José María y Corina lo habían conversado en alguna de sus tardes de té y facturas: toda muerte engendra ausencias y cada ausencia es un pedazo de muerte que se adhiere para siempre a nuestra piel de solos.
(De El perpetuo exiliado, 2016).

lunes, octubre 23, 2023

«Trilogía», de Jon Fosse: la inocencia perversa del amor

Descubrir una obra literaria de un escritor o escritora, de quien no hemos leído nada, es explorar un mundo desconocido y estar dispuestos a maravillarnos, a través de una experiencia inédita de lectura, con todo aquello que conmueva nuestro espíritu. No conocía a Jon Fosse (Haugesand, Noruega, 1959), premio Nobel de Literatura 2023. Por fortuna, unos días después de que se anunciara la concesión del Nobel a Fosse, llegó a mis manos su novela Trilogía (2014, Premio de Literatura del Consejo Nórdico, 2015), que es la única obra que he leído de él. Trilogía, de Jon Fosse, me ha estremecido porque, más allá de que la novela esté —como toda buena literatura— anclada en una tradición nacional y un espacio cultural propios, es una provocación moral y estética sobre los límites del bien y el mal, tiene un ritmo trepidante y rompe constantemente la norma del tiempo y la realidad.

            «Vigilia», la primera parte, se inicia con la llegada a Bjørgvin[1] de Asle, que es violinista y pescador, y Alida, que está embarazada, provenientes de Dylgja, un pueblo en donde hay apenas unas cuentas granjas y casitas de pescadores. Ellos llegan en busca de alojamiento y trabajo, pero nadie quiere alquilarles una pieza, ni siquiera para unos días. El peregrinaje de la pareja actúa como una metáfora de la búsqueda de un nuevo hogar de los migrantes y el rechazo espontáneo que sufren por los prejuicios contra el extranjero, por el odio irracional que genera el pobre y el extraño. La joven pareja enfrenta los problemas con el amor que se profesa, con la felicidad que han construido y llevan a cuestas, pero nada es suficiente para estar a salvo del mal. Lo que empieza como una bella historia sobre la persistencia del amor por encima de las dificultades se va transformando en una desasosegante historia signada por el horror del crimen. A lo largo de la novela, las vicisitudes de los personajes nos enfrentan a los límites de la justificación del mal en nombre del amor que se enfrenta a la iniquidad y el odio, de tal manera que quien lee se ve atragantado y exhausto ante un dilema moral.

            En «Los sueños de Olav», la justicia expedita lleva a cabo la ejecución del asesino. Luego de vender su violín, Asle, bajo la identidad de Olav, regresa a Bjørgvin, movido por su amor a Alida, que ahora se llama Åsla, para comprar sus anillos de matrimonio. Asle es un asesino múltiple, pues ha matado al joven dueño de la caleta donde vive la pareja y a la comadrona dueña de la casa donde Alida parió y se sospecha que también asesinó a la madre de Alida. Alida es una mujer que parece no darse cuenta de lo que sucede a su alrededor, de la manera oscura como Asle resuelve los problemas, y, sin decir nada sobre su presente, pasa imaginando lo que quiere vivir. Esa mezcla de los niveles de lo real y lo onírico es constante en la novela y se acrecienta en «Desaliento», la parte final. El monólogo interior rompe continuamente el sentido del tiempo, pues mientras está sucediendo algo en el presente, de manera simultánea, el personaje está viviendo, mentalmente, ya sea el pasado de esa línea del suceso o su posibilidad de futuro. La relación de Asle y Alida está marcada por la inocencia de un amor adolescente y profundo, pero carente de culpa ante el crimen. Asimismo, el encuentro de Åsla, la hija a quien Alida le puso el nombre que adoptó para esconderse, con el fantasma de Alida es la culminación que mezcla tiempo y niveles de realidad para ofrecernos un final catártico, purificador. El autor parece decirnos que, en medio de la turbulenta oscuridad del mal, se vislumbra un destello de luz que, en alguna forma, purifica a quien ha caído en dichas tinieblas.

            Trilogía tiene un ritmo trepidante dado por una forma de contar que recupera la velocidad de la oralidad al despojar a la narración de la puntuación tradicional: la coma se vuelve un instrumento al servicio del punto de vista subjetivo de los personajes. A lo dicho contribuye una constante repetición, como un leitmotiv musical, de lo que se dice que, en ocasiones, revela el acoso al que están sometidos los personajes protagónicos por el mundo hostil que impide su felicidad y los persigue sin tregua. La novela evoca una tradición musical familiar que empieza con padre Sigvald, sigue con Asle y continúa con Sigvald, el hijo de Asle y Alida. La presencia de la música en la novela no se desarrolla únicamente a nivel de la historia sino en la tesitura musical que tiene una narración de vigorosa evocación. 

          

Winje Agency
 Jon Fosse es conocido, sobre todo, por su obra dramatúrgica que, con más de treinta obras teatrales, ha tenido alrededor de mil montajes en el mundo. Debutó como novelista en 1983 con Rojo, negro y, luego de pasar por una crisis de alcoholismo y convertirse al catolicismo en 2013, publicó Trilogía y lo que la crítica considera su obra maestra: Septología (2019-2021), un conjunto de siete novelas en tres volúmenes: El otro nombre (I-II), Yo es otro (III-V) y Un nuevo nombre (VI-VII). El Premio Nobel de Literatura 2023 le fue concedido «por sus obras teatrales y prosa innovadoras, que dan voz a lo indecible»: así sucede en Trilogía, una novela que da voz a la inocencia perversa del amor, frente a la que nos ahogaremos durante su lectura, en medio de un permanente dilema moral y estético que nos llenará de ansias de perdón y afán de castigo.

          


[1] El puerto de Bergen es, en la actualidad, la segunda ciudad más poblada de Noruega y fue conocido como Bjørgvin hasta 1850. Bergen es la entrada a los famosos fiordos noruegos.


lunes, octubre 16, 2023

Apuntes en torno a una derrota electoral

            

En dos elecciones consecutivas, los candidatos, tanto de la burguesía financiera como de la burguesía agroexportadora, han ganado la elección presidencial en la segunda vuelta, con cuatro puntos de diferencia, después de que la Revolución Ciudadana, RC, ganara la primera con más de diez. Concluir que todo es producto de la traición y de la maldad de los poderes fácticos es ignorar que en la lucha política el reconocer los errores propios es el primer paso para superarlos y que los partidos que luchan contra el poder hegemónico tienen que buscar alianzas y ser autocríticos. Veamos algunos apuntes sobre la derrota electoral en estas presidenciales.

 

Uno

La inquisición ideológica del capitalismo salvaje de hoy cuelga el sambenito del comunismo a quien se atreva a decir que, en la política pública, hay que privilegiar al ser humano por sobre el capital. En este sentido, ha satanizado cualquier veleidad reformista de la socialdemocracia, de tal manera que la democracia burguesa solo admite moverse del centro a la derecha. Como parte de su estrategia ideológica, ha convertido al individualismo consumista en la nueva religión, que trivializa la política y la reemplaza por el mercadeo, ofrece la aspiración de poseer los bienes del paraíso terrenal del mall y la satisfacción placentera de la cultura del espectáculo bajo el signo de los likes. Para su táctica comunicacional, cuando la burguesía ve amenazada mínimamente la insaciable acumulación de capital, su aparato ideológico hace uso impúdico de las noticias falsas y construye narrativas basadas en el manejo inescrupuloso de la posverdad. En un mundo en el que el comunismo ya es un pasaje de la historia, la burguesía reaccionaria y neofascista ha logrado posicionar la idea de que cualquier idea de justicia social es una amenaza comunista y, por tanto, un peligro para la democracia. Frente a este panorama general hay que confrontar y desmentir de manera constante las falacias ideológicas del poder, y posicionar el pensamiento de que sí es posible la construcción de una patria más justa y solidaria en la que las personas gocen de sus libertades individuales y respeten el bien comunitario.

 

Dos

En nuestro país, la criminalización del correísmo persigue judicialmente a dirigentes y militantes del movimiento Revolución Ciudadana, así como utiliza todas las herramientas comunicacionales para desprestigiarlo. Esta criminalización es un caso de estudio de lo que constituye una cruel guerra judicial (lawfare). Los poderes fácticos del país han utilizado el aparato judicial para la persecución a tal punto que se condenó al expresidente Correa por «influjo síquico». Asimismo, el ex contralor Pablo Celi, hoy en la cárcel por corrupto, inició la instrumentalización de la Contraloría para perseguir administrativa y civilmente a los exfuncionarios de todo nivel del gobierno de la Revolución Ciudadana. Por otra parte, los medios hegemónicos íntimamente ligados a los grupos de poder son sus operadores ideológicos y comunicacionales. Estos medios y sus voceros son activistas políticos del anticorreísmo militante que usan la máscara de periodistas: todos los días sus noticieros se dedican a la administración de la verdad y la manipulación de los hechos; en las redes sociales, los mensajes de odio se multiplican a través de sus mercenarios digitales y su ejército de trolls. Frente a la guerra judicial solo queda agotar los recursos jurídicos internos y recurrir a instancias internacionales, con los consiguientes costos judiciales y continuar el debate y la confrontación para la disputa de la comunicación y el espacio virtual.

 

Tres

La Revolución Ciudadana, por su lado, no ha logrado superar cierto sectarismo de su discurso político ni la poca autocrítica sobre los casos de corrupción durante sus años de gobierno. El discurso sectario le habla, básicamente, a sus militantes, sin darse cuenta de que necesita hacer pedagogía en el grueso de la población en la que el poder ideológico ha sembrado dudas: la figura fresca y juvenil de Rafael Correa como un líder emergente en 2006 se percibe ahora como una figura patriarcal, autoritaria y sedienta de venganza. Es obvio que cualquier candidatura de la Revolución Ciudadana necesita el apoyo de su líder histórico, pero es indispensable, también, que esa candidatura, más aún la presidencial, de cara a quienes no son militantes políticos sino electores, demuestre liderazgo, capacidad y, sobre todo, autonomía a la hora de gobernar. Tener de asesor a Correa sería un lujo necesario por su sapiencia, pero demostrar que se gobernará con autonomía es una obligación política porque, al final del día, la gente no elige asesores sino gobernantes. Lo más grave, sin embargo, es la incapacidad autocrítica para el tratamiento de los casos de corrupción. Dos ejemplos: 1) si bien el «influjo síquico» es un ejemplo paradigmático de la guerra judicial (lawfare), no está suficientemente claro para la ciudadanía si Pamela Martínez actuó por su cuenta o había un grupo, dentro del gobierno, que lucraba de contribuciones irregulares e ilegítimas para supuestos fines electorales; y 2) si bien no existen pruebas de la ruta del dinero de Odebrecht que impliquen directamente a Jorge Glas, si hubo grabaciones y pruebas sobre el dinero que recibió Ricardo Rivera, el fallecido tío de Glas y José Conciençao Santos, apoderado de la constructora brasileña.

 

Cuatro

Otro problema grave es la incapacidad para concretar alianzas con movimientos políticos y sociales, tipo Frente Amplio, que convoque a sectores democráticos y de izquierda que recelan el caudillismo de Rafael Correa. El triunfalismo por el resultado de las elecciones seccionales de febrero hizo creer que haber ganado gobiernos locales era suficiente, sin pensar aquellos triunfos, con sus respectivas particularidades, se obtuvieron, sobre todo, con el voto duro del correísmo. La ausencia de autocrítica, ya señalada, ha impedido dialogar con el movimiento indígena y sus dirigentes. Por ejemplo, la represión al pueblo Saraguro, en agosto 2015, es una herida abierta que necesita cicatrizar mediante el diálogo; el pretender ningunear a la dirigencia de las comunidades y convencer a las bases es desconocer la cultura comunitaria indígena y la vocería de la dirigencia. También existen otras figuras de la lucha social cuya presencia en el binomio presidencial, basada en alianzas programáticas claras, contribuiría a ampliar la base electoral.

 

Cinco

El mercadeo no es suficiente para quien debe posicionar una política contra hegemónica y si bien Luisa González fue una candidata que maduró durante la campaña, nunca pudo mostrarse autónoma pues se mantuvo siempre bajo la tutela del líder. La ausencia de una real democracia interna —que no es un mal solo de la RC sino de todo el sistema político ecuatoriano— impide el debate interno y el surgimiento de nuevos liderazgos, y, por tanto, impide también el desarrollo de la política para caer en la trampa de la burguesía dominante que ha convertido la política en un escenario de ocurrencias publicitarias.

 

Final

Estos apuntes son reflexiones que, por supuesto, requieren un análisis más profundo de los resultados electorales. Para ello, hay que considerar el voto por regiones (desde provincias hasta parroquias), diferenciando lo urbano y lo rural; qué tanto influyó el asesinato de Fernando Villavicencio y las narrativas que construyeron al respecto; la manera cómo se desarrolló la publicidad electoral (cuánto impacto tuvieron las gafas o los borregos, frente a la imagen informal y los muñecos de cartón, y otras tácticas como la publicidad final cuando ya imperaba el silencio electoral); cuál fue la estrategia del candidato triunfador, qué sucedió con el voto joven si es que fuera posible analizarlo sin distorsiones, cuánto influyó la campaña sucia con los cucos del comunismo y la desdolarización, etc. El debate debe ser permanente y con el objetivo de profundizar y modificar las políticas que permitan retomar la construcción de un país diferente durante el ejercicio de un nuevo gobierno de la revolución ciudadana.    


lunes, octubre 09, 2023

La nueva generación de la vieja oligarquía

           

Caricatura tomada del sitio climaterra.org 
            En el proceso electoral de 1978-1979, Jaime Roldós Aguilera, que fue electo presidente, motejó a León Febres Cordero, como «el insolente recadero de la oligarquía», pues, en ese entonces, LFC era un alto ejecutivo de las empresas de Luis Noboa Naranjo y un político que, afiliado al Partido Social Cristiano, representaba los intereses económicos de las cámaras de la producción. Luego de ejercer la presidencia del país, 1984-1988, LFC dejó de ser recadero para convertirse en la cabeza de una facción emergente de la misma oligarquía. Para las elecciones del próximo 15 de octubre, la oligarquía ecuatoriana, que ya no necesita de la intermediación de los partidos políticos para su representación, pues los propios oligarcas se representan a sí mismos en la arena política, pretende vendernos la idea de que su candidato representa lo nuevo. Daniel Noboa Azín ya no es el recadero, sino el poder económico tradicional que se representa a sí mismo mediante sus herederos: él es la nueva generación de la vieja oligarquía y su programa político apunta a la privatización de los servicios públicos, al debilitamiento del Estado con la consiguiente merma de los derechos sociales que la humanidad ha acordado como básicos.

            Los neoliberales y sus asesores marqueteros han encontrado nuevos nombres para lo mismo: monetización de los activos del Estado, por ejemplo, le llaman a la privatización de los servicios públicos. Lo que no dicen es que los procesos de privatización de los servicios públicos siempre buscan el reparto de los activos nacionales entre los miembros de la misma oligarquía, ya sea aliada a las corporaciones transnacionales, o entre los partidarios de su propia clase social, con el objetivo de liderar los nuevos procesos de acumulación del capital. Ya no importa qué digan en campaña, en donde siempre doran la píldora: después de todo, sus asesores de imagen han diseñado un producto aspiracional que se vende, por ejemplo, como un joven ecologista, aunque el grupo empresarial de su familia tenga enormes intereses en la explotación minera a gran escala. El IESS es la joya más codiciada: las administraciones de los neoliberales han dañado la atención de sus servicios de salud para posicionar la idea de que lo mejor sería la privatización del servicio: lo que hay detrás es una concepción de la salud pública como un negocio de lucro privado y no como un derecho ciudadano que requiere de un servicio público de calidad.

            Verónica Abad, la candidata a vicepresidenta de Daniel Noboa, es quien expresa de manera franca y abierta el verdadero rostro del programa económico y social de la oligarquía de hoy. Este programa, anclado en las ideas Trump o Milei, es la representación desnuda del capitalismo salvaje que no está dispuesto a permitir que ni siquiera un programa socialdemócrata merme su codicia infinita de acumulación. Abad sostiene que ni la educación ni la salud son derechos; cree que hay que desmantelar el Estado y reducirlo a su mínima expresión para que desaparezcan las políticas públicas en educación y salud pública de calidad, en el desarrollo del deporte o las diversas expresiones culturales, o en la atención a grupos vulnerables. Los estrategas políticos han escondido al binomio de Noboa porque sus ideas causarían repulsa en el electorado de hoy. No dudo que, a través de la promoción que le harán, una vez en el poder, los medios hegemónicos, terminarán justificando y posicionando las ideas del capitalismo salvaje. Si en 1984 no dudaron en tildar de comunistas a las ideas socialdemócratas de Rodrigo Borja que se sintetizaban en el eslogan «justicia social con libertad», no sería nada raro que en 2025 nos quieran hacer creer que los derechos básicos que ha acordado la humanidad —educación, salud, vida digna— son un peligro para la libertad del individuo.

            Me dirán que no escribo un análisis equilibrado de las candidaturas. Tienen razón: yo escribo desde una opción política e ideológica socialdemócrata; desde una visión de desarrollo del país que privilegia al ser humano por encima del capital; desde el entendimiento de que hay derechos sociales básicos, acordados por la humanidad, y que no podemos retroceder en este aspecto. Yo nunca voté por el insolente recadero de la oligarquía, menos voy a votar por una oligarquía familiar a la que, en términos económicos, le interesa el país solo para la acumulación de su riqueza y que, políticamente, se representa a sí misma en la candidatura de su heredero.