José María y Corina lo habían conversado en alguna de sus tardes de té y facturas: toda muerte engendra ausencias y cada ausencia es un pedazo de muerte que se adhiere para siempre a nuestra piel de solos.
(De El perpetuo exiliado, 2016).

lunes, julio 06, 2009

Jorgenrique, (post)elegía & pre/celebración


Publicado en El Telégrafo, lunes 6 de julio de 2009


…o sea que finalmente te fundiste a la tierra del paisito para siempre [canto de un yaraví, tus cenizas acurradas en una vasija de barro: “mi tierra ha de ser mi casa, / sembrar estrellas mi oficio.”] y la dejas impregnada de tu palabra desnuda [lúcida consciencia ética y estética de nuestra América] patria del lenguaje de identidad plural y múltiple [no te rindas, lector, continúa por estos meandros antes de pasar al artículo vecino] …o sea que “la muerte, en fin de cuentas, es la sanción por la belleza del estilo, por haber llamado la atención hacia tu combate individual y además con un traje diferente,” pero tu escritura es tu vida que permanece: “Polvo de un lenguaje que vino a dejar sus restos, / ceremonia ritual de la lengua en el subterráneo sonoro de la nada, / silencio que sacrílego rompo con esta palabrería” ...o sea que tu muerte es sólo un (pre)texto para celebrar el texto definitivo de ti mismo.


jorgenrique adoum (Ambato, 29 de junio de 1926 – Quito, 3 de julio de 2009) creía que “el enemigo fundamental de todo escritor son las palabras; contra ellas y con ellas debe combatir”; por eso su literatura es el espacio de un lenguaje viviente que buscó desde un principio nuevas formas de decir: “No era sólo la aventura. El hogar es una prisión y la cárcel / otra forma de certeza”, ya sea por el encuentro festivo con la quiebra de la palabra: “te número te teléfono aburrido / te direcciono (callo caso y escalero) / y habitacionada ya te lámparo te suelo”; ya por la imagen sorprendente: “Teje, viuda de dios, casi araña, tu tela de guerrera sosegada, / atrapa para siempre ese amor que pasó entre tus sábanas.” Y, en ese lenguaje llevado al extremo de sus posibilidades de significación, su ética de punzante consciencia de los límites propios siempre estuvo presente: “ustedes presabían (como todo) camaradas / que iba a ser un espécimen de intelectual podrido / porque escribo en lugar de componer-el-mundo entre dos tintos.”


ah, y el amor tam. “Lo que más me gusta de ti, dijo Bichito, es que desnudo sigues siendo el mismo.” Búsqueda de siempre de lo auténtico en sí mismo: “Yo entro. / Me veo al que fui hace tiempo, / Me espera el que soy ahora. / No sé cuál de los está más viejo”; en la historia del paisito: “Es un país irreal, limitado por sí mismo, / partido por una línea imaginaria”; en la relación [corazónmente reflexiva, celebratoria de la piel, abisal] de un hombre y una mujer: “madrúgame mañana para reamarnos / y rehacernos emparejados el cuerpo / antes de que el día nos desdoble.”


jorgenrique adoum, maestro del lenguaje convertido en un territorio de exploración infinita, nos hizo los lectores que somos, los escritores que queremos ser siempre, los creyentes de un país “donde seamos capaces de mirar por sobre el hombro la ruina que queda a nuestra espalda, y construyamos un paisaje luminoso para todos”; pero sobre todo nos enseñó, con su literatura, la complejidad de la palabra poética, la ética profunda de lo humano y lo doloroso de ser uno mismo.

Santa Ana de Nayón, 04.07.09

domingo, junio 28, 2009

Escrito desnudo















Estudio de Adán, para La Creación, de Miguel Ángel


Te espero en este ático donde habito en exilio voluntario. Aún no te conozco pero ya te deseo. Mientras aguardo tengo miedo de abrasarme en el desierto de la sábana en blanco.

Irrumpes de pronto mas el ansia de poseerte, de entregarme a ti, se estrella contra el rito moroso que oficias mientras tu cuerpo se despoja de su última hoja de parra.

Al tiempo que tu cuerpo aletea sobre el palimpsesto de la sábana fresca el temor se esfuma y la duda se instala debido al abismo que existe entre la caricia soñada y la que damos, entre la palabra que anhelamos y lo dicho.

La duda se desvanece en la orgiástica plenitud del instante. El placer perdura mientras mi piel es un escribiente sobre tu piel pero, como toda escritura es efímera, me resigno a tu partida.

Mi cuerpo, mutilado de ti, te sigue esperando.

Domingo 28 de junio de 2009, Día del Cincuentenario

viernes, mayo 01, 2009

Los impacientes: la búsqueda del amor adulto

“¿Cómo puede decirse lo que está pasando? Solamente hay alegría en la evocación de cosas lejanas; cuando un final está cerca, su idea nos obsesiona, y muerte sólo es una palabra grande justo antes de la muerte”, escribe Keller, uno de los protagonistas de la novela. “En realidad no era hoy, hacía años que lo buscaba, de algún modo: pero buscada un monstruo, al diablo mismo, tal vez... Y lo encontré. Pero no al diablo: lo encontré a usted”, dice Mila cuando enfrenta a quien ha sido un dolor atravesado en su cuerpo. Ellos dos y Boris constituyen un trío de amigos que protagonizan, con vértigo e impaciencia, un proceso de “educación sentimental” que los enfrenta al amor adulto: aquel de la entrega plena que sobrevive a una sociedad signada por lo efímero.

Los impacientes (Premio Biblioteca Breve 2000), de Gonzalo Garcés (Buenos Aires, 1974), es una novela con un soporte anecdótico mínimo, construida desde un lenguaje sostenido en la evocación y en una reflexión deslumbrante acerca de los caminos del amor. Una novela del Buenos Aires de finales del siglo XX pero también del ser humano enfrentando a un mundo que arrastra a sus habitantes hacia la trampa de su rutina.


Mila, que tiene una fractura secreta en su vida, quiere ser escritora. Boris, quiere ser músico. Keller anhela el imposible amor sin dolor. Viven atrapados sentimentalmente en un triángulo del que la traición es el camino elegido para salirse de él. Pero, en ese proceso, los personajes maduran más rápida y dolorosamente de lo esperado por todos. De pronto se ven, brutalmente, arrojados a la vida; pero en ese proceso se ven, también, crecidos: han aprendido a amar y a entender el sentido del amor adulto.


Los personajes de Los impacientes están signados por la inteligencia: sus dramas se vuelven complejos y la búsqueda de salidas no deja intersticio sin explorar. La lectura, entonces, se convierte en un desafío y la novela en un texto de inquietantes reflexiones acerca del amor y sus verdades desgarradoras, de la muerte y la fragilidad humana ante ella, de la vida y la complejidad del alma humana, del mundo y la ficción de libertad que nos toca vivir en él. Los personajes inteligentes nos acercan de manera lúcida a un juego de ideas en el que lectoras y lectores nos vemos, de pronto, inmersos en la palabra desnuda.


Hacia el final de esta novela que se desafía a sí misma con un “final feliz”, Mila escribe a Keller: “Pero ¿por qué conformarse –en tal esquema– con ponerlo al final del camino? ¿Por qué asociar el Edén, con tanta insistencia, al esclarecimiento? No digo que no sea una solución válida, pero no es la única. Dicho de otro modo, y ya que te gusta tanto recordar nuestras citas bíblicas: en el primero de los libros sagrados, del que si duda habrás oído hablar, se cuenta de una pareja célebre que fue expulsada del paraíso, precisamente, por haber comido el fruto del árbol de la ciencia”. En estas palabras, tal vez, está simbólicamente hablando, la metáfora de la búsqueda: la impaciencia por saber implica la pérdida de la inocencia y, por tanto, la asunción del amor adulto y el dolor que le es intrínseco.


Los impacientes es también una novela que, a contracorriente de cierta literatura “light”, se percibe libre en la construcción de una plena libertad del artista que desafía la tendencia del gusto imperante en el mercado. Esa libertad permite la construcción de un lenguaje sólido, irónico, sin concesiones al momento de resolver el discurso narrativo.


Los impacientes, de Gonzalo Garcés, es una novela inteligente, de escritura depurada y profunda, que nos vuelve cómplices en el amor a unos personajes arrojados con vehemencia al aprendizaje de la vida.


Nayón, 01.14.01