José María y Corina lo habían conversado en alguna de sus tardes de té y facturas: toda muerte engendra ausencias y cada ausencia es un pedazo de muerte que se adhiere para siempre a nuestra piel de solos.
(De El perpetuo exiliado, 2016).

lunes, agosto 21, 2023

El profeta centenario

Gibrán Jalil Gibrán, Autorretrato y musa, 1911, Museo Soumaya (Foto: R. Vallejo, 2023)
            En mayo de este año, estuve en el Museo Soumaya, de la Fundación Carlos Slim, en Ciudad de México. En la sala Gibrán Jalil Gibrán del museo, se exhiben manuscritos, mecanuscritos, cartas, primeras ediciones de sus libros, fotografías, objetos y un acervo de pinturas, dibujos e ilustraciones del poeta y artista libanés-norteamericano.[1] Más allá de que la visita al museo es una experiencia maravillosa, el recorrido que hice por cada una de las piezas de la sala dedicada a Gibrán me regresó a mi adolescencia, al tiempo de mi iniciación en el placer solitario de la lectura y a su libro icónico. Durante algún tiempo, lo releí como se relee la Biblia: con el espíritu abierto al poema de un mundo sin poesía. El profeta (1923), de Gibrán Jalil Gibrán, es una obra centenaria y ampliamente conocida que perdura debido al espiritualismo ecuménico de su prosa poética y a un tono sapiencial que cuestiona al saber establecido y a sí mismo, más allá de cierto tufillo a sermón de autoayuda que ha motivado la indiferencia de los academicistas.

            Después de vivir doce años en Orfalís, el profeta Almustafá está por regresar a la isla donde nació. La gente lo rodea y le pide que irradie su sabiduría antes de la partida. Almustafá aborda veintiséis asuntos, sobre los que es interrogado, en sendos poemas en prosa. Los sermones de Almustafá en El profeta son una mezcla exitosa del espiritualismo cristiano y la tradición islámica expresados en términos ecuménicos. Así, Almustafá señala que la religión reside, básicamente, en el propio individuo, algo que sintoniza con la popularización del hipismo en los sesenta, la new age de los setenta y el eclecticismo de la posmodernidad: «Vuestra vida cotidiana es vuestro templo y vuestra religión. Siempre que entréis en ella, llevadla con vosotros vuestro ser, todo entero»[2]. En los años de entreguerras, fue un mensaje de esperanza que cada uno asumió a su manera, ya que la presencia de Dios es una bella imagen panteísta: «Lo veréis sonriendo en las flores, y luego alzarse, y agitar las manos en los árboles». Además, como cada concepto contiene su contrario, los lectores asumen la enseñanza como un enunciado esotérico: «Vida y muerte son una misma cosa […] Qué es morir sino estar desnudo en el viento y fundirse con el Sol»[3].

            La prosa sapiencial de El profeta continúa hablándonos hoy día por cuanto al desarrollar ciertos temas que atañen a la humanidad lo hace cuestionando los dogmas de las religiones oficiales y procurando un sendero de libertad al individuo, sin escamotear la contradicción inherente a la vida misma. De esta manera, si dice que «cuando el amor os llame, seguidlo», también advierte: «Porque así como el amor os corona, también os crucificará. Así como os hacer crecer y prosperar, también os podará». Y concluye con un giro de sentido abierto: «El amor no tiene más deseo que colmarse a sí mismo».[4] Al hablar del matrimonio, por ejemplo, su mensaje irrumpe en contra del yugo de la pareja, que ha sido la prédica de las religiones, y lo planteó, hace un siglo, como la unión de dos individuos que viven por sí mismos y comparten la experiencia de la vida: «Cantad y danzad juntos, y regocijaos pero que cada cual esté a veces solo, así como las cuerdas del laúd están solas, aunque vibren con la misma música»[5]. En el mismo sentido, la prédica sobre los niños, que es citada en cada bautizo o ceremonia de graduación, habla de la independencia que los hijos deben heredar de sus padres y la inevitabilidad de ser personas por sí mismos: «Vuestros hijos no son vuestros. Son los hijos y las hijas del anhelo de la Vida por perpetuarse […] Podréis darle vuestro amor, pero no vuestros pensamientos, porque tiene sus propios pensamientos»[6]. La prédica habla para todos en la medida en que los conceptos que contienen su opuesto atraviesan el libro en términos no dogmáticos: así la alegría es tristeza, la libertad es esclavitud y «¿qué es el mal, sino el bien, torturado por su propia hambre y su sed?»[7].

            Finalmente, el éxito de El profeta se debe también a un tufillo de libro de autoayuda que, si bien multiplicó sus lectores, le impidió el respeto de cierta crítica académica. Conceptos vagos, ideas de talla única, preceptos que sirven para todos en cualquier tiempo y lugar. Al momento de la partida, Almustafá dice en términos difusos: «Y en esto reside mi honor y mi recompensa: En que siempre que me acerco a esa fuente a beber, encuentro que el agua viviente misma está sedienta; y me bebe, al tiempo que yo la bebo»[8]. La idea de que lo que podemos expresar es apenas una sombra de lo que conocemos se difumina en una imagen hasta desdibujar la idea: «Vuestros pensamientos y mis palabras son ondas de una memoria sellada que conserva el registro de nuestros ayeres, y de los días antiguos en que la tierra no sabía nada de nosotros, ni de sí misma, y de las noches en que la tierra estaba revuelta en un caos»[9]. O, cuando habla del discurso y opone a este, como era de esperarse, el silencio y da como consejo una idea vaga, contradictoria en sí misma, pero útil para cualquiera: «Hay entre vosotros quienes buscan al parlanchín por miedo a estar solos. El silencio de la soledad les revela su propio ego desnudo, del que ansían escapar».

El profeta, prueba de impresión, editorial Knopf, 1923. Museo Soumaya. (Foto: R. Vallejo)

            Según sus biógrafos, Gibrán Jalil Gibrán (Bisharri, Líbano, 1883 – New York, 1931), llevó una vida contradictoria con la espiritualidad que predicó en El profeta. Según su ahijado Jean Gibrán, el artista fue «un ser humano frágil, que estaba consciente de su propia fragilidad»[10]. Dicen que murió, en soledad, debido a una ingesta excesiva de arak, bebida alcohólica de la que era adicto, al punto de que escondía en el interior de su bastón una pipeta con arak. Yo lo veo bebiendo hasta morir, celebrando lo vivido, convencido de la trascendencia del espíritu y de la complementariedad de la vida y la muerte, tal como lo dijo Almustafá: «Debierais conocer el secreto de la muerte. Pero, ¿cómo, a menos que lo busquéis en el corazón de la vida? […] Porque, ¿qué es dejar de respirar, sino liberar el aliento de sus inquietos lazos, para que pueda alzarse y expandirse, y buscar a Dios, sin trabas»[11]. Mi espíritu continúa vivo en el corazón abierto a la palabra de la poesía, gracias también a las enseñanzas de Almustafá, el profeta.



[2] Gibrán Jalil Gibrán, El profeta [1923], versión castellana de Sergio René Madero (México D.F.: Editorial Orión, 1972), 152. Leí por primera vez el libro, de adolescente, en esta edición popular.

[3] Gibrán, El profeta, 157 y 158.

[4] Gibrán, El profeta, 27 y 29.

[5] Gibrán, El profeta, 34.

[6] Gibrán, El profeta, 37.

[7] Gibrán, El profeta, 127.

[8] Gibrán, El profeta, 168.

[9] Gibrán, El profeta, 166.

[10] Shoku Amirani & Stephanie Hegarty, «Kahlil Gibran’s The Prophet: Why is it so loved?», BBC News, 12 May 2012, https://www.bbc.com/news/magazine-17997163 Jean Gibran es autor de Kahlin Gibran: His Life and World, 1991.

[11] Gibrán, El profeta, 157 y 158.


lunes, agosto 14, 2023

Un Estado fallido, un país de luto prolongado


La noche del 4 de febrero de 2023, un día antes de que fuera electo como alcalde de Puerto López, el candidato de Revolución Ciudadana, Omar Menéndez, fue asesinado. Una semana antes, el 21 de enero, el candidato a alcalde de Salinas, Julio César Farachio, de una alianza entre Unidad Popular, Sociedad Patriótica y Movimiento Mover, también fue asesinado. Un mes atrás, el 20 de diciembre de 2022, el candidato a alcalde de Portoviejo, Javier Pincay, de Avanza, recibió ocho balazos que casi acabaron con su vida; un mes más tarde, el 25 de enero, en una sede de su campaña, personas no identificadas ocasionaron una explosión que hirió a cuatro personas. El 15 de mayo, mientras se dirigía a posesionarse, el alcalde de Durán, Luis Chonillo, del Movimiento Ciudadano, fue víctima de un atentado del que salió ileso, aunque fallecieron dos policías y un civil que lo acompañaban. Agustín Intriago, alcalde de Manta, del movimiento Mejor Ciudad, fue asesinado el 23 de julio; en el atentado también falleció la deportista Ariana Estefanía Chancay, quien se había acercado al alcalde para solicitar apoyo al fútbol femenino. El 9 de agosto, Fernando Villavicencio, candidato a la presidencia por el movimiento Construye, fue asesinado al término de un mitin en Quito. No están todos los atentados ni son todas las víctimas. El crimen de autoridades electas y candidatos, incluido el asesinato de un candidato a la Presidencia de la República, es el resultado de un Estado fallido infiltrado por el crimen organizado que es incapaz de proteger a la ciudadanía y a las autoridades, en donde la institucionalidad ha sido debilitada y el tejido social están roto.

            Los recientes asesinatos del alcalde Manta, Agustín Intriago, y del candidato a la presidencia, Fernando Villavicencio, son la dolorosa comprobación de que la policía nacional no tiene ni la formación ni la capacidad técnica en materia de seguridad. Tanto el alcalde de Manta como el candidato a la presidencia habían recibido amenazas y tenían un alto nivel de riesgo de sufrir un atentado criminal de parte del crimen organizado. Los expertos en seguridad han analizado de sobra las falencias de la seguridad el día del asesinato de Villavicencio; con el homicidio de Intriago lo han hecho menos, en la medida en que no hubo filmación del suceso. Pero, en ambos casos, los sicarios actuaron por encima de un equipo de protección —conformado por elementos de la Policía Nacional— que no defendió a su protegido. Frente al crimen organizado, es indispensable que la Policía Nacional se prepare mejor en seguridad de autoridades y que fortalezca los aparatos de inteligencia para la prevención del delito. En el caso particular. del asesinato del candidato presidencial es, imprescindible, una investigación de la Fiscalía que determine, más allá de toda duda, el grado de responsabilidad ya sea por negligencia, ya sea por complicidad con los asesinos del equipo responsable de la seguridad del candidato.

            Lo que está sucediendo en Ecuador es el resultado del debilitamiento institucional como producto de la aplicación de políticas económicas neoliberales que han hecho de la cantaleta de “reducción del tamaño del Estado” una práctica gubernamental. Esta política económica ha traído como consecuencia la desinversión en el sistema del 911, en la cobertura de seguridad por cuadrantes de las UPC, en el equipamiento de la policía. Además, la eliminación del ministerio de Justicia y otras instancias gubernamentales que articulaban la política de seguridad del país, así como el relajamiento de los controles de ingreso a la policía han debilitado al Estado. Las masacres carcelarias —la última del 22 de julio dejó un saldo de 31 muertos— y la incapacidad gubernamental —más allá de las fotos que imitan a Bukele— para controlar las cárceles también dan cuenta de cómo el narcotráfico ha permeado al Estado. Recordemos que, en 2015, la tasa de muertes violentas bajó, luego de un proceso sostenido de inversión en políticas sociales y de seguridad, a 6 por cada cien mil habitantes y que, con la desinversión, en 2022 cerró con una tasa de 25 muertes violentas por cada cien mil habitantes; según proyecciones, 2023 cerraría con una tasa de aproximadamente 34 casos por cada cien mil habitantes.[1] Y, para concluir, la colaboración con instituciones policiales de otros países es algo normal y necesario en el combate al crimen organizado transnacional, solo que, en esta coyuntura, la presencia del FBI para la investigación del homicidio de Villavicencio, que es acertada y necesaria, resulta una confirmación de nuestra debilidad institucional.

            Finalmente, la reacción de diversos actores sociales —sobre todo, luego del asesinato de Villavicencio— genera una violencia simbólica sin precedentes a través de comentarios incendiarios y contribuye a la destrucción del tejido social. Hay opiniones gástricas, pues carecen de pruebas fácticas y se basan en teorías de la conspiración, de lo más descabelladas, que criminalizan a las organizaciones políticas y que contaminan y politizan la investigación de los entes estatales. Y, además, se despliegan las opiniones que surgen, a cada atentado, revictimizando al asesinado: por algo será, ¿en qué habrá andado? Hay, en conjunto, una celebración inhumana —o, tal vez es más preciso decir, una celebración tristemente muy humana dada la condición primitiva del miedo que existe de base en las tribus que se siente desprotegidas— en redes sociales por los linchamientos y la muerte del delincuente linchado —muertes que, por lo demás, también son crímenes que, seguramente, quedarán impunes—. Y, lo más preocupante de todo, es que existe una lamentable incapacidad política para llegar a acuerdos mínimos en la agenda nacional sobre los temas básicos de la convivencia ciudadana. 

«La muerte de cualquier hombre me disminuye, porque estoy ligado a la humanidad; y, por consiguiente, nunca hagas preguntar por quién doblan las campanas: doblan por ti», escribió John Donne en su “Meditación XVII”, en 1694. Hoy la patria está viviendo en un luto que se prolonga todos los días. El asesinato de un alcalde o de un candidato a cualquier dignidad de elección popular, más aún si es la presidencial, es una herida grave a nuestra democracia. Es urgente que el gobierno y las candidaturas presidenciales lleguen a un Acuerdo Nacional para enfrentar la filtración del narcotráfico en la institucionalidad del Estado. Sin importar la persona que gane la elección, quien gobierne el país debería comprometerse a llevar adelante todos los esfuerzos posibles para que estos crímenes no queden impunes y que exista una política de Estado para combatir a la delincuencia organizada.

 


[1] «Zapata: 35 nuevas UPC deberían estar listas a finales de junio de 2023», Primicias, 23 de marzo de 2023, https://www.primicias.ec/noticias/en-exclusiva/policia-incremento-muertes-violencia-juanzapata/

  



lunes, agosto 07, 2023

«Oppenheimer»: estremecedor filme épico de hondas resonancias éticas


            ¿Es Oppenheimer una gigantesca obra maestra del cine de este siglo? ¿Estamos ante una película fallida en su propuesta filosófica pero extraordinaria en su lenguaje cinematográfico? ¿Se propuso Christopher Nolan hacer un lavado de rostro del padre de la bomba atómica reduciéndolo a la condición de genio atormentado? ¿Qué tan reveladora es la película sobre la intriga política que rodea a Oppenheimer durante el macartismo? ¿Por qué no se ven los efectos de la bomba en Hiroshima y Nagasaki en el filme? Oppenheimer (2023), dirigida por Christopher Nolan, es una estremecedora película biográfica que nos sumerge en los claroscuros del científico que dirigió el Proyecto Manhattan y realiza una fina disección del enjambre político norteamericano durante la Guerra fría y las intrigas del macartismo, pero carece del atrevimiento del arte para romper con la narrativa oficial de los EE. UU. sobre la destrucción de Hiroshima y Nagasaki. Al ver la película, volvemos a preguntarnos: ¿qué se le exige a un filme para que sea éticamente consecuente?

 Oppenheimer está basada en American Prometheus (2006), de Kai Bird y Martin J. Sherwin, la biografía de Julius Robert Oppenheimer (Cillian Murphy), el físico que lideró el equipo de científicos que fabricó la primera bomba atómica. El retrato de la encrucijada en la que vive el físico nuclear está logrado en el rostro adusto de Murphy, que aparenta impasibilidad pero que contiene la tormenta interior del personaje. El ascenso y la caída del padre de la bomba atómica son las líneas dramáticas que construyen la tensión de la película: la reinterpretación del mito de Prometeo encarnado en Oppenheimer es tejido con maestría por Nolan: arrebató a los dioses el fuego de la muerte y la destrucción y se lo dio al gobierno; más tarde y sin posibilidad de retorno, ese fuego era inextinguible. El propio sistema lo devoró e hizo pública las entrañas del Prometo americano: su ambición y genialidad, sus debilidades y sus miedos. La película dibuja un personaje cuya vida está construida por una serie de eventos contradictorios en su sentido moral: un hombre con conciencia social, sentimentalmente egoísta, inventor de un arma mortífera y única que, después, lucha por el control de las armas nucleares y se gana el odio de los guerreristas. Encumbrado y vilipendiado; al final, es reivindicado, como le pronosticó Einstein, sobre todo para la redención de quienes lo abandonaron en su caída. Y Cilian Murphy logra encarnar esta tragedia con verdad actoral.  

            Lewis Strauss, interpretado con brillantez por Robert Downey Jr., es el jefe de la Comisión de Energía Atómica que, por envidia, afán de venganza y un cierto moralismo, enreda a Oppenheimer en los hilos de la burocracia política de Washington. Strauss es el villano en la película y pasa por varios estadios emocionales que desnudan la maquinaria del poder político norteamericano y su hipocresía puritana. Negarle a Oppenheimer la credencial de seguridad fue un mensaje para toda la sociedad sobre el límite de la libertad de pensamiento en los tiempos de la Guerra fría: el macartismo no solo fue una política de Estado sino un instrumento de cohesión del complejo militar industrial frente a cualquier veleidad izquierdista. Según los biógrafos Bird y Sherwin, el regreso de los republicanos al poder en 1953, colocó en posiciones de poder a los defensores de represalias nucleares masivas, como Strauss. Este y sus aliados en el aparato estatal necesitaban condenar al ostracismo a Oppenheimer con sus dudas y remordimientos. Nolan ha trabajado estos contrapuntos con viajes narrativos hacia adelante y hacia atrás en el desarrollo de la historia y un guion de conflicto apretado, sin frases de relleno.

            El 6 de agosto de 1945, EE. UU. lanzó la primera bomba atómica sobre la ciudad de Hiroshima. El 9 de agosto lo hizo sobre Nagasaki. Las estimaciones sobre el número de muertos de ambos bombardeos van de 110 mil a 210 mil personas de las que el 95 % eran civiles, según un reportaje de la BBC, que cita el testimonio de Sumiteru Taniguchi, sobreviviente de Nagasaki: «El lugar se convirtió en un mar de fuego. Era el infierno. Cuerpos quemados, voces pidiendo ayuda desde edificios derrumbados, personas a quienes se le caían las entrañas…». Las atroces consecuencias del bombardeo son ignoradas por Nolan en su película, ya que él ha preferido situar la prueba Trinity, el 16 de julio de 1945, en Nuevo México, en vez del bombardeo, como un momento climático del filme. Así, la película Oppenheimer carece atrevimiento político al dar por válida la narrativa de los EE. UU. que justifica hasta hoy como legítimo acto de guerra la utilización de dos bombas atómicas contra blancos civiles. El bombardeo, por el que ningún gobierno de los EE. UU. ha pedido perdón, hoy sería considerado un crimen de lesa humanidad, cuya crueldad es mostrada, por ejemplo, por el ánime Hadashi No Gen (Barefoot Gen, 1983). En este sentido, Nolan en su filme es mucho menos consecuente que el propio Oppenheimer en su vida.

            Oppenheimer, de Christopher Nolan, es, al final de cuentas, un filme éticamente consecuente a pesar de sus propias limitaciones; en primer lugar, porque es una extraordinaria película biográfica, con caracterizaciones actorales memorables de sus protagonistas, aunque sus personajes femeninos son débiles; en segundo, porque revela los mecanismos totalitarios del poder que se escuda tras la democracia formal y la manera cómo ese poder es capaz de devorar a los mismos ciudadanos que lo han servido; y, finalmente, porque, a pesar de escamotear el bombardeo de Hiroshima y Nagasaki, la prueba de Trinity plantea el horror del arma que han inventado. Al comprobar el alcance destructor de la bomba, Oppenheimer cita un verso del Bhagavad-Gita, texto sagrado del hinduismo, que lo ubica en su paradoja existencial y ética: «Me he convertido en la muerte, el destructor de mundos».