Al final de la película, el pescador Carlos Adrián
Solórzano, alias Blanquito, está en Quito, sentado frente al mostrador de una
cevichería. Al leer el nombre del negocio, Mariscos
del mar, su rostro se transforma de tal manera que pasa, en cuestión de
segundos, de la risa a la nostalgia, de la nostalgia a una suerte de llanto
contenido y de este a la risa otra vez. El espectador se acuerda de que el dueño
de la tienda del recinto El Matal, que se quedó en ese pueblo de la Costa norte
del Ecuador, le contó a su amigo Blanquito (Andrés Crespo), al comienzo del
filme, su sueño de instalar una cadena de cevicherías con ese nombre. Blanquito
lo había embromado diciéndole: “¿Y de dónde más van a ser los mariscos?”. Blanquito,
que deambula en Quito, ya no quiere regresar a El Matal; y el dueño de la
tienda, no ha salido del recinto. En los extremos de los sueños del que se va y
del que se queda, la vida continúa como un camino de lecciones permanente.
Pescador
(2011), la película más reciente de Sebastián Cordero, es un filme en el que
Blanquito, un personaje que encarna un
alma pura, realiza un viaje de aprendizaje vital desde una población
costera hasta la capital del país. El viaje de Blanquito pasa por la búsqueda
del padre, la persecución del amor y la lucha por la independencia personal. En
este viaje, Blanquito se mantiene como un espíritu noble a pesar de introducirse
en mundillos al margen de la ley, de confrontar la maldad cotidiana y de sufrir
el desencanto de sus ilusiones sentimentales.
La historia de la película parte de un hecho
noticioso acaecido en un pueblo de la Costa ecuatoriana. Una mañana, al iniciar
las tareas de pesca, los pescadores se encuentran con cajas cargadas de
paquetes de cocaína que el mar ha depositado en la playa. Los pescadores
recogen y se reparten los paquetes. Blanquito, a quien a sus treinta años no le
interesa la pesca y anhela irse del pueblo, también recoge una decena de
paquetes y los esconde. Cuando llegan los narcotraficantes al pueblo para
reclamar la mercancía, Blanquito decide quedarse con los paquetes pues intuye que
estos le permitirán salir del pueblo y vivir en la ciudad; es decir, salir a la
vida.
La película, sin embargo, no es otro filme violento
de narcotraficantes que persiguen a un individuo para arrebatarle la droga que
este les ha quitado. La película es un filme sobre la vida de un individuo y su
proceso de crecimiento al momento de abrirse al mundo. Este, tal vez, es uno de
los grandes aciertos de la historia. Sebastián Cordero no quiso encerrarse en
el clisé del narcocine y logró
explorar la historia personal de un hombre sencillo y bueno en medio de un
mundo corrompido y corruptor.
Blanquito, ya con los paquetes de droga en su poder
y a punto de irse de El Matal, conoce a Lorna (María Cecilia Sánchez, de
Colombia), una colombiana que quiere regresar a su país para reencontrarse con
su pequeña hija y que ha sido abandonada por su amante, dueño de una casa de playa
en el pueblo. Ambos emprenderán un viaje con finalidades contradictorias: él,
que quiere irse de su pueblo, y ella, que quiere regresar al suyo. Blanquito,
que acaba de sufrir una decepción amorosa, se ilusiona con Lorna y emprende el
viaje: una travesía en donde siempre estará rondando un amor ilusorio y no
correspondido que, sin embargo, se mantiene durante todo el viaje en la línea
del deseo contenido y expresado de forma discreta y graciosa por su parte.
La primera estación del viaje es Manta. Lo que
sucede ahí sirve para que el espectador conozca la ética de los personajes.
Mientras Blanquito se muestra respetuoso con Lorna, ella intenta volarse con la
droga —que, obviamente, Blanquito no carga consigo— y abandonar al pescador a
su suerte. Así, queda sentado ante el espectador que Blanquito es un hombre
bueno pero no un tonto y que tiene la astucia suficiente como para enfrentarse
a un mundo poblado de de seres tramposos.
El viaje cinematográfico continúa hacia Guayaquil
pero en este tramo del trayecto el director Sebastián Cordero ha sacrificado la
verdad geográfica en nombre del sentido argumental del filme. Quien conoce la
carretera desde Manta a Guayaquil sabe que en esa ruta no se cruza la gabarra
que prestaba sus servicios entre San Vicente y Bahía, antes de que se
construyera el puente Los Caras, el más largo del Ecuador, inaugurado el 3 de
noviembre de 2010. ¿Cuánta importancia tiene este asunto en el filme? Los
puristas tal vez encontrarán en esta distorsión geográfica un elemento negativo
pero en la película está concebido como un espacio abierto para mostrar al
personaje en un momento de meditación.
Blanquito llega a Guayaquil, la segunda estación del
viaje, en busca de su padre, un político que ocupa el cargo de Prefecto de la
provincia. “Ese es de los peores”, le dice a Fabricio (Carlos Valencia) el conductor
del carro en el que se desplazan. El padre no lo reconoce y la ilusión de
Blanquito se desmorona. También visitan la tumba de Julio Jaramillo y, como en
la primera película de Cordero, Rata,
rateros, ratones, (1999), el Cementerio de Guayaquil vuelve a mostrarse
como un espacio simbólico de la memoria de la ciudad. Frente a la tumba de
Julio Jaramillo están Blanquito y Fabricio, ambos unidos en ese instante desde
la orfandad de los hombres abandonados por sus padres. La caminata nocturna de
Blanquito, acompañada musicalmente de un dueto de acordeón y saxofón, es una de
las secuencias más intensas de la película: ahí está el pescador en la ciudad,
atragantado de mundo, como en el cuento de Demetrio Aguilera Malta, de los años
30, “El cholo que se fue pa’ Guayaquil”.
Al final llegan a Quito donde se supone que tienen
como compradores de la droga a Elías (Marcelo Aguirre), el amante de Lorna, y a
dos de sus amigos. Aquí, la historia de la película toma un giro inesperado:
cuando Blanquito ve, a través de los ventanales de la casa de Elías, a éste y a
Lorna copulando, algo se transforma en él. Al final, decide avanzar solo en la
vida y le deja a Lorna la parte convenida por la venta de un paquete de la
droga. Al día siguiente, cuando Lorna acude al hotel y sale a la calle, mira
para ambos lados tratando de encontrar rastros de Blanquito: la mirada de
Lorna, ya subida al carro, junto a Elías, es la mirada de quien también se ha
transformado. Entonces vemos a Blanquito en la cevichería, sonriendo, a punto
de llanto, lleno de nostalgia por El Matal pero convencido de que no regresará
al pueblo, y dispuesto a la vida.
Pescador es
una película realizada con mano maestra en su narrativa cinematográfica: un
ritmo intenso, una trama envolvente, una fotografía que saca provecho del
paisaje para el viaje y de los primeros planos para describir a los personajes;
el guión está cargado de un humor inteligente que aprovecha los giros populares,
y la canción de amor del filme, reelaborada por la banda mexicana Los Shajatos,
a partir de una vieja cumbia de Rodolfo Aicardi, contribuye al sentido de la
pérdida que sutilmente propone la película. Pescador,
de Sebastián Cordero, es la película de un director que sabe cómo contar
historias que atrapan al espectador, con profundidad vital y calidad estética.
Trailer de Pescador
(2011), la película más reciente de Sebastián Cordero, que es un filme en el que
Blanquito, un personaje que encarna un
alma pura, realiza un viaje de aprendizaje vital desde una población
costera hasta la capital del país.
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