José María y Corina lo habían conversado en alguna de sus tardes de té y facturas: toda muerte engendra ausencias y cada ausencia es un pedazo de muerte que se adhiere para siempre a nuestra piel de solos.
(De El perpetuo exiliado, 2016).

domingo, marzo 09, 2008

Transfiguración de cobre en blanco

(Motivo sobre un cuadro de Edgar Carrasco)

Por Raúl Vallejo








Moraba en tierra milenaria con sueño de espantamiento.
Sin historia ni cataclismos ni dioses que me identifiquen.
¡Oh tiempo del silencio y la materia silente!
¡Oh rastro sin rostro y volcanes de llamavientos!
Soy la entraña vida de meandros y caminos sinuosos.
Soy el surco que arado alguno habrá de señalar.

Después han sido en mí las mutaciones.
Contacto del drama que sepultó el futuro en la minasorda.
¡Oh quebrada de seres anónimos que van haciendo el poema!
¡Oh risco del riesgo y barrancos de vértigosiesta!
Existo en la posibilidad de cuencas vaciadas y llantosdesgracia.
Existo en los sueños de un par de manos sacrificadas.

¿Qué me aguarda en la nueva esfera de mi existencia?
¿Qué soy ahora que no soy olvido en medio de la tierra?
¿Dónde existo si la memoria avanza petrificada y luego estalla?
Manos, ácido, largaesperas.
Quietud, neuronas, humanocontacto.
Dioses del incesto,
Antropófagos del siglo XX y los neutrones:
Heme aquí,
Para castigo de la soberbia
Y permanencia de la pazvida,
Cobre transfigurado en blanco.

Segundo Premio en el Concurso Nacional de Poema Mural “Fundación de Guayaquil”, 1986

sábado, marzo 08, 2008

Hacer el amor con amor


Por Raúl Vallejo


Paradigmático libertino del siglo XVIII, el marqués de Sade, de quien Apollinaire dijo que era el “espíritu más libre que haya existido jamás”, planteó a lo largo de sus escritos la ausencia de límites en la experiencia de lo sexual. Han compartido tales ideas, desde los hedonistas de las civilizaciones antiguas hasta los feligreses del new age, que practican un libertinaje light. La definición de dicha búsqueda implica necesariamente impedir la presencia del amor en la práctica del sexo.

El sexo a través del perfeccionamiento de la gimnasia erótica de los cuerpos, efectivamente, nada tiene que ver con el hecho de estar enamorado. El psicoanálisis de bolsillo ya nos enseñó que el funcionamiento inconsciente de la libido y que la pulsión constante del deseo nos avergonzaría ante el prójimo cercano si quedara en evidencia. El amor, entonces, sería tan sólo una sublimación de la lujuria natural del ser humano que la moral católica condena como uno de los pecados capitales.

Pero en medio del sudoroso jadeo de los cuerpos y la realización de cualquier fantasía erótica por descabellada que parezca a la represión atávica que existe en todos, el almizcle del amor que emana del roce encendido de la piel de los amantes actúa como un afrodisíaco más poderoso que la raíz de ginseng o que un ceviche que combine concha, pulpo y calamar o que el famoso caldo guayaquileño de “vena de toro”. Creo que los afrodisíacos, incluso, surten mayor efecto cuando están combinados con las pulsiones interiores de aquella víscera que representa al amor y que cuando deja de funcionar es porque ya estamos muertos.

Las palabras dulces y las expresiones procaces que los amantes suelen decirse en medio del éxtasis, suenan como un parlamento inauténtico recitado por malos actores cuando están vacías de amor. Las palabras que utilizan quienes se aman durante la excitación sin tregua de su intimidad traspasan las técnicas que divulgadas por las versiones populares del Kamasutra. Las palabras que se dicen cuando ya los cuerpos reposan complementan el placer con el placer de la ternura.

Y, por supuesto, están los besos. Largos y húmedos besos. Labios que se someten a los mordiscos de la pareja e intercambio exultante de lenguas ansiosas. Morosos besos en la piel abierta que van señalando rutas que conducen a placeres que siempre descubren alguna arista inédita. Los besos cargados de amor son más poderosos que los recursos circenses de ese clásico del porno duro que es “Garganta profunda”. El beso de los que se aman convierte a las bocas en imanes que acercan los cuerpos de manera irresistible y exacerban los sentidos.

No podría plantear que carezca de placer la realización del acto sexual con alguien por la pura exacerbación de la libido pues caería en una insufrible mojigatería; solamente digo que el sexo multiplica su goce, incluso más allá de los argumentos físicos y técnicos, cuando el amor provoca y mantiene la estimulación erótica. Es decir, cuando se hace el amor con amor.

Santa Ana de Nayón, 15-05-05

Erótica literaria


Por Raúl Vallejo

Entre la aparente aventura que ofrece el turismo sexual, la promiscuidad sin riesgos y el perfeccionamiento de las técnicas del sexo solitario, se ha llegado a confundir hedonismo con erotismo. Y, aunque el erotismo contenga ciertas prácticas del hedonismo en él, éste último, que es una búsqueda del placer como fin de la existencia, está reñido con el conflicto humano que aquél conlleva.

Ninguna aventura erótica para serlo debería estar atravesada por la transacción monetaria. La prostitución, en este sentido, está más ligada a la pornografía que al erotismo: aunque lo disfrace de búsqueda exótica, el cliente sabe que lo que busca está garantizado por el poder del dinero de quien alquila el uso del aparato genital. Por el contrario, el tránsito por los caminos del erotismo está impregnado de dolor: es el vencimiento de las dificultades lo que multiplica el alcance del placer.

La erótica literaria siempre presenta de manera compleja la sexualidad humana. En Las edades de Lulú, de Almudena Grandes, lo que implica el proceso de aprendizaje y crecimiento erótico de una mujer está narrado desde los abisales lugares de la exploración del deseo hasta donde un cuerpo es capaz de llegar y resistir. En Elogio a la madrastra, de Mario Vargas Llosa, la perversión está planteada de manera inversa a la moral establecida: no es la madrastra quien corrompe al niño, sino el niño quien, carente de culpa, termina por corromperla. Lo erótico, en estos textos, enfrenta a los seres humanos a sus placeres inconfesables.

Esa complejidad provoca una problematización estética. Antológico es el capítulo 68 de Rayuela, de Julio Cortázar: “Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso y caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en sustalos exasperantes [...] y todo se resolviraba en un profundo pínice, en niolamas de argutendidas gasas, en carinias casi crueles que los ordopenaban hasta el límite de las gunfias.” Cortázar plantea, en un extremo, que ya no existen palabras para hablar del amor erótico o que las palabras que existen están desgastadas, por tanto, es necesario inventar palabras para inventar maneras de amar. El significado erótico está dado aquí por la manera cómo suenan esos neologismos.

En El amor en los tiempos del cólera, de Gabriel García Márquez, el eros genital se funde con el eros gástrico: “...lo descuartizó presa por presa con una ternura maligna, le echó sal a su gusto, pimienta de olor, un diente de ajo, cebolla picada, el jugo de un limón, una hoja de laurel, hasta que lo tuvo sazonado en la fuente y el horno listo a la temperatura justa.” La carga erótica de la escena reside en lo que no se dice y, formalmente, se resuelve en la imaginación del lector.

La escritura erótica también rompe tabúes. Sus bordes, en relación con la pornografía, son borrosos y migrantes pues un texto erótico puede combinar elementos exóticos, obscenos y pornográficos. Finalmente, es en la organización de los sentidos en donde se realiza la erótica literaria.

Santa Ana de Nayón, 13.06.04