José María y Corina lo habían conversado en alguna de sus tardes de té y facturas: toda muerte engendra ausencias y cada ausencia es un pedazo de muerte que se adhiere para siempre a nuestra piel de solos.
(De El perpetuo exiliado, 2016).

lunes, abril 22, 2024

Día del Libro: la alegría de compartir mi biblioteca

           

            Cuando alguien, que no es del oficio literario, conoce mi biblioteca me pregunta, con curiosidad y cierta compasión, si he leído todos los libros que tengo. Años atrás, habría repetido la anécdota que cita Walter Benjamin, en Desembalo mi biblioteca, sobre la respuesta que dio Anatole France: «No, ni la décima parte. ¿O es que tal vez usted cenaría todos los días con su vajilla de Sèvres?». Desde que doné la mitad de mis libros a la Biblioteca de la Artes, en 2022, estoy en un momento de mi vida en el que creo que, siguiendo la metáfora de France, es mucho mejor almorzar todos los días en la vajilla que consideramos más bonita —no la de Sèvres, que nunca tendré; pero sí la de Carmen del Viboral, que compré en Colombia—, antes que mantenerla guardada para contemplación de nadie. Puedo decir, sin ninguna pretensión, que he compartido mis libros con alegría; en parte, porque sé que ya no tendré tiempo ni siquiera para hojearlos; en parte, también, porque soy consciente de que muchos de ellos están mejor en un estante al servicio de otros y, además, porque considero que ya es tiempo de andar con un equipaje algo más ligero.

            Una biblioteca que se va formando a lo largo de la vida es la acumulación de memorias de situaciones personales, de gente que uno conoce, de nuestra condición de transeúntes. Como todos aquellos que vivimos entre libros, tengo ejemplares que me han obsequiados autores, que son amigos queridos, o colegas que uno conoce en los encuentros del gremio. Tengo otros, la mayoría, que he comprado en las gangas de las ferias, en puestos de libros usados y, por supuesto, en librerías en donde he pasado muchas horas de mi vida hojeando libros que, finalmente, no voy a leer. ¿Qué voy a leer en el futuro? ¿Qué releeré? No lo sé todavía con exactitud, pero sí sé que El Quijote y García Márquez me acompañarán por motivos afectivos y académicos. Sé también que quiero revisitar la tradición de la literatura ecuatoriana y, al mismo tiempo, estar atento a nuestras nuevas palabras y también a las de la patria de la lengua castellana. Tal vez, tendré menos tiempo y ganas de abrirme a literaturas en otras lenguas, salvo lo indispensable, pero ¿qué es lo indispensable? Si alguna certeza tengo es que escogeré mis libros más por el placer de su lectura antes que por obligaciones de la profesión.

            Seleccionar los libros que donaría fue un continuo preguntarme sobre la necesidad de tenerlos conmigo. Los bellos libros de arte de gran formato, esos que uno disfruta con solo contemplar la portada y pasar sus páginas sin más motivo que el placer de mirar: son libros que dan elegancia a la biblioteca, pero que sirven más y mejor a quienes estudian arte. Enciclopedias en pasta dura, diccionarios en varios tomos, libros en gran formato; en definitiva, fetiches para nuestro regocijo intelectual, pero, también, objetos culturales para quienes investigan y estudian el espíritu del mundo. Escoger qué libros se irían fue, al comienzo, un proceso desgarrador; igual que arrancarse partes de uno e ir guardándolas en cajas que viajarán con pedazos de nosotros a otros lugares. Yo recordaba cómo llegó el libro al estante, qué sentido tuvo su adquisición, qué memoria lo mantenía hasta el momento en que mi mano lo sacaba de su sitio y lo depositaba en una caja de cartón. Ahora que escribo ya no duele, pero queda el vacío que se instala en un costado con toda pérdida. Este duelo, como todo duelo, también pasa y saber que el libro que una vez fue parte de mí está disponible, con una vida multiplicada en otras, en una biblioteca pública a la que yo también puedo acudir es un consuelo real.

            No puedo cargar a mis hijos y nietos con el peso de mis libros. En mis viajes, suelo visitar librerías y he encontrado libros que nunca llegarán a nuestro paisito. Antes, me enorgullecía de regresar con la maleta llena de libros como si imaginase que un apocalipsis estuviera por venir y que solo mi biblioteca quedaría en pie. Contra la noción optimista del progreso, estamos condenados a vivir en este mundo que se está destruyendo a sí mismo y va camino a una sociedad distópica esencialmente autoritaria, sin la ética espartana y con el fanatismo nazi, pero los libros no van a desaparecer, al menos, en el tiempo que aún espero ser parte de la vida. Por eso, la levedad, en una sociedad de exigencias cada vez más pesadas, y la lentitud, en una cultura que ha glorificado la comida rápida, se convierten en formas de resistencia; así, compartir los libros en el espacio de una biblioteca pública es también compartir la gravedad del peso y del tiempo con un prójimo que se hace preguntas y aún busca respuestas en los libros.

            Termino este texto celebratorio del Día del Libro con una reflexión sobre la duda entre donar o vender mi modesta biblioteca. Me parece indispensable que las bibliotecas, públicas o privadas, tengan un presupuesto, establecido anualmente, para adquirir fondos bibliográficos particulares, pero son muy pocas la que disponen de ese dinero para invertir, paradójicamente, en la razón por la que existen: es decir, en libros. No obstante, he preferido donar mis libros, no porque crea que carecen de valor, sino porque, justamente, los considero una posesión invaluable, un bien que no tiene precio. Benjamin, en el escrito ya citado, dijo: «[…] el fenómeno de la colección, al perder al sujeto que es su artífice, pierdo su sentido». Para cuando muera, y espero que aquello no suceda mañana, los libros que aún conserve gozarán de la alegría de ser donados a la misma Biblioteca de las Artes, como lo hemos decidido con mi familia, y albergarán el desafío feliz de que sus lectores futuros descifren la memoria de tanta vida en las vidas diversas que uno vive en el mundo de la lectura.


lunes, abril 15, 2024

«Carrie», de Stephen King: el terror de la sangre cumple cincuenta años


            La sangre menstrual inunda el primer encuentro con Carietta White, la muchacha acosada por sus compañeras de colegio, de quien lee las primeras páginas de la novela. La lluvia de tampones que cae sobre el cuerpo desnudo de Carrie, cuya madre, Margaret White, es una fanática religiosa que considera que el sexo es pecado, se combina con la humillación, el llanto y la sangre que chorrea por sus piernas. La sangre menstrual de aquella escena en las duchas del colegio es premonitoria de la sangre de cerdo que bañará a Carrie durante su coronación, junto a Tommy Ross, en el baile de promoción. La sangre que desatará el reguero de sangre en el tranquilo pueblo de Chamberlain, la noche del 27 al 28 de mayo de 1979. Carrie, la primera novela de Stephen King, ha cumplido cincuenta años desde su aparición el 5 de abril de 1974, y continúa conmocionando a sus lectores por la caracterización de su protagonista, su tratamiento de la marginalidad y la multiplicidad de voces narrativas que cuentan, como en un acto de expiación colectiva, el horror bañado en sangre. Carrie tiene poderes telequinéticos y la relación con su madre está marcada por la violencia materna y el rencor. Carrie quiere liberarse del mundo opresivo en el que la madre la tiene prisionera y busca integrarse, a pesar de las burlas, al mundo de sus compañeros de colegio; pero ella es rara, es la extraña, es el objeto de las burlas y el acoso. El ejercicio poético que su profesor de Literatura conserva es un testimonio de su desesperación: «Cristo mira desde el muro / con su rostro impenetrable / y si me ama en su bondad / como ella me asegura, / ¿por qué estoy tan sola?». Carrie es una chica sencilla y siente, aunque con la sospecha de que todo sea una burla más, que la felicidad la ha tocado cuando acude con Tommy Ross al baile de promoción. Pero Carrie es también un símbolo de la pobreza y la ignorancia de esa clase media norteamericana que vive anodinamente, aunque, en su caso, el fanatismo religioso es enfermizo y muy singular de Margaret White, la madre con quien Carrie saldará cuentas: «Vine a matarte, mamá. Y tú estaban aquí esperándome para matarme a mí, mamá, yo… no está bien, mamá. No está…». Carrie es un personaje marginal de quien todos se burlan hasta que, finalmente, ella estalla y su venganza causa 440 víctimas y la destrucción de Chamberlain: «La impresión general hace pensar en un pueblo que espera la muerte». Su encuentro final con Susan es dramático y estremece por el dolor que encierra más allá del terror: «Y Carrie, con un lejano y mudo reproche: (se burlaron de mí todos se burlaron de mí) […] Sangre. Tristeza. Temor. La última de las bromas de una larga serie […] (mira las sucias bromas mira toda mi vida una larga sucia broma)». La historia de la novela se cuenta desde diversas voces narrativas: noticias de periódicos, el informe de la Comisión White con las entrevistas a testigos, textos de libros y artículos académicos que investigan los sucesos trágicos de Chamberlain y buscan una interpretación científica de la conducta y los poderes de Carrie, el libro testimonial que escribe Susan Snell, la compañera compasiva y arrepentida del matrato al que, con sus compañeras, sometían a Carrie. Esa multiplicidad de voces, sumada a las frases-monólogos interiores que irrumpen como contrapunto en cada suceso climático, hacen de la novela una narración cuya intriga y problemática está enriquecida con los matices que generan los diversos puntos de vista y el sentido social del terror. Como dice Margaret Atwood en la introducción a la edición por el cincuentario de Carrie, que fue lanzada a finales del mes pasado: «Pero debajo del “terror”, en King, siempre está el verdadero horror: la pobreza, la negligencia, el hambre y el abuso que existen en América hoy». La sangre encima de Carrie, la sangre que se mezcla con la sangre de un Cristo esperpéntico, el cuerpo de una mujer, empapado de sangre, convertido en el portador de un instrumento mortal. Y, al final, la nueva semilla del terror que, en las novelas de King, nunca termina en la última página del libro porque todo terror tiene su continuidad en nuestros propios miedos.

lunes, abril 08, 2024

Apuntes sobre el asilo político en la historia reciente del Ecuador

Instalación de la X Conferencia Panamericana en Caracas, 1954 (Wikipedia)

            En su Enciclopedia de la política, Rodrigo Borja hace una historia sucinta sobre el asilo político y señala que es una institución jurídica latinoamericana cuyos instrumentos jurídicos son la Convención sobre Asilo Diplomático y la Convención sobre Asilo Territorial, de la X Conferencia Panamericana, celebrada en Caracas, en marzo de 1954. Además, cita lo que para él es el documento más importante, sino el único, que ha sido formulado al respecto en el ámbito internacional: la resolución 2312 de la Asamblea General de la ONU, del 14 de diciembre de 1967, que enuncia, en primer lugar: «que la concesión de asilo es un acto humanitario y pacífico, que de ninguna manera puede ser considerado por otro Estado como inamistoso»[1]. En la historia reciente de Ecuador, antes del asalto policial a la sede de la Embajada de México, el asilo político ha sido concedido por países amigos a pesar de la acusación de delitos contra la administración pública que tenían quienes lo solicitaron, sin que aquello haya motivado agresión alguna al país que concedió el asilo por parte del Estado ecuatoriano.

            En la madrugada del 12 de octubre de 1995, el exvicepresidente Alberto Dahik llegó a Costa Rica, en una avioneta particular, luego de renunciar a la vicepresidencia con una nota manuscrita y huir del país. El día anterior, Carlos Solórzano, presidente de la Corte Nacional de Justicia, CNJ, había ordenado la prisión preventiva de Dahik por disposición arbitraria de fondos públicos, cohecho y otros delitos en el manejo de los gastos reservados de la Vicepresidencia. El juicio penal lo inició Miguel Macías Hurtado, que era el presidente de la CNJ al 16 de agosto; el 23, Macías ordenó la prisión de Gladys Merchán y Juan Crespo, secretarios de Dahik. El juicio siguió su curso y el 29 de enero de 1996, Solórzano reveló 242 nombres de personas jurídicas y naturales que se habían beneficiado de la disposición arbitraria de los gastos reservados. El gobierno de Costa Rica concedió el asilo político a Dahik el 1 de abril de 1996.

            Casi un año después, el 11 de febrero de 1997, Abdalá Bucaram escapó del Ecuador, luego de que fuera destituido por el Congreso por “incapacidad mental”, y pidió asilo político en Panamá. El 27 de marzo, Carlos Solórzano, todavía presidente de la CNJ, inició el juicio penal por peculado, en el caso de la irregular adquisición de mochilas escolares por un monto de 40 millones de dólares. El gobierno de Panamá concedió el asilo político a Bucaram el 28 de abril de 1997. Bucaram ya había vivido como asilado en Panamá de 1985 a 1987 y de 1988 a 1990 acusado de corrupción durante su administración como alcalde de Guayaquil. El 6 de mayo de 2005, el gobierno de Panamá, por cuarta vez, volvió a concederle asilo político a Bucaram.

            El 20 de mayo de 2003, León Febres Cordero acusó al expresidente Gustavo Noboa Bejarano de peculado en la negociación de la deuda externa durante su mandato y denunció que dicha negociación habría causado una pérdida de 9.000 millones de dólares al Estado ecuatoriano. Ante la negativa del entonces presidente de la CNJ, Armando Bermeo, de ordenar prisión preventiva, Mariana Yépez, la ministra fiscal, insistió y el pedido radicó en la Primera Sala de la CNJ, conformada por jueces afines al Partido Social Cristiano, según los analistas de la época. La Sala ordenó el arresto domiciliario del expresidente Noboa. La fiscal Yépez acusó a Noboa de peculado por haber utilizado 126 millones de dólares de deuda externa para recapitalizar al Filanbanco y al Banco del Pacífico. El 28 de julio, Noboa ingresó a la residencia del consejero de la Embajada de la República Dominicana, Juan Belén, y solicitó asilo diplomático. El gobierno de República Dominicana concedió el asilo político a Noboa el 11 de agosto de 2003. El 25 de agosto, luego de que el gobierno de Lucio Gutiérrez le otorgara el salvoconducto, Noboa llegó a República Dominicana. El 4 de julio de 2008, seis meses después del pedido del entonces presidente de la República, Rafael Correa, la Asamblea Constituyente concedió la amnistía para Gustavo Noboa y tres ex gerentes de la AGD.

            La Convención sobre asilo diplomático (Caracas, 1954), en su artículo III dice que no es lícito conceder asilo por delitos comunes. No obstante, en su artículo IV especifica: «Corresponde al Estado asilante la calificación de la naturaleza del delito o de los motivos de la persecución». Esto obedece a la lógica jurídica que implica la presunción de inocencia y el respeto al debido proceso porque ningún Estado reconocerá que persigue a una persona por delitos políticos y, por lo general, exhibirá un proceso penal por delitos penales comunes, como hemos visto en los casos reseñados. Además, el Estado que otorga el asilo no juzga la inocencia o culpabilidad de quien lo solicita, sino que, por lo general, evalúa si existen condiciones jurídicas y políticas para que dicha persona tenga un juicio justo en su país.

Adicionalmente, habría que señalar, en primer lugar, que la Convención de Viena sobre relaciones diplomáticas (1961), que el Ecuador ratificó en 1964, habla de la inviolabilidad de una embajada en su artículo 22: “1. Los locales de la misión son inviolables. Los agentes del Estado receptor no podrán penetrar en ellos sin consentimiento del jefe de la misión”. Al respecto, Rodrigo Borja precisa: «La institución del asilo, cuya sustancia es el salvoconducto para que el asilado pueda salir del país, no tiene ninguna relación con esta cláusula salvo la que puede nacer de la inviolabilidad de la sede diplomática y, por tanto, de la imposibilidad legal de realizar la detención del refugiado en la casa de la misión»[2]. Y, en segundo lugar, que la ya mencionada Convención de Caracas de 1954, en su artículo XIX, prescribe: «Si por causa de ruptura de relaciones el representante diplomático que ha otorgado el asilo debe abandonar el Estado territorial, saldrá aquel con los asilados». Finalmente, hay que tener en cuenta la opinión consultiva de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, CIDH, OC-15/18, sobre el asilo entendido como derecho humano en el Sistema Interamericano de Protección: «Por otra parte, la Corte considera que la sospecha de un mal uso de la inviolabilidad de dichos locales, ya sea por violaciones de las leyes locales o por el abrigo continuo de un solicitante de asilo, claramente no constituye una justificación para que el Estado receptor ingrese forzosamente a los locales de la misión diplomática, en contravención del principio de inviolabilidad. Ello toda vez que el propio artículo 22 de la Convención de Viena sobre Relaciones Diplomáticas no establece ninguna excepción al principio de inviolabilidad»[3].

            En síntesis, la concesión del asilo político no puede considerarse un acto inamistoso de un Estado contra otro, sino un acto humanitario. Además, bajo la lógica del principio general in dubio pro reo (en caso de duda, a favor del reo), es el Estado asilante quien determina la naturaleza del delito. Asimismo, habría que entender que el Estado que otorga el asilo no juzga la inocencia o la culpabilidad de quien lo solicita, sino que, por lo general, evalúa si existen condiciones jurídicas y políticas para que dicha persona tenga un juicio justo en su país. Y nada justifica el allanamiento de una sede diplomática por el principio de inviolabilidad de las misiones diplomáticas. Por lo demás, las opiniones desinformadas y desinformadoras de activistas políticos que fungen de periodistas o las invocaciones testiculares de gente despistada o lo que chillen las barras bravas en X-Twitter son puras bravatas ajenas al derecho internacional, que es la base de la convivencia pacífica de las naciones.



[1] Rodrigo Borja, «Asilo político», en Enciclopedia de la política [1997], 3ra. ed. (México, D.F.: Fondo de Cultura Económica, 2002), 65-68.

[2] Borja, «Diplomacia», en Enciclopedia…, 428. (Énfasis añadido).

[3] Corte Interamericana de Derechos Humanos, «Opinión consultiva OC-15, de 30 de mayo de 2018, solicitada por la República del Ecuador: la institución del asilo y su reconocimiento como derecho humano en el Sistema Interamericano de Protección (interpretación y alcance de los artículos 5, 22.7 y 22.8, en relación con el artículo 1.1 de la convención americana sobre derechos humanos», párrafo 106.

lunes, abril 01, 2024

¿Le entregaremos el placer de la lectura a la inteligencia artificial?


            El usuario Miguel | El Maestro de la IA (@MigueMaestroIA) publicó el 25 de marzo en 𝕏-Twitter, un hilo de dieciséis tuits: «¿No tienes tiempo para leer libros? Utiliza estos prompts de ChatGPT para hacer un resumen de cualquier libro». Las instrucciones que el hilo sugiere son el pedido de resumen general y detallado por capítulos, de contexto, de análisis de personajes y temas, de críticas y recomendación de libros similares a la aplicación de IA. Más allá de la propaganda sobre una aparentemente inocua y servil IA, se trata de un hilo distópico que presagia la pérdida del lenguaje humano. Si usamos la inteligencia artificial para reemplazar la lectura de libros con resúmenes y generalidades sobre aquellos, estamos renunciando al enriquecimiento del lenguaje, al desarrollo del pensamiento crítico y al placer de la lectura. Sabemos que las aplicaciones de IA se alimentan del lenguaje de la humanidad, pues procesan todo lo que se ha escrito y lo reelaboran, por tanto, lo que hacen con una novela, por ejemplo, es un compendio de ideas generalmente aceptadas sobre ella. Para la escritura de este texto, le pedí a ChatGPT que hiciera un resumen de Cien años de soledad y, en entre otras cosas, escribió: «La historia se desarrolla en Macondo, un pueblo ficticio en Colombia, y sigue la saga de la familia Buendía a lo largo de siete generaciones. La novela comienza con la llegada de José Arcadio Buendía y su esposa, Úrsula, a un lugar desolado donde deciden fundar Macondo. A medida que la ciudad crece, la familia Buendía enfrenta una serie de eventos extraordinarios y misteriosos que afectan profundamente sus vidas y el destino de Macondo». Si después de leer este texto, similar a la entrada de un diccionario enciclopédico, yo creo que he leído la novela, estoy rechazando no solo la placentera inmersión en ella sino también el aprendizaje cultural que todo texto genera. El resumen no está equivocado, pero tiene una redacción elemental; el problema es creer que dicho texto reemplaza la lectura de la novela de García Márquez y que así hemos ahorrado tiempo. Es similar a leer resúmenes de libros en las antiguas enciclopedias, con la diferencia de que ahora la IA es una aplicación que podemos llevarla en el teléfono móvil y nos invita a creer en ella sin que nadie se haga responsable, académicamente, de su contenido y fabrique, al mismo tiempo, la ilusión de conocimiento en quien resumirá el resumen de los resúmenes existentes en la cultura virtual. En una entrada de este blog sobre el uso de la IA y sus riesgos en la enseñanza de la escritura académica ya cité el artículo publicado el año pasado en The New York Times, del filósofo e historiador israelí Yuval Noah Harari, en cooperación con otros académicos, en el que señaló que: «El lenguaje es el sistema operativo de la cultura humana» y advirtió sobre los peligros que entraña la entrega de nuestro sistema operativo a las aplicaciones de inteligencia artificial. El pensamiento crítico, que se alimenta de lecturas, es una elaboración del lenguaje y un lenguaje empobrecido solo genera criterios pobres. Si no somos capaces de leer y, con ello, descifrar por nosotros mismos los códigos culturales de lo que leemos, y le pedimos a una aplicación que lea por nosotros y nos simplifique el sentido de lo leído, pues tendremos un pensamiento limitado en su perspectiva interpretativa, lleno de lugares comunes y perezoso en todo momento. Además, el encargo de la lectura de libros a la IA para ahorrar tiempo es el renunciamiento del gozo intelectual que genera el lenguaje, es la pérdida del placer estético y del estremecimiento ético que producen en nosotros las palabras de los libros. Si le pedimos a la IA que nos dé masticados y digeridos los libros con los que debemos nutrir el cerebro, pronto nos convertiremos en personajes de una distopía en la que el sistema operativo del ser humano pasará a ser propiedad de robots alimentados con el conocimiento de la humanidad. Siempre hay que encontrar tiempo para leer, pues las horas de la lectura son el mejor de los tiempos.

PS: la ilustración fue ordenada por mí a Craiyon, generador de imágenes de IA.

lunes, marzo 25, 2024

«El niño y la garza»: la poesía visual de Miyazaki


El niño y la garza, de Hayao Miyazaki, Oscar a la Mejor Película de Animación 2024.

            
Desafiado por una garza parlante, Mahito Maki, un niño de once años, emprende la búsqueda de su madre en el mundo de la muerte. La madre ha fallecido tres años atrás, en un hospital de Tokio que se incendió por causa de un bombardeo, pero la garza le anuncia que está viva. Shoichi, el padre del niño, que es propietario de una fábrica de partes de aviones de guerra, ya se ha casado con Natsuko, la hermana menor de la madre muerta, que está esperando un hijo y a la que Mahito se niega a aceptar como su madrastra. El viaje se inicia en una torre abandonada, en un pueblo lejos de Tokio, que le abre las puertas a Mahito hacia un mundo en donde la experiencia del duelo es un proceso de aprendizaje. En ese mundo, el niño es guiado por la garza y, en un momento fundamental de la historia, por Lady Himi, una muchacha con poderes mágicos. Hayao Miyazaki nos entrega El niño y la garza (2023), una conmovedora película de animación artesanal, que nos seduce, durante el viaje de aprendizaje de un niño, con su fascinante poesía visual. Son los tiempos de la Segunda Guerra Mundial y estamos en Japón. La escena del incendio del hospital y la angustia por rescatar a su madre, reflejada en el rostro y la carrera inútil de Mahito, es la pintura del infierno que queda grabada en la memoria del niño como un terror recurrente. Años más tarde, en el pueblo de la antigua casa de la madre, el paisaje natural del bosque y el río es un remanso que anuncia un tiempo bueno. La torre abandonada —parecida espiritualmente al parque temático abandonado que vimos en esa otra maravilla de Miyazaki que es El viaje de Chihiro (2001)— encierra el misterio del viaje de maduración, en medio de lo elegíaco, la tristeza y la esperanza, que conducen a Mahito al descubrimiento de sí mismo. Ya en el mundo onírico de la muerte, en donde Mahito busca a su madre, la poesía visual de Miyazaki se multiplica. El paisaje brumoso de los barcos, en medio del cual Mahito es guiado por la joven Kiriko, es una metáfora visual sobre el mundo de los muertos y, al mismo tiempo, sobre el tránsito que Mahito llevará a cabo para sanar de su orfandad. La bandada de pelícanos enloquecidos que atacan al niño es el núcleo de una pesadilla abrumadora y el terror se complementa con esa multitud barroca de pericos que se comen a las personas y que obran desde su naturaleza destructiva sin conciencia del mal. El niño y la garza es una elegía animada que conjuga lo imposible de la fantasía con la urgencia afectiva que representa, para un niño, la asunción de la pérdida de su madre; el filme se presta para un sinnúmero de interpretaciones por la polisemia de la aventura vital de Mahito que está atravesada por ese placer visual de lo onírico en el que nos envuelve la poética de la animación de Miyazaki.


lunes, marzo 18, 2024

La poesía, la que vive en mí inasible


            ¿Qué es poesía?, me preguntan con motivo de este 21 de marzo, Día Mundial de la Poesía y yo intento, en vano, definir aquello que es indefinible por su propia condición de inasible. «Escribir un poema a la poesía es un asunto de Bécquer y yo soy solo un Vallejo menor de cualquier antología»[1], alcancé a balbucir en unos versos recientes con el ánimo de acunar en mi mano alguna sustancia de la poesía. Para mí, la poesía, «insostenible suspiro de luciérnagas / frágil conjunción de vocablos de espuma / Palabra / murmullo para el vasto corazón de mi noche»[2], ha sido una posibilidad de vivir en otros, de ser otros, de construir la voz de otros que no soy, pero que soy yo a mi pesar porque con aquellos comparto lo humano. Si he sido tantos en tantas otras vidas, si he sido la inocencia condenada o aquello que el poder marcó con fuego, por opción vital «soy / el mundo lapidado / por los que arrojaron con rabia las primeras piedras»[3]. A pesar de los intentos, la palabra que uno tiene, que uno da en la escritura, no alcanza a representar la voz de otros sin caer, de alguna forma, en una tergiversación esencial porque cada ser humano es la imagen de su dolor y de la historia de su tránsito. Así toda apropiación de la voz del prójimo resulta ilegítima; de ahí que: «Soy lo único que puedo ser y sin traiciones / y hasta de eso dudo, pero en ello persisto necio. / Voz de mi voz y de mi personal profundidad de soledades / y nada más que este pobre palabreo mío»[4]. La imposibilidad de poseer un resquicio de la poesía es solo comparable con aquella imposibilidad de poseer al ser amado y aceptar que, tan solo en destellos de lucidez o en instantes de gozo, logramos esa comunión que nos salva del horror, aunque tengamos que aceptar nuestra derrota continua: «El tiempo es la verdad inaccesible que nos duele. / Junto a mí, tu vacío de ti y en él… / ¡la trasparencia de su Ser que arde!»[5]. En la soberbia que nos da la práctica de nuestro oficio, a veces, nos sentimos la voz del que anuncia una buena nueva o presagia una catástrofe porque la del poeta es una palabra que escudriña las regiones abisales del espíritu; es, en muchos sentidos, «lenguaje que nos convierte en seres humanos / poesía que da su numen a la voz de los profetas»[6]. De alguna manera, la poesía se escabulle de la ansiedad del mercado que, además, liquida a la ética. En aquello que escribo, siempre en busca de la poesía, soy también otros poetas que me precedieron y cuyos textos han formado mi sentido del verso, del ritmo, de la imaginería; así, puedo decir en un nuevo retrato de mí mismo: «El acertijo de mundo que soy es poema / habitado por nombres que evoco en vano […] Soy espectro del que fui y esbozo del que anhela / ser en esta innominada poesía mía»[7]. Pero resulta que se escribe en un mundo hostil a la poesía —¿es que alguna vez el mundo fue amigable para la poesía—, un mundo que la desdeña y que no le interesa aprender a leerla, pues teme enfrentarse al espectro de su soledad y al reconocimiento de su finitud, a ese silencio que nos confronta con la muerte. «¿Para qué escribo, entonces? / Tan solo para asumir mi condición de sobreviviente»[8]. La poesía es también esa convocatoria para que el prójimo concurra a la plaza del pueblo y congregado alrededor de la palabra logre exorcizar sus miedos y saborear sus anhelos, y la ráfaga de felicidad a la que todos tenemos derecho: «El poema es una mazorca que amalgama los oficios del pueblo»[9]. La voz del poeta procura, entonces, ese canto que es semilla en tierra pródiga, que consigna la invención de vidas y de mundos en el verso libre, que da cuenta de aquello que nos acongoja y de aquello que nos obliga a la condición de rebeldes, a la necesidad de subvertir ese orden que, impunes, nos han impuesto los poderosos de todos los tiempos: «La poesía / bosque de sueños invadido / por los espectros de la realidad»[10]. En lo más íntimo de mí, estoy convencido de que «mi madre es la ardiente sustancia de mi poesía»[11] y de que existe algo mucho más importante que mis versos, que es aquello por lo que mi escritura, toda ella, es posible: «Este oficio de escribir y leer florece en una rosa palabrera sembrada / por oficiantes de hoz y martillo proletarios en el campo y la ciudad»[12]. Este oficio de la poesía, la que vive en mí inasible.


[1] Raúl Vallejo, «Envío: una vez más, Márgara Báez», en Trabajos y desvelos (Ibagué: Caza de Libros Editores / Ulrika Editores, 2022), 57.

[2] Raúl Vallejo, Crónica del mestizo (Quito: b@aez.editor.es / Libresa, 2007), 11.

[3] Raúl Vallejo, «Autorretrato, 2003», en Rituales de oficio. Poesía reunida 2003-2015 (Bogotá: Grupo Editorial Ibáñez, 2016), 18.

[4] Vallejo, Crónica…, 37.

[5] Raúl Vallejo, «Balada de Oriana y Constantino», en Cánticos para Oriana (Quito: Planeta / Seix Barral, 2003), 32.

[6] Raúl Vallejo, «Credo», en Missa solemnis (Quito: Planeta / Seix Barral, 2008), 55.

[7] Raúl Vallejo, «Autorretrato, 2015», en Mística del tabernario (La Habana: Casa de las Américas, 2017), 26.

[8] Vallejo, «Taberna de la cofradía de Chapinero bajo», en Mística del tabernario…, 31.

[9] Vallejo, «Roses For Export», en Trabajos y desvelos…, 51.

[10] Vallejo: «Envío», en Mística del tabernario…, 207.

[11] Vallejo, «La máquina de coser Singer», en Trabajos y desvelos…, 62.

[12] Vallejo, «Primero de mayo», en Trabajos y desvelos…, 56.


lunes, marzo 11, 2024

«En agosto nos vemos»: un García Márquez menor


            Al finalizar la última versión de En agosto nos vemos, el 5 de julio de 2004, Gabriel García Márquez, cuya memoria comenzaba a deteriorarse por causa del cáncer y el Alzheimer, y a extraviarse en el camino sin retorno de la demencia, sentenció, según sus herederos: «Este libro no sirve. Hay que destruirlo». La novelina, entonces, quedó inédita, pero en el natalicio del escritor, este seis de marzo, los herederos de García Márquez la publicaron bajo la invocación de que anteponían el placer de los lectores antes que cualquier otra consideración y que, tal vez, la terminante opinión del escritor sobre su obra se debía al deterioro de sus facultades mentales. A pesar de la excusa de los herederos, la publicación de En agosto nos vemos es, más que un hito literario, una jugada del mercado editorial que se alimenta de los restos de la literatura de un escritor genial. La novelina es un texto muy menor en el conjunto de la obra de García Márquez tanto en el tratamiento de los temas del amor, la soledad y la vejez como en el uso de los recursos de una escritura de frase envolvente, adjetivación asombrosa y ritmo trepidante. Ana Magdalena Bach es una mujer de 46 años, con un matrimonio feliz, que todos los años, el 16 de agosto, visita la tumba de su madre en una isla y, durante cada estadía, vive una aventura amorosa que la llena de una sensación de libertad plena y remordimientos. Ayer domingo, he leído esta novelina con el gusto de estar ante un relato cautivante, escrito con la maestría que da el oficio, y con el disgusto de darme cuenta, a cada momento, de un fraseo ya manido y cierta cursilería de un García Márquez que se imita a sí mismo y se muestra superficial y condescendiente en el tratamiento de su personaje femenino. He empezado la lectura de En agosto nos vemos con la esperanza de descubrir una obra que me deslumbre con algo nuevo, pero la he terminado con el sabor agridulce que da el disfrute de una historia bien contada, con destellos de una expresión brillante y la desilusión de encontrarme con un estilo convertido en manierismo. Algunas personas que leemos somos como la Ana Magdalena Bach de la novelina, que «detestaba los libros de moda y sabía que el tiempo no le alcanzaba para ponerse al día». Ni los herederos necesitan más dinero ni García Márquez necesita más obra, y quienes leemos, por placer y oficio, no necesitamos celebrar al escritor con una obra menor. No es que, en abstracto, el libro no sirva y habría sido mejor destruirlo. Lo que sucede es que cualquier escritor, no se diga alguien como García Márquez, tiene el derecho a decidir que no vale la pena publicar un texto, tras el ejercicio autocrítico del creador, porque estima que no añade nada nuevo ni mejor al conjunto de su obra.

lunes, marzo 04, 2024

«Nadie le cree»: desesperanza de una prepago

           

Iván Egüez entrega el premio La Linares 2023 a Ernesto Torres Terán. (Casa Egüez)

La prostitución es un tema manido en la literatura y si no se lo aborda desde una perspectiva diferente se corre el riesgo de caer en estereotipos y lugares comunes. A estas alturas del desarrollo de los estudios de género, hay que tomar en cuenta el debate entre las posturas regulatorias y abolicionistas de la prostitución, así como la crítica a la visión masculina sobre el cuerpo de la mujer y su sexualidad. La novelina Nadie le cree, de Ernesto Torres Terán, premio La Linares 2023, es la historia de Amalia, una chica prepago que planea vengarse de un cliente que la ha violado y abandonado malherida en un basural, escrita con una intriga dramática que atrapa a lo largo del texto y contada con un lenguaje coloquial, desde una visión tradicional sobre la prostitución femenina.

            Nadie le cree cuenta la vida de una prostituta, en tiempos de redes sociales, con una trama armada de forma meticulosa que captura el interés, durante todo el texto, en medio de los tópicos acostumbrados: nacida en una familia pobre, víctima de abuso infantil, iniciada por una madame, Amalia se independiza y asume su prostitución como un emprendimiento: «Mantenía al pelo sus redes sociales. Facebook, el Instagram, su WhatsApp […] Los clientes fluían. De cien dólares, pasó a ciento cincuenta; la tarifa podía ser mayor si identificaba que el cliente, un genuino VIP, ni siquiera se mosqueaba al desembolsar doscientos […]»[1]. Amalia, además, tiene un historial de depresión y cuadros psicóticos, desde su adolescencia: «Y, nuevamente, a embucharse Rivotril y aguantar sesiones de psicoterapia. La plena, un día sí, otro no, había tomado sus medicinas hasta que cansada de tanta pendejada se dio de alta. Psicolocos, vendedores de humo» (26). En la vida de Amalia, tristemente, no hay un resquicio para la ilusión.

            El narrador de la novelina, una voz que todo lo sabe sobre la historia y sus personajes, utiliza un lenguaje coloquial y descarnado, en clave de realismo sucio, que no se apiada del drama que está viviendo la protagonista. La jerga del narrador, como en la propuesta de Sicoseo de finales de los 70, está llena de imágenes y dichos cotidianos, y se ubica en el mismo nivel lingüístico que el de los personajes marginales de la novelina. Así, para contar sobre la relación que Amalia entabla con las otras prostitutas del negocio de la madame Rosa, el narrador cuenta: «No se veían con frecuencia salvo cuando organizaban una party sin madame ni machos. En tal circunstancia, acaso por la desinhibición alcohólica, además del chismerío convencional o el irse de coles, algunita se iba de lengua y contaba sus intimidades, o sea su tragedia familiar, su amor no correspondido, su emputecida esclavitud con la matraca u otra droga» (30). El narrador usa cierto naturalismo para describir la violencia sufrida por Amalia, de tal forma que el personaje, ya maltratado en la trama, carece de esperanza en el relato.

           Amalia es víctima de una violación por parte de un cliente poderoso. No obstante, en la novelina se pone en duda la versión de la víctima, pues el título del capítulo primero, en donde sucede la violación y el maltrato criminal que sufre la prostituta, es: «El ataque, según Amalia». Pero, según lo narrado, la agresión es real. El narrador hace un inventario de los clientes de Amalia, lo que le da brochazos costumbristas a la novelina, pero el personaje carece de voz propia para el cuestionamiento de su propia situación. En este sentido, el punto de vista sobre la prostitución está marcado por la voz masculina del narrador, que de manera indirecta interpreta lo que podría pensar Amalia: «A estas alturas, ella ya sabía cómo tratar a los caballeros para que creyeran que estaban con un vacile y no con una mujer pagada. Desde luego, ella no se consideraba una puta. ¿Prepago? Qué feo, ni que fuera celular. ¿Chica de alterne? Más o menos. ¿De compañía? Igual, igual. ¿Escort? Suena bien, una palabrita chic» (71). Y, aunque la visión sobre la prostitución sea tradicional, la novelina también puede ser leída como un cuadro descarnado acerca del callejón sin salida en el que vive Amalia, entrampada en la violencia y la depresión.

            Nadie le cree, de Ernesto Torres Terán, es una novelina que, con los recursos de una narración coloquial, un lenguaje brutal y una trama bien construida, nos acerca al mundo sórdido y cruel de una prostituta, cuya vida está signada por la desesperanza.



[1] Ernesto Torres Terán, Nadie le cree (Quito: Campaña Nacional Eugenio Espejo por el libro y la lectura, 2024), 39. El número junto a la cita indica la página en esta edición.


lunes, febrero 26, 2024

Si quieres postre, trabaja duro, muy duro

           

Ecuador está entre los diez países del mundo con las peores condiciones laborales, según la Confederación Sindical Internacional. (Marcha del 1 de Mayo de 2022 en Quito, Agencia Xinhua)

Recientemente, el presidente Daniel Noboa, muy suelto de lengua, dijo que, si los ecuatorianos trabajasen duro como él y su gobierno, no se estarían quejando de que les faltan recursos: podrían comer de todo… hasta postre, dijo. No lo dice alguien a quien, en la lógica del individualismo capitalista, pudiésemos llamar una persona hecha a sí misma, sino el heredero de la mayor fortuna familiar del país. En sociedades inequitativas y con una institucionalidad social frágil, el discurso de que los pobres son pobres porque son vagos y quieren vivir de la caridad estatal desconoce la necesidad de aplicar políticas públicas destinadas a cerrar brechas de acceso a educación y salud de calidad, la urgencia de generar empleo sin precariedad ni explotación laboral, la obligación de aplicar políticas impositivas cuyo peso recaiga sobre los sectores de mayores ingresos y las empresas que tienen ganancias extraordinarias. La gente del campo trabaja duro, los profesionales, obreros y burócratas de la ciudad trabajan duro, el magisterio y la academia trabajan duro. Quienes escribimos trabajamos duro. Y, por supuesto, también existen pequeños y medianos empresarios que trabajan muy duro para que sus negocios crezcan. Lo que no se dice es que hay trabajos que exigen una mayor calificación que otros y que, por tanto, están mejor remunerados. El problema, entonces, no es lo que dice esa falsa y repelente consigna establecida por un capitalismo insaciable acerca de la vagancia de quienes no poseen más que su fuerza de trabajo. El problema reside en un modelo económico inequitativo, excluyente y de acumulación basada en la sobreexplotación de la fuerza de trabajo y en la especulación financiera, frente al que hablar de justicia social se ha convertido en una propuesta subversiva y a la que le cae el sambenito de comunista, como si todavía viviésemos en los años de la Guerra fría. Y ese modelo inequitativo es el que ha ubicado al Ecuador como el tercer país en el mundo con las peores condiciones laborales, según el Índice Global de Derechos, elaborado por la Confederación Sindical Internacional, CSI, con datos de 2023. Con la lógica presidencial, si quieren comer postre, los trabajadores del país tendrán que levantarse más temprano aún de lo que ya se levantan para trabajar duro, muy duro, porque los buses de las seis de la mañana ya están llenos con los funcionarios de este gobierno y los ricos del país y sus herederos yendo a sus trabajos.

lunes, febrero 19, 2024

«Pobres criaturas»: una Bella Baxter deslumbrante en clave hipersexualizada

Pobres criaturas (Poor Things, 2023), de Yorgos Lanthimos, tiene once nominaciones al Oscar, incluidas las de mejor película, mejor director y mejor actriz. Bella Baxter contempla el paisaje de Lisboa.

Una mujer que intenta suicidarse es rescatada, agónica, por el científico Godwin Baxter (Willem Dafoe) que lleva adelante bizarros experimentos genéticos, en el Londres victoriano del siglo XIX. La mujer, descerebrada por la caída, está embarazada y el científico decide implantarle el cerebro de su propio feto para que sobreviva. Así nace Bella Baxter (Emma Stone), una mujer con cerebro de niña, que nos recuerda a la criatura del doctor Frankenstein, en cuyo proceso de maduración, que es un proceso de liberación, se transformará en una mujer ávida de saber e hipersexualizada. Pobres criaturas (Poor Things, 2023), de Yorgos Lanthimos, ocurre en un escenario maravilloso e impredecible, actualiza el sentido cultural de la criatura del doctor Frankenstein, aunque su crítica a la hipocresía victoriana tiene un tufo patriarcal.

            Las locaciones de la película guardan un perfecto equilibrio visual que combina elementos antiguos y futuristas con un colorido estridente en una atmósfera surrealista. Así, la visión de Lisboa, por ejemplo, es nostálgicamente luminosa: la cantante de fado (Carminho) en el balcón nos entrega uno de los momentos más sensibles de la película. Y la escena de Alejandría es contundente en el develamiento de la riqueza y la pobreza irracionales del mundo, en un plano en el que los ricos están arriba y los pobres abajo, separados por una escalera sin continuidad que los mantiene distanciados por un abismo. La combinación de escenas en blanco y negro en medio del colorido desbordante del filme también resulta un acierto porque comunica los espacios de opresión y de libertad en los que vive el personaje. El hotel, el barco, París o la casa de citas son espacios luminosos, a ratos extravagantes, en función de una fotografía seductora. El vestuario es parte de una estética que vuelve ambigua las nociones de tiempo y espacio en el filme. Así, todo contribuye a que la trama sea una narración, la más de las veces, sorprendente e impredecible.

Frankenstein se humaniza a través de su sensibilización romántica, mientras que Bella lo hace a través del conocimiento racional del mundo. Anárquica, hedonista cínica, realista, Bella se transforma a lo largo del filme en un proceso que la va liberando, de a poco, de la tutela paterna, del sometimiento marital y la convierte en dueña de quehacer científico y vital. Hay un momento de quiebre que es cuando, en el barco, conoce a Martha Von Kurtzroc (Hanna Schygulla) y al nihilista Harry Astley (Jerrod Carmichael) porque con ellos descubre el placer de la lectura y el conocimiento y el cinismo que le permite dejar a un lado la inocencia infantil de su visión sobre el mundo. La actuación de Emma Stone es maravillosa y seductora: ella pasa por distintos estados motrices y emocionales, por representaciones diversas de su cuerpo, por el encumbramiento de su personaje desde sus balbuceos hasta su lógica paradójica impecable, y, al final, por la plena asunción del poder que ha descubierto en la ciencia, el saber de los libros y el disfrute de su sexualidad libre.

            De manera paradójica, Pobre criaturas, bajo la envoltura de su deslumbrante cinematografía y su planteamiento ideológico liberal, desarrolla asuntos controversiales. En un principio, Bella atrae por lo que tiene de niña, abriendo un amplio camino de normalización de la pedofilia ya que naturaliza la atracción de sus pretendientes, tanto del alumno y ayudante de su creador, Max Candles (Ramy Youssef), como del abogado dandy Duncan Wedderburn (Mark Ruffalo) que escapa con Bella para mostrarle el mundo, en una especie de versión libertina de Pigmalion. En su proceso de maduración, Bella descubre el placer de la sexualidad y su liberación sexual se maximiza en el ejercicio de la prostitución, bajo la idea, subversiva en tiempos victorianos, de que su cuerpo, del que es dueña, es, al mismo tiempo, su medio de producción; un tema que, más allá de su presentación liberal, hoy puede verse también como un sometimiento a las reglas del poder patriarcal sobre el cuerpo y la sexualidad, más aún si tenemos en cuenta el tiempo de desnudez de Bella en el filme y la hipersexualización que conlleva.

            Pobres criaturas, de Yorgos Lanthimos, tiene un fascinante despliegue visual y creativo; muestra a una Emma Stone que desarrolla su personaje con un talento desbordante; construye escenarios que deslumbran y arma una trama que respira sensualidad, a pesar de cierta manipulación bajo cánones patriarcales. Una película que cautiva a sus espectadores.


lunes, febrero 12, 2024

Despenalizar la eutanasia evita la inútil prolongación del sufrimiento de una persona

Captura de pantalla de la cuenta de X-Tuiter de Paola Roldán Espinosa.

Una influencer desubicada dijo, en su cuenta de X-Tuiter, que no entendía cómo la chica [sic] que había pedido la eutanasia —una vez que fuera despenalizada por la Corte Constitucional—, declarase a través de su padre, que seguiría luchando por su vida. La influencer concluía, aparentemente confundida, ¿qué mismo? El caso de Paola Roldán Espinosa, de 42 años, diagnosticada con Esclerosis Lateral Amiotrófica, ELA, ha despertado la admiración y solidaridad de quienes creemos que, frente a una enfermedad terminal y dolorosa y pese a los prejuicios religiosos doctrinarios, debe existir la alternativa de elegir una muerte con dignidad respaldada por la ley y respetada por una ética del cuidado humano.

         El catolicismo mantiene una posición doctrinal inamovible frente a la eutanasia, a la que considera un crimen. El padre Eduardo Hayen Cuarón, de México, en su cuenta de X-Tuiter habló del «valor del sufrimiento de Cristo», de que, de aquí en adelante, cualquier persona acudiría al suicidio asistido por motivos menos dramáticos y señaló que el tema generaba una «falsa compasión». La crueldad de esta exposición doctrinaria salta a la vista pues hasta Cristo, ante su inminente sufrimiento, pidió a su Padre: «aparta de mí este cáliz»; claro que Él era hijo de Dios y tenía una misión redentora que no podía evadir. La argumentación del equipo jurídico de Roldán señala al respecto: «Las creencias religiosas aun cuando siendo mayoritarias, no son suficientes en un Estado laico para impedir el ejercicio del derecho a la muerte digna, pues deben considerarse como injerencias indebidas al libre desarrollo de la personalidad». En casos como el de Paola Roldán, la iglesia debería repensar el sentido de la compasión, el cuidado y el amor al prójimo. La piedad cristiana debería hacernos entender y aceptar que el prójimo, ante su dolor incurable y creciente, solicite que alguien aparte ese cáliz y le procure una muerte con dignidad.

         Gracias a la lucha emprendida por Paola Roldán, la Corte Constitucional despenalizó la eutanasia el 5 de febrero de 2024 mediante la sentencia 67-23-IN/24. En su acápite 77, la Corte Constitucional señala en referencia a la situación médica de la señora Roldán: «Esta Corte considera que resulta irrazonable imponer a personas en tales situaciones la obligación de mantenerse con vida, sin considerar su angustia y sufrimiento intenso, cuando existen opciones más compasivas a las que podrían acceder para poner fin a su dolor. En estos casos, no es aceptable que terceros obliguen a quienes enfrentan una enfermedad grave e incurable o lesión corporal de esta índole a prolongar su agonía». Más adelante recomienda que el Ministerio de Salud, en un plazo de dos meses, elabore un reglamento para el procedimiento para la aplicación de la eutanasia, que la Defensoría del Pueblo, en un plazo de seis, presente un proyecto de Ley para los procedimiento de aplicación de la eutanasia con los más altos estándares y que la Asamblea Nacional resuelve la Ley, en un plazo de doce. Esperemos que la presión política de los grupos de fanáticos del sufrimiento del prójimo no amedrenten a los asambleístas.

         Al presentar la demanda, el equipo jurídico de Paola Roldán argumentó que «la norma impugnada [artículo 144 del COIP] infringe los derechos a: (i) la dignidad; (ii) al libre desarrollo de la personalidad; (iii) al fomento de la autonomía y disminución de la dependencia; (iv) a la integridad física y la prohibición de tratos crueles, inhumanos y degradantes; y (v) al derecho a morir dignamente». No se ha enunciado el problema de la situación social de la persona gravemente enferma, ni los gastos médicos en los que debe incurrir su familia en tratamientos que no curarán la enfermedad sino que prolongarán la agonía, ni tampoco se ha analizado la incapacidad del sistema de salud para procurar una asistencia permanente, prolongada y gratuita. Una ética del cuidado humano nos obliga a respetar la autoridad moral de los individuos para disponer de su vida en los casos de una enfermedad grave e incurable; por ese mismo respeto y compasión, no se debería obligar a nadie a padecer un sufrimiento innecesario. En este marco, el deber de respetar la vida digna no es incompatible con la decisión autónoma e informada de una persona. El cuidado de las personas implica el cuidado de la vida humana en condiciones dignas en todas sus dimensiones. Como ha declarado Paola Roldán Espinosa en una entrevista para la BBC Mundo: «Lo único que merezco es una muerte con dignidad».   

         Es claro que la eutanasia genera intensos debates por el peligro que conlleva la disposición arbritraria de la vida de las personas, en situaciones médicas de dolor y sufrimiento, por parte de terceros. Pero, también, es claro que la despenalización de la eutansia permite que la persona gravemente enferma tenga la posibilidad, si así lo decide, de terminar con su vida para terminar con una dolorosa agonía. El debate sobre los pro y contra de la eutanasia no se terminará con su despenalización; lo que sí se ha terminado es la inútil prolongación del sufrimiento y el dolor de una persona gravemente enferma contra su voluntad.