José María y Corina lo habían conversado en alguna de sus tardes de té y facturas: toda muerte engendra ausencias y cada ausencia es un pedazo de muerte que se adhiere para siempre a nuestra piel de solos.
(De El perpetuo exiliado, 2016).

lunes, marzo 06, 2023

«Solo los tontos tildan solo»

           

Salón de plenos de la Real Academia de la Lengua, en Madrid.

Yo pensé que la frase era apócrifa. Miguel Donoso Pareja solía decirla, en sus talleres literarios, cuando, durante la revisión de la piel del texto, topaba con algún sólo: «Solo los tontos tildan solo». Sin embargo, luego de leer una primera versión de este artículo, fue el académico Diego Araujo Sánchez quien me indicó que la formulación pertenecía a Miguel Sánchez Astudillo, S.J., que la escribió en su columna «Cuide su lenguaje», en El Comercio, entre 1966 y 1968: «¿Quiere usted no errar nunca en el acento de SOLO? La cosa es muy fácil: no la acentúe nunca. Por tanto, quien comete faltas en esto las comete porque quiere. De aquí esta regla práctica que se graba con facilidad en la memoria: Solo los tontos acentúan el SOLO»[1].


Sin embargo, no son tontos aquellas figuras públicas que, como Arturo Pérez-Reverte —convertido en mosquetero solotildista— defienden, en tono barriobajero, el uso de sólo. El asunto devino escándalo mediático y tendencia en Tuiter, en el mundo hispanohablante, en parte por la práctica de los medios a convertirlo todo en espectáculo, sea chismerío o crónica roja, y, en parte también, por la iconoclastia de escritoras y escritores tuiteros que saben cuántos likes produce echar lodo contra la RAE y están convencidos de que por solo hablar mal de la RAE se convierten en subversivos de la gramática. Como la bobería es lugar común en el estercolero de Tuiter, algunos no tuvieron reparos en tuitear: Sólo. Sólo. Sólo. Sólo. Sólo. Sólo. Sólo. Sólo. Sólo. Sólo. Sólo. Ad nauseam. Lo cierto es que se armó un zafarrancho, de humor surrealista, que ha dividido a los hispanohablantes en solotildistas y antisolotildistas. Lo más hermoso de todo esto es que, como tuiteó Jorge Carrión, con su habitual mirada inteligente sobre los fenómenos culturales, la viralidad, en general, secuestrada por asuntos como la venganza de Shakira y escándalos políticos ha sido liberada por el del debate sobre la forma de nuestra lengua.[1]

En 2010, en la Ortografía de la lengua española, de la Real Academia Española, se introdujeron algunas modificaciones que causaron escozor en sectores académicos de hablantes hispanoamericanos, aunque, en general, respondían a la lógica de la lengua y al afán de preservar de la unidad ortográfica de la misma. Una de las novedades fue la eliminación de la tilde diacrítica en el adverbio «solo» y los pronombres demostrativos, incluso en caso de posible ambigüedad. La RAE esgrimió dos argumentos lingüísticos para justificar su decisión: el primero, a partir de las justificaciones técnicas sobre el empleo de la tilde diacrítica:

 

Sin embargo, puesto que ese empleo tradicional de la tilde diacrítica no opone en estos casos formas tónicas a otras átonas formalmente idénticas (requisito prosódico que justifica el empleo de la tilde diacrítica), ya que tanto el adjetivo solo como los determinantes demostrativos son palabras tónicas, lo mismo que el adverbio solo y los pronombres demostrativos, a partir de ahora se podrá prescindir de la tilde en estas formas incluso en casos de doble interpretación.[2]

 

            El segundo argumento se refiere a la ambigüedad semántica que podría resultar del uso de «solo» y apela, para resolverla, al entendimiento del contexto que se da durante el habla y también al uso de sinónimos o a un ordenamiento diferente de los términos:

 

Las posibles ambigüedades son resueltas casi siempre por el propio contexto comunicativo (lingüístico o extralingüístico), en función del cual solo suele ser admisible una de las dos opciones interpretativas. Los casos reales en los que se produce una ambigüedad que el contexto comunicativo no es capaz de despejar son raros y rebuscados, y siempre pueden resolverse por otros medios, como el empleo de sinónimos (solamente o únicamente, en el caso del adverbio solo), una puntuación adecuada, la inclusión de algún elemento que impida el doble sentido o un cambio en el orden de palabras que fuerce una sola de las interpretaciones. En todo caso, estas posibles ambigüedades nunca son superiores en número ni más graves que las que producen los numerosísimos casos de homonimia y polisemia léxica que hay en la lengua.[3]

 

Luego del pleno de la RAE, del jueves 2 de marzo, se armó un escándalo mediático pues los medios interpretaron una resolución de la RAE como una rectificación de los planteado en la Ortografía de 2010. Los titulares fueron de esta laya: «La RAE rectifica y devuelve la tilde a solo trece años después» (ABC); «La RAE ‘despenaliza’ el uso de la tilde en ‘solo’ cuando haya riesgo de ambigüedad» (El País); «La RAE deja a juicio del que escribe poner tilde o no al adverbio ‘solo’» (elDiario.es). Enseguida, a través de la cuenta @RAEinforma se aclaró lo que, al parecer, era un malentendido, en un hilo de cuatro tuits:

 

1) «Lo aprobado en el pleno del 2 de marzo no modifica la doctrina de la “Ortografía” de 2010. Incluso la expresa de forma más clara: 1. Se mantiene la obligatoriedad de no tildar el adverbio “solo” y los prons. demostrativos cuando no exista riesgo de ambigüedad»; 2) «Se mantiene la opción de tildar o no estas palabras cuando haya riesgo de ambigüedad. Al introducir «a juicio del que escribe», no se añade nada nuevo. Es siempre el que escribe quien valora si existe o no ambigüedad»; 3) «Si el hablante percibe que existe riesgo de ambigüedad y escribe esa tilde, lo tendrá que justificar. Por ejemplo, si alguien escribe tilde en una oración como «Sólo vino Ana a la fiesta», será difícil que pueda explicar la existencia de una doble interpretación»; y 4) «La norma deja abierta la posibilidad de que no se tilden nunca ni el adverbio «solo» ni los pronombres demostrativos, que es la opción más aconsejable».[4]

 

Esta aclaración desató la ira del mosquetero Pérez-Reverte que anunció una jornada belicosa para el pleno de la RAE del próximo jueves 9 de marzo, y no solo que no está solo en el mundo hispanohablante, sino que tiene el apoyo de una legión de solotildistas. Pérez-Reverte, en respuesta a la aclaración ya citada de la RAE, publicó en su cuenta de Tuiter: «¿“No se añade nada nuevo”? ¿“Lo tendrá que justificar”? Lamento decir que @RAEinforma, dirigida por un académico anti-tildista [sic], está dando información sesgada e inexacta. Ayer, el pleno de la RAE aprobó una modificación importante. El pleno del próximo jueves será tormentoso»[5]. En otro tuit, horas después, aclaró que no se refería al actual director de la RAE, Santiago Muñoz Machado, sino «al director del departamento de Español al día de la RAE»[6].

El Departamento de «Español al día» se creó en noviembre de 1998 y está formado por un equipo de filólogos y lingüistas especialistas en la normativa del español; su incursión en Tuiter, a través de la cuenta @RAEinforma data de octubre de 2012. «Su cometido básico es resolver dudas de carácter lingüístico (ortográficas, léxicas y gramaticales) desde la perspectiva de la norma que regula hoy el uso culto del español. Las consultas son planteadas por hispanohablantes nativos de todas las áreas del ámbito hispánico y por hablantes no nativos y estudiantes de español de las más diversas nacionalidades»[7]. Según información de la página web de la RAE, el director del Departamento de «Español al día», desde 2008, es el académico Salvador Gutiérrez Ordóñez.

Pérez-Reverte también ponderó en su cuenta de Tuiter lo que, en 1999, prescribía la Ortografía de la lengua española al respecto: «Cuando quien escribe perciba riesgo de ambigüedad, llevará acento ortográfico en su uso adverbial»[8]. Pero me gustaría hacer una reflexión sobre esta ponderación de Pérez-Reverte a la normativa de 1999. La misma Ortografía usa en todo el libro la palabra guion, sin tilde, por cuanto la define monosilábica, pero Pérez-Reverte, que pondera esos tiempos, solo señala lo que le gusta de aquella Ortografía, ya que él considera que existe hiato y no diptongo por lo que gui-ón sería palabra bisílaba con tilde. Aclaro que la misma Ortografía opta por escribir siempre «guion», pero prescribe que es admisible el acento gráfico «si quien escribe percibe nítidamente el hiato»[9]. Es decir que permite la doble grafía, como en el caso de ícono e icono que tiene dos acentuaciones válidas.

En el caso de guion, como señala el Diccionario panhispánico de dudas (2005) «la doble grafía, con y sin tilde, responde a las dos formas posibles de articular esta palabra: con diptongo (guion [gión]), caso en que es monosílaba y debe escribirse sin tilde; o con hiato (guión [gi – ón]), caso que es bisílaba y se tilda por ser aguda acaba en ~n». El diccionario señala que, en ciertos lugares, como México y Centroamérica, la articulación con diptongo es normal, mientras que en España y en países como Argentina, Colombia, Ecuador y Venezuela esta palabra se articula con hiato. El Diccionario panhispánico señala que, para la Ortografía, de 1999, «toda combinación de vocal cerrada átona y abierta tónica se considera diptongo a efectos de acentuación gráfica» y concluye: «Por ello, en guion y otras palabras en la misma situación, como ion, muon, pion, prion, Ruan, Sion y truhan, se da preferencia a la grafía sin tilde, aunque se permite que aquellos hablantes que pronuncien estas voces en dos sílabas puedan seguir tildándolas».[10]

 


Más allá de bromas, memes y pendencias inútiles —y más allá también de la opinión de cierta intelectualidad tuitera que considera que la RAE es una institución obsoleta contra la que hay que rebelarse porque cada quien es libre de escribir como le dé la gana—, la prescripción de Gustavo Alfredo Jácome, en su Ortografía para todos (1996), es una opción que el pleno de la RAE del próximo jueves 9 de marzo podría considerar para evitarles un ataque de apoplejía al mosquetero Pérez-Reverte y su séquito de espadachines solitildistas en el mundo hispanohablante:

 

Se escribirá sólo, así con tilde, únicamente cuando haya riesgo de entender una expresión de dos maneras: Vine sólo a verte, que significa Vine solamente a verte y no Vine solo (sin compañía) a verte. En casos como este es mejor decir: Vine solamente a verte. De esta manera se evita la confusión.

En conclusión: No se pintará la tilde en solo aun en el caso de que tenga función adverbial y signifique solamente. Ejemplos: Tengo solo cinco minutos.— No solo que gritó, sino que lloró.— Debe de estar enfermo, porque quiere estar solo durmiendo.— Solo le gusta jugar y no estudiar.— No solo de pan vive el hombre.[11]

 

Considero, como tuiteó @RAEinforma, que dejar abierta la posibilidad de que no se tilden nunca ni el adverbio «solo» ni los pronombres demostrativos, es la opción más aconsejable. No tengo a mano la primera edición del libro, por lo que no puedo comprobar si esta postura de la edición de 1996 es igual a la de 1975. Sin embargo, en la edición de 1975, se dice que se sigue la normativa del Esbozo de una nueva gramática de la lengua española, de 1973. En el Esbozo, cuando se refiere a la tilde en los demostrativos sustantivos frente a los adjetivos y también en el adverbio sólo:

 

Determinados monosílabos, prosódicamente acentuados, los escribimos con tilde para diferenciarlos de homófonos suyos, también prosódicamente acentuados, que pertenecen a otra categoría o subcategoría gramatical. Así, los demostrativos sustantivos éste, ése, aquél, y sus femeninos y plurales, suelen escribirse con tilde, frente a los demostrativos adjetivos este (libro), esa (mujer), etc. Las formas neutras de estos pronombres, que tienen exclusivamente categoría de pronombres sustantivos, se escriben siempre sin tilde. Igualmente se suele escribir con tilde el adverbio sólo (= solamente), frente al adjetivo solo.[12]

 

            Resulta clarificador que en la nota al pie de página que genera esta reflexión se señala que el uso de la tilde es potestativo y que se puede prescindir de ella si no existe riesgo de anfibología, según reglas de ¡1959! —el año de la Revolución cubana y que, por casualidades de la vida y la literatura, es también el año en el que yo nací—. Al parecer, los antitildistas provienen del tiempo de los barbudos de la Sierra Maestra y andan camuflándose, entre las páginas de gramáticas y ortografías, como en una guerra de guerrillas lingüística:

 

El uso de la tilde es potestativo en los dos casos (éste, ése, etc., y sólo). Es lícito prescindir de ella cuando no existe riesgo de anfibología (reglas 16.a  y 18.a de las Nuevas normas de Prosodia y Ortografía, que entraron en vigor  el 1.° de enero de 1959).

 

Con certeza, hay problemas realmente más agobiantes en nuestra patria y en el planeta que la tilde en solo, aunque el mosquetero Pérez-Reverte augure una tormenta apocalíptica para un enésimo debate al respecto. No obstante, recuerde que, aunque la tilde en «solo» solo la aplique usted solo, ya sea por capricho o nostalgia escolar, su decisión no será usada como un elemento de convicción de la fiscalía académica para enviarlo a una cárcel de papel, y tampoco un auditor de la contraloría lingüística le glosará la tilde. La lingüista Elena Álvarez Mellado ha escrito un esclarecedor artículo sobre la tilde que se resiste a morir y el papel que en este debate juegan lingüistas y escritores:

 

Es comprensible que los escritores tengan sus preferencias ortográficas (como las tenemos todos). Pero las filias lingüísticas particulares no deben (o no deberían) tener cabida en decisiones que son estrictamente lingüísticas. Los escritores son muy dueños de declararse insumisos de la regla académica y tildar según les dicte su nostalgia, pero no es razonable condicionar las decisiones de un pleno que se supone técnico y del que se esperan decisiones sólidas y argumentadas para que algunos escritores puedan ver sus inclinaciones ortográficas (que los criterios lingüísticos no avalan) convertidos en norma.[13]

 

Algunos se creen insumisos por tildar «solo»; en realidad, están sometidos, por nostalgia escolar, a una norma antigua prescrita por la misma RAE a la que denuestan. En síntesis, más allá de si a usted la RAE le vale un pepino, piense si cuando escribe «solo» el riesgo de ambigüedad es tal que no puede distinguir entre el «solo» en función de adjetivo y el «solo» en función de adverbio y necesita usar la tilde que es solo para cabezas duras de entendimiento del sentido de solo.

 

Actualización al 09 de marzo de 2023

 

El pleno de la RAE del jueves 9 resolvió por unanimidad que la tilde en «solo» puede ponerse si quien escribe considera que existe riesgo de ambigüedad en la frase. Con esta resolución, la regla práctica formulada en los años sesenta por el padre Sánchez Astudillo, S.J., que cité el comienzo de este artículo, mantiene su vigencia: «Solo los tontos acentúan el SOLO».

Según el diario El País, en su edición digital del 9 de marzo: «El director de la institución, Santiago Muñoz Machado, anuncia que los profesores y examinadores no podrán señalar como falta de ortografía que se tilde el vocablo. “Todo ha sido en términos corteses, aunque algunos se hayan expresado con la dureza que han considerado”, dice sobre el pleno de este jueves». Al parecer, el adalid de los mosqueteros solotildistas envainó la espada que blandió durante siete días, no sin antes vociferar con su verbo tronante, y la tormenta se deshizo en el mismo vaso de agua en que se originó. En el enlace de abajo la noticia completa:

 

La RAE da por zanjada la polémica con la tilde de solo 

 



[1] Miguel Sánchez Astudillo, S.J., Cuide su lenguaje, t. 1, presentación de Manuel Corrales Pascual, S.J. (Quito: Subsecretaría de Cultura, 1994), 121.

[1] Jorge Carrión, (@jorgecarrion21), «En el fondo, la confusión y el debate sobre la tilde de “sólo” son hermosos. Porque la viralidad está por lo general secuestrada por fenómenos como la venganza de Shakira o los escándalos políticos. Y de pronto la ha liberado y desatado la ortografía. La forma de nuestra lengua», Twitter, 4 de marzo de 2023, https://twitter.com/jorgecarrion21/status/1631933040455827459?s=20

[2] Real Academia Española y Asociación de Academias de la Lengua Española, Ortografía de la lengua española (Madrid: Espasa-Calpe, 2010), 278.

[3] RAE y ASALE, Ortografía…, 278.

[4] Real Academia Española (@RAEinforma), Twitter, 03 de marzo de 2023, https://twitter.com/RAEinforma/status/1631617357121568771?s=20

[5] Arturo Pérez-Reverte, (@perezreverte), «¿“No se añade nada nuevo”? ¿“Lo tendrá que justificar”? Lamento decir que @RAEinforma, dirigida por un académico anti-tildista [sic], está dando información sesgada e inexacta. Ayer, el pleno de la RAE aprobó una modificación importante. El pleno del próximo jueves será tormentoso», Twitter, 3 de marzo de 2023, https://twitter.com/perezreverte/status/1631717319855448067?s=20

[6] Arturo Pérez-Reverte, (@perezreverte), «Para evitar malas interpretaciones: este tuit no se refiere al director de la RAE, Sr. Muñoz Machado, ajeno a la cuestión (y amigo mío), sino al director del departamento de Español al día de la RAE, que es quien con su equipo controla el servicio de consultas en @RAEinforma», Twitter, 3 de marzo de 2023, https://twitter.com/perezreverte/status/1631755008327708679?s=20

[7] Real Academia Española, «Español al día», acceso 5 de marzo de 2023, https://www.rae.es/espanol-al-dia

[8] Arturo Pérez-Reverte, (@perezreverte), «Qué tiempos aquellos (1999). Tan claro todo. Tan fácil de entender y aplicar. Cuando un lingüista no pretendía imponer a Camilo José Cela o Vargas Llosa cómo debían escribir sus novelas, sino que se guiaba por lo que ellos, con su autoridad, hacían», Twitter, 3 de marzo de 2023, https://twitter.com/perezreverte/status/1631761343068995586?s=20

[9] Real Academia Española, Ortografía de la lengua española (Madrid: Espasa, 1999), 46.

[10] Real Academia Española y Asociación de Academias de la Lengua Española, Diccionario panhispánico de dudas (Bogotá: Santillana Ediciones Generales, 2015), 323.

[11] Gustavo Alfredo Jácome, Ortografía para todos [1975] (Quito: Editora Andina, 1996), 54-55. No tengo a mano la primera edición del libro, por lo que no puedo comprobar si esta postura de la edición de 1996 es igual a la de 1975. En la edición de 1975, se indica que igue la normativa del Esbozo… de la RAE, de 1973.

[12] Real Academia Española (Comisión de Gramática), Esbozo de una nueva gramática de la lengua española (Madrid: Espasa-Calpe, 1973), 140, (énfasis añadido).

[13] Elena Álvarez Mellado, «‘Sólo’: la tilde que se resiste a morir», ElDiario.es, 03 de marzo de 2023, acceso 05 de marzo de 2023, https://www.eldiario.es/opinion/zona-critica/tilde-resiste-morir_129_10003431.html


lunes, febrero 27, 2023

Ciber@amores

De mi archivo: esta reflexión sobre las relaciones amorosas a través de Internet apareció en mi columna «palabrabierta» en la revista Soho (febrero de 2004). La imagen de las mujeres de Medio Oriente que irrumpieron en el laboratorio de computación de la Universidad de Arkansas, en Fayetteville, es la visión que generó la idea inicial de mi novela Acoso textual (1999).

           

(Foto: R. Vallejo, 2023)

Durante la primavera y el verano de 1995 viví en Fayetteville, Arkansas, un pueblo norteamericano extraviado del planeta. Con decir que la ciudad más importante, Little Rock, que de por sí es una capital poco conocida, quedaba a tres horas en carro de donde yo estaba. Me sentía, particularmente, lejos de mi hogar. Al final del día frecuentaba un desértico laboratorio de computación escamoteando mi soledad mientras navegaba por el espacio cibernético.

            En cierta ocasión, alborotaron la medianoche con sus risas varias mujeres de algún país del Medio Oriente que mi ignorancia me impidió identificar. Entraron como un vendaval, con los rostros cubiertos por sus blancas burkas, y, sin dejar de hablar, se sentaron frente a las computadoras. Imaginé que unas abrían su correo electrónico, otras navegaban por Yahoo y que la mayoría entraba a diversos chatrooms. A mí, que intercambiada los monosílabos iniciales de la charla virtual con alguien que decía estar en Jerusalén, me pareció que el rostro cubierto de aquellas risueñas mujeres era igual al rostro encubierto con el que navegamos por los cuartos de charla virtual.

            En la red no somos el rostro que nos identifica sino una palabra que aparece en la pantalla de un ordenador en algún país de la Tierra. Transgredimos el tiempo y el espacio con la ilusión de que el mundo se encuentra en esa pantalla. Ahí podemos ser lo que quisiéramos que los demás crean que somos. Ser el cuerpo de Paola Rey en la portada de Soho o el de Mel Gibson en Braveheart, vivir en un departamento de la Quinta Avenida o en una cabaña inteligente cerca de las Cuevas de Jumandi, tener la inocencia atrevida de un adolescente o el atrevimiento malicioso que nos da la vida a cuesta. En el espacio cibernético somos la expresión más acabada de la soledad y la condición fragmentada del ser humano.

            El amor cibernético, entonces, es otra desesperada invención de nuestra manía de solitarios. La virtualidad nos otorga el sexo más seguro del mundo y el más triste también. Nos inventamos a nosotros mismos en una libertad sin límites e inútil. Nuestros deseo es la palabra. Durante el tiempo que permanecemos conectados a la red sólo lo virtual es lo real. El amor es la idea que de él nos hemos hecho y, con siglos de tecnología de por medio pero similar a lo que sucedía en el amor cortés de la Edad Media, terminamos enamorados del amor. Nuestra relación se convierte en un simulacro infinito y mutante.

            Las mujeres musulmanas de aquella noche desaparecieron como una procesión de fantasmas ebrios. La persona con la que charlaba me pidió que la imaginara como si fuera el personaje de Justine, en la novela homónima de Lawrence Durrell, que es la primera de El cuarteto de Alejandría. Dolorosamente, tomé consciencia de que la piel morena, las cejas pobladas y la mirada profundamente marrón, con las que se había descrito mi interlocutora [¿era, realmente, una mujer en Jerusalén o era una mujer cuya realidad solo existía en la virtualidad de Internet?], quedaban reducidas a una imagen ilusoria colgada del espacio cibernético.

            Muy a pesar de que el mundo cupiera en la pantalla de mi ordenador, yo permanecía lejos, muy lejos, de mi hogar y del corazón que lo habita.


lunes, febrero 20, 2023

Administrar la verdad, consolidar la mentira

Portada de The Washington Post del 17 de julio de 1973:

El presidente grabó conversaciones, llamadas telefónicas;

el abogado vincula a Ehrlichmann con los pagos.

Kalmbach [abogado personal del presidente] testifica que el asistente

[John D. Ehrlichman, asistente del presidente] aprobó dinero en efectivo para los defendidos.

Las principales oficinas [de los demócratas]

tenían micrófonos ocultos desde la primavera de 1971.

Nixon, finalmente, renunció a la presidencia de los Estados Unidos el 9 de agosto de 1974.


Tres eran las consignas del Ministerio de la Verdad que George Orwell imaginó para 1984, su novela distópica: «La guerra es la paz», «La libertad es la esclavitud» y «La ignorancia es la fuerza». En estos días, ha surgido una nueva consigna que se sobrepone a las tres: «Hay que administrar la verdad»
[1]. Fue sostenida, públicamente, como si se tratara de un principio profesional y, lo que es peor, fue dicha como si fuera una responsabilidad de los medios. Y, sin embargo, no hay nada más alejado de la ética del periodismo que la manipulación de los hechos en nombre de la defensa de inconfesables intereses ya sean políticos, ya económicos o ya para ganar audiencia. Un enunciado como el de administrar la verdad destruye los postulados deontológicos del ejercicio del periodismo, impide el debate democrático de las ideas basado en la verdad y, de forma impúdica, justifica, de manera inmoral, la manipulación ideológica y política de la ciudadanía por parte de un grupo de tutores iluminados que tiene la potestad de decidir lo que el público puede conocer y lo que no.

El clásico Manual del estilo de Diario El País, de España, en la sección 1, sobre la Política editorial, en el apartado 1.2, postula lo que debe ser el tratamiento de los hechos y su objetivo: «El País se esfuerza por presentar diariamente una información veraz, lo más completa posible, interesante, actual y de alta calidad, de manera que ayude al lector a entender la realidad y a formarse su propio criterio». El manual no dice que el periódico debe administrar la verdad según el criterio de algún consejo de redacción; por el contrario, se compromete a entregar una información veraz con el objetivo moral de que el público entienda mejor la realidad del país y se forme su propio criterio sobre los sucesos de los que se habla. Definir como principio que el público no está preparado para procesar la información veraz es despreciar la inteligencia de la ciudadanía y es asumir que los periodistas son una casta de elegidos que tutela el acceso a la verdad. De ahí que, la veracidad de la información que un medio entrega a su audiencia es la responsabilidad fundamental de dicho medio con el púbico.

Ahora bien, el público, que, por lo general, no tiene acceso a fuentes directas ni tiempo que le permita investigar, confía en que lo que le dicen los medios es verdadero. Cuando se afirma que los propietarios o las caras visibles de un medio tienen la potestad de administrar la verdad, en la práctica, se justifica que el medio proteja determinados intereses y se evidencia un profundo desprecio por el sentido democrático que conlleva el acceso del público a una información veraz. El debate democrático de toda sociedad necesita que la ciudadanía reciba una información que incluya versiones contrastadas, datos fácticos y que aquella sea presentada con el menor sesgo posible para que el público construya sus propias opiniones sin más prejuicios que los propios. La falta de rigurosidad y lo tendencioso de una investigación, los prejuicios ideológicos y políticos con los que se cargan las noticias, la sentencia mediática, el ocultamiento de hechos y datos para beneficiar política o económicamente a terceros, entre otras inmoralidades, son inadmisibles en el ejercicio del periodismo no importa cuánto se argumente para justificar la administración de la verdad.

Finalmente, la administración de la verdad por parte de los medios siempre está ligada al juego de intereses por parte de los propietarios de tales medios y las alianzas tras bastidores de los círculos de poder que los incluye a aquellos. Inconfesables alianzas de intereses económicos y políticos que contradicen la imagen de imparcialidad que publicitan. La administración de la verdad es todo lo contrario a lo que plantea el manual de El País en el apartado 1.3, dice: «El País rechazará cualquier presión de personas, partidos políticos, grupos económicos, religiosos o ideológicos que traten de poner la información al servicio de sus intereses. Esta independencia y la no manipulación de las noticias son una garantía para los derechos de los lectores, cuya salvaguardia constituye la razón última del trabajo profesional. La información y la opinión estarán claramente diferenciadas entre sí». Administrar la verdad es un eufemismo que esconde la prepotencia de quienes manipulan la información según sus intereses y criterios, que consideran moralmente superior a los de la ciudadanía.

En el libro Todos los hombres del presidente, los periodistas Carl Bernstein y Bob Woodward de The Washington Post dieron a conocer cómo realizaron la investigación que condujo a la renuncia del presidente de los Estados Unidos, Richard Nixon en el llamado escándalo de Watergate. En la versión cinematográfica, el guion desarrolla el debate ético de cómo deben ser tratadas las noticias, cuáles son los efectos políticos y sociales de revelar los graves delitos cometidos por el presidente y su círculo y qué consecuencias legales deben ser afrontadas por publicar lo que han descubierto. Al final, Bernstein y Woodward no decidieron administrar la verdad, sino que investigaron, contrastaron e informaron verazmente sobre un delito cometido por el presidente de su país, pese a la conmoción política que aquello significó.[2] Ya se trate de una distopía o de un testimonio, se puede decir, en síntesis, que la administración de la verdad es un enunciado que justifica la manipulación de los hechos y la construcción de narrativas, por parte de los propietarios de los medios y sus voceros, que favorecen el ejercicio del poder político de las clases dominantes en función de perpetuar la acumulación de quienes detentan el poder económico. Administrar la verdad es una práctica inmoral que consolida la mentira.



[1] ¿Por qué es tendencia? @twittendencia «Carlos Vera. Por las opiniones a la entrevista a Andersson Boscán», 16 de febrero de 2023, https://twitter.com/twittendencia/status/1626266553263030278?s=20

[2] Carl Bernstein and Bob Woodward, All the President’s Men (U.S.A: Simon & Schuster, 2014).

Ver también la película homónima (1976) dirigida por Alan J. Pakula y protagonizada por Robert Redford (Woodward) y Dustin Hofman (Bernstein).