Al presentar la demanda, el equipo jurídico de Paola Roldán argumentó que «la norma impugnada [artículo 144 del COIP] infringe los derechos a: (i) la dignidad; (ii) al libre desarrollo de la personalidad; (iii) al fomento de la autonomía y disminución de la dependencia; (iv) a la integridad física y la prohibición de tratos crueles, inhumanos y degradantes; y (v) al derecho a morir dignamente». No se ha enunciado el problema de la situación social de la persona gravemente enferma, ni los gastos médicos en los que debe incurrir su familia en tratamientos que no curarán la enfermedad sino que prolongarán la agonía, ni tampoco se ha analizado la incapacidad del sistema de salud para procurar una asistencia permanente, prolongada y gratuita. Una ética del cuidado humano nos obliga a respetar la autoridad moral de los individuos para disponer de su vida en los casos de una enfermedad grave e incurable; por ese mismo respeto y compasión, no se debería obligar a nadie a padecer un sufrimiento innecesario. En este marco, el deber de respetar la vida digna no es incompatible con la decisión autónoma e informada de una persona. El cuidado de las personas implica el cuidado de la vida humana en condiciones dignas en todas sus dimensiones. Como ha declarado Paola Roldán Espinosa en una entrevista para la BBC Mundo: «Lo único que merezco es una muerte con dignidad».   

         Es claro que la eutanasia genera intensos debates por el peligro que conlleva la disposición arbritraria de la vida de las personas, en situaciones médicas de dolor y sufrimiento, por parte de terceros. Pero, también, es claro que la despenalización de la eutansia permite que la persona gravemente enferma tenga la posibilidad, si así lo decide, de terminar con su vida para terminar con una dolorosa agonía. El debate sobre los pro y contra de la eutanasia no se terminará con su despenalización; lo que sí se ha terminado es la inútil prolongación del sufrimiento y el dolor de una persona gravemente enferma contra su voluntad.


lunes, febrero 05, 2024

In memoriam Jorge Aguilar Mora: un intento de descubrir los secretos del aire

           

Jorge Aguilar Mora (Chihuahua, 9 de enero de 1946 - Bethesda, MD, 5 de enero de 2024). (Foto: Tyrone Maridueña, Guayaquil, 2018).

En la nota «Al lector» de Sueños de la razón 1799 y 1800. Umbrales del siglo XIX, Jorge Aguilar Mora, JAM, explica el ambicioso proyecto intelectual en el que se propuso una reflexión de la cultura del siglo XIX, año por año, a través de un testigo anónimo cuyo punto de vista narrativo tenía un límite: «puede dar testimonio de lo que ha ocurrido ese año y relacionarlo con cualquier hecho o suceso del pasado; pero carece del poder de narrar el futuro»[1]. En este y los otros libros de su proyecto existe una mirada lúcida sobre los protagonistas que construyen el espíritu romántico; al exponer las ideas que alumbrarán los tiempos por venir, con la creatividad narrativa de un novelista, JAM presenta el saber de una época como una narración en la que los personajes y sus ideas —Goethe, Humboldt o Madame de Staël— configuran un mapa del saber que nos permite seguir las huellas de su espíritu. Jorge Aguilar Mora (1946-2024) fue un maestro generoso, un ensayista deslumbrante y un creador que no hacía concesiones a sus lectores. La dedicatoria de este libro no es un dato menor porque la intención primigenia del autor era escribirlo como si se lo estuviera contando a su hijo: «Este proyecto nació cuando nació mi hijo Diego, en 1992. El libro es suyo»[2].

En el año lectivo 2006-2007, JAM obtuvo el reconocimiento Distinguished Scholar and Teacher, que otorga la Universidad de Maryland. Como maestro, JAM demostró en cada una de sus clases no solo su amplio y profundo dominio de la materia que enseñaba sino también una habilidad extraordinaria para conseguir que sus estudiantes nos apasionáramos por los temas que trataba. Sus clases eran charlas magistrales durante las cuales el saber fluía como si se tratase de lo que actualmente es un podcast. Además, siempre estuvo presto al trabajo de tutor en generosos horarios adicionales a los ofrecidos normalmente. Él, puntual en sus horarios, en la guía y corrección de trabajos, hizo de cada sesión un espacio esperado por sus estudiantes, dado los desafíos intelectuales que su cátedra planteaba en todo momento. En una carta de julio de 2009, dirigida a sus colegas y estudiantes del Departamento de Español y Portugués de la Universidad de Maryland, cuando se jubiló, dijo sobre su docencia:

 

Y para mí, enseñar significa simplemente dar señas, señalar, dar signos. No es decir “Miren lo que sé y miren lo que tienen que saber”, sino “Miren los caminos que existen y de los cuales conozco muy pocos, miren cómo yo he recorrido esos caminos y en algunos me he perdido, en otros no sé dónde estoy y otros me han llevado a la felicidad de conocer obras que me acompañarán toda la vida, que son vida y son mi vida. Y no soy, ni me he visto nunca como ejemplo de nada, ni de nadie: soy simplemente un caso, alguien que en soledad, forzosa, se enfrenta a lo que tienen de vital las obras de arte”. Nunca me ha interesado manifestar lo que sé, me ha apasionado siempre mostrar cómo viven las ideas. Como enseñar a volar: no decir cómo mover las alas, sino intentar descubrir los secretos del aire.

           

El segundo libro sobre el siglo XIX es Fantasmas de la luz y el caos 1801 y 1802 y en él la historia se mueve hacia nuestra América. El libro se abre con un Goethe enfermo que, «en la madrugada del 5 de enero, comenzó a toser violentamente y a desvariar: hablaba con amigos ya muertos y con Jesucristo»[3]. A través de sus páginas, asistimos a la estrategia conspirativa de Thomas Jefferson para anexar la Luisiana a los Estados Unidos, al viaje de Humboldt y Bonpland de Cartagena a Lima, pasando por Popayán y Quito, con la frustrada asistencia de Francisco José Caldas y la participación apasionada de Carlos Montúfar y todo lo que aquello significó para el estudio de la naturaleza andina. La mirada perspicaz de JAM lo lleva a una reflexión sobre la participación de aquellos que han quedado al margen de la historia a partir del relato de Caldas cuando a punto de perder la vida en el cráter del volcán Imbabura es rescatado por su guía, el indio Salvador Chuquín, sobre quien dice Caldas «es justo nombrarle»:

 

Era justo nombrarlo, no solo por el mismo Salvador Chuquín, sino por todos los indios que han acompañado a todos estos exploradores y han quedado en la sombra, en el simple y banal olvido o, en raras ocasiones, solo mencionados para burlarse de sus supersticiones y de sus miedos […] No sabemos nada más de Salvador Chuquín; quizás después de salvarle la vida a Francisco José Caldas siguió ganándose la vida recogiendo hielo del volcán para venderlo en las casas de los criollos nobles de la ciudad. Quizás, como muchos otros, un día resbaló en la nieve y cayó a su muerte.[4]

 

            JAM dejó inédito un tercer volumen titulado El verbo del deseo 1804-1804. Junto a los dos anteriores, este libro también es una precisa reconstrucción del mundo intelectual de comienzos de ese siglo diecinueve con una meticulosa puesta en escena de las ideas que han marcado el pensamiento de hoy, imbuida en una narración novelesca que da cuenta de las vicisitudes de sus brillantes protagonistas (Humboldt, Caldas, Goethe, Hölderlin, Madame de Staël, Napoleón, Beethoven, etc.) en el entretejido de sus relaciones personales y el desarrollo de sus ideas frente al surgimiento de una nueva sensibilidad en el mundo. La lectura de los tres libros es uno de esos placeres que se encuentra en el discurso crítico porque su palabra tiene la concentración de la sapiencia de los libros contada con la fluidez de la oralidad de los abuelos; esos abuelos que, en las comunidades rurales, son los que albergan y transmiten el saber y la tradición. Los tres libros son la crónica reflexiva de las ideas que nos han cobijado, a partir de su emergencia en el siglo diecinueve, para marcar su impronta en la sensibilidad contemporánea. Estos libros son un deleite intelectual de la lectura y una lectura para el deleite del intelecto.

 

            Una pérdida atravesaba el espíritu de JAM, un muerto cargaba en su peregrinaje vital e intelectual: ese muerto era su hermano David. «A David Aguilar Mora lo capturó la guardia judicial [de Guatemala] a mediados de diciembre de 1965. No sé la fecha exacta de muerte, pero lo fusilaron en el interior de la base de Zacapa, y sus verdugos fueron el subteniente Carlos Cruz y Cruz, “El serrucho”, y los G2 César Guerra Morales y Rigoberto García, “El gato”»[5]. En Cadáver lleno de mundo, una novela experimental, introspectiva, situacional, con un narrador que entra y sale del texto en el acto mismo de la escritura, la presencia de David es un fantasma que recorre toda la novela. Hacia el final, en una suerte de nota al pie de página que es parte de la estructura narrativa, aparecen las preguntas que acompañarán a JAM durante su vida: «¿Por qué ese afán de ocultar una muerte? ¿Por qué rechazar la petición de esa misma muerte y tergiversarla? […] ¿No era cierto que David sería una presencia obsesionante con solo mencionar su nombre? ¿No, que David era imposible de resucitar, precisamente por su muerte tan rotunda?»[6].

            En Los secretos de la aurora, Aguilar Mora construye una ciudad de cuyos dramas quienes leemos nos sentimos partícipes porque la atmósfera del lenguaje que la envuelve nos acerca a la intimidad de los personajes que habitan dicha ciudad. Una intimidad cargada de secretos que se van develando a medida que los personajes se apropian de la ciudad y de su propia historia. La novela deviene paradigma de lo que es la autonomía del texto literario y la creación de mundos de ficción que funcionan en el territorio de la escritura. Un lenguaje de tesitura barroca, con la persistencia de la música en el acontecer de los personajes y un erotismo reflexivo, como cuando Ana y Santiago hacen el amor con la mirada: «El deseo de sus miradas apenas les tocaba la piel con sus dedos de humo […] se olvidaban de sus nombres, se olvidaban de lo que eran y se volvían —como una madeja sin hilo— placer como objeto y acto al mismo tiempo, y se dejaban infinitamente mirar para volverse mirada»[7]

 

La gente que protagonizó la gesta de la Revolución mexicana fue también una obsesión de JAM. En Una muerte sencilla, justa, eterna, Aguilar Mora indaga el proceso revolucionario desde una voz que es autobiográfica al tiempo que desentraña el proceso de investigación y escritura, e ilumina con la profundidad reflexiva de su prosa cargada de poesía el sentido de los acontecimientos históricos. En este libro, el tema de la muerte es el leit motiv de una cultura en pleno fervor revolucionario: a partir de la narración de los dramas individuales de sus protagonistas se busca el sentido de la historia general, lo que hace del libro un texto con una mirada tan honda como piadosa sobre las vicisitudes del ser humano en medio de sucesos históricos que superan la voluntad de las personas. Esa manera de convertir la historia en narración y reflexionar a partir de ella la encontramos, por ejemplo, en este pasaje:

 

¿Seguimos esperando con el lenguaje? ¿Esperamos el hecho? El lenguaje estuvo antes, y estará después. Mas he aquí el hecho.

A Santiago Ramírez lo fusilaron en Saltillo. Lo fusilaron en Saltillo. Y cuando le ofrecieron un licorcito, cuando le ofrecieron un cognac, cuando le obsequiaron su última voluntad, muy generosos los verdugos, Ramírez replicó: “No quiero licor, me hace daño al hígado”. Era la naturalidad, era la perfecta naturaleza.

Y luego, cuando ya era inminente el fogonazo, cuando ya lo requería el paredón, se volvió a una señorita de Saltillo que hasta allí lo había acompañado: “No muero como un reo, muero traicionado”, le dijo. Y así murió.

[…]

Para mí, Santiago Ramírez fue el último fusilado.[8]

 

Es ya un clásico su ensayo La divina pareja. Historia y mito en Octavio Paz, un libro que deconstruye las ideas de Paz sobre la poesía, la historia y la cultura mexicana y desmitifica su apoliticismo. La crítica de JAM reconoce en toda su extensión la valía de la obra de Paz, pero no deja de señalar con dureza sus contradicciones, lo que da cuenta de su espíritu libre en un mundo intelectual lleno de aduladores. Esa dureza se sintetiza en su conclusión: «En el caso de Paz, no hay ningún sistema construido, no hay ninguna elaboración: hay la negación de la historia, hay intentos de gramaticalizarla, hay descripciones constantes de la otredad, del mito, de la analogía, porque en el fondo siempre ha creído que no es necesario demostrar nada»[9]. Ese libro se complementa con su ensayo «La fuga de la identidad. Tres estaciones de Octavio Paz», en el que, décadas después, JAM analiza la ambición secreta del premio Nobel que era, según él, «que el joven Octavio Paz tuviera la lucidez del Octavio Paz maduro, y que este tuviera la frescura de aquel»[10]. La visión de JAM sobre Paz es un ejercicio del criterio desde la admiración a su poesía y sus ideas sobre la poesía, pero desdeñando la adulación hacia el poder intelectual del propio Paz.[11]

En el libro en donde aparece el ensayo sobre Paz, JAM publicó también un texto sobre Rulfo: «Yo también soy hijo de Pedro Páramo». Es un ensayo sobre la muerte y la ubicuidad del muerto, sobre la orfandad y la asunción de la paternidad, sobre Pedro Páramo y sus hijos y sobre Jorge Aguilar Mora y su hijo Diego y la manera como se entrecruzan los afectos filiales. En la escritura de este ensayo dirigido al debate académico aparece otra escritura que está dirigida a su hijo, que es una manera de entender su propia condición de padre de Diego y de hijo de Pedro Páramo: «Querido Diego, si hay algo en lo que Pedro Páramo es un texto para más vivir y para dejar de sobrevivir, ese algo es su prodigiosa singularidad para hacer, en cada lectura, que el encuentro de la literalidad de la vida y de la opacidad del mundo nos permita acceder, en cuerpo y alma, a una realidad de acontecimientos puros y de actos de lenguaje»[12].

 

            No quiero terminar esta celebración de la vida creativa de Jorge Aguilar Mora sin referirme, de manera breve, a dos de sus poemarios. Con el uno compartimos nuestra afición por la música sacra. En Stabat Mater, la figura de la madre doliente frente al hijo – hijo de Dios reivindica todo el sentido terrenal del ser humano frente a la muerte y la imposibilidad del reino de lo eterno. Se trata de un poema extenso que sostiene una plegaria de la humanidad huérfana de la presencia divina, abatida frente a la redención imposible. Ese dolor que no tiene nombre, ese dolor de la madre que pierde a su hijo me duele en estos versos: «Y, al pie de la cruz, estaba la madre. / Estaba la muerte al pie de la huida. / Ese río de lobos era maldiciones, / y alguien de su mano recogió alegría, / recogió la hora, al pie de la muerte»[13].

La bella molinera, que entabla un diálogo intertextual con el ciclo de canciones de Schubert de título homónimo, es un poemario que conjuga las tristezas del amor romántico en la posmodernidad que ha matado la ilusión romántica, con la esperanza en la poesía —embebida de racionalidad—. En el poemario, la poesía es entendida como el espacio de realización del amor contradictorio del molinero y su amada, aceptando los devaneos de la bella molinera con el caminante, con todos los caminantes que le ofrecen una libertad que se atreve a tomar. Este es un poemario que canta a la imposibilidad del amor romántico, al anhelo de libertad, a la sabiduría del sufrimiento y el miedo a ser libre: «Como si tú fueras los frutos y el deseo, / Y yo cantara baladas que nadie escucha / Porque solo la bella molinera sabe que existen»[14], canta el caminante desdeñado.

 

Jorge Aguilar Mora., en Guayaquil, durante su participación en el III Encuentro de Investigación en Artes, organizado por la Universidad de las Artes, en julio de 2018. (Foto: Tyrone Maridueña)

El martes 9 de enero de 2024, Jorge Aguilar Mora habría cumplido 78 años. Nos lo arrancó de la vida la ruptura de un aneurisma aórtico abdominal el aciago viernes 5, pero no podrá la muerte arrebatarlo de la memoria de quienes lo queremos y hemos aprendido de su magisterio. Cuando Saúl Sosnowski me dio la noticia, a las 13h20 de aquel día, reventé en llanto. Ya calmado, me acordé de la felicidad que tenía la voz de Jorge cuando me contó, a fines de junio de 2022, que en julio se iría a Los Ángeles, para asistir a un concierto de Kraftwerk, invitado por Diego, que se convirtió en el destinatario de una larga carta para el hijo en la que Jorge quiso que se transformara su escritura. Mientras escribo, escucho el disco The Man-Machine y releo un párrafo de la carta de 2009 ya citada:

 

No nací para escritor. Nací para ser compositor musical y las circunstancias de la vida me lo impidieron. Me convertí en escritor porque fue la única manera que encontré de sustituir la melodía, la armonía y el ritmo de la música. En cierto sentido, fue un fracaso anunciado porque quise dominar primero las palabras antes de conocer sin miedo a los seres humanos, antes de aceptarlos con sus complejidades, con sus oscuridades, con sus iluminaciones.

 

            Él era un melómano y su afición fue también un saber que compartía con el entusiasmo creativo del que habló Madame de Staël. Y si la vida es un texto que cada uno escribe, quiero imaginar que, en el inconsciente de Jorge, en aquella habitación de hospital en donde agonizaba, sus propias palabras habrían resonado como un eco luminoso, musical y eterno: «Oíamos unos estudios de Liszt y nada nos trascendía. Todo estaba encerrado en ese cuarto y estaba también más lejos. El cielo estaba amorosamente apocalíptico y al fin este texto terminaba»[15]. Son sus palabras que se convierten en nuestras palabras y que, mientras aprendemos a volar con ellas, nos acompañan en el descubrimiento de los secretos del aire.



[1] Jorge Aguilar Mora, Sueños de la razón 1799 y 1800. Umbrales del siglo XIX (México D.F: Ediciones Era, 2015), 11. Este libro obtuvo, en México, el Premio Xavier Villaurrutia de Escritores para Escritores 2015.  

[2] Aguilar Mora, Sueños de la razón…, 13.

[3] Jorge Aguilar Mora, Fantasmas de la luz y el caos 1801 y 1802 (Ciudad de México: Ediciones Era, 2018), 14.

[4] Aguilar Mora, Fantasmas…, 317.

[5] Jorge Aguilar Mora, Una muerte sencilla, justa, eterna. Cultura y guerra durante la Revolución mexicana (México D.F.: Ediciones Era, 1990), 26.

[6] Jorge Aguilar Mora, Cadáver lleno de mundo (México D.F.: Editorial Joaquín Mortiz, 1971), 274-275.

[7] Jorge Aguilar Mora, Los secretos de la aurora (México D.F.: Ediciones Era, 2002), 377. Está inédita su novela Puentes, de la que su autor, en una suerte de introducción, señala: «El nombre completo de esto que quiere apenas ser un horizonte (abriéndose siempre) es Puentes que atraviesan los peregrinos que se pierden… Son los puentes de una ciudad ocupada por caminantes extraviados; habitantes que abren las puertas, sin saberlo, a todo lo inverosímil, lo absurdo y lo común que define su horizonte. Ellos la hacen, la soportan, la mantienen, la destruyen, la olvidan y la transforman. También la quieren, con una pasión que, como dice el poeta, cuando no se cumple, se vuelve alucinación. La ciudad entonces es la que tolera a sus ocupantes, les cuida sus caprichos, y hasta se los procura. Ellos siguen cruzando los puentes, los numerosos puentes, sin estar nunca seguros de que podrán llegar a la otra orilla. Ni siquiera los puentes estén seguros de que hay otra orilla».

[8] Aguilar Mora, Una muerte sencilla…, 399. Su libro El silencio de la Revolución y otros ensayos (México D.F.: Ediciones Era, 2011) aborda estos asuntos analizando la literatura del período y textos claves como los corridos villistas, Cartucho, de Nellie Campobello, las novelas de Martín Luis Guzmán y Rafael F. Muñoz.

[9] Jorge Aguilar Mora, La divina pareja [1978] (México D.F.: Ediciones Era, 1991), 224.

[10] Jorge Aguilar Mora, La sombra del tiempo. Ensayos sobre Octavio Paz y Juan Rulfo (México D.F.: Siglo XXI Editores, 2010), 8.

[11] Esta postura crítica causa confrontación con el coro de aduladores y también con los admiradores de la obra de Paz. Apenas fallecido JAM, un polemista brillante como Christopher Domínguez publicó en Letras Libres —«heredera de la tradición y el ánimo» de Vuelta de Octavio Paz—, una necrología que resultó, más bien, un ajuste de cuentas con Aguilar Morla por su crítica a las imposturas de Paz. Lo definitivo en esta polémica, rotundo como la muerte, es que Jorge Aguilar Mora ya no le puede responder a Domínguez.

[12] Aguilar Mora, La sombra del tiempo…, 126.

[13] Jorge Aguilar Mora, Stabat Mater (México D.F: Ediciones Era, 1996), 52.

[14] Jorge Aguilar Mora, La bella molinera (San Joaquín, Chile: El Juglar, 2011), 16. En Kipus. Revista Andina de Letras, # 33 (I semestre 2013): 173-176, apareció una reseña mía sobre el poemario.

[15] Aguilar Mora, Una muerte sencilla…, 403.


lunes, enero 29, 2024

«Anatomía de una caída»: dilema moral sobre la pareja y equívocos sobre el proceso creativo


            Una escritora de éxito es sospechosa de asesinar a su marido y sus novelas, con elementos de auto ficción, se convierten en pruebas de la fiscalía. Su hijo de once años, que perdió la visión a los cuatro por un accidente debido al descuido del padre, enfrenta una encrucijada como único testigo de las circunstancias que envuelven la muerte del padre. Samuel Malesky (Samuel Theis), un escritor frustrado, muere de una caída desde el ático de su casa mientras su esposa, Sandra Voyter (Sandra Hüller), se ha quedado dormida y su hijo, Daniel (Milo Machado Graner), ha salido a dar un paseo con Snoop (Messi), un border collie que es su perro guía. Anatomía de una caída (Francia, 2023), dirigida por Justine Triet, es un drama judicial que disecciona los claroscuros de un matrimonio y los prejuicios de género que encarnan al proceso acusatorio, así como los sutiles intercambios de la ficción y la realidad.

            El filme cuestiona el sentido mismo de la justicia pues, desde el comienzo, nos plantea que en un juicio no importa la verdad de los hechos sino la verdad procesal, es decir, la construcción de un relato que interprete las evidencias. Durante la conversación con Vincent, su abogado (Swan Arlaud), en la que arman la estrategia de la defensa, Sandra le dice: «Yo no lo maté», y él le responde: «Ese no es el punto». Incluso, la presentación del caso como un suicidio está a contramano de lo que la propia Sandra cree que sucedió. Durante el juicio, el testimonio de los expertos de la fiscalía, todos hombres, va construyendo lo que quiere el fiscal: la imagen de una mujer egoísta, infiel, violenta, capaz de matar a su marido en un arrebato de ira. El debate sobre la caída de Samuel se da con dos expertos: un hombre, por la fiscalía, y una mujer, por la defensa. Para el espectador es claro que, en ambos casos, se trata de un relato que parte de un material probatorio no conclusivo por sí mismo.

            Durante el juicio, el fiscal, a partir de la exhibición de una grabación a escondidas de una discusión conyugal que Samuel había realizado, pretende incriminar a Sandra. Esta pelea recién es conocida en el juicio por Daniel, el hijo ciego, que empieza a recordar algunos sucesos familiares y una conversación clave con su padre. Daniel se enfrenta a una disyuntiva moral pues sabe que, de su testimonio, depende la percepción que tenga el jurado respecto de si fue suicidio o un homicidio la muerte de su padre. El proceso subjetivo del niño, a través de su relación con el perro y la música, es un logro extraordinario de la directora del filme, tanto como el retrato que consigue hacer de Sandra y su angustia durante el juicio: parecería que lo único que le importa es que su hijo Daniel la crea inocente. En la narrativa de la película, la música que utiliza Samuel —«P.I.M.P.», canción con letra misógina del rapero 50 Cent— es agobiante y su repetición en la reconstrucción judicial de la muerte introduce un elemento que angustia a Sandra tanto como al espectador; en contraposición, la fuga que toca Daniel en el piano, en medio de su sonido persistente, es un alivio que encuentra el niño y que comparte con el público.

            Samuel quería escribir una novela, pero, simplemente, carecía de talento y culpaba de su parálisis creativa a su mujer y a la situación en la que vivían luego del accidente de Daniel. Sandra, por el contrario, es una escritora exitosa y el fiscal la presenta no solo como la culpable de la parálisis creativa de su marido, sino como si en sus ficciones estuviese planeando el asesinato de Samuel. La acusa de robarle la idea principal de una novela y ella se defiende señalando la diferencia entre un esquema y una novela de 300 páginas, más allá de que ella había tomado tal idea con la anuencia de su esposo. Asimismo, a partir de una declaración de Sandra que dice que sus libros tienen relación con su vida y la de quienes la rodean, el fiscal utiliza el pensamiento de un personaje que quiere matar al marido en una de las novelas de aquella para sugerir que la escritora tenía planeado el crimen. En este punto, forzado en términos jurídicos, entra en debate el tema de la verdad de la ficción y la reelaboración de la realidad en la ficción novelesca, más aún, en momentos en que la auto ficción centra gran parte de su valor literario en la revelación de una histórica verídica personal.

            Anatomía de una caída, de Justine Triet, conjuga la investigación de la caída desde el ático de un hombre con su caída emocional y fracaso creativo, así como la destrucción de una relación matrimonial que no soporta el éxito literario de la mujer. Un drama judicial que desnuda la construcción de narrativas por encima de los hechos y las pruebas, un juicio que provoca sospechas y dudas en medio de un apasionante dilema moral sobre las relaciones de pareja y equívocos sobre el proceso creativo.