José María y Corina lo habían conversado en alguna de sus tardes de té y facturas: toda muerte engendra ausencias y cada ausencia es un pedazo de muerte que se adhiere para siempre a nuestra piel de solos.
(De El perpetuo exiliado, 2016).

sábado, marzo 08, 2008

Erótica literaria


Por Raúl Vallejo

Entre la aparente aventura que ofrece el turismo sexual, la promiscuidad sin riesgos y el perfeccionamiento de las técnicas del sexo solitario, se ha llegado a confundir hedonismo con erotismo. Y, aunque el erotismo contenga ciertas prácticas del hedonismo en él, éste último, que es una búsqueda del placer como fin de la existencia, está reñido con el conflicto humano que aquél conlleva.

Ninguna aventura erótica para serlo debería estar atravesada por la transacción monetaria. La prostitución, en este sentido, está más ligada a la pornografía que al erotismo: aunque lo disfrace de búsqueda exótica, el cliente sabe que lo que busca está garantizado por el poder del dinero de quien alquila el uso del aparato genital. Por el contrario, el tránsito por los caminos del erotismo está impregnado de dolor: es el vencimiento de las dificultades lo que multiplica el alcance del placer.

La erótica literaria siempre presenta de manera compleja la sexualidad humana. En Las edades de Lulú, de Almudena Grandes, lo que implica el proceso de aprendizaje y crecimiento erótico de una mujer está narrado desde los abisales lugares de la exploración del deseo hasta donde un cuerpo es capaz de llegar y resistir. En Elogio a la madrastra, de Mario Vargas Llosa, la perversión está planteada de manera inversa a la moral establecida: no es la madrastra quien corrompe al niño, sino el niño quien, carente de culpa, termina por corromperla. Lo erótico, en estos textos, enfrenta a los seres humanos a sus placeres inconfesables.

Esa complejidad provoca una problematización estética. Antológico es el capítulo 68 de Rayuela, de Julio Cortázar: “Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso y caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en sustalos exasperantes [...] y todo se resolviraba en un profundo pínice, en niolamas de argutendidas gasas, en carinias casi crueles que los ordopenaban hasta el límite de las gunfias.” Cortázar plantea, en un extremo, que ya no existen palabras para hablar del amor erótico o que las palabras que existen están desgastadas, por tanto, es necesario inventar palabras para inventar maneras de amar. El significado erótico está dado aquí por la manera cómo suenan esos neologismos.

En El amor en los tiempos del cólera, de Gabriel García Márquez, el eros genital se funde con el eros gástrico: “...lo descuartizó presa por presa con una ternura maligna, le echó sal a su gusto, pimienta de olor, un diente de ajo, cebolla picada, el jugo de un limón, una hoja de laurel, hasta que lo tuvo sazonado en la fuente y el horno listo a la temperatura justa.” La carga erótica de la escena reside en lo que no se dice y, formalmente, se resuelve en la imaginación del lector.

La escritura erótica también rompe tabúes. Sus bordes, en relación con la pornografía, son borrosos y migrantes pues un texto erótico puede combinar elementos exóticos, obscenos y pornográficos. Finalmente, es en la organización de los sentidos en donde se realiza la erótica literaria.

Santa Ana de Nayón, 13.06.04

Oficio de solos

Joseph K. (Anthony Perkins) y Leni (Romy Schneider) en una escena de la película The Trial (1962), dirigida por Orson Welles, basada en la novela El proceso, de Franz Kafka.


Por Raúl Vallejo

Walker Percy contó que en 1976 recibió la visita de una anciana que le pedía que leyera una novela escrita a principios de los 60 por su finado hijo. Percy, obviamente, quería eludir tamaña tarea pero la perseverancia de la señora fue tal que terminó aceptándola; la aceptó con la esperanza de que la novela fuera lo suficientemente mala como para leer algunas páginas y dar por cumplido el compromiso. Cuenta que a medida que leía, la novela lo fue ganando; había resultado excepcionalmente buena. La conjura de los necios, de John Kennedy Toole, fue publicada en 1980. Thelma D. Toole, la anciana madre del escritor que se suicidó en 1969 pensando que era un escritor fracasado, abrumado por la soledad, recibió en nombre de su hijo el premio Pulitzer por una novela que hoy es indispensable en la literatura norteamericana.

La soledad de cierto tipo de escritores es de orden existencial tal vez porque el oficio así lo exige y quizás por eso los encuentros de escritores sean un despropósito en el sentido de que se trata de una congregación de soledades. La soledad, en primer lugar, es un imperativo para escribir; esto que parece obvio implica una condición patológicamente antisocial del escritor y que puede empezar por el desafecto a la propia estructura familiar. Se puede, sin embargo, ser un hombre de intensa vida social como lo fue Truman Capote pero en ese ámbito el escritor se encuentra perdido aunque lo disfrute. Capote que tocó el cielo del éxito de público con A sangre fría en 1965 no volvió a escribir nada de la misma calidad literaria hasta su muerte, consumido por el alcohol y las drogas, en 1984. Y es que el éxito lo llevó a ser parte de los ricos y famosos, y en ese conglomerado bullicioso mató el silencio y la soledad necesarios para la escritura.

En segundo lugar, la soledad es la consecuencia de cierto ensimismamiento de los escritores debido a un minucioso proceso de interiorización del mundo que los enfrenta al vertiginoso tiempo exterior. Arthur Rimbaud escribió toda su obra antes de cumplir los veinte años. Rimbaud, que decía “Yo soy el Otro”, se dedicó a escupir al mundo y, al hacerlo, se escupía a sí mismo consumiéndose en la rabia del solo. Quizá sintió que el mundo que lo rodeaba era demasiado amargo como para seguir rumiándolo hacia adentro y abandonó la escritura; prefirió irse al África, dedicarse al tráfico de armas y morir en Marsella, en 1891, después de que su pierna derecha le fuera amputada.

Franz Kafka, que le pidió a su amigo y albacea Max Brod que quemara toda su obra literaria inédita, escribió un cuento llamado “Un artista del hambre”. En él, Kafka desarrolla la metáfora por excelencia del artista solitario: incomprendido en su arte por el empresario del espectáculo a quien sólo le interesa ganar dinero, incomprendido por el público que sospecha que el artista hace trampa, y que muere olvidado y confundido entre la paja de la jaula en donde ha permanecido ayunando, solo, en la tarea de perfeccionar su arte hasta morir.

Santa Ana de Nayón, 16.11.05

domingo, julio 29, 2007

Carta del editor (y poeta) Marcelo Báez a El Universo

Guayaquil, lunes 23 de julio de 2007

Sr. Dn.
Carlos Pérez Barriga
DIRECTOR DIARIO EL UNIVERSO
Ciudad

Estimado señor:

Cinco puntos que debo señalar con respecto al texto MINISTRO TUVO TRATO PREFERENCIAL (sábado 21 de julio, sección GRAN GUAYAQUIL), a propósito de la presentación del libro Crónica del mestizo de Raúl Vallejo Corral.

Primero, quiero agradecer la cobertura cultural del diario tanto en la presentación en Quito del 10 de enero de 2007 como la del 18 de julio acá en Guayaquil.

Segundo, debo aclarar que Raúl no tuvo ningún trato preferencial ya que lo que él hizo fue lo que todos los escritores —que hemos ganado premios en alguna bienal de poesía en Cuenca— hemos hecho: publicar en otra editorial. Las bienales cuencanas suelen demorarse demasiado en publicar poemarios ganadores por lo que uno tiene que agenciárselas en otra casa editora. La verdad es que publicar en la Atenas del Ecuador tiene sus bemoles: las ediciones son de escaso tiraje y suelen quedarse encerradas en el Austro, es decir, no hay una adecuada difusión. Hay inclusive algunos casos en que escritores que han publicado en Cuenca se han visto obligado a republicar en editoriales de Quito o Guayaquil para poder difundir mejor sus obras.

Tercero, es mi deber consignar que sólo los escribidores novicios (léase novatos o jovencitos advenedizos de los tantos que pululan por ahí) acostumbran a contratar ediciones, por lo que nombres de consagrados como Abdón Ubidia, Jorge Velasco Mackenzie, Iván Egüez, Miguel Donoso Pareja y del mismo Raúl Vallejo no entran en ese tipo de transacciones. Este último recibió el mismo trato que tienen escritores como los arriba nombrados: su edición fue costeada por el editor y deberá recibir el 10% por cada ejemplar vendido, tal y como lo estipula la ley de derechos de autor.

Como cuarto punto, tengo que aseverar que entre los escritores que forman parte de mi fondo editorial están los mejores de este país, incluyendo el autor de Crónica del mestizo. Basta con solo revisar el índice de la antología de narrativa El escote de lo oculto que preparé con Dalton Osorno, donde están, entre otros, Aminta Buenaño, Sonia Manzano, Javier Vásconez, Jorge Dávila… El hecho de que Raúl sea ministro es circunstancial. Él es un excelente escritor independientemente de su servicio público.

Como quinto y último punto debo recordar que mi editado ganó en 1992, con Fiesta de solitarios, el premio Ismael Pérez Pazmiño, al mejor libro de cuentos. Este certamen fue organizado por los 70 años que cumplió el diario de su acertada dirección. Debería ser grato recordar esta distinción no solo porque se trata de un concurso del periódico sino también porque se trata de un antepasado suyo, señor director, ancestro que hizo mucho por la cultura de nuestro país. Es un premio que solamente ha sido obtenido por contados escritores y que debería ser de orgullo para el periódico que usted dirige. Por eso, cuando se hable del escritor de Crónica del mestizo habría que consignar siempre lo siguiente: Raúl Vallejo Corral, ganador del Ismael Pérez Pazmiño de Diario El Universo.

Sin más que añadir, quedo de usted.

Marcelo Báez
EDITOR DE CRÓNICA DEL MESTIZO