José María y Corina lo habían conversado en alguna de sus tardes de té y facturas: toda muerte engendra ausencias y cada ausencia es un pedazo de muerte que se adhiere para siempre a nuestra piel de solos.
(De El perpetuo exiliado, 2016).
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lunes, noviembre 10, 2025

Réquiem por el señor Mushu

Mushu, Quito, 15 de agosto de 2011 - Guayaquil, 6 de noviembre de 2025.

Aún te veo deambular como una calesita enloquecida por toda la casa, aunque ya no estés. Repites tus recorridos sin tregua alrededor de la tertulia familiar, del ágape de la amistad, del horno donde se cuecen los alimentos y sus afectos. Le has dado catorce vueltas al mundo y tu lengüita sedienta es un corazón de perro que se te escapa por la boca. Te estrellas contra las paredes blancas, contra las patas de las sillas, contra los libros que están a ras del suelo; te chocas con el recuerdo de la luz en presente de sombras. Las tinieblas y el silencio a tu alrededor te envuelven en el universo único del día de tu existencia. Tus ojos son canicas extraviadas en la noche perpetua; el silencio te susurra en las orejas tristes como caracol reseco, lejano del mar. No quiero hablar más de aquello que es el deterioro del cuerpo por pudor y por el miedo de imaginarme que a todos habrá de sucedernos en el constante camino hacia la muerte que es nuestra existencia. No quiero detallar cada dolencia tuya. Quiero recordarte con tus ojos saltones e iluminados, con el rabo de molinete revolviendo la felicidad en el destello del instante,  con el júbilo de tus cabriolas alrededor de Aengus —que yace eterno bajo la tierra de Puembo—, con el trotecillo elegante de tu paso sobre el mundo, con la oda a la alegría de existir de tus ladridos exaltados.  Rememorar nuestras caminatas nocturnas sobre el adoquín desolado del barrio, durante la pandemia; el breve rincón donde te ovillabas en la cama matrimonial y tu compañía diaria desde mi sillón de lectura que era tuyo. Y si bien los recuerdos desafían la finitud de todo lo que existe, hoy solo quiero llorarte porque ya no eres tú, aunque seas la memoria que tengo de ti.  ¿Qué dios me alimentó con el fruto del Árbol de la Sabiduría y me dio el poder para decidir el último latido de tu pecho? Vomito el fruto que encierra el veneno del poder de los dioses y me consuelo con la verdad sin remedio: es sabido que toda vida existe con su muerte a cuestas. Esta oración ante tus cenizas, señor Mushu —dragoncito de la alegría, felpudo de pelaje feliz, tarantantán canino sobre la sabana verdecida del jardín—, es la piadosa persistencia de la única eternidad posible: la plegaria del día en que respiramos. Esta escritura oficia el réquiem que acompaña a mi llanto y a mi duelo; es un adiós inevitable por la condición implacable de la naturaleza; pero, también, es la ilusión de la vida que perdura en la evocación del ser que hemos amado.

 

 

domingo, noviembre 14, 2021

A media asta


 

En 2021, hasta noviembre, en las cárceles de Ecuador,

324 personas privadas de libertad han muerto violentamente.

.

 

Etiquetados del mal, son cadáveres que deambulan

a la espera del acta violenta de su defunción

en esa tumba donde habitan sin exequias ni piedad.

 

La patria está de duelo por los vástagos de su propio horror:

los expulsados del hogar y de las iglesias; los que blandieron

el arma culpable del pesar de otros; los desahuciados del mundo,

los que reciben el escupitajo del biempensante y la caricia

del alma estrujada de la madre; los parias sin sentencia

en ese infiernillo de esperanzas ciegas; los que robaron para saciar

el hambre de sus hijos y los rebeldes; los desechables de la vida, 

los del rostro culpable que nos hace creer que somos inocentes.

 

¡Cómo no llorar aquellas muertes enterradas

en nuestros corazones muertos! ¡Cómo no llorarnos!


domingo, agosto 05, 2018

Aengus bajo la tierra de Puembo


Aengus, 19 de octubre de 2009 - 2 de agosto de 2018

No hay barca que atraviese la laguna hacia lo eterno; ni hay cielo para los perros más que en nuestro humano consuelo. Existen tan solo el amanecer y la noche al final de las horas; ritual de cada día sin el tiempo del antes ni el porvenir ilusorio.

Aengus, diosecillo del amor y la poesía, pelaje de nocturnidad brillante; pecho de algodón acorazado; ojos de tristeza vivaz, eres ausencia que duele al contemplar aquel sillón tuyo, que hoy es vacío definitivo. Ya no más el galope de tus patas aladas ya no tu estampa de caballero en esmoquin ni las cabriolas de tu juguetón contento sobre la alfombra erizada de verde del jardín.

No mejoran los cuerpos con el tiempo como los vinos añejos; los cuerpos se agrian, su sangre es acíbar para el brindis de muerte.

Aengus, caminante de un bosque de asfalto, los años nos consumen la piel, las vísceras, los huesos; engullen nuestra carne de adioses; y tú eres abono amoroso en la tierra de Puembo. Este llanto que verso y duelo humedece mis palabras para que en ellas germinen los paseos por el parque, tus correrías sin brida, ¡esos ladridos y peleas callejeras! …Tu persistencia de dogo feliz sin calendario.



martes, agosto 11, 2015

En memoria de mi ñaño Tito



Guayaquil, 31 de marzo de 1946 - 6 de agosto de 2015

 
Ya sabemos que el tiempo de la vida es apenas
extensión de una mirada y su asombro
armadura de una sonrisa y su música
cascada de tantas caídas bañadas de luz
nubes que se deshacen en nuestras manos
leños que arden, lluvia de fuego, llamarada.

Ya sabemos que la campana toca sin previo aviso
borra el horizonte con un ramalazo de sombra
apaga el sol que nos encendió el día del fin,
gota sobre la mecha de nuestra vela encendida,
clausura el ritmo de nuestros pasos y el orgullo
ya sin camino, hilachas de poder desvanecidas en aire.

Ya sabemos que una tumba es reservorio del polvo
cofre que contiene la nada que seremos, restos
envueltos en la sábana del adiós infinito
mortaja del llanto del que se queda huérfano,
estremecimiento último de la carne yerta, latidos
silenciosos, desvanecidos en el viento de lo eterno.

Ya lo sabemos con jactancia, hermano mío,
pero toda filosofía es duda y estremecimiento
vanidad de la palabra, tránsito de abstracciones
aurora y crespúsculo del devenir de los conceptos.
Lo que no sabemos es la certeza que encierra
la fe sin teologías de la oración del carbonero.

Lo que no sabemos es la trascendencia, retazo de nube
y el sol de tu sonrisa en el cielo de Guayaquil, perfume
de lluvia en la tarde de tus palabras enhebradas hacia la noche
luna que besa el asfalto en el que persisten tus huellas
firmamento entre cuyos luceros navega tu nombre:
Tito de alma liviana, hermano mío, mi lumbre inextinguible.