No se trata de uniformar el pensamiento sino de entender que somos parte de un proceso en el que es sustancial la unidad de quienes estamos comprometidos en él. |
En la última
parte del Canto general, de Pablo
Neruda, está el poema “A mi partido” que, seguramente, eriza la mala conciencia
de algunos que fungen de librepensadores cuando, en realidad, son
francotiradores que vigilan el dominio del capital sobre el ser humano: “Me has
dado la fraternidad hacia el que no conozco. / Me has agregado la fuerza de
todos los que viven. / Me has vuelto a dar la patria como en un nacimiento. /
Me has dado la libertad que no tiene el solitario.” No pretendo que esta ética
política sea entendida por los neoliberales ni por los francotiradores, pero sí
por la militancia de nuestro proceso revolucionario.
La reflexión
viene a propósito del rifirrafe con motivo de la despenalización o no del
aborto en caso de violación. En lo personal, estoy por dicha despenalización:
considero que, en medio del dilema moral que envuelve el drama de la mujer
violada, la despenalización impediría que dicha mujer sea violentada nuevamente
para que acepte una maternidad que no es consecuencia del amor sino de la
violencia. No obstante, este no es el centro de mi reflexión y, puesto que la
discusión legislativa ya terminó, dicho tema está cerrado, al menos, por el
momento. Ahora, quienes creemos en la despenalización —y quienes no creen en
ella también— tenemos la tarea pedagógica de convencer a la sociedad de que el
uso de la píldora del día después es correcto.
Esta reflexión
tiene que ver con la crítica de derecha a la actitud del presidente Correa
frente a quienes, en la Asamblea, quisieron sacar adelante su postura
individual por sobre lo resuelto por el buró político. El Presidente siempre ha
expresado su oposición al aborto, por lo tanto, la consistencia de sus ideas al
respecto es conocida por todos. Si el acuerdo de los asambleístas de PAIS se
dio antes de la discusión del Código de Procedimiento Penal, no cabía que
algunos asambleístas abrieran un debate en la Asamblea que dejó expuesto al
compañero presidente, para regocijo de la crítica de derecha y del oportunismo
de ciertos intelectuales francotiradores, que están a la espera de cualquier
paso en falso para disparar, no solo contra el Presidente sino contra el
proyecto político. Este error político tampoco convierte a dichos compañeros en
“traidores”, como sostiene el Presidente, y sería mucho mejor hablar sobre los
desentendimientos antes que debilitar la fortaleza de la militancia.
Esa derecha y
sus francotiradores aliados se aprovecharon de una contradicción —que todo
proceso tiene— para atacar al Presidente. Entendamos que esa derecha adula a
quienes contradicen a Rafael Correa, no porque piense apoyarlos en sus posturas
sino porque está interesada en debilitar el liderazgo revolucionario del presidente. Recordemos que se trata de la misma derecha que defendió
orgánicamente, a través de la prensa mercantil, los postulados ideológicos de
la larga noche neoliberal, y que tildaba de “nostálgicos” a quienes creíamos
posible la solidaridad y la justicia social. Se trata, asimismo, de
francotiradores vanidosos que son incapaces de construir y que han callado
frente al caso Chevron —en algunos casos, han defendido el atropello de dicha
transnacional—, ante la confrontación contra la tendencia monopólica del
capital financiero, ante la lucha por la soberanía frente a las agresiones
imperiales, o durante el intento de golpe del 30-S, para citar unos pocos
temas.
En la
construcción revolucionaria de una nueva patria, el individualismo insolidario
es una rémora y, muchas veces, debemos reconocer que nuestras posturas sobre
diversos tópicos no pueden ser impuestas desde el voluntarismo ideológico de
cada uno. No se trata de uniformar el pensamiento sino de entender que somos
parte de un proceso, plagado de enemigos, en el que la unidad de quienes
estamos comprometidos en él, es sustancial. Los cantos de sirena de la derecha
habrán de estrellarse contra la fortaleza del movimiento partidario que
construye esta revolución ciudadana pues, junto con Neruda, decimos: “Me has
hecho indestructible porque contigo no termino en mí mismo.”