El año pasado, Patricio Cajas, colaborador de la organización Los amigos de Santay, me invitó a escribir sobre la estancia en la isla de Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar Ponte y Palacios Blanco (Caracas, 24 de julio de 1783 – Santa Marta, 17 de diciembre de 1830). El primer texto fue exhibido en formato de pancarta en la escuela «Jaime Roldós» de la isla al conmemorarse otro aniversario del arribo de Bolívar a Santay, en agosto de 2022. Los otros dos son inéditos y los publico juntos en este día en que celebramos el ducentésimo cuadragésimo aniversario del natalicio del Libertador.
La sanación de Bolívar
Simón Bolívar arribó a la isla Santa el jueves 27 de agosto de 1829. Su estadía le permtió convalecer de algunos problemas de salud. Asimismo, en la isla, Bolívar reflexionó sobre la coyuntura política, borroneó el Tratado de Guayaquil, que sería firmado el 22 de septiembre, y meditó sobre su futuro político y vital. Se dice que realizaba largos recorrido a pie, junto a su caballo que no montaba, disfrutando de la naturaleza y el aire saludable para sus maltrechos pulmones y los cólicos biliares que lo aquejaban. El 4 de septiembre de 1829, le escribió al general Daniel O’Leary sobre su estancia en la isla: «…me va muy bien en ella y voy convaleciendo mucho». Tal vez, la decisión más importante que Bolívar tomó en Santay fue la de retirarse de la vida pública, según otra carta al mismo O’Leary. La isla Santay fue un oasis de sanación para Bolívar.
El retiro de la vida pública
En la misma carta del 4 de septiembre O’Leary, Bolívar también le comentó a O’Leary sobre el estado de su espíritu en Santay: «Yo me hallo ya disfrutando de regular salud en mi casa de campo a una milla de la ciudad; pero sin poder hacer el ejercicio que apetezco, porque el lugar, que es una pequeña isla, no lo permite». Bolívar, que había escrito «Mi delirio sobre el Chimborazo», un poema en prosa fechado en Loja, el 13 de octubre de 1822, disfrutaba de su relación con la naturaleza y la observaba con la avidez y la pasión de los románticos. El 13 de septiembre, en otra carta dirigida al mismo O’Leary, le reveló: «Estoy tan penetrado de mi incapacidad para continuar más tiempo en el servicio público, que me he creído obligado a descubrir a mis más íntimos amigos la necesidad que veo de separarme del mando supremo para siempre». Para Bolívar, su estadía en la isla Santay fue un tiempo de sentir la naturaleza y meditar sobre la política y el rumbo que tomaría al año siguiente su vida privada.
Monólogo de Bolívar
La muerte es la cura de nuestros dolores, pero aquí, en Santay, los aires de la isla me entregan soplos de vida y respiro en una calma universal. Atrás han quedado las vicisitudes de las guerras y la política, pero aún persisten sus ecos y sé que el destino que me espera está poblado de traiciones, desencantos, tristezas y derrotas. Pero ahora, camino junto a mi caballo en recorridos por los caminos agrestes de esta isla que la siento mía: yo, que he guerreado por la libertad junto a valiente soldados, creo que no hay nada más insoportable que el espíritu militar en el mando civil. Es necesario que me prepare para el final. La paz, en medio de la arboleda de la isla Santay, es propicia para meditar sobre lo hecho y lo por hacer. No es el deliro de las nieves del Chimborazo sino el remanso de la isla y el murmullo del río que la abraza con la transparencia del agua. No obstante, cada vez más, tengo la certeza de que quien sirve a una revolución ara en el mar. Y he aprendido, venciendo la opresión de los peninsulares y las intrigas de los traidores locales, que, en los gobiernos, para conseguir la felicidad de los pueblos, no hay otro partido que someterse a lo que quiere la mayoría. Más allá de los avatares políticos que, para mí, al parecer, han terminado, en la isla Santay contemplo una naturaleza amigable, una tierra enverdecida donde la salud ha vuelto a mi cuerpo y un oasis de paz a mi vida.
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