Palabras dichas durante el matrimonio civil de Diana Paredes y Sebastián Vallejo (en la foto, con Martín, su hijo)
La traducción del Cantar de los cantares, de Guido Cerenotti, poeta, filósofo y traductor nacido en Turín en 1927, es similar pero tal vez con más encanto poético que la de la Biblia de Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera —lo de mayor vuelo poético se explica por cuando Cerenotti es un poeta que también ha traducido los Salmos y El libro de Job—. En ella leemos: “Un sello en tu mente / Y un brazalete sobre tu brazo que yo sea // Porque el Amor es duro / Como la Muerte // El Deseo es despiadado / Como el Sepulcro // Carbones ardientes son tus fuegos / Una astilla de Dios encendida”. El judaísmo leyó el Cantar, uno de los poemas cumbres del erotismo, como la metáfora del pacto de Yavhé con el pueblo de Israel, y ciertas corrientes del cristianismo y del catolicismo en particular, como la profecía de la unidad de Cristo con la Iglesia. Pero ninguna de esas lecturas me interesa comentar en este momento de regocijo.
La experiencia carnal de los esposos en el Cantar es el deslumbramiento de dos cuerpos atravesados en la plenitud de su alma por la palabra erótica. Ella dice a su esposo: “Que me abreve de besos tu boca / Porque tu amor embriaga más que el vino.” Dios, en tanto Ser supremo y creador, está ausente del poema pero no la experiencia de la divinidad: todas las palabras son una conjunción de esa espiritualidad bendecida que es la vivencia erótica de los que se aman. Él le responde: “Panales chorreantes tus labios oh esposa / Miel y leche en tu boca.” Los amantes perviven uno en el otro como una marca que los convierte en parte del otro; los amantes llevan en sí mismos la persistencia de la pasión como un soplo que atiza la llama del espíritu que se entrega día a día.
Con esa marca en medio de la miseria del mundo la pareja se construye como la única realización exultante del amor. Él alaba la intimidad de la mujer que ama: “Tu vulva es un curvo alambique / De oloroso licor nunca seca,” y ella responde, convertida ya en un campo de flores encendido: “Yo de mi Amado soy / Siento su deseo sobre mí.” El Cantar es el proemio para entender desde la piel encendida a un hombre y una mujer entregados el uno al otro, conviviendo en ese ser llamado pareja que los contiene, no disueltos a tal punto que se desdibujan de sí mismos sino definidos, claramente identificados, siendo lo que cada uno de ellos son para juntos, en pareja, ser mucho más que la sumatoria de dos unidades.
Lo divino se transmuta en aquellos carbones ardientes inundados por lo sagrado: “Amigo ven / Salgamos al campo / Pasaremos la noche entre los huertos / Allí te daré mi leche,” propone la esposa pues ha escuchado decir al esposo: “Maravillosas tus caricias / hermana mía y esposa / Más que el vino maravillosas / Y el olor que exhalas / Supera todo perfume.” Y para que todo esto suceda es imprescindible que las almas estén dispuestas a fundirse tanto en la fiesta del amor carnal como en la cotidiana alegría de los espíritus que transforma la taciturna mañana nublada en un día esplendente.
Digamos que ustedes, Diana y Sebastián, han hecho las cosas de manera ligeramente heterodoxa para decirlo con suavidad. Martín, este niño de sonrisa cautivante y pucheros de consentido, es el testimonio dulce e irrefutable de lo que digo. Pero Martín también es en sí mismo un ser convocado para el deslumbramiento del amor. Tenerlo entre nosotros es confirmación de la persistencia de la vida humana bañada por el espíritu de una pareja que nace del alma joven de cada uno de ustedes dos.
La pareja es posible cuando se asienta en la mutua admiración de lo que cada uno de ustedes es antes de la construcción de sí misma. La pareja es posible cuando la entrega es una totalidad que sin desdibujar al ser que cada uno es lo multiplica y contribuye a que crezca en libertad. Pero no se trata de la libertad del que camina un sendero distinto y distante de la persona que dice que ama, sino la libertad del espíritu que se sabe parte del ser con el que anda por el mundo sin que le pese, la libertad del que se asume a sí mismo como perteneciente de manera exclusiva a quien ama. El amor se funda sobre la entrega sin condiciones; no es la suma triste de dos soledades sino una fiesta de dos seres solidarios entre sí. Como dice el poeta Luis Cernuda: “Libertad no conozco sino la liberta de estar preso en alguien / Cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío; / Alguien por quien me olvido de esta existencia mezquina, / Por quien el día y la noche son para mí lo que quiera, / Y mi cuerpo y espíritu flotan en su cuerpo y espíritu / Como leños perdidos que el mar anega o levanta / Libremente, con la libertad del amor, / La única libertad que me exalta, / La única libertad por qué muero.”
Sebastián, astuto hijo mío, como te decíamos de niño, en quien deposito casi todas mis complacencias, Diana, querida hija mía, que hoy, formalmente, eres parte de una familia que, como todas, está signada por los lazos de afecto, el anhelo de lo que querríamos que fuese y la nostalgia de lo que no fue: el Cantar nos habla del amor en el que se funden los cuerpos de un hombre y una mujer; para que la vida los alumbre recuerden siempre que la pareja es un cantar de amor de todos los días.
Santa Ana de Nayón, sábado 18 de julio de 2009