Fotografía: Marcela Sánchez (Mara) 2015. |
«No
hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio. Juzgar si
la vida vale o no vale la pena de vivirla es responder a la pregunta
fundamental de la filosofía», plantea Albert Camus al inicio de El mito de Sísifo. Existen muchas
teorías acerca del suicido: desde la sociológica de Durkheim (1897), las
sicoanalíticas de Freud (1910), Jung (1959), o Menninger (1972); y las
biológico-genéticas que lo asocian con la depresión. Así que, juzgar el
suicidio de una persona, bajo los efectos de la exaltación fundamentalista de
tuiter, no solo es irresponsable, sino que denota falta de empatía y carencia
de sentido autocrítico.
Hace un par de semanas se desató una
violenta discusión en tuiter: un músico mexicano de más de sesenta años se
suicidó luego de ser acusado, en esta red social, por una mujer no
identificada, de haber abusado sexualmente de ella cuando era menor de edad. La
cuenta desde donde nació la acusación dice en su descripción: «Manda un DM con
tu denuncia anónima y publicamos el nombre del agresor». Según esta cuenta, el
anuncio del músico acerca de su suicidio «fue chantaje mediático».
Una
tuitera comentó: «No estoy defendiendo a nadie, sólo me pregunto si el músico
era inocente... ¿Por qué se suicidó, en un lugar de demostrar su inocencia?»
Tal vez, por razones que tienen que ver con los abusos y la violencia de los
hombres en sociedades patriarcales, hemos llegado al absurdo, no solo jurídico
sino filosófico, de que los acusados «demuestren su inocencia», y hemos
olvidado el principio de que «la carga de la prueba», es decir, de la
demostración, es de quien acusa. Además, estamos pretendiendo que toda mujer
que acusa a un hombre de abuso dice la verdad por el solo hecho de ser mujer y que
el hombre es culpable por el solo hecho de ser hombre.
Por
otra parte, hay quienes sostienen que «si la denuncia es anónima es porque las
mujeres tenemos miedo de que el agresor tome represalias», así como el hecho de
que los procesos judiciales, en estos casos, vuelven a victimizar a la víctima.
Por lo general, los oficiales de la policía y el sistema judicial suelen buscar
la culpabilidad del abuso y la violencia en las actitudes de la propia víctima:
Qué hizo para provocar el ataque, cómo andaba vestida, por qué estaba en el
lugar de los hechos, etc. Y —es sustancia para la reflexión—, existen muchos
casos en los que la víctima termina suicidándose porque no encuentra quien le
haga justicia o, al menos, quien le crea.
La
pena de muerte está reservada para delitos atroces y su sentencia implica un
proceso en el que el acusado tiene garantías y, salvo confesión, la presunción
de inocencia. Una lapidación virtual conduce a una muerte civil mediante un proceso
expedito en el que el acusado queda en indefensión. Elena Poniatowska lanzó un
trino llamando a la reflexión: «La acusación de acoso sexual a tontas y a locas
puede lastimar el buen nombre de un hombre perfectamente honesto», pero el
silencio reflexivo parece un imposible en tuiter.
Publicado
en Cartón Piedra, revista cultural de
El Telégrafo, 12.04.19