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Johanna Carvajal, Shiva Prakash, Rafael Courtoisie, Paula Andrea Pérez y Khédija Gadhoum, en el museo Presley Norton, el 13 de noviembre. (Foto: R. Vallejo)
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¿Qué es un festival de poesía sino
el espacio para compartir la palabra de la vida y sus afectos? A un festival de
poesía acuden voces maduras y las que emergen, voces de palabra exacta y las que
tantean, pero todas, las experimentadas y aquellas que lo serán, son voces que están en
búsqueda de la poesía, que es un instante que perdura huella en el verso, que
es memoria. Un festival de poesía es un espacio de encuentro de versos de
diversas latitudes, de distintas maneras de entender el mundo y el uso de la
palabra que permite nominarlo.
El XVI Festival de Poesía Ileana
Espinel Cedeño, que tuvo lugar, en su versión presencial, del 13 al 17 de
noviembre, estampó su camiseta emblemática con un verso de Maritza Cino Alvear
(Guayaquil, 1957): «Habitarme es un placer que me reservo», porque la voz de la
poeta protege su intimidad, ese lugar vedado para los demás, ese lugar tan solo
del yo. Ese yo de la poesía que es, al mismo tiempo, uno y comunidad que comparte
la palabra poética, como lo hicieron algunos de los poetas invitados que en
esta crónica breve menciono.
Así, intimidad y voz comunitaria,
es la poesía de Marwan Makhoul (Boquai’a, Palestina, 1979) que, en «Wajd» (Éxtasis
religioso), nos comparte su íntima felicidad por el hijo que ha nacido: «¡Qué
inútil fue todo antes de ti / y después de ti, qué hermoso se volvió todo, / hijo
mío! / ¡Qué insensato fue que yo postergara tu vida / y mis dos hoyuelos
iguales a dos brazos abiertos / para darte la bienvenida!» y, también, como un
profeta, nos habla en su verso acerca del dolor de su patria ocupada y en
guerra: «Para escribir una poesía que no sea política / debo escuchar los pájaros
/ pero para escuchar los pájaros / hace falta que cese el bombardeo».
HS Shiva Prakash (Bangalore, India,
1954), compartió sus canciones de cuna, sus cánticos rituales, su visión espiritual
del mundo, como en «Despedida»: «La gran ciudad —la guarida de los insomnes— / estaba
en la cama / con la diosa del sueño oscuro / Medio cubierta por el sari / de
las farolas encendidas / Me despedí de mi amada prisión / para entrar / en la
impenetrable jungla de / rugientes torrentes de lluvia / donde me encontré /
con las flores relampagueantes / y los frutos del trueno». Shiva supo llegar a
los más pequeños, en los recitales que se dieron en las instituciones educativas,
con su cántico teatral.
Con su capacidad de convertir a los
clavos y su parentela (la aguja, el tornillo y otros) y con su hacer del verso una
erótica de la palabra, Rafael Courtoisie (Montevideo, 1958) nos entregó también
una poesía desnuda: «En la erótica del espacio el espejo es la piel del “otro
lado”, del lado imposible de las cosas. Las palabras son apenas un gesto de las
cosas, pero el espejo ignora ese gesto y desnuda la mirada de toda adyacencia,
de todo ese estar vestigial para establecer un ser absoluto en la razón del deseo,
en su carne».
Además, él compartió esa palabra agridulce del sur, que sabe que «la poesía no
está hecha solamente con palabras, / está hecha con sangre humana. / Sangre
viva».
Políglota y especialista en
literatura latinoamericana, la poeta tunecina-norteamericana Khédija Gadhoum (1959),
no solo contribuyó con la interpretación de algunos poetas extranjeros, sino que,
también, desde su palabra transeúnte nos convocó a interpretar la experiencia
del ser humano que es peregrino del mundo de afuera y artífice de su mundo más íntimo.
Ella sabe cómo conjugar ese peregrinaje y esa necesidad de mirarse hacia
adentro: «tierra mía de ayer. hoy reducida a un puro destierro. / ¿habrá algún
terruño mañana? / enseña la agridulce lección, / sin extraviarme fuera de las
sabias palabras».
Y, claro, también hay una poesía
que confronta la racionalidad de quien la lee y lo lleva a meditar sobre diversos
momentos de la existencia a partir de un verso que va hilando una filosofía poética
capaz de interpelarnos. Para Juan Carlos Abril (Los Villares, Jaén, 1974), en
cuya poesía anota que «nos hacen únicos las imperfecciones», un consejo es una manera
de ser ante la vida: «No te conviene / la rara habilidad de la nostalgia, / ni
distinguir debilidad de orgullo, / si es que se tipifica / la suma de sus
partes. / En ti / de muchos modos se acordó el futuro. // Y cuando nos enrojecemos,
al menos no lo lamentamos. / En eso puede consistir la vida: aprender a soñar,
a despedirse».
Desde Polonia, nos acompañó Sergiuz
Adam Myszograj (Wroclaw, 1974). No solo hizo gala de un enorme sentido del
humor, sino, y sobre todo, de una poesía que embellece la cotidianidad de los
afectos y la contemplación del prójimo. En «Señorita Mayumi», la voz del deseo
y su sublimación se entreteje en el verso que da cuenta de lo extraordinario: «Cada
mañana / la señorita Mayumi alimenta sus peces / con monedad […] Hoy / la
señorita Mayumi está bailando / Las mariposas la rodean y las pequeñas aves
también. / Saltaré al alféizar de la ventana / con la esperanza de que ella me
note escondido entre las flores…».
[En la foto, Sergiuz con el poeta ecuatoriano Augusto Rodríguez, quien es el fundador del festival de poesía Ileana Espinel Cedeño]
Poeta, historiadora y saxofonista:
así se define Johanna Carvajal (Medellín, 1993). De su investigación acerca de
las mujeres condenadas por la Inquisición, surge un poemario que es memoria del
horror y también memoria del valor. Ella ha convertido en poesía, el espíritu
de las mujeres que expandieron formas distintas del conocimiento y fueron
sacrificadas por ello: «Navego por el mundo / solo usando las estrellas […] por
cada noche de desvelo / que paso entre jardines lánguidos / ofrendo mis ojos a
la oquedad / para nunca salir de este sueño».
Ella es una abogada defensora de
los derechos humanos, con enfoque en las víctimas del conflicto armado
colombiano. La poesía de Paula Andrea Pérez Reyes (Medellín, 1983) nos entrega
una mirada lúcida sobre los hechos problemáticos que acontecen al ser humano, con
un verso de palabra conmovedora: «No padecen la muerte de Otro / Los amantes
sufren el olvido más que la muerte / Ellos sienten el frío al descender al
infierno de pasar la próxima página […] No es la pobreza / es el hambre que no
se sacia / No son los gritos / Son las palabras que se callan».
También estuvo en el festival,
invitado por la valía del conjunto de su obra, el novelista colombiano Jorge
Franco (Medellín, 1962), conocido, entre otros textos, por
Rosario Tijeras
(1999),
Melodrama (2006) y
El mundo de afuera (2014, Premio
Alfaguara). Franco habló acerca de su quehacer literario y, dada su formación de
guionista, sobre la relación entre cine y literatura y de qué manera su lenguaje
literario tiene cercanía con el lenguaje del cinematográfico. En todo caso,
Franco dijo que él escribe sus obras concentrado, básicamente, en la expresión
literaria como tal, sin pensar en una posible adaptación al cine; de hecho,
comentó, se asombró cuando le propusieron adaptar
Rosario Tijeras. ¿Cómo
adaptar la paradoja vital que encierra el comienzo de la novela en una escena
sangrienta?: «Como a Rosario le pegaron un tiro a quemarropa mientras le daban
un beso, confundió el dolor del amor con el de la muerte»
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[En la foto: el autor de esta crónica con la poeta Siomara España, el cineasta David Grijalva y Jorge Franco]
Obviamente, el festival de poesía
Ileana Espinel Cedeño, también reunió a decenas de poetas ecuatorianos que
participamos en él compartiendo nuestro quehacer hecho de diversos tonos. Al final
de la jornada, la poesía nos convocó sin acartonamientos: en la sencillez de
las lecturas, los versos de distinta índole fueron el alimento comunitario de
un público que asume la poesía como una fiesta del espíritu.
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Retrato de familia en casa de la poeta Siomara España.
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Rafael Courtoisie, La palabra desnuda
(Montevideo: Yaugurú, 2021), 9.
Khédija
Gadhoum, «Viñetas para soñar», Más allá del mar (bibènes) (Madrid:
Editorial Cuadernos del Laberinto, 2016), 79.
Juan
Carlos Abril, «Consejo», En busca de una pausa (Madrid: Editorial Pre-Textos,
2020), 69 y 71.
Johanna Carvajal, «Paula de Eguiluz», El llanto de las
sibilas (Medellín: InkSide Ediciones, 2023), 41. Paula de Eguiluz, mujer
negra y esclava, natural de Santo Domingo, fue condenada, en 1624, por el Tribunal
del Santo Oficio de Cartagena de Indias, acusada de practicar la brujería.