David Flag (Frank Bonilla) es
un periodista norteamericano que, contratado por Peter Beck (Alex Cisneros),
uno de los tantos jefes de una transnacional, viaja a un pequeño país de Suramérica
para una misión, supuestamente de investigación, que favorezca los intereses de
aquella. Una comunidad que reclama sus derechos frente a la contaminación causada
por dicha empresa. Marian Rodas (Patty Loor) es una abogada que, junto con Mona
(Cinthya Coppiano), su asistente, están comprometidas con la causa de su gente
y su país. Una verdad que se revela por su contundencia y el nacimiento de un
amor que aparece como una tabla de vida para el periodista que, de pronto, se
encuentra con una verdad que no esperaba.
El juego sucio, filme dirigido por Nitsy Grau (2016), es un trabajo cinematográfico
que, como en la tradición clásica, entretiene y educa y con ello, más allá de
los criterios puristas que han despojado el arte de su condición social, esta
película cumple varias de las funciones del arte en términos políticos,
didácticos, estéticos y éticos. La Procuraduría General del Estado la ha
financiado para hacer a conocer a la ciudadanía el caso Chevron – Texaco.
En términos políticos, El juego sucio es un filme oportuno,
pertinente y que toma partido por los intereses de una comunidad que se
enfrenta a una transnacional en defensa de la vida, no solo de la naturaleza
sino de su propia gente. Por supuesto, para aquellos que creen que el arte es
solo entretenimiento, esta película sonará a propaganda y preferirán mirar
hacia el lado de los voceros de la transnacional Chevron – Texaco que contaminó
dos millones de hectárea de nuestra Amazonía.
Didácticamente, esta película
es impecable. El guion muestra con claridad el daño ambiental de la petrolera
Texaco, que fue absorbida por Chevron en 2001, y que explotó petróleo entre
1964 y 1992 en nuestra Amazonía. Además, la película explica la situación
jurídica de los juicios incorporando de manera natural el discurso jurídico en
el discurso cinematográfico. En todo momento se siente que los argumentos
fluyen desde el desarrollo mismo de la dramática de los personajes.
Estéticamente, estamos ante
una película que utiliza las varias posibilidades del lenguaje cinematográfico en
el momento en las necesita. Divide la pantalla, aumenta la velocidad de las
imágenes, trabaja con las elipsis, se apropia del paisaje mediante una fotografía
contemplativa, etc. Las actuaciones de Frank Bonilla, Cinthya Coppiano, Patty
Loor y Alex Cisneros son creíbles y se siente que tienen a sus personajes en el
interior de sí mismos. La introducción del elemento amoroso es un acierto de la
intriga: permite plantear un drama humano más complejo a los personajes y,
además, sitúa al amor como un impulso vital que, junto con la verdad
descubierta, contribuye a la transformación integral del personaje principal.
El juego sucio es una película que se compromete con una causa en favor de una
comunidad afectada y, también, de un país expoliado. Éticamente, toma partido por
la parte perjudicada debido a la inescrupulosa explotación petrolera de la
Amazonía por parte de Texaco – Chevron. Se compromete con la causa de David en
su eterna confrontación con Goliat pero, en este caso, el filme es parte de la
voz de la comunidad, de la voz de los que luchan para que su voz sea escuchada,
en contraste con cierta prensa que se ha comprometido con la voz de la poderosa
transnacional —del verdadero poder en este
mundo.
El juego sucio es un poderoso instrumento comunicacional para que la ciudadanía
entienda los detalles del caso Chevron – Texaco (Chevron III) y el enfrentamiento
que las comunidades afectadas mantienen contra la petrolera y de qué manera
esta trasnacional pretende que el Estado ecuatoriano se responsabilice por los
daños causados a la naturaleza por aquella. Una película entretenida y
necesaria que nos permite reflexionar sobre una realidad que, en tanto
ecuatorianos, nos compete a todos.