José María y Corina lo habían conversado en alguna de sus tardes de té y facturas: toda muerte engendra ausencias y cada ausencia es un pedazo de muerte que se adhiere para siempre a nuestra piel de solos.
(De El perpetuo exiliado, 2016).

lunes, enero 23, 2023

El yo de la literatura de ficción y quien escribe

Annie Ernaux durante la lectura de su discurso de aceptación del Premio Nobel 2022:

«Escribiré para vengar a mi raza».


            Cuando publiqué Pubis equinoccial (2013), que es un libro de relatos eróticos, me preguntaban, con cierta picardía, en casi todas las presentaciones que hice del libro, si yo había vivido las situaciones sexuales que narraba en mis cuentos. En términos teóricos, puedo decir que experimenté en carne propia todas las situaciones de mis textos literarios porque las he vivido en la escritura. En las obras de ficción, a veces, hay guiños que quien escribe se hace a sí mismo, a la persona con la que quiere dialogar en clave o a la cofradía. Lo que no puede hacer quien lee, me parece, es trasladar mecánicamente las cosas y asumir que, por ciertos datos, quien escribe está confesando un episodio sobre sí, pues la literatura no es un reflejo mecánico del mundo real (tanta tinta ha corrido alrededor de la teoría del reflejo de la realidad en el arte) sino una construcción formal del lenguaje y la imaginación: a veces, uno fabula sobre su propia vida y juega a «y qué hubiera sucedido si...» asumiendo, en el texto, el papel de héroe o villano o una mezcla de ambos. Si bien existe el texto propositivamente confesional, el yo de la literatura de ficción, más que una confesión autobiográfica, es, por lo general, una categoría de la estructura del relato: una voz narrativa que quien escribe ha escogido para contar una historia.

Semanas atrás, escribí en este blog sobre Vargas Llosa y su entrampamiento como figurante en la civilización del espectáculo que él mismo criticó[1]. En lo personal, me importa poco el chismerío alrededor de la ruptura sentimental de Vargas Llosa e Isabel Presley: el tratamiento mediático que le han dado al asunto es tan vulgar como los sueños de riqueza y vida social que tenía madame Bovary. De hecho, la lectura del cuento por parte de la prensa del corazón es equivocada porque cree que los episodios de la vida del autor se trasladan mecánicamente al texto literario. El tema de «Los vientos» no es la ruptura amorosa, aunque la menciona. «Los vientos» —cuento de tono ensayístico, a ratos aburrido y panfletario; afortunadamente, salvado del tedio por el humor— desarrolla otros temas: la soledad, la vejez y el cambio del paradigma cultural. El narrador en primera persona es un personaje, no la persona de Vargas Llosa, aunque las ideas de aquel sean similares a las del autor. Deducir, por una reflexión del personaje del cuento, que Vargas Llosa está hablando de sí mismo es una mezcla de ignorancia y sensacionalismo: típico de la superficialidad y el facilismo de la prensa rosa.   

            Ariana Harwicz escribió, días atrás, en su cuenta de Twitter: «La escritura nunca es autobiográfica aunque todos los hechos hayan existido, aunque la literatura es una forma de memoria, incluso más que la vida. Kertész dice que su composición es abstracta, hecha de signos. Su lengua es atonal, Shönberg, es tan verdad como su deportación»[2]. Concuerdo con esta reflexión por cuanto el problema de la literatura del yo como exposición de la autobiografía y su verdad es un callejón sin salida, pues, al narrar un suceso, desde el mismo momento de la selección de los hechos narrables es ya un recorte artificial de la realidad, según la narrativa que optamos por construir en el texto. Además, al definir una voz narrativa también estamos manipulando un acontecimiento, ya que la selección de la voz la hacemos según el punto de vista desde donde queremos contar los hechos escogidos de nuestra historia personal y del énfasis que queremos darle a un suceso. A fin de cuentas, toda historia narrada en un texto es verdadera en tanto es escritura y toda escritura es composición de estructuras, desarrollo de formas narrativas y traslados de sentido.

Se acepta, generalmente, que Adiós a las armas, de Ernest Hemingway, es una novela autobiográfica por las similitudes del personaje y del autor; no obstante, si nos despojamos del prejuicio biografista, nos daremos cuenta de que lo que hace Hemingway es aprovechar una experiencia vital para novelar un episodio bélico, de un realismo crudo, atravesado por una historia de amor, como también lo hará en Por quién doblan las campanas, con menos elementos personales. ¿Nos atrae la novela por lo que podría contar sobre la vida de su autor o, esa misma novela, nos cautiva por la escritura que disecciona una vida en la plenitud de su contradictoria existencia, como lo hace la buena literatura? Hemingway es un tipo de escritor del que se dice que convirtió su vida aventurera en literatura. Cuando le preguntaron si había descrito alguna situación de la que no tuviera un conocimiento personal, respondió: «Esa es una pregunta extraña. Al decir conocimento personal, ¿quiere usted decir conocimiento carnal? En ese caso la respuesta es afirmativa. Un escritor, si es bueno, no describe. Inventa o hace a partir del conocimiento personal o impersonal, y algunas veces parece poseer un conocimiento inexplicado que podría venirle de la experiencia racial o familiar olvidada»[3].

No me llama la atención El acontecimiento, de Annie Ernaux, tanto porque sea verdad que ella vivió la experiencia clandestina del aborto que narra en su libro, cuanto porque es una escritura conmovedora, capaz de transformar una experiencia personal —dolorosa, peligrosa, atravesada por el origen de clase social— en una novela que, trabajada desde las convenciones de la literatura, es un texto capaz de convertir la experiencia de quien la escribió en una experiencia de quien la lee. La propia Ernaux dijo en su discurso de aceptación del Premio Nobel: «No pretendo contar la historia de mi vida ni desvelar sus secretos, sino descifrar una situación vivida, un acontecimiento, una relación amorosa, y revelar así algo que solo la escritura puede hacer existir y transmitir, quizá, a otras conciencias y otras memorias»[4]. No quiero ser malinterpretado: es muy importante la confesión en tanto posicionamiento de una reivindicación política —el aborto, en este caso, como derecho a decidir—, pero si esa confesión no se hubiera convertido en escritura, entonces, su verdad testimonial carecería de valor literario, aunque tendría otro valor —tal vez más importante para sus efectos prácticos— en el terreno del activismo político.   

Me interesa un texto literario, sea basado o no en la vida de quien escribe, en cuanto sea escritura capaz de hacerme sentir lo que leo como una transmutación de la vida y sus intersticios en literatura, tal como sucede en El Quijote, de Cervantes, o en En la mano izquierda de la oscuridad, de Ursula K. Le Guin, aunque la una sea una novela realista y la otra una novela de ciencia ficción. Como dijo Annie Ernaux en el discurso ya citado: «Pero como todas las cosas se viven, inexorablemente, de forma individual — “me sucede a mí”—, no pueden leerse de la misma manera salvo si el “yo” del libro se vuelve, en cierta forma, transparente, de suerte que el del lector o el de la lectora ocupen su lugar. Si ese Yo es, en suma, transpersonal». El yo, en la literatura, es una entidad discursiva, por tanto, una voz del texto, lírico o narrativo, que debe ser asumido como escritura.

A quienes leemos literatura nos apasiona el lenguaje del texto, al periodismo de las revistas del corazón, en cambio, le subyuga el chismerío sobre la vida de quienes escriben. Yo escribí Pubis equinoccial para realizar una exploración literaria sobre la sexualidad humana en diferentes situaciones vitales; en este cuentario, hay un trabajo extenuante de lenguaje: me propuse nominar lo sexual —explotado sin límites por la pornografía— con palabra diferente y diferenciadora[5]. Siempre es liberador desmontar un tabú. Por eso, cuando me preguntaban si había descrito vivencias personales en los cuentos de dicho libro respondía, como suelo decir desde hace años: mi escritura es mentirosamente autobiográfica

 

Un poco de humor siempre viene bien: este meme lo hice en 2018.
 


[2] Ariana Harwicz, (@ArianaHar), Twitter, 10 de enero de 2023.

[3] George Plimpton, «Entrevista con Ernest Hemingway», en El oficio de escritor (México D.F.: Ediciones Era, 1970), 219. En la foto, Ernest Hemingway, en Milán, 1918, con su uniforme militar.

[4] Annie Ernaux, «Discurso íntegro de Annie Ernaux ante la Academia Sueca», El País, 7 de diciembre de 2022, traducción de Lydia Vázquez Jiménez, acceso 10 de diciembre de 2022, https://elpais.com/cultura/2022-12-07/annie-ernaux-en-su-discurso-del-nobel-hay-hombres-para-quienes-los-libros-escritos-por-mujeres-no-existen.html


lunes, enero 16, 2023

100 años de Oswaldo Muñoz Mariño: «Disyunciones»

La exposición Disyunciones, homenaje a la obra de Oswaldo Muñoz Mariño, en el centenario de su natalacio, en el Centro Cultural de la PUCE, en Quito, estará abierta hasta marzo de este año.
            «Amo la acuarela por ser limpia y transparente, porque es capaz de captar la precisión de la luz. Esta técnica es todo un reto porque no se puede corregir»[1]. Estas palabras de Oswaldo Muñoz Mariño (Riobamba, 24 de diciembre de 1922 – Quito, 20 de febrero de 2016) fueron leídas por Cristina Chequer, su esposa, en diciembre de 2014, cuando el artista recibió la Orden Mexicana del Águila Azteca, «por su aporte a México y su contribución al acercamiento entre ambas naciones». Muñoz Mariño hizo su primera exposición de acuarelas en el Colegio de Arquitectos de México, en 1951; se graduó de arquitecto en la Universidad Nacional Autónoma de México, en 1952; y, en 1965, obtuvo el Primer Premio del Salón Nacional de la Acuarela, de México. En Ecuador es considerado el mayor acuarelista del siglo veinte y recibió, en 1999, el Premio Nacional Eugenio Espejo.

Desde diciembre del año pasado, en el Centro Cultural de la PUCE, en Quito, se exhibe la retrospectiva Disyunciones que celebra el centenario del natalicio de Muñoz Mariño. La retrospectiva está armada con fotografías, planos, acuarelas, dibujos, bitácoras y documentos de variada índole que son el testimonio de una vida dedicada al arte y la arquitectura, dos realidades que, como alternancia y sucesión de una obra creativa en dos esferas, independientes y complementarias a la vez, constituyeron el trabajo del artista arquitecto. La exhibición tiene un conjunto de elementos que permite apreciar la obra de un artista que, como arquitecto, pensó el diseño arquitectónico público en términos monumentales y el privado como espacios íntimos en donde la cotidianidad doméstica habita de manera acogedora. Un arquitecto que, como artista, hizo del dibujo y la acuarela una magistral crónica, sobre todo, de las casas y edificios del mundo; espacios arquitectónicos en donde los seres humanos están ausentes como una provocación para que estos los contemplen, mediten y se imaginen habitando aquellos espacios y llenando esa ausencia que es, también un desafío existencial.

 

«Huayracanta: Homenaje al hombre de América» debió construirse en el Cerro de la Estrella, en Ciudad de México, en 1974; lastimosamente, las autoridades suspendieron el proyecto.
            «Para él, discípulo de la escuela mexicana de arquitectura moderna, la arquitectura es moderna porque resuelve la configuración del espacio en función de la sinceridad programática y de la idea de beneficio social. Por lo tanto, la arquitectura es un lugar de crítica y de resistencia», indica Shayarina Monard, curadora del material arquitectónico. En la muestra encontramos, entre otros proyectos no realizados, el diseño del Palacio Municipal de Quito, con el que ganó el concurso de anteproyectos de 1961 y que no se construyó por cuanto el espíritu conservador de la época lo vio como una agresión a la tradición colonial del Centro Histórico, cuando el proyecto de Muñoz Mariño proponía que la imagen tradicional quedara imbricada en la ruptura propuesta por la construcción moderna[2]. Asimismo, «Huayracanta: Homenaje al hombre de América», que debió construirse en el Cerro de la Estrella, en Ciudad de México, en 1974, y en el que participaron él, como arquitecto, y Guayasamín, como encargado de curar la exposición permanente de artistas latinoamericanos; finalmente, el proyecto no se realizó por algunas declaraciones inoportunas de Guayasamín que crearon descontento de los artistas mexicanos con las autoridades de su país y estas decidieron suspenderlo para evitarse problemas políticos. 

 

El paisaje mexicano está presente en su etapa de descubrimiento (1946-1960)
            «Muñoz Mariño pinta casi exclusivamente espacios exteriores, arquitecturas de todos los tiempos que narran el crecimiento de las ciudades, las ruinas como huellas del paso del tiempo, paisajes casi sin lo presencia de seres humanos, luces y sombras, nubes, árboles techos y portones como zonas liminales entre el exterior y lo interior, entre lo público y lo privado», señala Giada Lusardi, curadora del material pictórico. Un gran acierto de la muestra es el diálogo que entablan las acuarelas del paisaje de México y las del Ecuador, así como algunos ejemplos de la crónica, narrada a través de acuarelas y dibujos, de Quito y del mundo, que el artista hizo a lo largo de su vida. En 1976, Muñoz Mariño exhibió —como ya lo había hecho, años atrás, en la misma Ciudad de México— en el Museo Nacional de San Carlos, entre otras, sus acuarelas sobre Quito. Elena Poniatowska escribió en Novedades: «Un puro amor a su ciudad Quito, a sus montañas violetas, a sus casas apeñuscadas como cabras, sus árboles y sus techos de tejas rojas. Yo no conozco Ecuador, pero me gustaría visitarlo después de ver los cuadros de Oswaldo Muñoz Mariño».


Disyunciones tiene también un novedoso e importante material documental del artista: muestras de la bitácora hecha de dibujos y reflexiones en la que documentó sus viajes —bitácora formada por más de 30 cuadernos—, a la que Muñoz Mariño llamaba «la biblia»; cartas, fotografías, recortes de prensa, etc. Los documentos hablan de un creador que, desde muy temprano, concibió su profesión y su arte como un todo artístico. Esta obra también está en la bella casa Museo Muñoz Mariño, MMM, ubicada en la calle Junín E2-27, en el tradicional barrio de San Marcos, en el Centro Histórico de Quito, cuyo proyecto de restauración lo hizo el propio artista. El MMM, a pesar de tener un convenio de comodato por cincuenta años con el Municipio de Quito, no recibe los fondos correspondientes desde 2015, por lo que el museo corre el riesgo de cerrar. Ojalá, la nueva administración municipal, solucione los inconvenientes administrativos y presupuestarios que impiden un adecuado financiamiento de este centro cultural.


            Disyunciones es una estupenda exposición que merece ser visitada[3] por cuanto es una construcción, concebida con profundidad conceptual por parte de sus curadoras, de la memoria de un artista que, con una maestría singular en la acuarela y el dibujo de paisajes urbanos, fue el cronista visual de Quito y el mundo, y que, desde la arquitectura, siempre pensó el hábitat humano como un espacio estético y acogedor.


 

 


[1] «Muñoz Mariño, un ‘águila azteca’», La Hora, 8 de diciembre de 2014, acceso 15 de enero de 2023, https://issuu.com/la_hora/docs/quito_8_de_diciembre_2014/27

[2] Erika Andrade García et al., «La modernidad ucrónica en Quito: Una aproximación a la obra no construida de Oswaldo Muñoz Mariño», Actas II Congreso Iberoamericano redfundamentos, 17-18 de diciembre de 2018, acceso 15 de enero de 2023, https://www.researchgate.net/publication/330713512_La_modernidad_ucronica_en_Quito_Una_aproximacion_a_la_obra_no_construida_de_Oswaldo_Munoz_Marino

[3] La exposición, en el Centro Cultural de la PUCE, en Quito, estará abierta hasta marzo de este año y es auspiciada por la Pontifica Universidad Católica del Ecuador, PUCE, el Colegio de Arquitectos del Ecuador, CAE-P, el Museo Archivo de Arquitectura del Ecuador, MAE, y la Fundación Muñoz Chequer.

 

P.S.: Todas las fotos son de Raúl Vallejo y fueron tomadas el miércoles 11 de enero de 2023.


lunes, enero 09, 2023

Tu amor es una «Hola» de ayer

           

Vargas Llosa: «No, no, no. Los motivos de la ruptura no existen; no es verdad; no son ciertos».

«Creo que solo una cosa hice mal en la vida: abandonar a Carmencita por una mujer que no valía la pena […] Es el único episodio de mi remoto pasado que mi memoria no ha olvidado y que me atormenta todavía. Todas las noches, antes de dormir, pienso en Carmencita y le pido perdón […] Fue un enamoramiento de la pichula, no del corazón. De esa pichula que ahora ya no me sirve para nada, salvo para hacer pipí. »[1]. La prensa del corazón le ha dado la vuelta a esta frase de «Los vientos», un cuento de Mario Vargas Llosa publicado en octubre de 2021, como si toda literatura fuese una confesión de la vida íntima del autor. Así, el tratamiento mediático de la ruptura de la socialite Isabel Presley y el Nobel mezcló el cuento, la vida y, paradójicamente, ha convertido al escritor en un figurante de la civilización del espectáculo sobre la que él mismo reflexionó con lucidez años atrás.  

«Los vientos» es un extenso relato, en clave de crítica cultural, desencanto y humor, narrado en primera persona por un viejo solitario que, luego de asistir a un mitin para protestar contra el cierre de las salas de cine Ideal, se olvida de donde vive. La pérdida súbita de la memoria lleva al protagonista a una caminata errante por Madrid, cuyos distintos lugares le provocan una variada gama de disquisiciones sobre el sentido de la cultura en un mundo en el que esta no tiene ya cabida, al menos en las formas de la modernidad. El narrador protagonista se pregunta: «¿Será que la cultura ya no tiene ninguna función que cumplir en esta vida? ¿Que sus razones antiguas, aguzar la sensibilidad, la imaginación, hacer vivir el placer de la belleza, desarrollar el espíritu crítico de las personas, ya no hacen falta a los seres humanos de hoy, pues la ciencia y la tecnología pueden sustituirlos con ventaja?».

En ese mundo posmoderno, las personas ya no van a los cines ni a los museos porque películas y exposiciones las pueden ver en sus ordenadores con el beneplácito de los académicos: «Según ellos, el objeto artístico puede verse en la pantalla con la minucia, lentitud y totalidad que la simple vista no nos permite». Los lectores encargan novelas que son fabricadas por un sistema de inteligencia artificial según el gusto del cliente y los libros de papel, ya digitalizados, deben ser incinerados para evitar la propalación de bacterias nocivas; los coleccionista compran “pinturas inmateriales”, que son cuadros que no existen salvo sus títulos y pagan por un certificado digital; la gente que asiste a la ópera está más concentrada en los ordenadores que les ofrecen información sobre esta antes que escucharla con atención. En definitiva, «El único espectador serio que se admite hoy es el que produce el propio bípedo en su artefacto portátil, ese incinerador de todo lo que es genuino y auténtico, algo que ha desaparecido prácticamente en este mundo donde solo reina y fulgura lo postizo y artificial».

Es durante la búsqueda del camino a casa que aparece, de manera tangencial, el recuerdo de su ruptura con Carmencita. Los vientos, nominación eufemística para los pedos, son el símbolo escatológico que acompañan la caminata errante y las opiniones variopintas del protagonista sobre lo que él considera la muerte de la cultura clásica en un mundo lleno de novelerías. La existencia del grupo de los “desequilibrados”, similar a los hippies de los sesenta, le permite al autor mostrar un tipo de rebelión contra la sociedad arrinconada en el extremo de lo absurdo y, por lo tanto, negar cualquier posibilidad de transformación social. Vargas Llosa aprovecha la ficción para ridiculizar al animalismo, al veganismo, a los antitaurinos y para exaltar al capitalismo liberal, pues pone en boca del narrador protagonista algunas de sus propias ideas políticas, que es cuando el cuento se torna aburrido y panfletario. El cuento, de tono ensayístico, ejemplifica, además, a través del personaje protagónico, las ideas que Vargas Llosa ha expuesto en diferentes textos sobre la civilización del espectáculo.[2]            

El cuento no habla de una ruptura sentimental, pero a la prensa rosa eso la tiene sin cuidado: el comentario literario no es su fuerte. El cuento, sin embargo, parecería una profecía del lamentable espectáculo que ofreció un Vargas Llosa, en etapa de negación, acorralado por reporteros que le preguntaban sobre el fin del romance. En el video noticioso que circula en las redes sociales, un confundido Vargas Llosa responde con fingida alegría: «Yo me encuentro muy bien. Acabo de pasar un día en París y lo único que quiero es confirmar la entrevista que ha dado Isabel en Hola». Cuando la periodista le pregunta si los motivos de la ruptura son sus celos, él se apresura a responder con poca coherencia semántica: «No, no, no. Los motivos de la ruptura no existen; no es verdad; no son ciertos». Es como si el viejo solitario del cuento, olvidado súbitamente del camino de regreso a casa, apestando a excrementos, se sintiese perdido en un mundo dominado por la crueldad de las audiencias.

En un video subido por su hijo Álvaro a su cuenta de Twitter, el 30 de diciembre, Vargas Llosa apareció leyendo en voz alta un fragmento de Madame Bovary, para despedir el año 2022. El hijo se asegura de que nos enteremos de que el libro es de 1857, el padre corrobora que se trata de la primera edición y el hijo concluye: «¡qué fantástico!». Así, simbólicamente, se busca que Presley quede al nivel de Emma Bovary y Vargas Llosa al de Flaubert. El número del circo mediático estuvo bien montado pues, en el marco de la ruptura sentimental, el cronista Martín Bianchi ya le había lavado la cara al marqués, el Día de Inocentes, en El País: «El entorno de Mario Vargas Llosa explica la ruptura con Isabel Preysler: “Eran incompatibles. A él le interesa la cultura y a ella el espectáculo”»[3]. La tosudez de los hechos, sin embargo, es más fuerte que la publicidad. La socialite y el marqués escribidor son parte del mismo tinglado: ella, como la mimada de Hola que siempre ha sido; él, como el bufón de la tendencia de moda que, vientos y excrementos incluidos, deviene función del intelectual en la civilización del espectáculo.



[1] Mario Vargas Llosa, «Los vientos», Letras Libres, 1 de octubre de 2021, acceso 6 de enero de 2023, https://letraslibres.com/ficcion/los-vientos/

[2] Mario Vargas Llosa, «La civilización del espectáculo», Letras Libres, 28 de febrero de 2009, acceso 6 de enero de 2023, https://letraslibres.com/revista-espana/la-civilizacion-del-espectaculo/

[3] Martín Bianchi, «El entorno de Mario Vargas Llosa explica la ruptura con Isabel Preysler: “Eran incompatibles. A él le interesa la cultura y a ella el espectáculo”», El País, 28 de diciembre de 2022, acceso 6 de enero de 2023, https://elpais.com/gente/2022-12-29/el-entorno-de-mario-vargas-llosa-explica-la-ruptura-con-isabel-preysler-eran-incompatibles-a-el-le-interesa-la-cultura-y-a-ella-el-espectaculo.html