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La cumbre de la OTAN en La Haya, que finalizó el 25 de junio, ha demostrado que Europa está totalmente sometida a la política imperial de Trump y que la paz del mundo es un sueño imposible ante la decisión de los países aliados de rearmarse. Parecería que la humanidad revive el sofisma de Publio Vegetius en su obra Epitoma rei militaris, publicada en el siglo IV: «El que quiera la paz, prepárase para la guerra». La dolorosa historia de los conflictos armados nos ha enseñado que quien se prepara para la guerra es porque quiere ganar una guerra para imponer sus intereses en nombre de la paz del terror. La decisión de la cumbre OTAN de aumentar el gasto militar del 2% al 5% del PIB de cada país, en detrimento del Estado de bienestar, no solo que debilita aún más el espíritu de la Carta de las Naciones Unidas, sino que apuntala al complejo industrial militar de los EE. UU. y alimenta una carrera armamentística de dimensión letal nunca vista.
Ni siquiera durante la pandemia reciente de la Covid-19, los gobiernos de los países del mundo se pusieron de acuerdo para invertir un X por ciento del PIB para incrementar la inversión en salud pública y mitigar los problemas sociales y la recesión derivados de la pandemia. Hasta Pedro Sánchez que, desde una titubeante postura, ha dicho que España solo gastará el 2,1% de su PIB, firmó sin objeción la resolución de la OTAN que no contempla excepciones. Según el portal El Plural: «Para alcanzar el 5% del PIB, España debería multiplicar por cuatro su gasto militar. Tomando el PIB actual, el 5% equivale a unos 79.500 millones de euros anuales. Dado el presupuesto real de 2024 (19.723 millones de euros), harían falta aproximadamente 60.000 millones adicionales por año. Esto triplicaría el gasto actual, lo que obligaría a reorientar recursos masivos de otros sectores. Cualquier suma parecida impondría recortes severos en servicios sociales: sanidad, educación, pensiones, vivienda, etc.». El aumento del gasto militar al 5% del PIB, por cierto, no lo pagarán las multimillonarias corporaciones ni las grandes fortunas de los países aliados, sino sus trabajadores con la pérdida de sus beneficios sociales, igual que, en el frente de batalla, no están los hijos de quienes deciden la guerra sino los hijos de quienes viven de su salario.
El servilismo del secretario general de la OTAN, el neerlandés Mark Rutte, quedó al descubierto cuando Trump, que es un bravucón que ha destruido el sentido de las relaciones diplomáticas, reveló, sin ningún pudor, un mensaje privado de Rutte que empezaba adulador: «Sr. Presidente, querido Donald», continuaba lisonjero: «Esta noche en La Haya te acercas hacia otro gran éxito. No ha sido fácil, ¡pero hemos conseguido que todos firmen el 5%! Donald, nos has llevado a un momento muy, muy importante para Estados Unidos, Europa y el mundo. Lograrás algo que NINGÚN presidente estadounidense ha conseguido en décadas», y concluía zalamero: «Europa pagará por ello a lo grande, y debe hacerlo, y será tu victoria. Buen viaje y nos vemos en la cena de Su Majestad». Pero Rutte no tiene pudor a la hora de adular a Trump. Ya, durante la cumbre de la OTAN, cuando Trump en su razonamiento básico sobre los conflictos del mundo, decía que Irán e Israel pelean como dos niños en el patio del colegio, según elDiario.es, «el secretario general de la OTAN le compraba el argumento, y apostillaba: “Sometimes, daddy has to use strong language” (A veces, papi tiene que usar lenguaje fuerte)».
Al mismo tiempo, el espíritu de la Carta de las Naciones Unidas, basado en el mutuo respeto, el derecho a autodeterminación de los pueblos y la convivencia pacífica parece que está quedando en el olvido y el artículo uno, que habla de los propósitos, resulta una declaración que, al parecer, los gobiernos del mundo ya no están dispuestos a cumplir: «Mantener la paz y la seguridad internacionales, y con tal fin: tomar medidas colectivas eficaces para prevenir y eliminar amenazas a la paz, y para suprimir actos de agresión u otros quebrantamientos de la paz; y lograr por medios pacíficos, y de conformidad con los principios de la justicia y del derecho internacional, el ajuste o arreglo de controversias o situaciones internacionales susceptibles de conducir a quebrantamientos de la paz».
La reconfiguración de la economía norteamericana, en la visión de Trump, se basa en el fortalecimiento de su industria bélica, a la que acudirán como clientes sus aliados de la OTAN. La industria de la guerra produce bienes cuyo objetivo es la destrucción de vidas y otros bienes, y están pensados para que, eventualmente, sean destruidos en el campo de batalla que es el gran espacio de uso de tales productos. Para que el complejo militar industrial se fortalezca, es indispensable crear la existencia de un poderoso enemigo y magnificar su maldad, así como el mantener conflictos de intensidad controlada por todo el mundo. Con las particularidades de cada conflicto, la OTAN mantiene una guerra camuflada contra Rusia utilizando y sacrificando a Ucrania, y, en el Medio Oriente, la destrucción de Gaza y la agresión preventiva de Israel a Irán, terminan siendo los trabajos sucios que la culta e hipócrita Europa desdeña.
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Los nueve estados con más armas nucleares: Estados Unidos, Rusia, Reino Unido, Francia, China, India, Pakistán, Israel y la República Popular Democrática de Corea (Corea del Norte), poseían en conjunto un estimado de 13 400 armas nucleares al comienzo de 2020. Instituto Internacional de Investigación para la Paz de Estocolmo, 2020 |
La política de rearme de la OTAN encontrará una respuesta similar en aquellas potencias como China y Rusia que, no sin razón, se sienten amenazadas. A finales del año pasado, Rusia se convirtió en el enemigo del que se esperaba un ataque nuclear a suelo europeo, por lo que el gobierno de Suecia distribuyó entre su población un manual de emergencia para sobrevivir a un ataque nuclear que fue ampliamente difundido por la prensa europea. De aquí en adelante, seguramente, se intentará posicionar la idea de que debemos sacrificarlo todo en función de la guerra, esto es, en beneficio del complejo industrial militar de los EE. UU. Desde los atentados del 11 de septiembre de 2001, el mundo vive, como planteara Alejandro Moreano, en un Apocalipsis perpetuo: «la nueva categoría organizadora del mundo ya no es la libertad sino la seguridad. La peor de las pesadillas orwelliana parece haberse cumplido: vivimos en el seno de un mundo policíaco».[1] La geopolítica del terror llevará al planeta Tierra a vivir con la permanente amenaza de una guerra nuclear global.
[1] Alejandro Moreano, El Apocalipsis perpetuo (Quito: Editorial Planeta, 2002), 8. Recomiendo la lectura de este libro para entender los fundamentos de la reconfiguración del poder de los EE. UU. en el mundo a partir de los atentados del 11 de septiembre de 2000 y la guerra en Afganistán.
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