In memoriam Fernando Nieto Cadena,
(Guayaquil, 1947 – Villahermosa, 2017)
Todo
tiene su final, nada dura para siempre
Tenemos que recordar que no existe eternidad.
Tenemos que recordar que no existe eternidad.
Willie
Colón, “Todo tiene su final”,
del álbum Lo
mato, 1973,
canta
Héctor Lavoe,
coros de Johnny Pacheco y Justo Betancourt.
tú, que hiciste de la vida un poema
salsero, timbales y güiro, rumba de soledades,
—güisa de susanboy, el de los
ensalmos y su rítmica lata de manteca, tumbakuyún—
y le diste a la poesía un verso
cargado del ritmo y la metafísica de la calle de todos los días
deambulando
no más sobre este puerto / esta ciudad tuya sin apellido sin tránsfuga
tú, que descubriste la imagen diáfana
en la penumbra de los burdeles
—centros culturales encendidos de baile,
yerbita más ron con coca cola—
y perturbaste el placentero dolor de
los amores clandestinos en los hotelillos de paso,
tú nos enseñaste que no hay que
sicosearse con la muerte ni con el olvido;
que con esta absurda torpe y loca poesía hay que ser duro, muy duro,
hasta
que nunca más se ponga entre mayúsculas, duramente; que para escribir
hay que ser consecuente con la vida,
y escuchar a Willie Colón & Héctor Lavoe:
aguanilé...
aguanilé... santo Dios... santo fuerte... santo inmortal....
(coros de Justo
Betancourt y Johnny Pacheco)
aguanile, aguanile may may, aguanile,
aguanile may may…
oye tú, gordo Nieto
Cadena, Fernando que ya no eras gordo por la diabetes
y la soledad sin
nombre, la que después de los presagios, ya no te pesa… no te pesa ya,
dejaste el tiempo
congelado cuando volaste para México y huérfana a Sicoseo, revista
de número único,
porque nació contigo y murió con tu exilio voluntario en 1978;
oye tú, ahora que
ya ni siquiera puedes hacerte el de las cascaritas, el loquito del parque,
sigues porfiando en
tus poemas, entre Ray Barreto y Mesié Lacán, me sicosea el mate,
que era la manera
tuya de entender esta poesía de la puta vida y la salsomanía metafísica.
nos dijiste que tus
poemas seguían siendo vida aunque parecían poesía,
buena
y nuestra / empecinada y ebria / torturante y brava / un decir de los decires,
tú, que llegabas con Ladera este bajo el brazo a la mesa
abierta del Montreal, vuelvo a leer
y
quedo “blanco” en su poema; / le agradezco que usted sea como un dios
deshabitado,
también hablabas de la cheveridad de Cheo Feliciano y hoy
contigo escucho de nuevo
Anacaona
india de raza cautiva, Anacaona de la región primitiva y el más
famoso solo
de piano de la salsa dura, ese de
Larry Harlow, el judío maravilloso, a quien oí tocar
en Barranquilla, en el Carnaval de
las Artes de 2014, a donde llegó recién casado.
tú, que decías tener una clandestina
militancia marxista-lennonnista, inventariaste
el diván de una tierra sin niñez, el
azote de las calles guayaquileñas, los burdeles
de una ciudad que solo existe en las
nostalgias, los secretos de los coitos fracasados,
porque todo orgasmo clandestino es
una celebración de la solitud compartida,
los descreimientos en esa revolución
de los bacanes y en el amor de los pequeños
burgueses, esos enfermos de carencias
que somos todos nosotros y tú también.
nos legaste una poesía sandunguera, para componer un son, se necesita un motivo,
y
un tema constructivo y también inspiración, entre Marilyn Monroe y Celia Cruz,
poblada de tus lecturas sesudas y tus
noches alcohólicas de salsotecas, poesía caminante
del maestro Cardenal a Fayad Jamis,
que transita por el canto XLII de Ezra Pound;
y qué más da si el que se fue se va
llevando algo de nosotros; pero no nos pongamos
melancólicos aunque Benny Moré cante quieres regresar y vienes llorando pidiendo
perdón,
porque más doloroso es perderse en el
mundo que utilizarlo como motivo poético,
nos enseñaste que el verso se
extiende desde William Blake hasta la Sonora Matancera.
nos dijiste, con el recuerdo de
aquello que quién sabe si fue o quiso ser un sicoseo,
somos
asunto de muchísimas personas, y que
es peligroso dejarse llevar por la añoranza,
porque el verso puede degenerar en lo
cursi, ustedes lo saben, en esa lagrimita del adiós,
en la saudade de esos levantes
vespertinos que no fueron memorables: oiga señor, yo soy
una muchacha decente, estudio en speedwriting, y vacilo con ejecutivos,
no con poetas;
y si Lavoe pudo decir, yo soy el cantante que hoy han venido a
escuchar, tú pudiste cantar:
yo soy el poeta que hoy están
leyendo, el de los amores fracasados pero verdaderos,
el que tropieza en las calles del
barrio, el de los versos que escandalizan a las señoras
que han hecho de la literatura un
pasatiempo, mientras ganas de vivir nunca le faltan,
el que no es parricida sino raticida
porque exterminó a las ratas del parnaso, soy
el iconoclasta que no se toma en
serio ni a sí mismo ni a la literatura, esa emputecía mía,
la que nos hace padecer de tanto
buscarla, de encontrarla y perderla y de tanto otra vez,
yo soy el poeta que no quiso volver, aquel
cuya biblioteca fue saqueada por los buitres
bibliómanos, amigos hideputas, que
les aproveche pero conmigo ya no cuenten; no volveré
a invitar las mejores chuletas del
mundo en el Sindicato de Trabajadores del Guayas
—un poeta quiteño, con aires de exquisito,
me aseguró que las había comido mejor
en Atenas—.
yo soy aquel que ayer no más decía
que nada te salía bien de buenas a
primeras,
ese que escondió su condición de extraviado
lejos de la ciudad y su río, que convirtió
la nostalgia de los boleros de
Agustín Lara en la poesía desinhibida de la palabra rumbera,
que hizo del olvido una forma de
burlarse de su corazoncito guayaco, pero sin ganas
de encontrarse con el pasado ni de
ser encontrado por los dolientes de su muerte: ¡idos
todos, sicoseadores de velorios y
otros lutos, a la vida, a la vida, a la mismísima vida!