La
madre acaba de morir de cáncer; Humberto, el padre, (Julio Medina) ya está
senil y repite que él debe ser el único hombre que ha perdido a su mujer en la
sala de la casa. Los hijos tienen una memoria familiar que reconstruir y
cuentas afectivas que saldar: la solterona Amparo (María León), la ejecutiva
Piedad (Jaqueline Osorio) y Carlos que se ha convertido en la trans Dalia
(Natalia Ramírez).
La obra reúne en la primera noche
del duelo por la muerte de la madre a los tres hermanos que confrontan sus
vidas, sus egoísmos, sus creencias y sus miedos. La tensión del texto dramático
está lograda y se expresa mediante diálogos de palabra cotidiana pero cargados
de fuerza. Las actrices consiguen, apropiadas debidamente de su personaje,
convencer y conmover en el juego escénico que confronta y une a los hermanos.
El drama es realista y remueve los
prejuicios morales de una sociedad que olvida a los viejos, que atrapa al ser
humano en la búsqueda de dinero, y que no está dispuesta a aceptar la
diferencia. Sin embargo, el humor en dosis adecuadas y oportunas, permite que
el tremendo conflicto que se presenta en escena sea llevadero para el
espectador. La emocionante actuación, en un papel secundario, de Julio Medina
es todo un símbolo: la memoria del teatro colombiano permanece.
Los hermanos consiguen, bajo la
catarsis del duelo, una noche de cercanía espiritual en la que la nostalgia de
la infancia compartida, la aceptación de sus vidas adultas y el reconocimiento
de sus diferencias logra triunfar por sobre los prejuicios. Pero esa
iluminación de los afectos, paradójicamente, se verá oscurecida por la llegada
del día y con él, el peso de la realidad social en la que viven. Y, sin
embargo, ese último gesto afectuoso de Piedad que
queda en el aire, al despedirse de Dalia, es un signo de que la reconciliación y el amor son posibles.
El cierre de la obra, desarrollado de manera
circular, con la vuelta a la primera escena permite resignificar los minutos inciales de la
obra y engrandece ese texto corto, profundo y cargado de dramatismo de un Julio
Medina que es capaz de entregarnos los matices diferenciados de un final
estremecedor en su voz, en su andar, en sus gestos.
La noche de los
adioses,
escrita por César Luis Morales y dirigida con mano maestra por el cubano Jorge
Cao, es una obra teatral que conmueve por el tratamiento humano que hace de los
conflictos familiares, por la matización de lo dramático con el humor
equilibrado, y por una actuación convincente de sus protagonistas; todo ello, junto
con una puesta en escena sencilla y exacta que equilibra el drama realista salpicándolo
con elementos poéticos.