Testudo
es el pequeño dios de los estudiantes de la Universidad de Maryland, en College
Park, y reposa sobre un pedestal de piedra, al frente la biblioteca McKeldin.
Basta con frotarle la nariz para que uno salga bien en el examen, termine el
trabajo dentro del plazo establecido, o encuentre la referencia bibliográfica
de una cita necesaria pero que no se sabe de dónde salió. Basta contribuir a la
brillantez del bronce de la nariz de esa amable tortuga, o terrapin, para que la tesis avance algunos párrafos durante esas
noches de cafetera y computadora de pantalla de luna llena. Al término de mi
M.A. —que cursé en Maryland con una beca Fulbright – Laspau— rendí ofrenda a
esa mítica mascota como todo estudiante de posgrado que hace de la biblioteca
de su universidad su cabaña decorada con libros.
Una institución educativa está
pensada para los estudiantes y, al mismo tiempo, se construye con el trabajo
docente y la investigación. Por ello, la biblioteca y los fondos que albergue
son parte de un corazón que no deja de palpitar. Hay que fortalecer lo que la
UASB ha logrado hasta hoy en este aspecto e invertir con ahínco en equipos de
investigación interdisciplinaria con mayor participación del estudiantado:
proyectos de mediano y largo aliento en los que docentes y estudiantes trabajen
en equipo descubriendo, siempre con rigor metodológico, los elementos fácticos
que contribuyan a un análisis más exacto y menos especulativo de la realidad
Obviamente,
hay que generar las mejores condiciones para el estudio. Nuestra universidad
tiene unas instalaciones funcionales y cómodas, y muy buenos programas de becas.
Fortalecerlos y considerar que un estudiante de posgrado también requiere de
participar en eventos ligados a su campo de estudio. Para ello, la universidad
debe potenciar el fondo destinado a que nuestros estudiantes, al igual que los
docentes, desarrollen fructíferos intercambios académicos. Las estancias de
investigación en otras universidades son fundamentales para profundizar la
mirada y la incorporación de nuevas experiencias académicas y, también,
culturales. Aquí recibimos a muchos estudiantes de la comunidad andina y de
otros países, y nuestros alumnos ecuatorianos se han enriquecido con su
amistad, compañerismo y ganas de conocernos y re-conocernos entre todos. Es
sorprendente cómo muchos de ellos, por ejemplo, se admiran del bello patrimonio
de la ciudad de Quito; solo allí tienen una gran lección de historia, y la
universidad ha sido el centro que organiza sus vidas en paralelo a nuestra
realidad social. Lo mismo debe pasar con los estudiantes ecuatorianos que
logren, por sus méritos, estudios o estancias fuera del país.
Las
alianzas con otras universidades, en este sentido, redundan en una perspectiva
más amplia del trabajo académico, tanto de estudiantes como de docentes.
Multiplicar las alianzas, colaborar de mejor y mayor manera con las
instituciones de la región. Tenemos un muy buen posicionamiento y debemos
partir de él para lograr que la categoría de lo andino atraviese, como lo hace
la cordillera, el territorio de la América del sur. Así construiremos una red
universitaria y procesos de certificación e indexación de características
propias y soberanas.
Lo
maravilloso de enseñar es que uno siempre está aprendiendo. Y para mí ha sido y
seguirá siendo una actividad fascinante. El campo de la experticia de un
académico reverdece en la medida en que el aula se convierte en el florecimiento
de los saberes. Recuerdo con gran complacencia que cuando fui Ministro de
Educación —en distintos períodos— seguí dictando clases en la universidad por
fidelidad a una vocación que es más que un ejercicio formal de alguna profesión:
es una pasión. La pasión del saber: enseñar, aprender, descubrir, crear.
Yo
me entusiasmé con la literatura del siglo diecinueve gracias a mi maestro Jorge
Aguilar–Mora, en Maryland; después, seguí estudiando el mismo período mientras
impartía los cursos correspondientes en la UASB: cada grupo de estudiantes me
enseñó un punto de vista diferente sobre los textos literarios del siglo
diecinueve, me motivó a investigar mejor y más profundamente el asunto, me
renovó constantemente las líneas de análisis sobre los textos canónicos. Al
final, concluyendo mi doctorado, mi tesis Héroes,
amantes y cantautores de la patria. Románticos del siglo XIX en nuestra América
—que mereció cum laude en la
Universidad Pablo de Olavide, de Sevilla—, fue un recorrido lleno de inesperados
hallazgos por ese campo siempre verde
del aprendizaje mientras uno enseña.
Tengo
la alegría y el singular privilegio de compartir con mi hijo Sebastián algunos senderos
del posgrado. Él hizo su primera maestría en la UASB, en Relaciones
Internacionales, y, después de hacer una segunda maestría en la Universidad de Fordham, en Nueva York, con
una beca Fulbright, está, en la actualidad, haciendo su PhD en la Universidad
de Maryland. Y, como no puede ser de otra manera, él también se ha convertido
en un devoto feligrés de Testudo
Fraternalmente,
Raúl
Sebastián Vallejo 2015 >