Borges y María Kodoma |
Primero, la reunión con José Rafael Videla,
el 19 de mayo. Pero en ese almuerzo no estuvo solo; también estuvieron Sábato,
Horacio Esteban Ratti y el sacerdote Leonardo Castellani. Sábato se expresó
satisfecho: «El general
me dio una excelente impresión. Se trata de un hombre culto, modesto e
inteligente. Me impresionó la amplitud de criterio y la cultura del presidente».
Y Borges lo corroboró: «Es
todo un caballero». En medio de tanta amabilidad, quedó sin
resolverse el pedido del padre Castellani a favor de Haroldo Conti, que había
sido detenido el 4 de mayo y que hasta hoy continúa desparecido.
Luego, el poemario que nos ha dejado textos
memorables. «La luna», por ejemplo, es un poema de amor, poco frecuente en
Borges, que apela al decurso del universo, siguiendo a Heráclito: «Hay tanta soledad en ese oro. / La luna de las noches no es la luna / Que
vio el primer Adán. Los largos siglos / De la vigilia humana la han colmado / De
antiguo llanto. Mírala. Es tu espejo». Pero, además, es un poema que ha
construido, con el hierro de la palabra y al transcurrir del tiempo, el afecto
del poeta marcado en la dedicatoria: A
María Kodama. Así como Baruch Spinoza construye a Dios desde la palabra y
sus tristes ojos: «El más pródigo amor le fue otorgado, / El amor que no espera
ser amado». Y el poeta confiesa su remordimiento: «He cometido el peor de los
pecados / Que un hombre puede cometer. No he sido / Feliz. Que los glaciares
del olvido / Me arrastren y me pierdan, despiadados».
Borges saludando con Videla (izq.) y con Pinochet (der.), en 1976. |
El 21 de septiembre, en la
recepción del doctorado Honoris Causa que le concedió la Universidad de Chile,
diría: «En esta época de anarquía sé que hay aquí, entre la
cordillera y el mar, una patria fuerte. Lugones predicó la patria fuerte cuando
habló de la hora de la espada. Yo declaro preferir la espada, la clara espada,
a la furtiva dinamita». Al día siguiente, después de saludar a Pinochet, declaró: «Es
una excelente persona, su cordialidad, su bondad. Estoy muy satisfecho». Estas
palabras son un eco siniestro de aquellas otras, desprendidas de la doble cara
de la moneda de hierro: «En la sombra del otro
buscamos nuestra sombra; / En el cristal del otro, nuestro cristal recíproco».
Borges era consciente de lo que hacía y de lo
que hablaba en 1976. El «Prólogo» citado se cierra así: «Me sé del todo
indigno de opinar en materia política, pero tal
vez me sea perdonado añadir que descreo de la democracia, ese curioso abuso de la
estadística».
Publicado en Cartón Piedra, revista cultural de El Telégrafo, el 22.06.18