José María y Corina lo habían conversado en alguna de sus tardes de té y facturas: toda muerte engendra ausencias y cada ausencia es un pedazo de muerte que se adhiere para siempre a nuestra piel de solos.
(De El perpetuo exiliado, 2016).

sábado, diciembre 06, 2014

Escritura seductora e inteligente


Begoña Huertas (Gijón, 1965)

            La leí de un tirón en un vuelo de Madrid a Bogotá, el pasado 7 de octubre: la novela me envolvió en la realidad de la lectura y, por unas horas, me desconecté de la esquemática atención de las azafatas. Leer en las esperas de los aeropuertos y en los aviones es una práctica que aún mantengo para desconectarme por completo del móvil. En Una noche en Amalfi, de Begoña Huertas, el lector es atrapado por el drama escondido en los hilos sutiles que tejen la trama: a medida que vamos leyendo, vamos desentrañando con asombro la compleja vivencia que se esconde tras la aparente feliz cotidianidad burguesa de Sergio y Lidia.
Una noche en Amalfi nos ofrece el retrato de Lidia, una mujer libérrima que desafía el canon de la familia patriarcal y construye relaciones de pareja paralelas en distintos lugares del mundo, en una suerte de globalización de la vida doméstica signada por separaciones y reencuentros productos de los viajes laborales. Antaño se decía que los marineros tenían en cada puerto un amor y a nadie parecía asombrarle. El que una ejecutiva que viaja tenga en cada ciudad un amor, una familia, parecería trastornar todo el universo masculino. Al final, Sergio decide, de manera ambivalente, vivir con la mentira conociendo la verdad y es entonces que entendemos que sobrevivir a la mentira existencial puede ser una manera de alumbrar las intricadas pasiones humanas.
Una noche en Amalfi, de Begoña Huertas, tiene una escritura fluida e inteligente que seduce a quien la lee con situaciones asombrosas y humanamente complejas, con personajes que son develados a medida que avanza la trama, con la puesta en evidencia de aquellos pequeños asombros que modifican completamente la percepción de la vida.

viernes, noviembre 14, 2014

Ayotzinapa




Cuarenta y tres corazones
extraviados en la muda
herida de la tierra.

Cuarenta y tres esqueletos
calcinados bajo el sombrero
emplumado de la Catrina.

Cuarenta y tres silencios
como calabacitas inútiles
en el lecho de un río.

Cuarenta y tres soñadores
del abecedario y los números
para niños de pupitres vacíos.

Cuarenta y tres desaparecidos,
que son estadísticas junto a miles
que tampoco están y también amaron.

Cuarenta y tres calvarios
para que la poesía abandone
el pueril malestar del poeta.

lunes, septiembre 01, 2014

La voz de Ovidio: En sendas distintas


            Un cubano que canta pasillos con el alma Caribe y cuya voz se apropia de los sentimientos de la mitad del mundo. Una voz melodiosa de tonos suaves que baña de sensualidad la cadencia tristona de nuestros pasillos más populares.
Ovidio González con el acompañamiento del trío Los Embajadores, cubano también, ha logrado con su disco En sendas distintas un álbum de pasillos que estremece el espíritu por su interpretación cargada de intensidad y por los arreglos musicales que introducen un acompañamiento al piano que nos envuelve en el filin cubano.
            Justamente, “Sendas distintas” es un ejemplo de la propuesta de Ovidio en este disco: una introducción protagonizada por el piano y la percusión propios del filin, que prepara la entrada de la melódica y envolvente voz de Ovidio; piano y percusión que lo acompañarán, durante toda la canción, en su singular interpretación del pasillo. En este mismo sentido, he disfrutado con emocionada nostalgia, por su preciosista mixtura de pasillo, bolero y jazz, las versiones de “Sombras”, de “Corazón que no olvida” y de “Reproche”.
            En sendas distintas (2012), de Ovidio González, es un álbum que reinterpreta al pasillo ecuatoriano mediante la irrupción rítmica del filin cubano. La voz armoniosa de Ovidio impregna, tanto con su delicadeza como con su fuerza, de seductora musicalidad esta propuesta de apasionado canto. Desde mi butaca de aficionado, brindo por esa cubanidad que ostenta el pasillo ecuatoriano de Ovidio.