Begoña Huertas (Gijón, 1965) |
La leí de
un tirón en un vuelo de Madrid a Bogotá, el pasado 7 de octubre: la novela me
envolvió en la realidad de la lectura y, por unas horas, me desconecté de la esquemática
atención de las azafatas. Leer en las esperas de los aeropuertos y en los
aviones es una práctica que aún mantengo para desconectarme por completo del
móvil. En Una noche en Amalfi, de Begoña Huertas, el lector es atrapado
por el drama escondido en los hilos sutiles que tejen la trama: a medida que
vamos leyendo, vamos desentrañando con asombro la compleja vivencia que se
esconde tras la aparente feliz cotidianidad burguesa de Sergio y Lidia.
Una noche en Amalfi nos
ofrece el retrato de Lidia, una mujer libérrima que desafía el canon de la
familia patriarcal y construye relaciones de pareja paralelas en distintos
lugares del mundo, en una suerte de globalización de la vida doméstica signada
por separaciones y reencuentros productos de los viajes laborales. Antaño se
decía que los marineros tenían en cada puerto un amor y a nadie parecía
asombrarle. El que una ejecutiva que viaja tenga en cada ciudad un amor, una
familia, parecería trastornar todo el universo masculino. Al final, Sergio
decide, de manera ambivalente, vivir con la mentira conociendo la verdad y es
entonces que entendemos que sobrevivir a la mentira existencial puede ser una
manera de alumbrar las intricadas pasiones humanas.
Una noche en Amalfi, de
Begoña Huertas, tiene una escritura fluida e inteligente que seduce a quien la
lee con situaciones asombrosas y humanamente complejas, con personajes que son
develados a medida que avanza la trama, con la puesta en evidencia de aquellos
pequeños asombros que modifican completamente la percepción de la vida.