José María y Corina lo habían conversado en alguna de sus tardes de té y facturas: toda muerte engendra ausencias y cada ausencia es un pedazo de muerte que se adhiere para siempre a nuestra piel de solos.
(De El perpetuo exiliado, 2016).

lunes, diciembre 11, 2023

Arte y política: la izquierda existe

Los tintes políticos del concierto de Roger Waters en Quito, según Primicias.

           
El concierto de Roger Waters, en Quito, produjo el renacimiento de un antiguo debate que tiene relación con el arte, la gente que lo produce y su activismo u opiniones políticas. Durante el concierto, según las noticias, Waters exhibió varias consignas que irritaron a los activistas culturales de derecha: de resistencia al neofascismo y al capitalismo y a la política imperial de Bush, Trump y Obama, de solidaridad con el pueblo palestino, de exigencia a Chevron para que pague la reparación del daño que causó en la Amazonía, entre otras. Además, Waters abrió su concierto con una declaración provocadora:
«Si eres de los que dicen: “Me encanta Pink Floyd, pero no soporto la política de Roger”, harías bien en irte a la mierda e ir al bar en este momento». Resulta que, en la disputa cultural, a los artistas que tienen posiciones políticas e ideológicas de izquierda siempre les toca justificar, no solo su arte sino su éxito comercial, si lo tienen, y la contradicción existencial de vivir en un sistema al que critican.

            Es indiscutible la valía artística de Waters y Pink Floyd en la música popular de finales de siglo veinte. Tampoco se discute el lugar que tienen en el mundo del arte Picasso o Guayasamín. Es por todos reconocida la calidad de la literatura de García Márquez, Cortázar o Almudena Grandes; o la de cantantes como Silvio Rodríguez, Mercedes Sosa o Mon Laferte. Todo artista, en general, cuando aborda el tema social es crítico de la realidad; lo fueron Goya y Dickens. A veces, su arte pone en evidencia situaciones de injusticia social inherentes al sistema económico, critica prejuicios que conforman la ideología dominante o trabaja con motivos políticos que subvierten el orden establecido. Otras, el propio artista se convierte en un activista de causas que confrontan al sistema. En ambos casos, el aparato mediático del sistema, armado con la ideología dominante, le señala al artista de izquierda su politización, como una suerte de advertencia —Atención: lo que dice este artista puede herir la susceptibilidad ideológica del consumidor— y, condescendiente, le admite sus devaneos siempre y cuando su arte sea exitoso, lo que, como en una banda sin fin, genera la crítica hacia el mismo artista.

            Desde siempre, se le ha criticado al artista de izquierda su cotidianidad: si es socialista, se dice hoy día, por qué tiene casa y carro, bebe vino o usa iPhone, por poner ejemplos simples. Por supuesto, se confunde el acceso a bienes de consumo de una persona, en mayor o menor medida, con la propiedad de medios de producción y se busca confundir a un artista, exitoso en términos económicos, con el burgués propietario de un banco. Para el sistema, el artista de izquierda tendría que vivir en condiciones materiales de pobreza que es, justamente, la manera de privar al artista de las condiciones materiales para producir arte con libertad. Parecería que, quienes critican al Waters activista, quisieran que su concierto se diera en un pequeño teatro, con cien personas y que las entradas costasen entre uno y cinco dólares, y que, nunca, nunca se hubiera abrazado con el dirigente indígena Leonidas Iza.

            En lo personal, aprecio el arte y la literatura, independientemente de la posición política o ideológica del artista. Lo mismo disfruto a Waters y a McCartney, o a Neruda y a Borges, para citar solo dos ejemplos. Asimismo, creo que el arte devela la condición humana y el artista, en términos generales, es crítico de las injusticias de una sociedad. Lo que me parece deleznable es que a la gente que hace arte y tiene una ideología política de izquierda casi que se la obligue a justificar su forma de ser en la vida y las condiciones de producción de su propio arte. Obviamente, se puede disentir de la opinión política de un artista y entender que el ser humano vive en la paradoja: analizar lo que Waters opina sobre diversos conflictos es un ejemplo de aquello. Lo que existe detrás de esas exigencias es el afán de evitar la crítica social que se da en el arte y la literatura y el objetivo de silenciar al artista que incluye su voz en el coro de voces de quienes reclaman un orden social más justo y solidario. En síntesis, lo que a los críticos culturales de derecha les molesta es que los artistas de izquierda existan.

lunes, diciembre 04, 2023

El metro de Quito y una nueva oportunidad para la cultura viva

El metro de Quito se inauguró el 1 de diciembre de 2023. Tiene 22,5 km de recorrido y 15 paradas. El costo del pasaje para el público en general es de 0,45 US$. 18 claves para usar el metro

           
A raíz de la inauguración del metro de Quito se desató una discusión bizantina sobre qué gobierno, local o nacional, es el autor de la obra. Entrar en esta discusión carece de sentido. El metro ha sido financiado por la ciudadanía ecuatoriana y ejecutado por varias administraciones municipales, durante diez años, así cada una tendrá su respectivo mérito de gestión. Asimismo, el metro de Quito es una gran y necesaria obra que, seguramente, transformará el concepto del transporte público de la capital, pues exige una sistema integrado y mejor organizado, cuya responsabilidad, en términos de política pública, recae sobre la actual alcaldía. Lo interesante, con el entusiasmo y la alegría que ha generado en la población la apertura del metro, es que las posibilidades de generar prácticas de convivencia en paz y de cultura viva de una ciudadanía responsable están abiertas.

             A Medellín se la reconoce por haber implementado una llamada cultura metro, que es un exitoso modelo de gestión social, educativo y cultural que el metro de Medellín ha desarrollado con programas en los que participa la comunidad, se forman líderes juveniles y se difunde el arte y la cultura, entre otros aspectos. Después de veintiocho años de funcionamiento, el metro de Medellín es un transporte público eficiente, cómodo, limpio: es motivo de orgullo de los paisas que lo cuidan con esmero y es también una forma de gestionar un servicio público digna de imitar.

            Es importante la pedagogía para conseguir el cuidado de las instalaciones del metro, pero la difusión de las normas de comportamiento ciudadano en el metro es solo el comienzo de una tarea mayor: construir una práctica ciudadana que, aprovechando una obra monumental del transporte público, genere y se apropie de la cultura y el arte durante la movilización de la gente. Los efectos positivos en la economía de la ciudad que tiene el metro ya han sido analizados por especialistas en la materia. En términos culturales, es imprescindible la multiplicación de los efectos en el espíritu de la ciudadanía que, en particular, generan las prácticas artísticas y culturales alrededor de la operación del metro.

            No hay que inventar el agua tibia. La programación cultural del metro de Medellín es variada y ha tenido resultados positivos para la paz y seguridad de la ciudad. Por ejemplo, en algunas estaciones hay exposiciones mensuales de pinturas, fotografías, dibujos, etc.; los vagones son decorados con obras representativas de la cultura y el arte colombianos. En las tardes, en distintas estaciones del metro, se llevan a cabo conciertos. Y, en una ciudad que puede articular una red de bibliotecas, esta es una oportunidad para llevar adelante un programa de promoción de la lectura: por un lado, habilitar bibliotecas junto a, o cerca de, las estaciones para el desarrollo de una programación literaria permanente; y, por otro, la publicación de una colección de libros de bolsillo que sea distribuida, en forma gratuita, en las estaciones para uso y apropiación de los usuarios.

            Existen otras tareas que hay que desarrollar para la convivencia ciudadana en el metro: política de atención prioritaria a grupos vulnerables, adecuación de baterías sanitarias al salir de las estaciones, espacio para ciclistas, reglamentación para el transporte de mascotas, etc. Los programas culturales alrededor de la operación del metro contribuirán a que la gente se apropie del transporte, lo cuide con orgullo e incorpore el arte y la literatura a las formas cotidianas de vivir la ciudad.

lunes, noviembre 27, 2023

«Platero y nosotros»: un montaje cargado de emoción poética

Platero y nosotros, en Estudio Paulsen: al centro, Juan (Benjamín Cortés). De izq. a der: Hannoi Mueckay, Daniel E. Ortega y Steff Alarcón. (Foto: R. Vallejo)

            «¡Qué encanto este de las imaginaciones de la niñez, Platero, que yo no sé si tú tienes o has tenido! Todo va y viene en trueques deleitosos; se mira todo y no se ve, más que como estampa momentánea de la fantasía»[1], dice la voz poética en la viñeta «El arroyo» de Platero y yo, de Juan Ramón Jiménez, JRJ. Este clásico de prosa poética, publicado en 1914, ha inspirado el montaje de Platero y nosotros, bajo la dirección y de Lucho Mueckay, que desarrolló la dramaturgia, con la producción de Carlos Ycaza, de quien es la idea original.[2] El espectáculo está planteado como un juego de niños e invita desde el comienzo a que lo veamos como una estampa momentánea de la fantasía: así, los espectadores se sienten los niños y las niñas que juegan e imaginan lo que sucede en el escenario hasta que crecen y vuelven a ser los adultos que han asistido a una función teatral. Platero y nosotros es un espectáculo de teatro-danza y música en vivo que logra atrapar el espíritu lírico de la obra de JRJ con un montaje cargado de emoción poética.

Platero y yo es prosa poética exquisita y, como tal, lo que leemos es la voz del hablante lírico; al transformar ese texto poético en texto teatral, la dramaturgia adquiere la forma de un monólogo. Y, como la obra original está dividida en 138 capítulos-poemas breves, la selección que hizo Lucho Mueckay para construir la historia, que nos es contada a través de escenas cortas, fue un acierto. La obra teatral mantiene el tono elegiaco que evoca a Platero y la nostalgia por la infancia y el pueblo natal de los que está impregnada la obra de Juan Ramón Jiménez. Por supuesto, está el conocido comienzo: «Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Solo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro» (I, 11), En otra de las escenas que toca nuestro espíritu por su carácter simbólico, está el texto de «Pan»: «Te he dicho, Platero, que el lama de Moguer es el vino, ¿verdad? No; el alma de Moguer es el pan. Moguer es igual que un pan de trigo, blanco por dentro, como el migajón, y dorado en torno —¡oh sol moreno!— como la blanda corteza» (XXXVIII, 75)[3]. Y, por supuesto, ese final cargado de «Nostalgia», como el título del capítulo, que se repite como un estribillo: «Platero, tú nos ves, ¿verdad?» (CXXXIII, 236).  

Platero y nosotros se sostiene, básicamente, en el monólogo del personaje de Juan (Ramón Jiménez), interpretado, de manera conmovedora y profunda, por un Benjamín Cortés que marca el ritmo emocional de la obra. Él nos invita al juego de la imaginación y, por tanto, a ver y sentir a Platero andando por el pueblo de Moguer, queriendo entrar a la escuela y al bar, asustado por los toros sueltos, maravillado durante la contemplación del cielo nocturno. Cortés consigue que ese burrito imaginario esté con nosotros durante los recorridos que realiza; a veces, la dirección de la mirada y el cuerpo del actor hacen que Platero se vea más pequeño de lo que es y el hechizo se rompe. En síntesis, Benjamín Cortés conduce a los espectadores, con su dominio escénico y su sobria caracterización, para que, dejándose llevar por la imaginación, lo acompañemos en su recorrido de la memoria junto a Platero, el burro confidente que habitará el cielo de Moguer.

El monólogo de Juan está acompañado por la representación de diversos personajes que actores y actrices llevan adelante. Cada uno tiene un momento de altísima emoción: así, el niño tonto (Daniel Ernesto Ortega) parece levitar en el escenario cuando interpreta «Mariposas», de Silvio Rodríguez, escena en la que se logran fundir los capítulos II («Mariposas blancas») y XVII («El niño tonto») de la obra de JRJ. Adrián de la Cruz consigue ese momento alto con la danza de la muerte, alrededor de Platero. Hanoi Mueckay, aparte de su canto bellísimo, llega al espectador como la maestra déspota y la madre que amamanta a su hijo. Y Steff Alarcón, de hermosa voz cantora, nos estremece con su parte de «Canción de las simples cosas», de César Isella, y su presencia juguetona en el conjunto de los niños y las niñas pobres de Moguer.

La puesta en escena ha asumido algunos riesgos y los ha resuelto con solvencia. El primero, el de la presencia de Platero, que está muy bien resuelto mediante el artificio del juego y la imaginación. El segundo, el de la escenografía, que es un acierto: los elementos y la luminosidad nos recuerdan a todo momento el carácter rural de la obra. Además, está el tono elegiaco de la prosa poética de JRJ que es sostenido por el protagonista de la obra. Las canciones fueron tal vez el riesgo más difícil pues al ser obras contemporáneas no tienen relación con Moguer: las dos canciones, sin embargo, se incorporan de manera disruptiva; sin embargo, «La llorona», que se escucha de fondo en algunas escenas es demasiado mexicana como para que no haga ruido. Tal vez, por mi cercanía con la obra de Juan Ramón Jiménez, la modificación del título me parece inadecuada pues la puesta en escena no responde a ese nosotros: sigue siendo el yo de JRJ el que conduce el texto. Finalmente, la música en vivo contribuye al tono de la representación: la maestría del guitarrista Nerio David, que permanece con una luz tenue, casi invisible y siempre presente a lo largo de la obra, es un gran acierto artístico.

En síntesis, Platero y nosotros es un fascinante espectáculo de teatro-danza y música en vivo, que ha transformado la prosa poética del Platero y yo, de Juan Ramón Jiménez, en una conmovedora representación escénica: en ella, los espectadores participan de un juego de la imaginación y la poesía, que nos convierte, durante la obra, en niños y niñas de un pueblo antiguo. Al salir de la sala teatral, seremos unos adultos que han revivido la nostalgia de la infancia.



[1] Juan Ramón Jiménez, Platero y yo. (Elegía andaluza) [1914], ilustraciones de Zamorano (Madrid: Taurus Ediciones, 1967), 125. El número romano junto a la cita indica el capítulo de la obra y el arábigo la página en esta edición.

[2] Esta primera temporada de Platero y nosotros se ha presentado del 16 al 19 y del 23 al 26 de noviembre y se presentará del 30 de noviembre al 3 de diciembre.

[3] Este capítulo tiene, en «El vino», su opuesto y su complemento: «Platero, te he dicho que alma de Moguer es el pan. No. Moguer es como una caña de cristal grueso y claro, que espera todo el año, bajo el redondo cielo azul, su vino de oro. Llegado setiembre, si el diablo no agua la fiesta, se colma esta copa, hasta el borde, de vino y se derrama casi siempre como un corazón generoso» (CXXIV, 223).