Con Hussein Habasch, Zoë Skoulding, Laura Valente y Daniel Quintero, en la Universidad Politécnica Salesiana. |
“No conoció amor hecho para tan frío
invierno. // Ella pinta una habitación y en ella se refugia. / Escucha la
música extendiendo dolor / como telas de araña por sus piernas”, comienza el
poema traducido del chino de Ming Di, que leyó en su lengua materna durante la
inauguración del X Festival de Poesía de Guayaquil “Ileana Espinel Cedeño”,
cuyo director es el poeta Augusto Rodríguez. Ming Di, nom de plume de Mindy Zhang, que iba desenredando cinta de seda,
abriendo abanicos, dejando caer sus versos como lluvia de papel de arroz,
concluye: “Me veo a mí misma en esa habitación, luchando. Le pido / que pinte
una ventana, una ventana que conduzca al cielo. / Que pinte el firmamento.”
Declarado Festival Emblemático del
Ecuador por el Ministerio de Cultura y Patrimonio, el “Ileana Espinel Cedeño”
reunió a cerca de 70 poetas de diversas partes del mundo: China, Japón,
Kurdistán, Gales, Francia, España, Estados Unidos, México, Cuba, Colombia,
Venezuela, Chile, Argentina y Ecuador; y tuvo lugar del 10 al 14 de julio de
2017.
Fui invitado al Festival y participé
durante toda la semana en las lecturas de poemas que tuvieron lugar en diversos
escenarios; en la inauguración, en el teatro “Pipo Martínez Queirolo”; en la
Alianza Francesa, en el Centro Ecuatoriano Norteamericano, en el Aula Magna y
el Salón Azul de la Universidad Politécnica Salesiana, y, finalmente, durante
la clausura, en el Centro Cultural “Simón Bolívar”, MAAC.
María Auxiliadora Álvarez |
El Festival fue una muestra de la
diversidad de voces que caben en la poesía. El verso maduro de Fernando Cazón
Vera (Quito, 1935): “Hemos caído en la trampa, / como niños caímos en la trama,
/ […] no tuvimos alguna escapatoria, / la suerte estaba echada de antemano, /
acaso lo sabíamos // ah, pero nos hicimos ilusiones.” La poesía desnuda que
interroga y se pregunta siempre, susurrante, íntima, de María Auxiliadora
Álvarez (Caracas, 1956): “Quizá en el silencio haya luz / un resquicio de
iluminación necesaria / una aquiescencia […] uno / el eterno aprendiz / el dedo
contable / enhebrando hilos invisibles / para trenzar el desconocimiento.” O la
voz alegórica, cargada de peces y joven contemplación de la vida hacia adentro,
de Fadir Delgado (Barranquilla, 1982): “¿Y quién eres? / El último gesto del
pez / Una sílaba que nadie usa / Las sobras de un abrazo […] Un pez que llegó a
morir lejos del mar / ¿Y tú quién eres? / El mar que vino a ver cómo mueren sus
peces.”
Marta Sanz (Foto El Telégrafo) |
Mujeres de todas partes y lenguas.
Marta Sanz (Madrid, 1967) y la fuerza feminista de su verso que evoca múltiples
sentidos en su juego de voces: “Y yo le dije a la voz de doblaje de Joan
Fontaine / que era una perra, una perra mentirosa. Entonces, como todos los que sueñan, me sentí de repente / dotada de
una fuerza sobrenatural… / La voz, tan cursi y comprensiva, del doblaje de
Joan Fontaine / soñaba sueños extraños. / Aquel
pobre hilillo blanco que un día fue nuestro camino / avanzaba más y más… //
Y yo le dije a la voz de doblaje de Joan Fontaine / que era una perra, una
perra mentirosa.”
Lucila Lema |
Ada Mondès |
Lucila Lema (Peguche, 1974) y la voz que
ora desde la tradición ancestral: “Madre luna / Madre agua / Madre tierra /
Madre humana; / que como mariposa blanca / has venido / haz que suceda el
aliento / y el camino / para refugiarnos en el sitio sagrado, / donde guardamos
la canción / a la lluvia.” Sáyaka Osaki (Kanagawa, 1982) y la delicadeza de su
mirada sobre el mundo: “Es una habitación tranquila. / No tiene puertas y hay
una ventana. / Todos entran por ella. / Todos salen por ella. […] La habitación
todavía no está desesperada. / Un día podrá marcharse / pues tiene una ventana
apropiada. // Es una ventana grande. / Es una ventana tranquila.” Ada Mondès
(Hyères, 1990) y la radicalidad de sus planteamientos: “Por la calle, a menudo,
caminan con el pecho inflado o con la pelvis relativamente prominente – una zancada
por delante, solo para tener el placer masculino de arrastrar tras de sí a su
mujercita a la que le aprietan los tacones recién comprados / el cuero a costa
de la sonrisa.”
Una poesía urgente que expone esos
espectros de la realidad que envuelven al poeta y cuya palabra transciende la
coyuntura en la que escribe, de Daniel Quintero (Buenos Aires, 1959): “Yo no
habito tu medio país, / mi medio país es otro, / aunque las dos mitades / sean
todo este país / y mi mitad y la tuya / ocupen el mismo espacio / simultáneamente
/ como venciendo / una ley física / como si fuera una cuarta dimensión /
próxima / palpable / pero ineludiblemente irreconciliable […] Mi medio país /
se mide con memoria / es el olor de la sangre / que arrastra el viento / tiñe
el cielo / hace bandera / dedos en V […] mi medio país es un triunfo de la
historia / al país de mierda que armaste / y nosotros tenemos que sobrevivir.”
Una poesía que mira las cosas y la cotidianidad
desde la nostalgia, de Daniel Calabrese (Dolores, 1962): “Ella sabe de barcos,
/ a mí me ahoga el rumor de la lluvia. // Ella encuentra misterios, llaves / de
bronce, palabras, silencio, / porque las húmedas ciudades son baúles / y ella
sabe de barcos. // Yo siempre he buscado tesoros / atento al mensaje, al olor
de madera / que traen los vientos. / No sé por qué mi cuerpo lleno / de sangre
es una copa / o un timón que gira. // Ella sabe de barcos, / a mí me ahoga el
rumor de la lluvia.” Una poesía que invoca a la tierra y los seres que la
habitan, de Carlos J. Aldazábal (Salta, 1974): “Parición en el monte. // Abre
las piernas a la sombra del árbol / y la cría resbala de la vida a la vida. //
Pegoteada, pringosa. // La boca de la madre en la placenta / y los ojos
lavados. // Así se llega al mundo. // Para correr. // Para que el tigre
juegue.”
Ketty Blanco y Yirama Castaño. |
Yirama Castaño (Socorro, 1964) nos
enseña la limpidez del verso y sus resonancias: “A lo lejos, / un pájaro canta
/ en honor del dios de los árboles. / Nadie, entre aquellos que conversan, / se
ha dado cuenta de la mudez.” Siomara España (Paján, 1976) convoca a los poetas
a soñar en la infinitas posibilidades de la realidad: “Cuando sufras el poema /
cuando cada línea te sangre a borbotones su tinta de rabia / de dolor o
esquizofrenia / cuando sufras línea a línea / verso a verso / será la hora del
poeta.”
Karo Castro. |
Karo Castro (Santiago de Chile, 1982) convierte
en poesía un hórrido episodio, su palabra perturba y libera, la mujer gallina
nos estremece: “Me dicen desde que llegué a este gallinero sin plumas / El
silencio deshace las palabras de cantos / Mis labios imitan naturaleza de
pájaro […] En mi cabeza está el canto del chercán / Canto / lo que los pájaros
me anuncian / Canto / lo que no se dice / Canto / a mi cuerpo de gallina en
llamas.” Ketty Blanco (Camagüey, 1984) teje su filigrana con palabras exactas y
convierte lo sórdido en belleza: “Cuando la geisha camina por el bulevar, / el
tenue parpadeo eleva de sus ojos gotas de vapor. / Los hombres le brindan
cerveza, le imploran / deliciosamente abrirse. / Al andar ella tuerce un pie
hacia adentro.”
Pintores, músicos, gente de la calle
de todos los días, viajeros, poetas: todos caben en los poemas en prosa de
Pablo Montoya (Barrancabermeja, 1963) igual que cabe Dante: “Sospechar que en
la armonía de los astros no está ella, y que en su luz se despedaza el
resplandor del Paraíso. Y pensar esto es el origen de una condena porque, de
súbito, me hallo en la primera página de otro viaje que mi mano escribe. Veo la
loba, el león, la pantera, y en la encrucijada de sus acechos leo la
inscripción que me lanza a la bruma. En el momento indicado digo:
¡Maestro! Pero Virgilio no está. Levanto la cabeza y lo veo, ajeno
a mí, bordeando los abismos. Lo llamo y no oye. Corro pero cada paso que
doy es uno dado por él. La distancia es atroz y permanente. Entonces, un
nuevo Infierno, el verdadero, empieza para mí. Sin guía y con la certeza de que
no hay nadie a quien seguir. Beatriz, grito, y a mi eco se une el coro de los condenados.”
Con Farid Delgado y Pablo Montoya. |
Desde Reino Unido, vino Zoë Skoulding
(Bradford, 1967) nos trajo una mirada íntima sobre la tensión entre la
naturaleza y la urbe que emerge en ella: “Entre los edificios / los árboles se
extienden hacia abajo / los lenguajes / de la tierra y las lombrices, / las
hojas glosan la jerga del cristal y el acero; / los bosques yacen sobre los
pisos / para rebotar / cada palabra, cada palabras / que dices / con el largo /
eco de tus pasos que descienden en el lodo […] Mira, / ahora puedes ver en las
ruinas cómo / los edificios se agarraron y se te subieron / por los huesos, los
escombros, las paredes de tierra, / este enredo de tubos inútiles.”
Y, nacido en Shaij al- Hadid, una aldea al
norte de Siria, Hussein Habash (1970) escribe en Kurdo, su lengua natal, y en árabe,
“Pongo la cabeza sobre la roca del olvido / repitiendo, cual una estrofa de
canción triste, lo siguiente: / Qué importa si muero pobre o más pobre de todos
los pobres del mundo / mis niños comen manzana y mastican granos de granada. / Y
esto es lo que importa. […] Qué importa si muera mientras voy diciendo
barbaridades o remando hacia la locura / O quizás como Cioran, mi
amigo, voy tocando las noches y dejando mi destino en manos del frío y la
majadería. / Mis niños sonríen en la cama, y sueñan en aves y mariposas. / Y
esto es lo que importa. // Qué importa si muera o no. / Es igual / Mientras la
muerte es la iluminación del alma. / Y yo lo perdí hace tiempo en los bosques
del olvido. / Qué importa entonces. / Qué importa.”
Por razones de espacio debo parar
aquí. Consideración aparte merecerían las voces jóvenes del país que participaron
durante los recitales. Voces talentosas, prometedoras, ávidas de mundo y poesía. El
Festival “Ileana Espinel Cedeño”, en lo personal, ha sido una experiencia
poética que, en medio del ruido de la urbe, convirtió por unos días a Guayaquil
en un espacio urbano para escuchar voces diversas, que me permitió mirarme para
adentro, interrogarme siempre, interrogar al mundo, y sentir en cada verso cómo
se restituía el valor de la palabra en nuestras vidas.