José María y Corina lo habían conversado en alguna de sus tardes de té y facturas: toda muerte engendra ausencias y cada ausencia es un pedazo de muerte que se adhiere para siempre a nuestra piel de solos.
(De El perpetuo exiliado, 2016).

domingo, marzo 06, 2011

La escritura y la dificultad

Fachada de la casa de José Lezama Lima, en La Habana; calle Trocadero 162. Lezama planteó como principio de su poética que solo lo difícil es estimulante.

Junto a la lectura, creo que todo aquel que quiera ser escritor —además de la búsqueda constante de las posibilidades expresivas y estéticas del lenguaje— necesita de una experiencia vital intensa, una sensibilidad especial frente a los espíritus de las personas y una actitud alerta a los sucesos del mundo pero, sobre todo, un punto de vista original para ver a los seres y a las cosas. E igual que para toda profesión, la del escritor también exige una disciplina particular: es necesario leer con método y sentido analítico y escribir sin tregua con un insobornable espíritu crítico.

Cuando yo era adolescente escribía con mucha facilidad, sin preocupaciones y también sin responsabilidad con la palabra. Mas llega un momento en que uno se da cuenta —gracias a la lectura atenta de literatura— de la diferencia entre un texto bueno y uno excelente. Es un momento de definiciones porque implica aceptar que no todo aquello que escribimos, aunque lo percibamos como bueno, tiene el nivel que imaginamos debería tener. Pero todavía hay algo más complejo: el instante crítico sucede cuando uno toma consciencia de la diferencia entre un excelente texto y uno que resulta imprescindible. En ese instante nos damos cuenta de que el arte es una utopía en cuya búsqueda pasaremos la vida entera.

En 1976, cuando cursaba sexto curso de bachillerato, escribí el cuento “Por culpa de la literatura”. En dicho texto resumí las dificultades que un adolescente puede tener al momento de decidir que quiere ser escritor. A los diecisiete años, sin embargo, sólo sabía de las dificultades con la familia y ciertas prevenciones por no tener respuesta clara frente a la pregunta: ¿de qué vas a vivir? Lo que no sabía es que las dificultades de un escritor son mucho más profundas y tienen que ver con el agobiante trabajo que requiere encontrar la palabra precisa, la imagen deslumbrante, la historia novedosa y con esa particular angustia personal que es producto del sentirse un tanto fuera del mundo pues la escritura requiere de una soledad esencial y de un aislamiento que lleva al escritor a convertirse en un observador del mundo cuando no tiene otros alicientes para ser parte de su transformación.

(Fragmaento de una entrevista para una colección de mis cuentos, para jóvenes lectores, que, bajo el título Ópera prima y otros corazones, saldrá en mayo de este año con Edinun)

domingo, febrero 27, 2011

Leer y escribir


Alrededor de los doce, mi ñaño Tito, trece años mayor que yo, empezó a regalarme los libros que aparecían semanalmente en las colecciones de Salvat Universal y la Biblioteca de Autores Ecuatorianos editada por Ariel. Yo, en ese entonces, creía que era un imperativo moral el leer cada libro que me regalaban, así que en esa época leía mucho en mucho desorden. El gran descubrimiento de entonces fue para mí la literatura ecuatoriana. Y, claro, las ganas de escribir historias parecidas a las que leía. Al comienzo, imitaba a los autores de mis las lecturas: terminé Don Goyo, de Demetrio Aguilera Malta e inmediatamente escribía una nouvelle llamada Zacarías. Aquello fue un valioso instrumento para comenzar a afinar mi escritura. Escribía con gran soltura y con enorme disciplina dándole continuidad a las historias de los libros que leía o imitándolos sin ningún recato. Después de leer El profeta y El loco, ambas de Gibrán Jalil Gibrán, escribí mi primera novela llamada Vuelta a la vida, que entonces no sabía que podía ser el nombre de un cebiche y a la que le di tono apocalíptico y sentencioso. Una vez que terminaba “mis novelas” se las enseñaba a mi hermano que se convirtió en un ávido consumidor de mi literatura. Hasta hoy, para mí sigue siendo importante lo que mi hermano opine acerca de mis libros.

Desde esa época supe que quería ser escritor. No lo sabía en aquel tiempo pero lo practicaba: antes que nada, era un lector voraz. Ahora puedo decir que para escribir es imprescindible leer. Uno tiene que alimentar su propio proceso creativo con la asimilación de aquello que la historia de la literatura nos enseña. Así, leer los clásicos se convierte en una obligación estética para el oficio de escritor. Nada más errado que pensar que no hay que leer para evitar las influencias o, peor, que únicamente hay que leer lo que está de moda. Todo lo contrario: el problema no es tener influencias sino saber escogerlas entre lo mejor de la literatura del mundo y, además, formar el criterio conociendo el proceso universal de la literatura. Y, en medio de todo lo que hay que leer, puedo afirmar que en la literatura escrita en lengua española, el Quijote es el centro del canon y por tanto el libro cuya lectura es fundamental para todo aquel que aspire a ser escritor. En síntesis, la lectura de literatura contribuye sustancialmente al aprendizaje de la propia escritura.

(Fragmaento de una entrevista para una colección de mis cuentos, para jóvenes lectores, que, bajo el título Ópera prima y otros corazones, saldrá en mayo de este año con Edinun)

domingo, febrero 13, 2011

Anaïs & Henry


El verano es época de celo. Los vientos de agosto elevan las cometas y las faldas de las colegialas en vacaciones. Anaïs corretea impúdica bajo el sol que arde. Dos jóvenes enamorados exploran caricias nuevas a la sombra de los árboles. Jadean. El césped del parque tiene la sensualidad de una esmeralda de joyería. Henry la persigue y su cabeza se refresca con el aire que baja de las montañas. Un par de ancianos camina como si la carga de la vida no les pesara. Henry alcanza a Anaïs. La domina, le muerde el cuello. Gruñen. Ella, en cuatro sobre el césped, se relaja y lo deja hacer. Una niña, de vestido palo de rosa, los contempla sonriendo y llama la atención de su padre: “Mira, papi, están haciendo perritos.” Aúllan satisfechos.




(De Ángeles desterrados, inédito)