Fue el novelista ecuatoriano Vargas Pardo, un hombre que no se entera de nada y a quien tenía trabajando como corrector en mi editorial, quien me presentó al susodicho Arturo Belano.
Roberto Bolaño, Los detectives salvajes.
Vargas Pardo, Parque del Centenario, Guayaquil, Enero de 2007. El año pasado estuve en Barcelona, buscando editor para una antología de narradoras ecuatorianas, y le comenté al director de Anagrama que Roberto Bolaño, que sufría silenciosamente de verborragia aguda, fue un cultor vergonzante del micro relato. El texto que descubrí estaba escrito a mano en una libretita que, una noche de tapas y vino, compartida en Archimboldi, por octubre de 2000, Bolaño dejó olvidada junto a una cajetilla de Estelada. Begoña Marchena, mesera andaluza cuya mirada de olivar me recordaba algunos versos de García Lora, me la dio días después. No me devolvió los cigarrillos, hombre, que necesitaba aliviar la tensión del trabajo. Antes de regresar a Guayaquil, como un gesto de amistad, le entregué la pequeña libreta a Herralde, no sin primero copiar el textículo para mis archivos:
Lo visité en su casa de la colonia Chimalistac, en el
DF, a comienzos de junio de 2000. Días atrás le habían avisado sobre el
Príncipe de Asturias. Tito me dijo que nunca, ni Cesárea Tinajero, ni ningún
real visceralista, ganarían el Asturias; ni el Cervantes, peor el Nobel. Bárbara
me hizo un gesto resignado. Yo amo la brevedad de los cuentos de Tito porque es
inimitable; pero esa sentencia, sucinta y punzante, fue peor que una pesadilla
de Arturo Belano. Cuando despertó,
la botella de Don Julio todavía estaba allí. Mas, la ambrosía de amarillo pajizo se había evaporado de la botella,
junto con sus matices de limón y paraíso de especias. Era como si la hubiesen
dejado bajo la custodia de unos detectives salvajes. Para mí que aquella mañana
Tito estaba en pedo; la neta.Kim Demarco, NYT
Con este microrrelato más diez ensayos acerca del mismo, encargados a académicos suramericanos que trabajan en universidades norteamericanas —ahogando la literatura en la cascada estrepitosa de los estudios culturales—, Jorge Herralde, el 28 de diciembre del año pasado, declaró a Babelia que Anagrama publicaría: Bolaño, o el genio de la micrometautoficción.
Herralde se desinteresó de la antología que le propuse, dejó de responder a mis correos electrónicos, y ni siquiera me dio el crédito del hallazgo del textículo de Bolaño. ¡Hay que ver lo que es la ingratitud en el mundo literario! El recuerdo de los ojos de Begoña Marchena al amanecer es mi único consuelo.
PS: Este cuento apareció en Antología del microcuento ecuatoriano, editada por Luis Aguilar-Monsalve (Quito: Eskeletra Editorial, 2019).