Entrevista para Vanguardia con María Luisa Carrión
Enero 4 de 2007
Enero 4 de 2007
(De izquierda a derecha: Ariruma Kowii, durante su intervención; Raúl Vallejo, el autor; y Marcelo Báez, editor. Durante la presentación del libro el 10 de enero de 2007, en la Universidad Andina Simón Bolívar, sede Ecuador, durante la inauguración del encuentro de poesía "Ritual de la palabra")
¿De qué se trata Crónica del mestizo?
Crónica del mestizo es un poema largo, compuesto por once estancias, en el que el Yo poético, a la manera de un cronista colonial, va recorriendo algunos levantamientos indígenas a lo largo de nuestra historia y tomando conciencia de que el poeta ya no es más “la voz de los que no tienen voz” sino, apenas, voz de su propia soledad, puesto que aquellos que, aparentemente “no tienen voz”, han hablado, con voz propia, a través de sus actos. Al mismo tiempo, el yo poético se interroga acerca del sentido moral que tiene su testimonio en la medida en que habla de sucesos de los que ha estado ajeno, de dolores que no ha sufrido, de luchas políticas en las que no ha participado. El yo poético toma consciencia de sus límites: ya no puede hablar en representación de nadie más que de sí mismo.
¿Por qué abordó esa temática?
Hace algunos años, en una conversación con Alejandro Moreano, él me hizo notar el hecho de que los levantamientos indígenas de los 90 en el país no habían suscitado una obra significativa en la literatura—no digamos una producción literaria como, por ejemplo, sucedió con el indigenismo de los 30. La conclusión a la que llegamos, en ese momento, fue que los escritores de hoy estaban tan ajenos a la realidad del país, tan ensimismados en la moda del apoliticismo, que la historia pasaba por su lado sin que la tomaran en cuenta. Después, dándole vuelta a las inteligentes reflexiones con las que Alejandro profundizó el tema, me dije a mí mismo que, en combinación con lo dicho, los actores históricos con su presencia y con su poderosa voz política habían desplazado de la escena pública la voz del poeta que, en los sesenta y parte de los setenta, se consideraba a sí mismo como el que hablaba a nombre de los desposeídos. Entonces decidí escribir sobre el tema de los levantamientos pero también sobre los límites que tiene la representación del Otro por parte del yo poético.
¿Con qué novedades nos encontramos en este libro?
Una novedad, con todo el respeto y la admiración que tengo por Neruda, tal vez podría ser el cambio de perspectiva de aquello que heredamos de la voz poética solidaria y comprometida con la que él construye su Canto general y también de la llamada “poesía comprometida” de los sesenta: desde mi punto de vista, los levantamientos indígenas hablan por sí solos, no son voces de muertos sino el grito perenne de una lucha que sobrevive los silencios de la “historia oficial”. Al situarnos en el leit motiv radical del poema, “si se calla el cantor” no pasa nada: la historia sigue, la lucha continúa; los desposeídos de todas las épocas no requieren del poeta para ser, aunque cierta poesía sí requiera de los actores de la historia para existir. De hecho, mi propia Crónica del mestizo no habría existido sin los hechos históricos que testimonia.
¿Alguna experimentación en particular?
En el poema cito breves textos de crónicas, manifiestos y los versos de la primera estrofa del “Atahualpa huañuni” (“Elegía a la muerte de Atahualpa”), atribuido a un cacique de Alangasí, y que Juan León Mera señala como el poema fundacional de la lírica ecuatoriana. Estos versos los cito para evidenciar la distancia cultural del hablante lírico con respecto de los seres sobre los que intenta construir un poema puesto que ni siquiera conoce su lengua. Imito el lenguaje de las crónicas, con cierta tonalidad épica, para dar testimonio de la historia y, a su vez, cuando el yo poético se interroga acerca del valor de su presencia en los sucesos de los que da fe, el lenguaje adquiere un tono intimista y dubitativo: el poema se abre y se cierra con este tono pues quise acentuar la actitud lírico del yo poético.
¿Qué tipo de investigación previa hizo para la realización de este poemario?
Trabajé, en el campo académico, con la Corónica de Guaman Poma de Ayala, y con los escritos críticos de Juan León Mera; leí sobre los levantamientos indígenas durante la colonia en un imprescindible libro de Segundo E. Moreno: Sublevaciones indígenas en la Audiencia de Quito desde comienzos del siglo XVIII hasta finales de la colonia; y, utilicé para los datos de los sucesos recientes la base de mi trabajo Crónica mestiza del nuevo Pachakútik. Ecuador: del levantamiento indígena de 1990 al Ministerio Étnico de 1996, publicado por el Latin American Studies Center de la University of Maryland, College Park.
Cuéntenos de sus hábitos de escritura…
Los textos narrativos los escribo directamente en el ordenador, aunque los esquemas los trabajo a mano en un cuaderno de notas; en cambio, los textos poéticos los escribo, en un cuaderno especial, primero a mano, a veces a lápiz, a veces con pluma fuente –antes lo hacía con tinta negra o azul, ahora también con tinta verde (ya sé: igual que Neruda, pero qué le voy a hacer: así escribo). Trabajo en mi estudio que está en una especie de ático de la casa. Asumo cierto ritual: quemo un palo de incienso, escojo un tipo música que considero acorde a lo que escribo, cebo mi mate amargo y requiero que el teléfono sea respondido por el contestador automático. No son sofisticaciones: son muletas necesarias para derrotar el miedo a la ausencia de las palabras. Me gusta dibujar mapas de acciones, esquemas con las ideas básicas del texto, encierro en círculos las relaciones de los personajes, marco de alguna manera los momentos intensos del relato, acomodo algún final ajustado a mi ansiedad por tener resuelta la historia antes de escribirla: todas son manías que me ayudan a escribir y no las expongo como teoría de la escritura sino como testimonio del pánico creativo. Ahora que, si me dejaran en una isla con tan sólo lápiz y papel, de todas maneras escribiría; a lo mejor amontonaría piedritas sobre montículos de arena pero, estoy seguro, también escribiría.
Muchas veces, los escritores sacan ideas de su plano laboral y lo aplican en su producción narrativa. ¿Son las reuniones de gabinete una fuente de ideas, el día a día como ministro tal vez o por lo contrario?
No en mi caso. La función pública —también la docencia o la administración escolar— requiere de su propio sistema de “inspiración y transpiración”. Estas tareas están en una esfera muy distinta a la del trabajo creativo y uno tiene que separarlas de manera radical; de lo contrario se corre el riesgo de no cumplir ni con las responsabilidades éticas ni con las estéticas. Sin embargo, el ámbito laboral, así en términos generales, está incorporado a mi producción literaria tanto como lo están otros ámbitos de la vida: las relaciones familiares, las relaciones personales, o la bohemia.
¿Cómo equilibra el tiempo y la vocación entre ser un funcionario público y escritor?
De la misma manera como durante toda mi vida he equilibrado las responsabilidades laborales con la necesidad de escribir. En nuestro país, quienes escribimos literatura vivimos de trabajos, a veces cercanos, a veces lejanos, a las letras, pero no por eso dejamos de escribir. Para mí, el logro de ese equilibrio es imposible de explicar. Obviamente, en la función pública que ahora ejerzo, el deber ciudadano que he asumido me obliga a priorizar, siempre, las responsabilidades del ministerio.
¿De qué se trata Crónica del mestizo?
Crónica del mestizo es un poema largo, compuesto por once estancias, en el que el Yo poético, a la manera de un cronista colonial, va recorriendo algunos levantamientos indígenas a lo largo de nuestra historia y tomando conciencia de que el poeta ya no es más “la voz de los que no tienen voz” sino, apenas, voz de su propia soledad, puesto que aquellos que, aparentemente “no tienen voz”, han hablado, con voz propia, a través de sus actos. Al mismo tiempo, el yo poético se interroga acerca del sentido moral que tiene su testimonio en la medida en que habla de sucesos de los que ha estado ajeno, de dolores que no ha sufrido, de luchas políticas en las que no ha participado. El yo poético toma consciencia de sus límites: ya no puede hablar en representación de nadie más que de sí mismo.
¿Por qué abordó esa temática?
Hace algunos años, en una conversación con Alejandro Moreano, él me hizo notar el hecho de que los levantamientos indígenas de los 90 en el país no habían suscitado una obra significativa en la literatura—no digamos una producción literaria como, por ejemplo, sucedió con el indigenismo de los 30. La conclusión a la que llegamos, en ese momento, fue que los escritores de hoy estaban tan ajenos a la realidad del país, tan ensimismados en la moda del apoliticismo, que la historia pasaba por su lado sin que la tomaran en cuenta. Después, dándole vuelta a las inteligentes reflexiones con las que Alejandro profundizó el tema, me dije a mí mismo que, en combinación con lo dicho, los actores históricos con su presencia y con su poderosa voz política habían desplazado de la escena pública la voz del poeta que, en los sesenta y parte de los setenta, se consideraba a sí mismo como el que hablaba a nombre de los desposeídos. Entonces decidí escribir sobre el tema de los levantamientos pero también sobre los límites que tiene la representación del Otro por parte del yo poético.
¿Con qué novedades nos encontramos en este libro?
Una novedad, con todo el respeto y la admiración que tengo por Neruda, tal vez podría ser el cambio de perspectiva de aquello que heredamos de la voz poética solidaria y comprometida con la que él construye su Canto general y también de la llamada “poesía comprometida” de los sesenta: desde mi punto de vista, los levantamientos indígenas hablan por sí solos, no son voces de muertos sino el grito perenne de una lucha que sobrevive los silencios de la “historia oficial”. Al situarnos en el leit motiv radical del poema, “si se calla el cantor” no pasa nada: la historia sigue, la lucha continúa; los desposeídos de todas las épocas no requieren del poeta para ser, aunque cierta poesía sí requiera de los actores de la historia para existir. De hecho, mi propia Crónica del mestizo no habría existido sin los hechos históricos que testimonia.
¿Alguna experimentación en particular?
En el poema cito breves textos de crónicas, manifiestos y los versos de la primera estrofa del “Atahualpa huañuni” (“Elegía a la muerte de Atahualpa”), atribuido a un cacique de Alangasí, y que Juan León Mera señala como el poema fundacional de la lírica ecuatoriana. Estos versos los cito para evidenciar la distancia cultural del hablante lírico con respecto de los seres sobre los que intenta construir un poema puesto que ni siquiera conoce su lengua. Imito el lenguaje de las crónicas, con cierta tonalidad épica, para dar testimonio de la historia y, a su vez, cuando el yo poético se interroga acerca del valor de su presencia en los sucesos de los que da fe, el lenguaje adquiere un tono intimista y dubitativo: el poema se abre y se cierra con este tono pues quise acentuar la actitud lírico del yo poético.
¿Qué tipo de investigación previa hizo para la realización de este poemario?
Trabajé, en el campo académico, con la Corónica de Guaman Poma de Ayala, y con los escritos críticos de Juan León Mera; leí sobre los levantamientos indígenas durante la colonia en un imprescindible libro de Segundo E. Moreno: Sublevaciones indígenas en la Audiencia de Quito desde comienzos del siglo XVIII hasta finales de la colonia; y, utilicé para los datos de los sucesos recientes la base de mi trabajo Crónica mestiza del nuevo Pachakútik. Ecuador: del levantamiento indígena de 1990 al Ministerio Étnico de 1996, publicado por el Latin American Studies Center de la University of Maryland, College Park.
Cuéntenos de sus hábitos de escritura…
Los textos narrativos los escribo directamente en el ordenador, aunque los esquemas los trabajo a mano en un cuaderno de notas; en cambio, los textos poéticos los escribo, en un cuaderno especial, primero a mano, a veces a lápiz, a veces con pluma fuente –antes lo hacía con tinta negra o azul, ahora también con tinta verde (ya sé: igual que Neruda, pero qué le voy a hacer: así escribo). Trabajo en mi estudio que está en una especie de ático de la casa. Asumo cierto ritual: quemo un palo de incienso, escojo un tipo música que considero acorde a lo que escribo, cebo mi mate amargo y requiero que el teléfono sea respondido por el contestador automático. No son sofisticaciones: son muletas necesarias para derrotar el miedo a la ausencia de las palabras. Me gusta dibujar mapas de acciones, esquemas con las ideas básicas del texto, encierro en círculos las relaciones de los personajes, marco de alguna manera los momentos intensos del relato, acomodo algún final ajustado a mi ansiedad por tener resuelta la historia antes de escribirla: todas son manías que me ayudan a escribir y no las expongo como teoría de la escritura sino como testimonio del pánico creativo. Ahora que, si me dejaran en una isla con tan sólo lápiz y papel, de todas maneras escribiría; a lo mejor amontonaría piedritas sobre montículos de arena pero, estoy seguro, también escribiría.
Muchas veces, los escritores sacan ideas de su plano laboral y lo aplican en su producción narrativa. ¿Son las reuniones de gabinete una fuente de ideas, el día a día como ministro tal vez o por lo contrario?
No en mi caso. La función pública —también la docencia o la administración escolar— requiere de su propio sistema de “inspiración y transpiración”. Estas tareas están en una esfera muy distinta a la del trabajo creativo y uno tiene que separarlas de manera radical; de lo contrario se corre el riesgo de no cumplir ni con las responsabilidades éticas ni con las estéticas. Sin embargo, el ámbito laboral, así en términos generales, está incorporado a mi producción literaria tanto como lo están otros ámbitos de la vida: las relaciones familiares, las relaciones personales, o la bohemia.
¿Cómo equilibra el tiempo y la vocación entre ser un funcionario público y escritor?
De la misma manera como durante toda mi vida he equilibrado las responsabilidades laborales con la necesidad de escribir. En nuestro país, quienes escribimos literatura vivimos de trabajos, a veces cercanos, a veces lejanos, a las letras, pero no por eso dejamos de escribir. Para mí, el logro de ese equilibrio es imposible de explicar. Obviamente, en la función pública que ahora ejerzo, el deber ciudadano que he asumido me obliga a priorizar, siempre, las responsabilidades del ministerio.